La fuerza de la puerta se abrió con brutalidad, golpeando a Diego en el rostro y haciéndolo caer al suelo con la nariz rota y sangrando profusamente. Mayra, llena de preocupación, se apresuró a acercarse a él.
— ¿Estás bien, Diego? —preguntó con ansiedad mientras se agachaba para revisarlo.
Sin embargo, la repentina aparición de un soldado los tomó por sorpresa. El soldado irrumpió en la habitación y levantó bruscamente a Mayra del brazo, alejándola de Diego.
— Aléjate de él, está infectado —gritó el soldado a Mayra mientras la apartaba de Diego.
La confusión se apoderó de Alex, quien observaba la escena sin comprender del todo lo que estaba ocurriendo.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Alex, tratando de entender la situación.
La habitación se llenó de caos mientras el soldado apuntaba su arma hacia Diego, quien yacía en el suelo, sangrando y atemorizado.
— ¡No estoy infectado! —gritó Diego, con pánico en su voz, mientras miraba aterrado el arma que lo apuntaba.
El soldado ordenó a su compañero que se llevara a Mayra de la habitación. La agarró bruscamente y la condujo fuera de la habitación junto con un pequeño grupo de sobrevivientes que también se encontraban en el pasillo.
Mayra, llena de temor por la situación, no pudo evitar preguntar:
— ¿A dónde me llevan?
Alex, desesperado por ayudar a Mayra, intentó avanzar hacia ellos, pero fue detenido por el soldado que le apuntaba con su arma, amenazándolo con disparar.
— Atrévete a dar un paso más, y te pondré una bala entre los ojos —advirtió el soldado, con el dedo en el gatillo.
Alex se sintió impotente mientras veía cómo se llevaban a Mayra, quien pedía ayuda y miraba hacia atrás, buscando desesperadamente su apoyo. La sensación de angustia se apoderó de él, mientras Diego y él se quedaban solos en la habitación, sin entender lo que acababa de suceder.
Diego, mientras intentaba detener el sangrado de su nariz rota, pensaba en la terrible ironía de la situación. Habían escapado de los infectados solo para enfrentarse a una amenaza más inmediata en su propio refugio seguro.
Los dos subordinados del mayor, tensos y alerta, giraron en el pasillo al escuchar los gritos angustiosos de alguien cerca de las escaleras de los dormitorios. Una persona se retorcía en el suelo, y su agonía era palpable en los desgarradores sonidos que emitía. Rastros de sangre marcaban el camino bajo la persona, una señal de que algo terrible había ocurrido.
— Algo no está bien —murmuró uno de los soldados, su mirada fija en el rastro de sangre—. ¿Qué fue lo que te pasó? —preguntó, manteniendo su arma apuntando hacia la persona en el suelo.
Los gritos de la persona se volvían cada vez más desesperados, mientras su cuerpo parecía convulsionar y retorcerse. La agonía que experimentaba era insoportable, y los soldados no sabían cómo reaccionar ante esta situación aterradora.
— ¡Manténme! ¡Por favor! ¡El dolor es insoportable! —gritaba la persona, cuyos ojos ahora se tornaban blancos debido al sufrimiento. Se retorcía en el suelo como si estuviera siendo atacada desde dentro.
Mientras los soldados intentaban entender lo que estaba ocurriendo, un estruendo repentino dentro de una bodega cercana los alertó. Una puerta se partió en dos y un infectado cayó al suelo desde el interior. Los soldados se dieron cuenta de que estaban rodeados.
— ¡Ayúdenme! —gritó el primer infectado, aún retorciéndose de dolor mientras se levantaba con dificultad. Sus venas comenzaron a volverse negras, una señal inequívoca de su transformación en una criatura de pesadilla.
El segundo infectado, por otro lado, se lanzó hacia los soldados con ferocidad, como una bestia enloquecida. No parecía sentir el dolor que atormentaba al primero. Sin dudarlo, los soldados comenzaron a disparar hacia los infectados.
El primero seguía gritando de dolor mientras el segundo se abalanzaba sobre ellos, pero los soldados rápidamente adaptaron su enfoque. Dispararon a las piernas de los infectados para hacerlos caer, buscando cualquier forma de mantenerlos a raya.
— ¡Corre! —gritó el soldado a su compañero, que estaba herido en la pierna izquierda después de un rasguño del infectado. A pesar del dolor, el compañero logró mantenerse en movimiento, ascendiendo las escaleras con dificultad mientras continuaban disparando.
La lucha contra los infectados se volvía cada vez más intensa y aterradora, pero los soldados sabían que debían seguir adelante si tenían alguna esperanza de sobrevivir en medio de este infierno que se había desatado en el complejo militar.
El compañero herido cayó de rodillas en las escaleras, el dolor en su pierna izquierda era insoportable. Su rostro reflejaba el sufrimiento mientras luchaba por mantener la compostura.
— Maldita sea, esto duele mucho —murmuró entre dientes, sintiendo una pulsación constante en su herida que se volvía cada vez más insoportable.
El soldado intentó aguantar el dolor mientras su compañero se mantenía a su lado. La herida se estaba infectando rápidamente, lo que solo empeoraba su situación.
— Vamos, tenemos que seguir adelante. Estar aquí es muy peligroso —dijo el soldado, extendiendo su mano hacia su compañero.
Con dificultad, el compañero herido tomó la mano del soldado y se puso de pie, subiendo lentamente por las escaleras. El dolor seguía siendo una tortura, pero entendía que quedarse en ese lugar los expondría aún más al peligro que acechaba abajo.
Mientras tanto, Alembergh lideraba a los sobrevivientes por delante, aterrorizado por los disparos y los gritos que aún resonaban en la planta baja. Los pocos sobrevivientes que lo seguían estaban igual de asustados.
Uno de los sobrevivientes, impulsado por el miedo, decidió huir del grupo y escapar por su cuenta. Alembergh intentó detenerlo, consciente de lo peligroso que podía ser aventurarse solo en ese caos, pero fue demasiado tarde. El sobreviviente desapareció entre uno de los pasillos.
Las pisadas que subían las escaleras rápidamente llamaron la atención de Alembergh. Su rostro palideció al darse cuenta de lo que se avecinaba.
— Son dos infectados, ¿qué voy a hacer? —se preguntó con terror en sus pensamientos mientras su mano temblorosa sostenía el arma.
Las siluetas de los subordinados del mayor comenzaron a aparecer en la parte superior de las escaleras, avanzando torpemente. Alembergh, presa del miedo, apuntó su arma hacia las escaleras. Sabía que debía proteger a los sobrevivientes que lo seguían.
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