Era día de una de mis rutinarias citas médicas, por lo que mamá pasó temprano a recogerme para dirigirnos al hospital.
Durante el camino mantuve la vista fija en la ventanilla, contemplando el paisaje urbano con actitud ausente. Siempre me invadía una profunda melancolía en estos días, al tener que confrontar la cruda realidad de mi condición a través de interminables estudios y evaluaciones clínicas.
Al llegar nos dirigimos directo a laboratorio para la extracción sanguínea y demás análisis iniciales. Luego pasamos a la sala de cardiología, donde la enfermera nos hizo pasar a la consulta del Dr. Connors, mi médico tratante.
Intercambié con mamá una mirada cómplice mientras tomábamos asiento. El Dr. Connors llevaba mi caso desde pequeño y se había convertido en un viejo conocido, casi de la familia. Siempre me tranquilizaba ver su rostro afable de cabello canoso cada visita.
Tras saludarnos afectuosamente, el médico tomó mi tabla de evolución clínica y se puso al tanto de mis antecedentes recientes. Llegaba el momento de conocer sus impresiones sobre mi estado dieses últimos meses y los eventuales ajustes en el tratamiento.
El Dr. Connors revisó en silencio cada página de mi historial, deteniéndose particularmente en los últimos resultados de laboratorio y pruebas cardiológicas. Finalmente dejó la tabla sobre el escritorio y me miró con semblante grave. Supe de inmediato que venían malas noticias.
—Harper, lamento tener que informarte que los análisis confirman un importante deterioro en tu condición cardíaca desde la última visita— informó con voz queda. —La enfermedad ha seguido su avance y temo que ya estamos en una etapa terminal—
Sentí como si me hubieran golpeado el estómago. A mi lado, mamá se echó a llorar silenciosamente. Yo me limité a bajar la mirada, incapaz de articular palabra.
—Considerando el rápido avance en los últimos meses...me temo que apenas te quedarían unos meses para que los efectos se empiecen a notar— continuó el Dr. Connors con dolorosa gentileza.
Pero su voz parecía llegar de muy lejos. Mi mente estaba inmersa en una tormentosa niebla de estupor, negación y también cierta resignación. Desde pequeño vivía aferrado a un plazo existencial que sabía escaso y frágil. Inevitablemente, mi hora había llegado antes de tiempo.
Tras darme unos minutos para procesar la impactante noticia, el Dr. Connors se aclaró la garganta y adoptó una actitud más esperanzadora.
—Harper, sé que esto es muy difícil de asimilar, pero quiero que sepas que aún tenemos opciones— manifestó inclinándose sobre su escritorio hacia mí.
Levanté la vista, sin atreverme aún a sentir optimismo.
—Existe una nueva técnica quirúrgica que podría revertir el daño en tu corazón— explicó. —Es una cirugía muy delicada pero con alta tasa de éxito en otros casos similares al tuyo, pero tenemos que hacerlo en la brevedad posible antes de que tú enfermedad empeore—.
Mamá dejó escapar un suspiro de alivio, como si le hubieran devuelto la vida. El Dr. Connors le dedicó una sonrisa gentil y luego volvió su atención hacia mí.
—No te mentiré, la operación y recuperación implican mucho estrés. Pero de salir bien, esa cirugía podría extender tu expectativa de vida casi a la normalidad—.
Sentí que un rayo de esperanza atravesaba la tempestuosa nube en mi pecho. ¿Realmente aún había chance de una vida larga y plena para mí? Casi sonaba demasiado bueno para ser verdad.
¿Debía arriesgarme a ese tabla de salvación y sus riesgos implícitos con tal de ganarme el futuro?
Me invadió una total confusión emocional. Durante años había asumido con resignación que mi vida sería breve e irremediablemente fatal. Me había preparado para un final prematuro ineludible.
Pero ahora, ante esta inesperada posibilidad de cura definitiva, sentí como si el piso se tambaleara bajo mis pies. De pronto el panorama de un futuro extenso, algo que siempre me había sido vedado, se expandía tentador ante mis ojos.
Sin embargo, esa cirugía experimental implicaba sus propios riesgos, con la remota pero angustiante posibilidad de un desenlace aún más fatídico bajo el escalpelo.
Poseído por la confusión, sopesaba en mi fuero interno ambas alternativas, ninguna exenta de eventuales resultados terribles. ¿Cuál era el mejor camino a seguir?
Fue entonces cuando el rostro sonriente de Ethan cruzó mi mente. Pensar en nuestra creciente amistad y las mil aventuras que aún no vivíamos juntos encendió en mí una emotiva chispa de vitalidad.
La cirugía experimental significaba una esperanza real de curación total, poder hacer una vida normal e incluso formar una familia propia algún día. Pero por otro lado, el procedimiento era muy invasivo con chance de complicaciones severas e incluso muerte prematura en la sala de operaciones.
Si optaba por no intervenirme, mi vida llegaría a su fin en apenas unos meses pero al menos transcurriría en relativa tranquilidad ese tiempo con mis seres queridos.
Era una decisión realmente desgarradora, que implicaba considerar el verdadero sentido de mi existencia y prioridades vitales en este momento crucial.
Tras largos minutos de dolorosa deliberación interna, concluí que aún no me sentía preparado para tomar una determinación definitiva. Necesitaba procesar mejor ambas opciones.
—Dr. Connors...le pido por favor algo más de tiempo para pensar mi decisión con calma— musité finalmente.
Él asintió con expresión comprensiva. Sabía que sea cual fuere el camino que finalmente eligiera, significaba una profunda e irreversible transformación en mi realidad actual.
Y debía estar completamente seguro de cómo deseaba que fuera el último capítulo de mi historia personal.
Tras asentir a mi pedido de tiempo para decidir, el Dr. Connors procedió a extender nuevas recetas e indicaciones para cuidar mi salud.
Mamá las recibió en silencio, demasiado abrumada aún por la montaña rusa emocional de noticias que acabábamos de recibir.
Al retirarnos, la noté demacrada y ojerosa, como si de pronto hubiera envejecido diez años. Supe que estaba haciendo acopio de entereza por mí, después de que papá prácticamente huyera de nuestras vidas al conocer mi diagnóstico años atrás.
Sentí una punzada en el pecho que nada tenía que ver con mi dolencia cardíaca. Mamá se había desvivido por sacarme adelante, hasta el punto del agotamiento. No era justo que ahora tuviera que pasar sola por este tormento.
Con delicadeza tomé su mano mientras salíamos por los pasillos del hospital a paso lento. Ella me miró conteniendo las lágrimas.
—Mamá, saldremos juntos de esta, como siempre lo hemos hecho— le aseguré, tratando de imprimirle convicción a mi propia voz incierta.
Ella asintió y besó mi frente. Sabía que mi apoyo era ahora su mayor fortaleza ante la adversidad. Debía ser fuerte por ambos.
Mientras regresábamos a casa, no podía sacarme a Ethan de la cabeza. Recordé entonces por qué siempre había evitado lazos profundos de amistad desde mi diagnóstico.
No quería encariñarme de nadie para evitar el sufrimiento de una inevitable despedida. Y ahora el destino me había hecho trabar este fuerte vínculo con la persona menos esperada.
¿Cómo reaccionaría Ethan ante la noticia de mi dramática cuenta regresiva vital? Seguro le destrozaría emocionalmente, incapaz de concebir siquiera la posibilidad de perderme en pocos meses.
Observé a mi madre, devastada y apenas sosteniéndose por no derrumbarse frente al volante. No podía permitir que nadie más viviera ese tormento anticipado de mi partida.
Quizás debía comenzar a tomar distancia de Ethan, por su propio bien. Tal vez mentirle, hasta que un día desapareciera de su día, era mejor que supiera a que lo habia desechado como basura a que se enterará de que estaba muerto.
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Comments
Guada
noooooo
2024-04-06
0
Guada
no se, pero no pierdas las esperanzas Harper
2024-04-06
0
Guada
y por que no le dijo antes que había esa cirugiaaaa
2024-04-06
0