Los subordinados del sargento, al ver a Alembergh rodar escaleras abajo, se hicieron a un lado, dejando que el cuerpo se precipitara por las escaleras. La confusión y el caos reinaban en el edificio mientras luchaban por encontrar una vía de escape.
— ¿Era una persona o un infectado? —preguntó uno de los militares, desconcertado por la extraña escena.
— ¿Qué importa quién haya sido? —respondió su compañero con un tono de urgencia—. Tenemos que escapar de aquí.
Alembergh, desde el fondo de las escaleras, se levantó con dificultad y extendió su brazo hacia ellos, tratando de advertirles sobre el peligro que les esperaba en esa dirección. Sin embargo, su voz apenas se escuchaba debido al fuerte golpe que había recibido en su caída.
Los subordinados subieron las escaleras, ajenos al peligro que los acechaba. Cuando llegaron al exterior, se toparon de frente con una horda de infectados que avanzaba hacia ellos.
— ¡No vayan en esa dirección! ¡Es peligroso! —gritó Alembergh, luchando por ser escuchado. Su voz sonaba apagada y desesperada.
Pero los subordinados ya habían salido del edificio. El horror se reflejó en sus rostros cuando se encontraron cara a cara con los infectados. Intentaron disparar, pero era demasiado tarde.
Las armas se descargaron descontroladamente, los disparos resonaron en el aire, y los gritos de los militares llenaron el pasillo mientras caían presa de los infectados.
Los infectados los atacaron sin piedad, arrancando trozos de carne de sus cuerpos, y la sangre salpicó por doquier. Los subordinados lucharon por sus vidas, pero no pudieron escapar de la voracidad de los infectados.
Alembergh, desde abajo, escuchó los horribles sonidos de la masacre. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras recordaba a su padre, a sus amigos Mario y Saúl, y a todos los sobrevivientes que había intentado proteger. La sensación de impotencia lo abrumaba.
— Todos están muertos —susurró Alembergh para sí mismo, con la mirada perdida.
Una lágrima solitaria cayó por su mejilla y se desvaneció en el suelo. Su mente se llenó de pensamientos oscuros, y una sensación de derrota lo envolvió. ¿Qué sentido tenía seguir luchando si no podía salvar a nadie?
Sin embargo, una voz desgarradora lo sacó de su abatimiento. Desde algún lugar en el edificio, se escucharon gritos de auxilio de una mujer. La desesperación en su voz era palpable.
— ¡Ayúdenme, por favor! ¡No quiero morir! —gritaba la joven, implorando por su vida.
Alembergh abrió los ojos de golpe, sorprendido por la voz que escuchaba. La determinación se apoderó de él, y se puso de pie, ignorando su propio dolor y agotamiento.
— ¡Mantente con vida! —murmuró, prometiéndose a sí mismo que no dejaría que esa voz desesperada se extinguiera. Se encaminó en dirección a los gritos de la joven, listo para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Mónica corría a tropezones, desesperada por su vida, mientras el infectado la perseguía implacablemente. Su pierna herida le causaba un dolor insoportable, y la sangre se derramaba, manchando su camino. Sus gritos de auxilio resonaban por los pasillos del complejo abandonado, pero parecían caer en oídos sordos, sin ayuda a la vista.
La joven, con lágrimas en los ojos, se giró y comenzó a arrastrarse sentada por el suelo, retrocediendo desesperadamente del infectado. El dolor y el miedo la consumían, y la sensación de estar atrapada en una pesadilla era abrumadora.
El infectado la acechaba como una bestia, emitiendo aullidos que eran más parecidos a rugidos animales que a sonidos humanos. En el fondo, se escuchaban los gritos de agonía del científico infectado mientras perdía el control de su cuerpo y se consumía lentamente.
— ¡No, por favor! —suplicó Mónica, esperando que el infectado aún retuviera algo de humanidad.
El infectado se lanzó sobre ella, y Mónica gritó, cubriéndose el rostro con las manos, preparándose para lo peor.
Fue en ese momento crítico cuando Alembergh apareció en un rodaje en el pasillo. Su arma resonó con un disparo certero, impactando en el infectado y evitando que atacara a Mónica.
— ¡Párate deprisa! —gritó Alembergh, urgente. Mónica, llena de miedo, se puso de pie rápidamente, y Alembergh continuó disparando contra el infectado, intentando mantenerlo a raya.
Mónica volvió la cabeza y miró a Alembergh con los ojos llenos de asombro y gratitud, mientras él luchaba desesperadamente para protegerla. El infectado, herido pero no derrotado, soltó un aullido de dolor y se lanzó nuevamente sobre Mónica.
Alembergh, decidido a no permitir que le hiciera daño a la joven, continuó disparando con determinación.
— ¡No lo permitiré! —le gritó, mientras luchaba por mantener al infectado a raya. La lucha por la supervivencia de ambos estaba en su punto más crítico.
El disparo a quemarropa alcanzó al infectado, haciendo que la carne y la sangre salieran volando en un macabro espectáculo. El infectado aulló de dolor y su manotazo falló por poco, pasando entre Alembergh y Mónica. Alembergh sujetó a Mónica, quien apoyó su peso en sus hombros, incapaz de decir una palabra.
Mirando hacia atrás, Alembergh vio una puerta que se encontraba a pocos metros. La distancia entre ellos y el infectado se reducía rápidamente.
— Vamos, intentemos llegar a la puerta —le dijo a Mónica en un susurro, mientras retrocedían lo más rápido que podían. Los disparos seguían resonando en el pasillo.
Sin embargo, la pesadilla pareció agravarse cuando Alembergh se dio cuenta de que había disparado su última bala. La frustración se apoderó de él al ver el rifle vacío.
— ¡Mierda! —exclamó Alembergh, frustrado por la falta de munición.
El infectado los miraba con ferocidad y se lanzó hacia ellos. Corrieron desesperadamente, con Mónica luchando contra el dolor en su pierna herida.
— ¡Vamos! Tenemos que seguir —le insistió Alembergh, mientras hacía lo imposible para que Mónica no cayera.
Finalmente, llegaron a la puerta. Mónica giró la perilla con urgencia, pero nada sucedió. La desesperación en su voz se notaba cuando habló.
— ¡No abre! —exclamó Mónica con angustia.
Alembergh giró para mirar al infectado que se acercaba rápidamente. Sintiendo una mezcla de frustración y determinación, tomó una decisión impulsiva. Dio una patada a la puerta, que cedió bajo el impacto, y arrojó a Mónica al interior.
El infectado lanzó su ataque, pero Alembergh se interpuso con el rifle.
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