Mónica emergió del edificio, perdiendo de vista a los dos soldados que se habían llevado a Santiago. Su expresión de preocupación se intensificó cuando no pudo ubicar ninguna señal de su paradero.
— ¿Dónde se metieron? —murmuró frustrada, mirando a su alrededor en busca de alguna pista. Sin embargo, sus intentos se vieron obstaculizados por la herida en su pierna, que la hizo tambalearse, casi cayendo de rodillas. El sufrimiento se reflejó en su rostro mientras luchaba por mantenerse en pie.
Escuchó la puerta abrirse detrás de ella y supo que tenía que tomar medidas rápidamente.
— Tengo que ocultarme pronto, o estaré en problemas —pensó Mónica. Con gran esfuerzo, se puso de pie y se adentró en la oscuridad de la noche.
Mientras tanto, el sargento abrió la puerta del edificio, pero antes de salir, fue detenido por un soldado que parecía confundido por su decisión.
— Sargento, ¿a dónde cree que va? —le preguntó el soldado, mostrando preocupación. —Ya es de noche y puede ser muy peligroso. No sabemos de lo que son capaces esas criaturas.
El sargento, con una sonrisa tranquila en el rostro, respondió con serenidad:
— Tranquilo, solo saldré a tomar un poco de aire. La noche está muy agradable.
El soldado insistió en acompañarlo por motivos de seguridad, pero el sargento educadamente lo rechazó:
— No, para nada, soldado. Continúe con sus deberes. Solo saldré a tomar un poco de aire.
El soldado finalmente se retiró, y el sargento salió al exterior del edificio, donde contempló las estrellas en el cielo. Sus ojos se dirigieron hacia la construcción abandonada, y caminó con determinación hacia el edificio subterráneo. La puerta se cerró detrás de él mientras sus pasos se alejaban, perdiéndose en la oscuridad.
En ese momento, Mónica lo observaba desde el costado de la puerta, con temor a ser descubierta. Su mirada se mantuvo fija en el sargento mientras este se alejaba, sin dejar de sentir una creciente inquietud en el aire de la base militar.
El otro soldado, con su rostro ahora visible, sacó una manopla de la bolsa de su pantalón y la colocó en su mano derecha. Miró a Santiago en el suelo, la sangre escurriendo entre sus dedos, y sin vacilar, golpeó brutalmente el rostro de Santiago. La sangre salpicó en todas direcciones mientras ambos militares reían ante el acto de violencia.
Su compañero fue por Santiago y lo levantó, agarrándolo por la espalda mientras el otro soldado continuaba golpeándolo sin piedad, convirtiendo su rostro en un desfigurado montón de carne magullada.
Mientras tanto, Mónica observaba desde su escondite, notando cómo el sargento miraba en todas direcciones antes de adentrarse en la construcción abandonada. La sospecha comenzaba a nublar su mente.
— El sargento actúa muy extraño —pensó Mónica—. ¿Será coincidencia que él también pase por donde los soldados se llevaron a Santiago? ¿O acaso él será también cómplice?
Con dolor en su pierna, Mónica decidió aguantar y salir en busca de respuestas. Avanzó con cautela, tratando de no ser descubierta por el sargento, mientras el dolor en su pierna se intensificaba con cada paso. La sangre comenzaba a manchar su vendaje, y una maldición escapó de sus labios.
La incertidumbre y la urgencia la impulsaron a continuar.
El sargento descendía lentamente las escaleras del edificio subterráneo, silbando una canción con aparente despreocupación. Al llegar al final de las escaleras, se detuvo en el marco de la puerta, observando la oscuridad con una mirada calculadora. Extraños sonidos de quejidos y dolor llegaron hasta él, como si alguien estuviera sufriendo.
Una sonrisa macabra se dibujó en su rostro mientras escuchaba los gemidos.
— Qué hermoso sonido —murmuró el sargento con una tranquilidad perturbadora—. Parece que la fiesta ha comenzado y se están divirtiendo sin mí.
Con pasos seguros, continuó caminando hacia el origen de los sonidos, sus pisadas resonando en el largo pasillo. La tenue luz de las lámparas de emergencia en lo alto de las paredes apenas iluminaba su camino.
— Parece que alguien está teniendo un buen momento —añadió el sargento con macabra diversión antes de girar en un pasillo, desapareciendo en la oscuridad.
Mientras tanto, Mónica avanzaba con cautela y dificultad, llegando al final de las escaleras. Sorprendida por el extraño lugar, notó que el sargento había desaparecido por completo.
— Supongo que fue un error venir sola —se regañó a sí misma—. Me apresuré al tomar esa decisión. Debería buscar a los demás, ellos sabrán qué hacer.
Estaba a punto de retirarse cuando escuchó uno de los gemidos de dolor que parecían provenir de lo lejos. El nombre de Santiago escapó de sus labios, preocupada por lo que estaba escuchando. Sin pensarlo más, Mónica se adentró en el oscuro pasillo, decidida a encontrar a Santiago a toda costa.
El sargento finalmente llegó a una puerta que dejaba escapar una tenue luz por debajo. Los ruidos brutales de golpes resonaban desde el interior de la habitación. El sargento observó la luz en el suelo a sus pies mientras escuchaba los sonidos de violencia que provenían de dentro.
Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de un solo tirón, haciendo que los dos soldados en la habitación saltaran del susto. Se alejaron apresuradamente de Santiago, quien yacía en el suelo, maltrecho por la golpiza que le habían propinado.
"Sargento", balbuceó uno de los soldados, claramente asustado por su inesperada llegada.
Sin prestar atención a sus palabras, el sargento se dirigió directamente hacia Santiago. Lo agarró del pelo y lo levantó, obligándolo a mirarle a los ojos.
"Vaya, ¡pero qué asco das!", exclamó el sargento al ver las venas verdes que sobresalían del lado izquierdo del ojo de Santiago.
Santiago, con dificultad, abrió los ojos al escuchar la voz del sargento. Sus miradas se cruzaron y luego se posaron en los dos soldados, abriendo los ojos de par en par al reconocerlos.
"¿Qué? ¿Acaso viste un fantasma?", se burló el sargento, ignorando las palabras de Santiago.
"Desgraciado", murmuró Santiago con dificultad.
El sargento se enfureció por la respuesta de Santiago y lo levantó aún más del pelo, lo que provocó un grito de dolor por parte de este último.
"Parece que no entiendes la situación en la que te encuentras, ¿verdad?", le dijo el sargento con frialdad antes de arremeter con fuerza, golpeando el rostro de Santiago. La sangre salió disparada por los aires, salpicando el uniforme del sargento. Observó la sangre con una mirada fría antes de volver a enfocarse en Santiago.
"Quiero que me cuentes todo lo que sabes al respecto", advirtió el sargento mientras se acercaba lentamente a Santiago—. Si no hablas, las cosas se pondrán aún más feas de lo que crees.
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Comments
Jajajajajaa
Que abusivos, ni siquiera me dicen el motivo
2024-01-20
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