Esa semana en la clase de educación física, el profesor nos organizó en dos equipos para tener un enfrentamiento amistoso de básquetball.
Mientras nos preparábamos calentando, no pude evitar que mi mirada se desviara constantemente hacia Ethan. Él corría ágilmente de un lado a otro botando el balón, con notoria habilidad.
De pronto sentí mi pulso acelerarse sin motivo y una molesta opresión en el pecho que nada tenía que ver con mi enfermedad cardíaca. Fruncí el ceño e intenté normalizar mi respiración.
—Contrólate Harper, no es momento para que te fallen las fuerzas,— me amonesté en voz baja.
Obviamente estaba ante un simple episodio más de mi condición de salud, el estrés del juego desatando los síntomas. No podía haber otra explicación para esa súbita taquicardia al mirar a Ethan.
Sacudí la cabeza, enfadado conmigo mismo por permitirme esa clase de distracciones tontas. Tenía que mantener la mente despejada si quería rendir en el partido.
Así que tomé una resolución consciente de no volver a mirar hacia donde estaba Ethan el resto de la clase. Era la única forma de controlar esas molestas palpitaciones irregulares...
Para mi mala suerte, Ethan y yo quedamos en equipos rivales para el partido. Lo vi sonreírme confiadamente desde el otro lado de la cancha mientras se estiraba, claramente anticipando un juego reñido pero amistoso.
Intenté devolverle el gesto pero me salió una mueca tensa. Por más que luchara por no mirar, mis ojos acababan traicionándome y desviándose discretamente hacia él.
Y para empeorar la situación, el uniforme deportivo no hacía más que acentuar esos pequeños músculos que comenzaban a definir sus brazos y piernas con la adolescencia.
Sacudí la cabeza bruscamente, furioso conmigo mismo. No podía permitirme ese tipo de pensamientos, seguramente estaba sólo algo sugestionado ante la expectativa competitiva. Sí, tenía que ser eso.
El pitido inicial me sobresaltó. Vi a Ethan alejarse raudo a ocupar su posición con esa energía desbordante tan característica. Suspiré y corrí a ubicarme también, anticipando un encuentro muy accidentado para mi agitado pulso.
Tal como temía, conforme el juego avanzaba mi pulso se tornaba más y más errático. Pero esta vez no tenía nada que ver con mi enfermedad cardíaca habitual.
El motivo de mis síntomas estaba demostrando ser un formidable jugador. Ethan corría de un lado a otro con incredulble agilidad, burlando oponentes y armando jugadas certeras que ponían en aprietos incluso a los más hábiles de nuestro curso.
—¡Marca a Steven, no dejes que avance!— le gritaba a un compañero mientras robaba un balón y se la pasaba a otro del equipo para una entrada perfecta.
Yo intentaba cumplir mi rol de defensa, pero la velocidad y destreza de Ethan me superaban con creces. En minutos, su equipo consiguió una sólida ventaja ante nuestra impotencia.
—¡Vamos Harper, no puedes dejar que te gane tan fácil!— me retó en son de broma mientras me regateaba otra vez camino a la canasta.
Apreté los dientes, enfadado con mi mediocre desempeño. Pero mi cuerpo ya no respondía igual que antes. Todo por culpa de esa inoportuna taquicardia desatada ante el deportista en que se estaba convirtiendo Ethan.
Con el correr de los minutos, Ethan pasó de ser simplemente un buen jugador a convertirse en una auténtica estrella dominando el campo. Sus continuos amagues, fintas y tiros certeros terminaron por desmoralizar a nuestro equipo.
Incluso el profesor no podía disimular su asombro ante la habilidad innata de Ethan para un deporte que recién estaba practicando en la clase.
—¡Ethan! ¡Ethan!— coreaban sus compañeros cada vez que lograba otro enceste imparable.
Y vaya si los conseguía...pronto la diferencia de canastas a favor de su equipo superó los 20 puntos de ventaja ante nuestra impotencia.
Yo ya ni siquiera me esforzaba en intentar bloquear sus avances, resignado a quedarme parado observando esos giros y fintas imposibles que nos dejaban a todos pasmados.
La rivalidad entre los equipos aumentaba con cada canasta de Ethan. Pronto el gimnasio se llenó de una atmósfera competitiva electrizante.
Las chicas de las gradas comenzaron a corear entusiasmadas —¡Ethan, Ethan!— cada vez que lograba otro enceste impensable. Me di cuenta que más de una lo miraba embelesada, siguiendo cada uno de sus movimientos con admiración.
Algo amargo se instaló en mi garganta al notarlo. Intenté convencerme que era sólo la frustración de ir perdiendo, pero en el fondo sabía que había más. Me molestaba que de pronto Ethan acaparara toda la atención.
Mis compañeros de equipo también lucían progresivamente más irritados, incapaces de defenderse ante la habilidad avasallante de Ethan. Algunos incluso habían dejado de intentarlo, parados a medio campo observando resignados sus continuas proezas deportivas.
Otros en cambio optaron por jugar más bruscamente, entrando a quitarle la pelota con tackleadas rabiosas. Pero ni aún así lograban detener el torbellino en que se había convertido Ethan, quien sorteaba los embates y continuaba anotando canasta tras canasta ante los vítores femeninos.
En un forcejeo por la pelota, uno de mis compañeros le propinó un codazo que por poco lo derriba. Ethan trastabilló pero logró mantenerse en pie, sorteando el embate sin dejarse amedrentar.
Apreté los puños, sintiendo como una rabia irracional se apoderaba de mí. No entendí de dónde salió ese impulso irrefrenable de defender a Ethan. Sólo sabía que nadie tenía derecho a propasarse así con él.
El partido había alcanzado un climax de rivalidad frenética. Mis compañeros embestían a Ethan cada vez con más rudeza, desesperados por frenar sus avances imbatibles.
En un contraataque, Will interceptó un pase largo. En vez de pasármela a mí que estaba desmarcado, la retuvo en una maniobra evasiva y se dispuso a avanzar él solo sorteando rivales.
Frustrado, me quedé estático observando incrédulo cómo perdía otra vez la posibilidad de tocar la pelota. Fue entonces cuando sucedió.
Will intentó un tiro imposible completamente fuera de ángulo. La pelota salió disparada como un proyectil directo hacia mí. No tuve tiempo de esquivarla o protegerme.
El balonazo me dio de lleno en la cabeza, derribándome aturdido al suelo. Un dolor explosivo nubló mi visión mientras sentía la tibia humedad de la sangre brotando de mi ceja abierta.
Aturdido, me incorporé sobre una rodilla y escupí sangre que se había acumulado en mi boca. Los murmullos se convirtieron en carcajadas de mis propios compañeros, burlándose de mi mediocridad que me había hecho blanco de un pelotazo en la cara.
Apreté los dientes furioso, sintiéndome humillado. Esto había sido intencional, lo sabía. Will me odiaba y seguro había calculado su tiro para dejarme en ridículo como una venganza por algo que ni siquiera entendía.
De pronto sentí pánico. La sangre en mi cara delataba la gravedad de mi condición ante todos.
Temblando, me puse de pie dispuesto a salir huyendo de la cancha. No podía arriesgarme a que alguien más lo descubriera.
Sentí un reconfortante apretón en el brazo. Me volteé para encontrarme con la mirada preocupada de Ethan, quien había abandonado el partido para acercarse a auxiliarme.
—Harper, eso se ve feo. Vamos a la enfermería a que te revisen — me dijo con voz suave.
Me sentí abrumado por un cúmulo de emociones encontradas. Me conmovía que alguien mostrara genuina preocupación por mi bienestar. Pero también me aterraba la cercanía de Ethan, temiendo que notara algo extraño o descubriera mi secreto.
—No... no es necesario. Estoy bien, en serio Ethan — balbuceé intentando zafarme, pero la tibia sangre seguía rezumando por mi rostro.
—Tonterías, esto puede ser grave. No seas terco — replicó Ethan con firmeza.
Antes de que pudiera objetar más, le hizo una seña al profesor y lo llamó a un costado. Intercambiaron unas palabras y el profesor asintió, dando su consentimiento.
Ethan regresó junto a mí y pasó un brazo alrededor de mis hombros para servirme de apoyo.
—Vamos Harper, yo te acompaño para que te atiendan — insistió mirándome directo a los ojos, lleno de genuina preocupación.
Perdí el habla ante esa mirada y sólo pude asentir, dejándome guiar por él fuera de la cancha. Me sentía patético por necesitar que alguien me rescatara, pero también extrañamente reconfortado de saber que a Ethan realmente le importaba.
Apoyado en su hombro, salí cojeando del gimnasio rumbo a la enfermería. Al menos este incidente me había librado de seguir haciendo el ridículo en la cancha...aunque ahora temía que mi secreto estuviera en mayor riesgo que nunca.
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Updated 110 Episodes
Comments
Dairis
Jeje te aseguro que no es taquicardia
2024-02-27
3
💕💕Diana 💞💞👄
va a ver encuentro entre los dos o que ya porfa 🤪🤪
2024-01-05
3