El huérfano.

Casi todas las personas se habían marchado de Camarín, quedaban muy pocos, y entre ellos Saulo, que miraba sentado abajo de la sombra de un árbol, como los últimos taberneros se retiraban de la zona.

Saulo quería partir con ellos, pero nadie le hacía caso, nunca nadie le había hecho caso, ni siquiera sus padres; no tenía idea de quien hubiesen sido, puesto que cuando era un bebe lo abandonaron a las puertas del orfanato de Camarín.

Desde ese día estuvo bien atendido por los cuidadores, todos los días lo alimentaban, lo educaban, lo bañaban y fue bien atendido, hasta que murió la directora del lugar, Martha siempre fue buena con sus hijos, como ella misma decía, pero la muerte llega a todos y para la bondadosa Martha no fue la excepción.

En su lugar, quedó el vicedirector Alfeo, un hombre viejo y cascarabias, de frente pronunciada y una gran barba negra que llegaba hasta su pecho.

El terror comenzó para los pequeños, primero impuso el trabajo obligatorio en cualquier lugar, algunos pequeños comenzaron a trabajar en bares, cantinas y tabernas, otros eran siervos durante el día en casas de nobles, pero la peor parte la llevó el grupo de Saulo, ellos como eran los mayores, en ese tiempo siete años, tenían que trabar en las minas de las afueras de la ciudad; el trabajo era muy duro, alguno de ellos no podían ni levantar el picacho, muchos murieron, puesto que eran tratados casi como esclavos, sin contar que las minas estaban muy cerca de la frontera oeste y de vez en cuando veían a lo lejos las tribus nómadas deambular.

Saulo no dudó ni un segundo en fugarse de su cautiverio, en un día después del trabajo, se escabulló a la hora del baño y nunca más volvió. Para suerte suya sus captores no lo echaron en falta y pudo tener una vida un poco más feliz.

Tres años después, deambulaba por Camarín de un lado a otro, para ese momento no quedaba nadie en la ciudad, ni siquiera el viejo orfanato, el cual decidió ir.

Cuando estuvo frente a la puerta, sus pequeños pies temblaron, aún recordaba los maltratos a que eran sometidos, pero no le importó y llenándose de valor abrió las puertas.

Caminó por los largos pasillos, estaba casi todo en el suelo, mesas, sillas, cuadros, candeleros y hasta un cadáver divisó. Acercándose sigilosamente tuvo miedo, pero mientras más cerca estaba, más lo reconocía; esa frente pronunciada solo podía ser de una persona; con el pie movió el inerte cuerpo, estaba en pleno proceso de descomposición y cuando el olor llegó a su nariz, sintió unas terribles náuseas y no pudo evitar arrodillarse lejos del cuerpo y vomitar.

Pronto se recompuso y siguió su camino, todo lo recordaba, aunque todo estaba tirado en el suelo y desordenado.

El estómago del joven huérfano sonó, sus tripas sonaron estrepitosamente, tenía un hambre atroz, la última vez que comió algo fue dos días antes en una taberna, ya que habían dejado un trozo de pan y Saulo lo devoró con deseo.

Recordó donde quedaba el comedor y sin pensarlo dos veces se dirigió hacía allí; pero por el camino encontró algo que llamó su atención, vio a dos hombres en el suelo, acercándose comprobó que estaban muertos, pero también los reconoció, eran dos de los cuidadores contratados por el viejo director; esos eran los peores de todo, se cuenta que incluso se divertían dañando sin razón alguna a los muchachos.

Llegó al comedor y entró al almacén, la puerta estaba cerrada con llave, pero realizó una operación que había aprendido de Abram su mejor amigo, tomó un pedazo de hierro fino del suelo y metiendolo por la cerradura logró abrirla.

Para su alegría, el almacén estaba a rebozar de comida; sentándose sobre un saco de trigo comenzó a comer. El joven Saulo comía con ansias, tenía mucha hambre y era la primera vez en varios años que logró comer hasta saciarse. Cuando hubo terminado le sobrevino un cansancio repentino y cayó profundamente dormido.

Al despertar vio una lanza apuntándole, sobresaltándose saltó, pero comprobó que estaba rodeado:

_ ¿Quién eres? _ dijo la voz de un niño, Saulo no podía creerlo

_ Me llamo Saulo _ las palabras se enredaron en sus labios, en parte por miedo y porque hacía muchos días que no hablaba con nadie

_ Tienes que venir con nosotros _ dijo una niña un poco menor que él _ si te resistes tendremos que eliminarte, Saulo prefirió hacerles caso.

Caminaron hasta los dormitorios en la última planta, mientras caminaba comprobó que muchos niños salían de sus escondites para ver lo que acontecía; vio a más de cien niños, algunos con lanzas, otros con puñales, otros con palos y los demás con armas fabricadas por ellos mismos.

En la última planta fueron a ver al jefe de los huérfanos y para sorpresa de Saulo era Abram. Ambos se abrazaron llorando

_ Perdóname _ decía Saulo entre lágrimas _ no pude salvarte, su amigo que tampoco paraba de llorar agregó

_ No te preocupes, ahora estaremos juntos para siempre, los mayores se fueron de la ciudad sin decir nada y nosotros aprovechamos para eliminar a los que quedaron aquí _ en ese momento Saulo recordó lo que había escuchado en el pueblo

_ Hermano mío, tenemos que irnos, unos bárbaros vienen desde el este _ Abram lo miró extrañado

_ ¿Quién dice eso?

_ Según escuché el profeta lo dijo y agregó que teníamos que ir a Azielpa _ el joven Abram llamó a todos los niños que se encontraban en el orfanato, cuando no faltó nadie dijo

_ Un profeta habló diciendo que íbamos a ser atacados _ los demás hablaron algo en voz baja _ ¿recuerdan lo que decía la bondadosa Martha acerca de los profetas? _ a coro todos los niños respondieron

_" Un profeta siempre tiene la razón "_ Abram sonrió

_ Pues a que estamos esperando, recojan toda la comida que podamos necesitar, nos espera un largo camino hacia la capital, pero juntos somos inseparables _ Levantando la mano preguntó _ ¿Quién está conmigo? _ todos los niños respondieron unánimes a una sola voz

_ Yo.

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Eriel Ricardo Velázquez

Eriel Ricardo Velázquez

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2024-01-09

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Estrella Mustelier

Estrella Mustelier

Pobre niño

2024-01-08

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