9. Ethan

Las palabras de Will y Oscar sobre la soledad de Harper no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Por mucho que lo detestara, esa nueva faceta suya despertó cierta intriga y hasta quizás un poco de lástima.

—Oye, mira a Harper por allá,— me comentó Sarah durante el almuerzo, señalando discretamente a una mesa apartada. efectivamente, Harper comía solo, alejado del resto como de costumbre.

—Sí, ya me contaron que no tiene amigos cercanos,— comenté pensativo —Quizás por eso es tan insoportable—.

—Puede ser,— asintió Sarah. —La verdad nadie lo entiende, es tan distante y cortante....

Observé a Harper recoger su bandeja y alejarse cabizbajo del comedor. Sentí una punzada de compasión hacia su perpetuo ostracismo.

—Sabes...creo que intentaré hablar con él,— resolví de pronto, para sorpresa de Sarah.

—¿En serio?

—Bueno, le reestragare en la cara que le gane en los exámenes— mentí, más para mi mismo que para Sarah.

— Buena suerte con eso, supongo— se burló ella.

Sonreí y me puse de pie antes de perder el valor. Por más que Harper fuera insufrible, merecía al menos un gesto amistoso. Tal vez incluso podríamos llegar a entendernos. Tal vez si nos entendíamos, podría olvidar mi pasado y no hablar a nadie de lo que había hecho.

—Hey, Harper...— lo llamé al salir tras él del comedor.

Harper se volteó con actitud defensiva, claramente sorprendido de que lo abordara voluntariamente después de nuestros últimos enfrentamientos.

—¿Y ahora qué quieres?— preguntó con recelo.

Titubeé un poco, rascándome la nuca con incomodidad ante su hostilidad.

—Eh...me preguntaba si te gustaría...pensar que soy un imbécil y olvidar todo— tanteé con cautela.

Harper enarcó ambas cejas, incrédulo.

—¿Perdón?— replicó mordazmente.

—Bueno, algo así,— admití encogiéndome de hombros.

Harper entrecerró los ojos, escudriñándome con desconfianza. Luego soltó un resoplido burlón y negó con la cabeza.

—Ahórrate el esfuerzo. Gracias, pero no,— respondió cortante.

Sentí que la rabia hervía dentro de mí al verlo alejarse tan campante tras insultarme otra vez. ¿Cómo se atrevía a despreciar mis intentos de acercamiento una y otra vez?

Esta vez no pude contenerme.

—¡Maldita sea, Harper! ¿Cuál es tu problema?— exploté. —¿Por qué no puedes simplemente aceptar mi oferta de paz?

Algunas personas voltearon ante mis gritos pero no me importó. Estaba harto de sus desplantes.

Harper se detuvo y ladeó la cabeza con una mueca de fastidio.

—Baja la voz, estás llamando la atención, idiota,— siseó.

—¡Me importa un bledo!— repliqué fuera de mí. —Lo único que intento es ayudarte pero tú insistes en rechazarlo todo como un perfecto imbécil. Entonces sí, maldigo tu terquedad.

Harper endureció la mirada y dio unos pasos hacia mí en actitud amenazante.

—Contrólate si no quieres que te doble la cara aquí mismo,— advirtió. —Y te repito: deja de buscarme. No necesito ni quiero nada de ti ¿entiendes? Así que aléjate, te lo digo por tu propio bien.

La actitud esquiva de Harper estaba colmando mi paciencia. Solo trataba de ser amable, ¿por qué tenía que comportarse como un completo imbécil?

—Sabes qué, ya estoy harto Harper,— estallé. —Sólo me tratas como basura. ¿Cuál es tu maldito problema?

Harper volteó con parsimonia y esbozó una sonrisa torcida.

—Ay, pobre ingenio, ¿lastimé tus sentimientos?— se burló con falsa condescendencia. —Admítelo, te molesta no poder manipularme, ¿Es que si no hago nada de lo que dices también me mandaras al hospital?

Apreté los puños, furioso, pero intenté controlarme. Eso era precisamente lo que él quería.

—Bien, piensa lo que quieras,— repliqué tragándome la rabia. —Pero vas a tener que dejar de verme como un imbécil en algún momento.

La sonrisa de Harper se ensanchó aún más.

—Lo siento, pero es que no te puedo ver de otra forma,— replicó encogiéndose de hombros con un brillo divertido en la mirada.

Harper soltó una risa burlona.

—Sigue soñando. Yo jamás tendría de amigo a alguien como tú,— declaró despectivo. —Así que no malgastes saliva ofreciéndome tu amistad.

Sentí la sangre hervir ante su obstinado rechazo.

—Eso solo lo dices por orgullo,— repuse. —Yo no quiero ser tu amigo, solo que dejes de mirarme como una mierda.

El rostro de Harper se ensombreció y por primera vez vi un atisbo de duda cruzar por sus ojos. Pero se recompuso rápidamente con otra mueca desdeñosa.

—Piensa lo que quieras, pero aléjate de mí,— sentenció dando por zanjada la conversación.

Tras el último desplante de Harper, me alejé de él sintiéndome profundamente herido. ¿Por qué insistía tanto en rechazar cualquier posibilidad de acercamiento?

No importaba cuánto intentara congeniar con él o tenderle la mano. Harper se empecinaba en mantener esa actitud hostil y distante, reforzando la brecha entre nosotros.

—Bien, haz lo que quieras, imbécil,— murmuré dolidamente mientras me iba.

En el fondo, una parte de mí todavía conservaba la esperanza de poder cambiar su postura cerrada si seguía intentando.

Pero conforme pasaban los días y Harper continuaba esquivándome con desdén, esa esperanza comenzó a morir, dando paso a la resignación.

Harper nunca iba a cambiar. Seguiría siendo el mismo insufrible egocéntrico incapaz de confiar en nadie. Tal vez sus barreras emocionales ya eran irreparables después de tanto tiempo en soledad autoimpuesta.

De pronto sus palabras burlonas cobraron sentido con triste claridad:

—Yo jamás tendría de amigo a alguien como tú...

Suspiré abatido, dejando morir la última brasas de optimismo. Harper era un caso perdido, inmune al acercamiento. El más obstinado y completo imbécil que había conocido. Yo era el más imbécil porque tenía miedo de que hablara de mi pasado, pero llegué a un punto en donde pensé que jamás lo haría.

Ese fue el momento en que me rendí. Harper no cambiaría, pero al menos no hablaría sobre mi pasado si me mantenía en calma.

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