Mónica soltó un grito de dolor cuando fue arrojada al interior de la habitación. Los quejidos escaparon de sus labios al tocar el suelo con brusquedad. Miró rápidamente a Alembergh, quien se encontraba en el pasillo, luchando con el infectado para protegerla.
— ¡Eso estuvo cerca! —dijo Alembergh, con dificultad, mientras intentaba mantener la calma. Mónica lo miraba aterrada, sin poder pronunciar palabra debido al dolor que la embargaba.
El infectado, sin embargo, no perdió tiempo. Con una fuerza sobrehumana, agarró a Alembergh y lo arrojó lejos de la puerta. Mónica soltó un grito de angustia al ver a su único protector ser lanzado hacia el pasillo.
— ¡No! —gritó Mónica, sintiendo un agudo temor al ver a Alembergh en peligro.
El infectado, ignorando a Mónica, se lanzó nuevamente hacia Alembergh. La lucha se reanudó con ferocidad. Alembergh se levantó rápidamente y tomó su rifle, listo para enfrentar al infectado.
— ¡Mierda! —murmuró Alembergh, sintiendo el dolor en su cuerpo. Sin embargo, no podía permitirse rendirse ahora.
Los ojos de Alembergh se abrieron de par en par al ver al infectado acercándose de nuevo. Una lucha encarnizada comenzó entre los dos. Alembergh se puso de pie rápidamente y, sosteniendo su rifle como si fuera un bate, se preparó para el enfrentamiento.
El infectado lanzó una serie de ataques salvajes, pero Alembergh retrocedía ágilmente, evitando ser alcanzado. En un momento crítico, Alembergh balanceó el rifle con todas sus fuerzas, impactando con fuerza al infectado.
Sin embargo, lo que sucedió a continuación lo dejó sorprendido. A pesar del impacto, el infectado apenas mostró signos de debilidad. Continuó avanzando hacia Alembergh con determinación.
— ¿Pero qué diablos son estas cosas? —se preguntó Alembergh, atónito al ver que su ataque apenas había afectado al infectado.
El infectado lanzó un nuevo ataque. Alembergh, retrocediendo, perdió su agarre en el rifle, que fue arrancado de sus manos por la fuerza del ataque. La lucha se volvía cada vez más desesperada mientras Alembergh luchaba por mantenerse con vida.
El rifle de Alembergh rebotó en el suelo, creando un eco vacío en el pasillo. Quedó momentáneamente desarmado y a merced del infectado que continuaba su frenético ataque. Alembergh se movía con agilidad, esquivando los violentos golpes del infectado, pero la situación se volvía cada vez más crítica.
— Maldita sea, estoy perdido. Si me golpea de nuevo, tal vez no la cuente —murmuró Alembergh en su mente mientras luchaba por mantenerse con vida. El sudor cubría su rostro mientras continuaba esquivando los ataques del infectado.
Sin embargo, una voz desesperada resonó en el pasillo. La voz del científico infectado que yacía a su espalda. Suplicaba por el fin de su dolor y su sufrimiento.
— ¡Ayúdame! —imploró el científico infectado—. Acaba con este dolor infernal, te lo ruego, por favor.
Alembergh, momentáneamente distraído por las súplicas del científico, se volvió y le propinó un poderoso puntapié en el pecho, derribándolo nuevamente. Sin embargo, el respiro fue breve.
El infectado que lo acechaba aprovechó la oportunidad y lo golpeó con fuerza en el costado izquierdo. El impacto hizo que Alembergh se estrellara contra la pared, y un dolor punzante le recorrió el cuerpo. Alembergh escupió sangre por la boca debido al impacto, luchando por mantenerse en pie.
El científico infectado se puso de pie una vez más, y el otro infectado aulló como una bestia, avanzando hacia Alembergh. El suelo parecía moverse bajo sus pies debido al mareo que lo atormentaba.
Alembergh se sentía atrapado en una lucha desesperada contra fuerzas desconocidas. La frustración y la confusión se apoderaron de él. No sabía cómo enfrentar a estos infectados aparentemente indestructibles.
La esperanza parecía desvanecerse, pero Alembergh no podía permitirse rendirse. Estaba decidido a sobrevivir y a encontrar respuestas, incluso si eso significaba enfrentar lo desconocido con todas sus fuerzas.
Alembergh respiró profundamente, anticipando el próximo ataque del infectado. Con dificultad, logró esquivar el embiste del ser. En medio de la lucha desesperada, el científico infectado se lanzó hacia él, pero Alembergh reaccionó a tiempo, sujetándolo de los brazos y golpeándolo en el pecho con fuerza, enviándolo de vuelta al suelo.
Mónica observaba la batalla impotente desde el marco de la puerta. La frustración la invadía al sentir que no podía hacer nada para ayudar al soldado que luchaba por sus vidas. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, y su mente se llenó de autorrecriminación.
— No puedo ayudar a nadie. Siempre tengo que ser una carga. Siempre sacrifican sus vidas para mantenerme a salvo —pensó Mónica, llena de angustia.
Sin embargo, algo llamó su atención mientras veía a Alembergh luchar contra los infectados. La forma en que peleaba, sus movimientos, su estilo de combate... eran sorprendentemente similares a los de Santiago, el amigó al que había perdido. La silueta de Santiago se superpuso en la imagen de Alembergh, y Mónica abrió los ojos sorprendida.
— Esos movimientos y ese estilo de pelea son muy parecidos a cómo peleaba Santiago —pensó Mónica, sorprendida por la extraña similitud.
Alembergh, mientras tanto, continuaba luchando, aunque la realidad lo golpeaba con dureza. Cada golpe que daba a los infectados parecía inútil, ya que no mostraban señales de dolor. El desespero se reflejaba en su rostro mientras luchaba por mantenerse en pie.
El infectado avanzó nuevamente, preparándose para un ataque final. Alembergh, agotado y herido, estaba en una situación crítica.
— No importa cuánto los golpee. No muestran dolor alguno —pensó Alembergh mientras una lágrima resbalaba por su mejilla y caía al suelo. El dolor físico y emocional lo abrumaba.
Mónica, al ver que Alembergh estaba a punto de sucumbir ante las garras del infectado, no pudo contener su angustia.
— ¡No mueras, por favor! —le gritó con desesperación desde el marco de la puerta, sus ojos llenos de lágrimas, mientras el destino de Alembergh pendía de un hilo. Alembergh giró la mirada hacia Mónica, y en ese momento crítico, algo cambió en su expresión.
Mientras Alembergh miraba a Mónica desde la puerta, las palabras de su padre resonaron en su mente. "Salvar una vida, hijo, es el acto más noble que uno puede realizar", le recordaba su padre en sus recuerdos.
Alembergh entendió en ese momento la profunda verdad detrás de esas palabras. Había sufrido, luchado y arriesgado su vida para llegar hasta aquí. Pero ver a Mónica, llena de desesperación y miedo, le hizo comprender que todo el sacrificio había valido la pena.
Salvar una vida, incluso en medio del horror y el sufrimiento, era un acto de valentía y compasión. No solo era un regalo para la persona que se salvaba, sino que también llenaba el corazón de quien lo hacía de una satisfacción indescriptible.
Alembergh no podía rendirse ahora. Debía luchar, no solo por su propia supervivencia, sino por la vida de Mónica. El peso de esa responsabilidad lo llenó de determinación, y se puso de pie una vez más, dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo para mantener viva la esperanza. El sacrificio y el sufrimiento se volvieron insignificantes en comparación con la importancia de salvar una vida, y esa realización lo llenó de fuerza y coraje.
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