Capítulo 5: Juramento de Supervivencia

El rugir de las armas y las explosiones de granadas llenaban el aire, creando un caos ensordecedor. Los infectados caían uno tras otro bajo el fuego de los soldados, pero cada vez más se abalanzaban sobre ellos. La pesadilla se cernía sobre el grupo militar, y las bajas se acumulaban a una velocidad alarmante.

El mayor, en medio de la refriega, agarró su radio portátil con desesperación. Sus ojos se llenaron de dolor al ver cómo sus subordinados caían frente a él, sabiendo que no podía hacer nada para salvarlos. Con voz firme, comenzó a transmitir su mensaje a su hijo, Alembergh, a través de la radio:

— Alembergh, mi valiente hijo...

El sonido de las armas de fuego y los gritos de los infectados se entremezclaban con sus palabras, creando un telón de fondo aterrador. El mayor continuó hablando, su voz llena de amor y urgencia:

— Si estás escuchando estas palabras, es porque el destino nos ha separado, y estoy a punto de enfrentar lo que viene. Pero quiero que sepas cuánto te amo y cuánto estoy orgulloso de ti. Eres un joven de 15 años, y ya eres todo un hombre.

El ruido de la batalla continuaba sin cesar, y el mayor apretó con fuerza la radio portátil, esperando que su mensaje llegara a su hijo en medio de la confusión y el peligro. La lucha era feroz, pero sus palabras eran una última voluntad, una guía en medio de la desesperación:

— Ahora, en este momento, te necesito más que nunca. Te pido que tomes mi uniforme y mi arma. Eres un soldado, y tienes un deber importante: proteger a los civiles, a la gente que necesita nuestra ayuda desesperadamente.

Los infectados continuaban avanzando, y el mayor sentía el peso de la responsabilidad de dirigir a su hijo en esta pesadilla. Sabía que debía darle instrucciones precisas para que sobreviviera:

— No intentes enfrentar a los infectados de frente. Tu misión principal es ganar tiempo y poner a salvo a todos los civiles que puedas. Si es necesario, dispara a las piernas de los infectados para ralentizarlos. La prioridad es la seguridad de los demás.

La angustia y el pesar se reflejaban en su voz mientras continuaba hablando con amor y sinceridad:

— Me duele no haber sido el padre que esperabas, y lamento no poder estar allí para protegerte. La vida nos ha llevado por este camino, y ahora te toca liderar y cuidar de los demás. Por favor, comprende que siempre te he amado profundamente.

El mayor guardó un momento de silencio, permitiendo que sus palabras se absorbieran en medio del caos de la batalla. Finalmente, se despidió con un tono de perdón:

— Te perdono por cualquier decepción que puedas sentir hacia mí y por no haber podido protegerte de esta pesadilla. Eres un joven valiente, y estoy seguro de que cumplirás con tu deber con coraje y honor.

Terminó la comunicación, esperando que su mensaje llegara a su hijo en medio del peligro que los rodeaba, con la esperanza de que Alembergh siguiera sus palabras y cumpliera con el deber de un soldado, incluso cuando la muerte acechaba en cada esquina.

Algunos soldados que lograron escuchar las últimas palabras del mayor a través de sus radios lo miraron con determinación en sus ojos. El mayor devolvió la mirada, asintiendo con la cabeza. Sabían lo que debían hacer, y su líder había dado una orden que no podían ignorar.

— Protejan a mi hijo —ordenó el mayor con firmeza—. Tomen los camiones y saquen a todos los civiles de aquí. Busquen un refugio seguro.

Un soldado, visiblemente preocupado, intentó plantear una objeción, pero las palabras del mayor resonaron en sus oídos, inquebrantables:

— ¡Es una maldita orden! —gritó el mayor, forzando a los soldados a regresar a los edificios.

El caos continuaba afuera, y los infectados se acercaban cada vez más. El mayor entendía que debía mantenerlos a raya mientras sus hombres intentaban evacuar a los civiles. Gritó nuevas órdenes:

— ¡Retrocedan! ¡No dejen que entren en los edificios!

Los soldados asintieron y obedecieron, volviendo a disparar contra los infectados que intentaban adentrarse en el edificio. Sin embargo, la situación se volvía cada vez más desesperada. Un infectado se aproximó a toda velocidad hacia el mayor, quien descargó su arma en un intento frenético de detenerlo, pero resultó inútil. El infectado lo derribó, y la radio se zafó de su cinturón en medio del forcejeo.

Alembergh, desde su habitación, escuchó la voz de su padre en la radio y la desesperación se apoderó de él:

— Papá, ¿qué está pasando? —preguntó con angustia.

El mayor miró la radio, una mezcla de emociones inundándolo al escuchar la voz de su hijo. Sin embargo, no tuvo tiempo para responder, ya que otro infectado se abalanzó hacia él, destruyendo la radio al pisarla. El mayor y el infectado se enfrascaron en un enfrentamiento a vida o muerte, mientras los gritos del oficial llamaban la atención de los soldados.

Los soldados respondieron al llamado de su líder y comenzaron a disparar contra los infectados, pero la situación era caótica. Las balas volaron y fragmentos de carne salieron despedidos por el impacto de las balas, pero la muerte del mayor parecía inevitable. El resto de los soldados intentó desesperadamente ingresar a los edificios para protegerse, pero los infectados se interponían en su camino, y las tropas que protegían el frente se veían abrumadas por la marea de criaturas despiadadas. La esperanza se desvanecía en medio del caos.

Alembergh, con el corazón oprimido por la impotencia, intentó desesperadamente comunicarse por la radio con su padre, pero el silencio del otro lado era devastador. Las lágrimas corrían por sus mejillas y caían en el escritorio, donde yacía la radio portátil inútil. En su mente, los pensamientos más oscuros y temerosos comenzaron a apoderarse de él. Sabía que no podía permitir que la muerte de su padre fuera en vano, que debía cumplir su última voluntad.

Con determinación y tristeza en su rostro, Alembergh se secó las lágrimas con la manga de su uniforme y se puso de pie. Era hora de actuar. Se dirigió a la habitación de su padre, sus pasos resonando en el silencio opresivo del lugar. Conocía el lugar donde su padre solía guardar las llaves del compartimiento secreto donde guardaba todas sus armas y equipo militar. Buscó en el cajón con manos temblorosas, sintiendo el peso de la responsabilidad que había caído sobre él.

El sonido de las llaves chocando entre sí fue un eco sombrío en la habitación mientras Alembergh las sostenía en su mano. Sabía que su padre le había confiado una tarea crucial, y no podía defraudarlo. El joven soldado estaba decidido a honrar la memoria de su padre y a cumplir con su última voluntad, protegiendo a los civiles y haciendo todo lo que estuviera a su alcance para mantener a salvo a aquellos que aún tenían la oportunidad de sobrevivir en este mundo devastado por la infección.

***Este trabajo esta bajo contratado con NovelToon y la piratería, como la reimpresión sin permiso, están estrictamente prohibidas.***

***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***