CAPÍTULO TRES

—Sinceramente, no sé por qué se enojó.— Dije sin poder levantar la mirada, me incomodaba mucho toda la atención que estaba recibiendo.

—Ella es demasiado exagerada.

—Yo pienso que solo buscaba desquitarse con alguien.

Sin duda la aceptación de la gente podía hacer sentir bien a alguien.

—No es por ser mala gente, pero Natalia es rara.— dijo otro chico.— ¿Por qué te sentaste con ella?

Levanté los hombres y dije—Ella siempre fue muy tranquila.

Agradecí que justo tocó el timbre que indicaba el final de la jornada. De verdad, ya no quería seguir hablando de esa pelea tan tonta y sin sentido que había armado Natalia.

Cuando llegue al aula comencé a guardar mis pertenencias, saqué el dinero que le debía a Arián y miré hacia su escritorio, pero él ya no estaba ahí, recorrí con la mirada el salón de clase y lo vi saliendo por la puerta. Caminé para alcanzarlo y llamé su nombre en medio del pasillo, él se detuvo y giro para verme.

Reduje la distancia y le ofrecí el papel en mi mano. —Es el dinero del agua. Gracias.

El tomo el dinero y lo guardo en su bolsillo.—De nada.— Dijo y se quedó parado como dudando de si irse o no.

—Soy compañero de Natalia desde kínder, no es la primera vez que hace algo así. No te preocupes, pero deberías alejarte de ella.

—Ah, sí, bueno, gracias.— No sabía que más decir, él estaba frente a mí dándome palabras consoladoras que jamás espere recibir.

Él pareció contagiarse de la incomodidad. Se rascó la nuca y dijo:—Bueno, me voy. Nos vemos.

—Sí, adiós y gracias.— Volví a agradecer. Él sonrió y se dio la vuelta para seguir su camino.

Fue incómodo porque los dos íbamos hacia la salida del instituto, aunque ya nos habíamos despedido, seguimos caminando casi a la par. Al llegar a la calle miró en mi dirección y preguntó.

—¿Hacia dónde vas?

Señale la dirección que tenía que tomar para llegar a mi casa y dije:—Hacia allá, ¿por qué?

—Yo también, vamos juntos, es incómodo seguir caminando así.

Solté una risita nerviosa y asentí. Claramente, yo sabía que él tomaba el mismo camino por un par de cuadras, pero no se lo iba a decir.

—Ayer vi que subiste una historia de dos bebés, ¿son tus hermanos?— Preguntó él.

—No, ellos son mis sobrinos.

—Ah, son muy lindos, yo tengo una hermana de cinco años, ella es muy delicada, si llega a rallarse la cara así podrían salirle ronchas.— Después de una pausa continúo. —Deberían tener cuidado.

—Sí, quise quitarles la tinta de inmediato, pero me di cuenta de que era marcador permanente.

—¿Qué?— Arián me miró con ojos sorprendidos. Inconscientemente, imité su expresión y hablé.

—Ellos siguen con sus caras rayadas.

Arián me miró por unos segundos más y se río. Después de eso no sabía qué decir y él continuó caminando en silencio. Todo lo que decíamos parecía un poco tosco y el ambiente no dejaba de ser incómodo. Afortunadamente, llegamos a la intersección dónde nuestros caminos se dividían.

—Nos vemos en clase.

—Adiós.

Fueron las últimas palabras que dijimos antes de finalmente dejar la atmósfera incómoda atrás.

Finalmente, nuestros caminos se separaron en esa intersección, él giraba a la derecha, dónde quedaba uno de los barrios más exclusivos de la zona, y yo, a la izquierda, hacia un edificio de oficinas, el cual ocultaba un viejo conjunto residencial, al que se accedía por un callejón un poco deteriorado.

"Espero no tener que caminar con él nunca más". Pensé.

Mi deseo se cumplió por el resto de la semana. Hubiera sido feliz si así fuera por lo que quedaba del último año de instituto, pero el día lunes, nuevamente nuestros caminos se cruzaron en esa intersección. Lo vi mucho antes de que llegara a la calle principal.

Arián lograba resaltar entre todos los adolescentes que caminaban por la zona escolar, él era el único que parecía limpio y fresco, incluso pensé que si me acercaba a él olería el agradable aroma del suavizante de ropa. Su atuendo le quedaba muy bien, y con los rayos del sol sobre él se veía etéreo.

Estaba tan perdida en mis pensamientos que no frene para evitar encontrarme con él. Cuando él se dio cuenta de mí, pareció dudar entre seguir como si no me hubiera notado o esperarme.

Al final se quedó parado, mirándome mientras terminaba de cruzar la calle. Aunque estoy segura de que ambos preferíamos ahorrarnos una caminata incómoda, él decidió esperarme.

—Buenos días.— Dijo con una pequeña sonrisa.

—Buenos días.— Respondí de vuelta.

No nos habíamos hablado en toda la semana, no más allá de saludos cortos y simples. Por mi parte, prefería que siguiera siendo así.

—Los lunes son muy molestos.— Comentó mientras bostezaba. Podía notar que tenía mucha flojera por la manera perezosa en la que caminaba.

—Tampoco me gustan.

—Entonces, ¿qué te gusta?— Me preguntó mientras sacaba un chicle y se lo metía en la boca.

—Mi cama.— Respondí sin pensar mucho.

Arián se río y saco otro chicle que luego puso frente a mí. Lo tomé y le dije gracias. Era uno de frutilla, pero a mí me gustaba más el de menta, aun así, no pensaba devolverlo.

El resto del camino fue un poco incómodo porque yo no sabía qué decir y él decidió permanecer callado durante el trayecto. Cuando entramos al instituto él sostuvo la puerta para mí, después de eso dude en seguir caminando con él o no, pero supuse que sí, ya que íbamos al mismo salón.

Al legar al salón, él volvió a abrir la puerta para mí, suavemente le dije gracias, solo recibí una sonrisa antes de dirigirnos respectivamente a nuestros escritorios.

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Comments

Melisuga

Melisuga

Hay amistades que empiezan de esa manera tan poco habitual, casi rozando o raro.

2023-10-31

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