Capítulo 15: Entre el Fuego y las Sombras

La tensión en el pasillo era palpable mientras Alembergh y Mario repelían a los infectados uno por uno, apuntando con precisión a sus rodillas y haciendo que cayeran al suelo, inmovilizados. Sin embargo, el instinto de supervivencia de los infectados los impulsaba a arrastrarse hacia sus presas, sin detenerse ante la adversidad.

— ¿Algún plan? —preguntó Alembergh con urgencia, mientras continuaba disparando con rapidez. La distancia entre ellos y los infectados se reducía peligrosamente a medida que avanzaban por el pasillo.

Fue entonces cuando chocaron con una ventana. El espacio se había agotado, y la ventana los separaba del exterior. Alembergh miró por la ventana hacia la antigua construcción abandonada en el exterior. La zona parecía relativamente despejada, con algunos infectados merodeando, pero había suficiente espacio para correr y perderlos.

El respiro de alivio fue breve cuando regresaron su mirada al pasillo. Los infectados continuaban avanzando sin tregua.

— Se nos acabó el espacio —dijo Alembergh, con una nota de desesperación en su voz.

Sin embargo, lo que más preocupaba a Alembergh fue el sonido de clics vacíos que emanaba de sus armas. Ambos se quedaron sin municiones en el momento más crítico.

Alembergh, con los ojos abiertos de par en par, miró a Mario. La angustia lo invadía al darse cuenta de que estaban atrapados y desarmados.

— No tengo más municiones —dijo Alembergh con un temblor en su voz, su rostro reflejando su temor y frustración.

Mario, en contraste, sonrió con una expresión enigmática, como si hubiera encontrado una especie de resignación en su situación.

— Estos pueden ser nuestros últimos minutos juntos antes de que todo esto termine —dijo Mario, con una calma sorprendente. Alembergh no podía entender por qué su compañero estaba sonriendo en un momento tan crítico.

La mirada confusa de Alembergh encontró a Mario sacando un cargador de municiones y ofreciéndoselo. La ironía de la situación no se escapó a Mario, quien disfrutaba de la sorpresa de su amigo.

— Solo quería ver esa expresión de miedo en tu rostro una vez más antes de que todo acabe —dijo Mario, su sonrisa demostrando su valentía ante la inminente amenaza de los infectados. Ambos recargaron sus armas y se prepararon para enfrentar lo que fuera que viniera.

El tiempo se desaceleró mientras Alembergh y Mario recargaban sus armas. La tensión era palpable, y los disparos seguían resonando en el pasillo estrecho y oscuro. A pesar de la gravedad de la situación, Mario decidió romper el silencio.

— Alembergh, ¿alguna vez has intentado volar desde un tercer piso? —preguntó Mario con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente en medio del caos.

Alembergh frunció el ceño, molesto por la aparente falta de seriedad de su compañero.

— ¿Qué estupidez estás diciendo? No es momento para tonterías —respondió Alembergh, mientras continuaba disparando hacia los infectados.

Mario aceptó la reprimenda de Alembergh con una sonrisa irónica. La gravedad de la situación era innegable, pero su actitud parecía desafiante.

— Tienes razón —respondió Mario, reconociendo la tensión en el aire. Alembergh mantenía la vista fija en su objetivo, tratando de mantener a raya a los infectados. Mario, por su parte, contemplaba el momento crítico que les rodeaba.

En el fondo de sus pensamientos, Mario hizo un comentario que no compartió en voz alta.

— Alembergh, si nos encontramos en la otra vida, espero que puedas perdonarme —pensó, con un dejo de resignación.

Pero antes de que Alembergh pudiera reaccionar, sintió un fuerte empujón en el pecho. Lo siguiente que supo fue el sonido del cristal rompiéndose en pedazos mientras salía disparado por la ventana. La sorpresa y el miedo lo invadieron mientras se precipitaba hacia el exterior.

— ¡¿Pero qué demonios?! —gritó Alembergh, asustado y confundido.

La caída parecía interminable, y la velocidad del viento aullaba en sus oídos. Alembergh no podía creer lo que estaba ocurriendo. Desde la ventana, Mario le dedicó una despedida silenciosa, con una sonrisa en el rostro.

Alembergh aterrizó en el suelo con un fuerte impacto, soltando un grito de dolor. La explosión de una granada resonó detrás de él, y una onda expansiva lo envolvió.

Mientras yacía en el suelo, protegiéndose el rostro de la explosión, observó con horror la ventana por donde había sido arrojado. Solo pudo ver fuego y humo. Mario ya no estaba allí.

Alembergh estaba solo en medio de un infierno, con su amigo muerto y rodeado de infectados. La angustia se apoderó de él mientras se preparaba para enfrentar lo que venía. No podía permitirse caer en la desesperación. Tenía que luchar por su vida, y, de alguna manera, encontrar respuestas a todo lo que estaba sucediendo.

Alembergh estaba rodeado por el fuego y el humo, las lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras miraba la ventana que se había convertido en una trampa mortal para su amigo Mario.

— ¿Por qué, Mario? ¿Por qué lo hiciste? —se preguntó con tristeza y enojo en sus ojos.

Pero su duelo fue interrumpido por un aterrador descubrimiento. Uno de los infectados emergió de entre las llamas y se lanzó hacia Alembergh. La sorpresa lo llenó de miedo, y en un acto instintivo, se levantó rápidamente y comenzó a correr.

Los infectados del patio lo acechaban, hambrientos y feroces. Alembergh agarró su rifle y se precipitó hacia la construcción abandonada, con el corazón latiendo desbocado en su pecho.

Sin embargo, la explosión había tenido un impacto en él, y su mundo comenzó a dar vueltas. Se tambaleó, luchando por mantener el equilibrio mientras corría.

— Debo seguir. No puedo morir aquí. —pensó Alembergh, determinado a sobrevivir a toda costa.

Al llegar a la entrada de la construcción, se encontró con unas escaleras subterráneas. Dudó por un momento sobre si debía bajar, pero el avance inminente de los infectados desde el exterior lo persuadió a tomar esa decisión. La oscuridad de las escaleras se extendía frente a él.

Mientras tanto, en el interior del edificio, los subordinados del sargento se preguntaban por el paradero de la joven Mónica.

— ¿Dónde está la joven? —preguntó uno de los militares, preocupado por la ausencia de Mónica entre ellos.

— No sé, tal vez ya está muerta —respondió su compañero con frialdad, mientras continuaban subiendo las escaleras con prisa, buscando una vía de escape de la pesadilla que se había desatado.

Alembergh, exhausto y herido, se lanzó hacia abajo de las escaleras, intentando encontrarse a los militares antes de que sea demasiado tarde. Intentó detenerlos, gritando.

— ¡Eh, alto! —exclamó, desesperado por obtener respuestas y advertirles. Pero el esfuerzo lo sobrepasó, y al dar un paso, perdió el equilibrio y cayó rodando escaleras abajo, en medio de la oscuridad y la incertidumbre.

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