La batalla de Ittaigil.

El capitán de la ciudad de Ittaigil observaba el fuego, las llamas bailaban de mil formas diferentes:

_ Ese viejo loco _ decía el capitán Runo a su ayudante _ piensa que voy a abandonar la ciudad, sin duda, no me conoce en lo absoluto

_ Pero señor _ respondió el ayudante mientras apretaba un remache del hombro de la capa de su señor _ casi todos han abandonado la ciudad, solo quedamos nosotros y un reducido grupo de guardias que te son fieles _ el capitán golpeo la pared furiosa

_ Por eso mismo, no me iré, yo lucharé _ caminó unos pasos hacia adelante _ hablarán de mí en los libros de historia _ sus ojos eran del color de las llamas _ se contará nuestra historia.

Sobre las llamas, un sirviente revolvía el guiso de pavo de la cena, el olor impregnaba la habitación, las tripas del capitán Runo cantaban hambrientas, tanto que sintió un poco de vergüenza.

Comió un tazón de guiso que su siervo le sirvió, acompañado de una jarra de vino, cuando terminó salió a la plaza donde lo esperaban sus hombres.

Cada uno de sus soldados lo respetaban y lo querían como a un padre, en parte por su actitud ante los problemas y su elocuencia ante todo. Estaban apostados alrededor de la plaza, en grupo de cinco o diez, cada grupo alrededor de una hoguera en la cual había algo preparándose. En sus caras se reflejaba un poco de miedo y desesperación, por un momento el capitán se asustó, pues no quería tener una rebelión en sus filas:

_ Hermanos melchores _ dijo alzando la voz _ este día será recordado por todos nuestros descendientes, se cantarán mil canciones donde" Los valientes de Ittaigil" aguantaron las hordas enemigas _ su voz era fuerte, demostrando valentía y coraje en todo momento _ no les mentiré, la segunda muralla ha caído, un mensajero llegó contando como habían tomado las fortalezas de la muralla sur, ahora, no tenemos murallas, tanto la sur como la norte han caído _ caminó hasta quedar en medio de sus guerreros _ es por eso que no podemos partir, pronto seremos atacados _ hizo una pausa en la que nadie dijo nada para después agregar _ ¿Quién va a defender Ittaigil junto a mí? _ todos los soldados levantaron sus espadas en señal de aprobación.

Una vez en la sala de su casa habló con sus oficiales de alto rango:

_ No voy a esperar que nos ataquen _ decía mientras tomaba un trago de vino _ los interceptaremos, los tomaremos por sorpresa _ un siervo repartió vino entre los presentes _ somos pocos, no lo niego, pero somos los justos para un ataque sorpresa.

La cena terminó y cada uno de los oficiales regresó a su casa, el capitán Runo y el Teniente Ente se quedaron charlando junto al fuego:

_ Si algo sale mal, montamos en los caballos y salimos rápido del campo de batalla

_ Está bien mi señor, pero ¿Qué le diríamos al rey en Azielpa?

_ Eso, querido amigo, es muy sencillo, simplemente decimos que hubo un amotinamiento por parte de nuestros hombres y que fuimos hechos prisioneros _ las copas de vino chocaron en el aire y las risas resonaron fuera de la casa.

Se despertó con un ruido extraño, cuando observó hacia afuera escuchó gritos y maldiciones, el olor a sangre y muerte llegó a su nariz, percatándose de lo acontecido, desenvainó su espada, salió de la casa y gritó con todas sus fuerzas.

_ ¡Nos atacan! ¡Soldados en formación! _ fue lo último que logró decir, un jinete se abalanzó sobre él, pero un capitán curtido en batalla como lo era Runo supo defenderse, empuñó el mandoble con ambas manos, inclinó su cuerpo hacia la izquierda y girando cortó la cabeza del caballo, logrando que el jinete se quebrara el cuello al caer.

Algunos hombres se juntaron a su lado, este le encomendó la misión de no rendirse ni huir, los soldados corrieron hacia los enemigos, pero una nueva oleada de bárbaros los engulló. En esa ocasión cayeron muchos melchores al lado del capitán, que buscaba con la vista a su caballo para huir.

A duras penas lograron reagruparse los pocos melchores que aún estaban vivos, pero fue en vano, una tercer y cuarta carga destrozaron la mal hecha formación.

El capitán aprovechó para escapar, iba lento mirando hacia los lados, cada vez que un enemigo se acercaba a él, lo eliminaba sin miramiento, de repente vio al teniente Ente y juntos emprendieron la fuga hasta el lugar donde habían escondido los caballos.

Cuando estaban a punto de llegar una lluvia de flecha los tomó por sorpresa, el capitán sintió como se encajaban en su brazo y pierna, gritó, pero siguió adelante, sintió que alguien lo agarraba por los pies, al voltearse vio al teniente Ente en el suelo, la mano derecha del guerrero estaba aferrada a su pantalón, gimoteaba algo, en su espalda tenía tres flechas encajadas:

_ Ayúdame, por favor _ gemía el teniente con un hilo de voz _ vamos a irnos a caballo _ gimoteaba _ ayúdeme, por favor, hazlo por mi familia que está en la capital.

_ Lo siento, amigo mío _ dijo mientras safaba la pierna del agarre del moribundo _, pero serías una carga para mi _ alzó su espada y eliminó al teniente.

Cojeo hasta donde estaban los caballos tan rápido como sus heridas le permitirán, cada vez que caminaba sentía un dolor insoportable. Le costó mucho llegar hasta donde estaban las bestias, cuando lo logró, cogió a una por las riendas y como pudo se subió encima. Al mirar al frente vio a un guerrero bárbaro con una inmensa hacha de combate en sus manos, su mirada era fulminante, era como ver al fuego descontrolado, Runo desenvainó su espada, sujetó con fuerzas las riendas del caballo y miró amenazante a su enemigo, este se rio a carcajadas diciendo algo en una lengua extraña que el capitán Runo no comprendió, ambos se dedicaron una mirada despectiva, ambos sonrieron, los dos querían matar a su adversario. El caballo salió al galope, sobre el gran capitán Runo alzaba su espada, su armadura reducía a la luz del sol, su capa blanca estaba manchada de sangre, se acercó a su enemigo y cuando estuvo cerca de este, una flecha traspasó su cabeza, matándolo en el acto.

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