Al escuchar las palabras de Mahairu, sentí que debía proteger a Karin. La puse suavemente detrás de mí, buscando brindarle algo de seguridad, aunque el miedo en su mirada era inconfundible. Sin vacilar, me enfrenté a los tres hombres.
—Escúchenme bien —les dije con firmeza—, les pido que dejen de acosar a mi amiga y se vayan de aquí. Nos están incomodando.
El silencio posterior fue corto, pero pesado, y no pasó mucho tiempo antes de que Mahairu, furioso, me mirara desafiante.
—¿Y tú quién te crees? —dijo, con desdén.
Mi respuesta fue directa, casi en un susurro grave:
—Mi nombre es Yamato Kimura, un humilde pescador de estos lares. Soy alguien que no tolera que personas como ustedes maltraten a los inocentes. Así que les repito, vayanse ahora, o las consecuencias serán severas.
Los ojos de los compañeros de Mahairu se entrecerraron, y uno de ellos, con tono burlón, replicó:
—¿Quién se cree este imbécil para hablarle así a un heredero de un clan tan prestigioso como el León del Fuego?
El otro, aún más despectivo, agregó:
—¡Eso es! ¡¿Qué te crees, un pobre pescador sin honor, para hablar con nosotros de esa manera?!
Mahairu sonrió, su arrogancia desbordando de cada palabra.
—Así es —dijo, mientras sus manos comenzaban a emanar llamas—. Nadie, mucho menos tú, tiene el derecho de sermonearme, el gran Mahairu Shimura, heredero y futuro líder del clan León del Fuego. Eres solo un miserable pescador que ni siquiera puede vestirse con dignidad como nosotros. ¡Así que más te vale salir corriendo de aquí y dejarnos solos con Karin, o morirás quemado por mis llamas!
La presión aumentó cuando una intensa aura asesina se sintió detrás de mí. Al girarme, vi a Karin, con pétalos rojos girando alrededor de su cuerpo, su mirada intensa y aterradora.
—¡No se atrevan a hablar así de Yamato! —gritó, su voz vibrando con furia—. Él, aunque no lo crean, es mucho mejor hombre de lo que ustedes podrían llegar a ser.
El aire se llenó de un asombro generalizado, incluida mi propia sorpresa. Sin embargo, mi rostro se tiñó de rojo, pues nunca había sido halagado de tal forma, mucho menos por una mujer tan impresionante como Karin.
Mahairu, claramente indignado, rugió:
—¡Maldita zorra! ¿Quién te crees tú para compararme con un sucio e inferior pescador como él? ¡¿Acaso es tu novio para defenderlo así?!
Un incómodo silencio se hizo presente. A pesar de la tensión, noté que Karin se sonrojaba levemente, lo que me dejó desconcertado.
—¡Tú…! ¡Yo…! No sé de qué hablas. Yamato y yo solo somos amigos, nada más que eso —respondió Karin, visiblemente nerviosa, tartamudeando de una manera que me hizo sospechar de sus verdaderos sentimientos. (Nota del autor: Yamato es un poco torpe para entender indirectas de mujeres).
Mahairu, lejos de calmarse, estalló:
—¡¿Es en serio?! ¡¿Cómo puedes ser amiga de un perdedor como este, mucho menos si estás enamorada de él?!
Karin, furiosa, soltó las palabras con una rabia palpable:
—¡Cállate, maldito! ¡Si vuelves a burlarte de Yamato, te prometo que te mataré!
La violencia en su voz era inconfundible, y la situación parecía estar al borde del colapso. Con calma, traté de apaciguar el ambiente.
—Karin, por favor, cálmate —dije casi en un susurro, intentando restablecer el control.
Continué con voz baja:
—Sé que estás molesta y te entiendo, pero no podemos perder los estribos. Ellos nos superan en número y, más importante aún, no estamos en una posición favorable. Son maestros elementales experimentados, y yo… soy un civil común y corriente, sin ninguna habilidad en combate.
Vi que Karin, aunque no lo admitía, entendió mi razonamiento. Finalmente, dijo:
—Entonces, ¿qué se supone que hagamos ahora?
Le respondí con una sonrisa tranquila, intentando darle algo de esperanza.
—No te preocupes, encontraré una forma de salir de aquí. Solo dame tiempo, ¿ok?
Karin dudó, pero aceptó. Luego me dirigí nuevamente a Mahairu.
—Oye, ¿te llamas Mahairu, verdad?
Mahairu, con furia contenida, respondió en tono despectivo:
—¡Es "señor Mahairu" para ti, sucio pescador mezquino!
La irritación casi me consume, pero traté de mantenerme sereno.
—Muy bien, señor Mahairu —dije con calma—. Entiendo que tú y tus amigos no tienen buenas intenciones con mi amiga Karin. Pero quiero hacerles una pregunta: ¿Están preparados para afrontar las consecuencias que sus acciones imprudentes podrían desatar para su clan?
Mahairu, visiblemente intrigado, preguntó con desdén:
—¿Consecuencias? ¿Qué consecuencias? ¿Qué quieres decir con eso?
Sonreí ligeramente antes de continuar.
—Bueno, Karin, al igual que tú, es heredera de un clan tan prestigioso como el suyo. Si le hacen daño, podría desatar una guerra entre ambos clanes, algo que afectaría profundamente al clan León del Fuego. Y sé que tu padre no estaría nada feliz al enterarse de que arruinaste la imagen de su clan violando a una mujer inocente, mucho menos por desencadenar una guerra que podría costarle miles de vidas. Estoy seguro de que te castigaría severamente, hasta el punto de despojarte de tu derecho a ser líder de tu clan.
Los rostros de Mahairu y sus compañeros cambiaron, una expresión de temor se apoderó de ellos. Mi estrategia estaba funcionando.
—De hecho, lo que piensan hacer es tan grave que la ley, bajo el mandato del shogun, estipula una pena de cadena perpetua. Pasarían el resto de sus vidas en una celda fría, lejos de los lujos de su clan. No importa si eres un heredero, las leyes son claras para todos.
Las palabras fueron como un golpe directo, y pude ver en los ojos de Mahairu la preocupación que se apoderaba de él. Sin embargo, antes de que pudiera disfrutar del momento, un amigo de Mahairu habló, rompiendo el silencio incómodo.
—Pero todo lo que acabas de decir, sucederá si alguno de ustedes sale de aquí con vida.
La tensión se intensificó de inmediato, y el rostro de Mahairu se torció con una sonrisa cruel.
—Es cierto —dijo con malicia—. Tal vez todo lo que dijiste sea verdad… pero eso solo sucederá si alguno de ustedes logra salir de aquí con vida, lo cual dudo mucho.
Con esas palabras, Mahairu y sus amigos comenzaron a acercarse lentamente, y la ansiedad en mi pecho creció. No había forma de escapar de esta trampa. Solo quedaba una opción: pelear.
—¡Yamato, corre! ¡Corre tan rápido como puedas! Yo los mantendré ocupados mientras tú escapas —dijo Karin con determinación, pero también con una pizca de miedo.
Esas palabras resonaron en mi mente, pero no podía irme. No iba a dejarla sola.
—No —respondí con firmeza—, me quedaré contigo, pase lo que pase.
—¡Estás loco! ¡Vas a morir si te quedas aquí! ¡No tienes ninguna oportunidad contra ellos! —gritó Karin, desesperada.
Era cierto, pero mi decisión estaba tomada.
Karin adoptó la postura de lucha tradicional de su clan, mientras los pétalos rojos danzaban a su alrededor como un vórtice mortal. Yo, por mi parte, saqué el cuchillo que mi padre me había dado, un arma modesta pero con gran significado para mí. El enfrentamiento era inevitable, y no sabíamos si salir de allí sería posible.
...Continuará....
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