En el palacio de Yahir.

El profeta Abel caminaba hacia la capital, junto a él se encontraba una adorable anciana encima del asno del profeta. Tres días compartió con ella; rieron, hablaron, interiorizaron y recordaron tiempos pasados.

Cuando llegaron a las puertas notaron a un inmenso número de refugiados a las afueras de la ciudad, eran miles de Melchores, Abel cambió su actitud, la ira llenó su corazón ^ Mira que se lo dije a ese incauto rey ^ pensaba mientras caminaba entre ellos.

Unos guardias impidieron su entrada, alegando que el propio rey Yahir había prohibido la entrada a más ciudadanos, según dijo el guardia, perdieron la cuenta mientras entraban.

El profeta apretó su nudozo bastón y delicadamente tocó la cabeza de un guardia, al instante quedó completamente blanco de la lepra y calló llorando al suelo, los otros cuatro hombres se arrodillaron, comprendiendo que le habían prohibido la entrada al profeta; mientras las puertas se abrían, Abel besó la cabeza del guardia leproso y este quedó sano.

Al entrar condujo a la anciana hacía una taberna, pagó la estancia y toda la comida que iba a cenar por tiempo indefinido, comió algo junto a su amiga y con lágrimas en los ojos tuvo que despedirse.

Las calles de la ciudad estaban a rebozar de personas, había ricos y pobres por igual, todos compartían lo que tenían, pues la mayoría dormían en las calles.

Comprendió que entre más cerca del palacio estaba, menos refugiados veía, hasta que llegó al camino de las flores, donde no encontró ningún extraño.

Las puertas de la sala del trono se abrieron de repente, el profeta Abel entró furioso, el rey Yahir lo observó desde su trono:

_Por quê no me hiciste caso? _ preguntó alterado el profeta

_¿Quién dice que no te hice caso? _ lo confrontó el rey _ mira mi bella ciudad, la has convertido en una pocilga

_ ¿Sabes cuantas personas quedaron afuera? _ gritó enojado, el rey golpeo el trono levantándose

_ Y eso que me importa _ gritó _ ya no hay espacio o acaso la vejez te ha dejado ciego, el profeta rojo de la ira lo apuntó con el bastón

_ ¿Y por qué veo el camino de las rosas sin nadie?

_ Los nobles son los únicos que pueden estar en esa zona _ volvió a sentarse _ y a esta hora están descansando _ el profeta se acercó al trono, dos guardias apuntaron al profeta con sus lanzas, este las golpeó con el bastón transformándolas en flores

_ Estoy buscando ayuda más allá de la niebla _ el rey rechistó _ y tú me estás desobedeciendo

_ Hago lo que tengo que hacer para salvar este reino

_ Haces lo que quieres para salvar tu posición en este reino _ volteándose se alejó a paso lento _ pero no lo lograrás _ en la puerta sus miradas se cruzaron _ te daré una última oportunidad, no interfieras o otro reinará en tu lugar.

Salió del palacio con lágrimas en los ojos, pues tuvo una visión, vio como los cuervos comían cadáveres en las afueras de la ciudad, aún aun intentó hacer algo.

Esperó hasta la hora más concurrida del camino de las flores y gritó:

_ Los bárbaros están por llegar _ las personas pasaban por su lado _ y ustedes se sienten protegidos entre las murallas, pero tienen a sus hermanos melchores afuera de esta, así que ayúdenlos, denles espacio entre sus casas _ los nobles pasaban por su orilla y la mayoría lo tomó por loco.

Una vez fuera de la ciudad caminó entre los refugiados, dio palabras de aliento y hasta compartió la cena con muchos de ellos. Cuando el sol salió dio orden a los soldados que custodiaban la entrada de dejarlos pasar, y estos con un poco de miedo mezclado con respeto acabaron las órdenes del profeta Abel.

Dos días estuvo en la ciudad, paseo de un extremo al otro de Azielpa, aconsejó a los que tuvieran espacios en sus casas que dejaran entrar a los desamparados; y a los sin techo, que no robaran nada de la ciudad, les dijo que era el momento de trabajar juntos, habló sobre los bárbaros y ayudó a todo aquel necesitado que encontrara.

Una vez terminada su misión en la ciudad, comenzó con su última misión, sabía que faltaba uno, faltaba un elegido, faltaba una última persona, una última petición. En su corazon sabía que hasta ese momento las misiones detrás de la niebla habían sido completadas satisfactoriamente, pero todavía faltaba una cosa más por hacer.

Quizo caminar hasta el mar agudo, pues allí tenia que estar en ese momento, prefirió dirigirse a pie, pues su burro estaba viejo y cansado, como él ^ Pero pronto descansaré ^ pensó dándoce ánimo y siguió su camino.

Una vez allí observó el mar, tan grande, tan lindo, tan tranquilo, ese era el mar Agudo, recordó a su maestro y a su aprendiz, vino a su mente buenos y malos recuerdos, pensó en el pasado y en el futuro, en la distancia vió una barca que se acercaba y entonces sonrió.

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Yenisvel Ricardo

Yenisvel Ricardo

Un típico rey

2024-01-11

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