Capítulo 7: Difíciles Decisiones en el Caos

La desesperación envolvía a Mónica mientras las sirenas seguían sonando, llenando el lugar de un caos ensordecedor. La confusión y el miedo se reflejaban en su rostro mientras esperaba la salida del científico. Sabía que cada segundo que pasaba aumentaba su riesgo de ser descubierta.

— ¿Qué está pasando? —se preguntó en voz baja, deseando entender la razón detrás de las alarmas que resonaban a su alrededor.

Mónica se sentía acorralada, como si estuviera atrapada en un laberinto de peligro y secretos. Miró hacia el lugar donde el científico se había ocultado.

— Debería salir ya del lugar, las alarmas están sonando —murmuró, sintiendo que cada momento de espera la exponía a un mayor riesgo. Con determinación, se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta, aunque su pierna herida le causaba dolor y dificultad para moverse.

Mientras tanto, el sargento y sus soldados avanzaban por los oscuros pasillos, alerta ante cualquier señal de peligro. El sargento notó a alguien alejándose en la dirección opuesta del pasillo, y rápidamente hizo una señal para que todos se recostaran contra la pared, fuera de la vista.

— Parece que encontramos a nuestra presa —informó el sargento en un tono bajo, su mirada concentrada en la figura que se alejaba—. ¿Y qué pasa? ¿Por qué no vamos tras ella?

Uno de los soldados expresó su desconcierto:

— ¿Es un infectado? Pero, ¿cómo pudo ingresar aquí? Todo debería estar resguardado por seguridad. Es casi imposible que logren entrar.

El sargento asintió con gravedad, recordando las ocasiones anteriores en que aquel grupo de jóvenes que habían cruzado las defensas.

— Tenemos que buscar la manera de deshacernos de él —dijo el sargento con determinación—. Manténganse alerta en todo momento. No sabemos cuántos más de esos encontrarán en el lugar.

Los soldados asintieron y continuaron avanzando con cautela, con sus armas listas y sus sentidos alerta ante la posibilidad de enfrentar a un enemigo inesperado en aquel intrincado complejo.

Alex corrió a toda velocidad hacia su dormitorio, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. El sonido de las sirenas llenaba los pasillos, y la luz roja parpadeante creaba una atmósfera de urgencia y peligro en todo el complejo. La gente corría en todas direcciones, sobrecogida por la situación.

Algunos sobrevivientes se apresuraban, preocupados y desorientados, mientras los soldados intentaban mantener el orden y la calma entre los civiles. Los rostros reflejaban la incertidumbre y el miedo, y las voces se alzaban en busca de respuestas. Sin embargo, los soldados parecían reticentes a proporcionar detalles sobre lo que estaba ocurriendo.

En medio de la confusión, el sonido de un disparo resonó en el pasillo, haciendo que todos se detuvieran y callaran, la atención de la multitud se centró en un grupo de soldados que intentaban restaurar la disciplina.

Uno de los soldados, enviado por el mayor, finalmente pudo dirigirse a la multitud preocupada:

— Escúchenme bien —exclamó con firmeza—. Regresen a sus dormitorios y empáquenlo todo lo necesario. Un grupo de soldados los escoltará hasta los camiones para abandonar este lugar.

Los civiles se miraron entre ellos, aún angustiados por la falta de información sobre la situación. Antes de que el caos se desatara nuevamente, el soldado disparó al aire, apuntando al techo.

— ¿Es que no escucharon? —gritó con autoridad—. ¡Les dije que regresen a sus habitaciones y tomen solo lo necesario!

La gente, temerosa y desesperada, comenzó a obedecer las órdenes del soldado. Regresaron a sus dormitorios, asegurando las puertas y empacando lo esencial, mientras esperaban la llegada del grupo de militares que los escoltaría a los camiones.

Alex, finalmente llegando a su dormitorio, encontró a Mayra y la abrazó con fuerza, sintiendo un alivio inmenso al verla a salvo.

— ¿Qué está pasando, Alex? —preguntó Mayra, al borde de las lágrimas.

Alex, con la respiración agitada, respondió con preocupación:

— No lo sé, Mayra. Es un completo caos afuera. Tenemos que empacar y marcharnos. Las cosas están fuera de control.

El sonido de cientos de pisadas resonaba en los pasillos, creando una cacofonía caótica. Entre la multitud, se escuchaban gritos desesperados instando a los soldados a correr más rápido. Alex y Mayra se aferraron el uno al otro, buscando respuestas en medio de la confusión.

Mayra, con los ojos llenos de temor, volvió a preguntar:

— ¿Qué está sucediendo afuera?

La preocupación en su voz era evidente. Alex, igual de inquieto, respondió:

— No lo sé, Mayra. Pero por cómo suena, no creo que sea nada bueno.

Con cautela, Alex se acercó a la puerta del dormitorio. Observó a los soldados corriendo por el pasillo, sorprendido por la intensidad de la situación. En ese momento, uno de los soldados notó a Alex en la puerta y se acercó a él.

— ¿Qué está pasando? —preguntó Alex, intentando obtener respuestas.

En lugar de recibir una respuesta, el soldado lo empujó bruscamente, haciendo que Alex cayera al suelo y se sentara de golpe. Mayra, consternada por la agresión, se apresuró a ayudar a Alex a ponerse de pie. Le tendió la mano con cuidado, preocupada por su bienestar.

— ¿Estás bien? —le preguntó con empatía.

Sin embargo, Alex rechazó bruscamente su mano y se puso de pie por sí mismo. Estaba visiblemente molesto por lo que acababa de suceder. Mayra lo miró con las manos en el pecho, desconcertada por su reacción.

Alex, visiblemente molesto por la situación caótica que se desarrollaba a su alrededor, se dirigió a sus pertenencias y comenzó a empacar con decisión. Mayra, mirando a Alex con una expresión confundida y triste en su rostro, no podía entender completamente su actitud.

— ¿Qué estás haciendo, Alex? —preguntó Mayra con preocupación en su voz, mientras observaba cómo Alex guardaba ropa en su mochila.

La tristeza se reflejaba en sus ojos por lo que estaba ocurriendo en el lugar que solían considerar su hogar. Alex, con una mirada sombría, respondió con firmeza:

— No ves lo que está sucediendo aquí. Me largo. La situación en este lugar es insostenible, y pronto esto se convertirá en un infierno.

Mayra se sintió abrumada por la perspectiva de quedarse sola en medio del caos. Alex tenía razón en que la situación empeoraría rápidamente. La incertidumbre y el peligro rodeaban su refugio, y era difícil determinar quiénes eran amigos y quiénes eran enemigos.

— ¿Dónde están los demás? —preguntó Alex con creciente preocupación mientras miraba alrededor en busca de señales de los demás sobrevivientes.

Mayra, con una expresión preocupada, respondió:

— No lo sé. Estaba tomando una siesta cuando las alarmas comenzaron a sonar. Cuando desperté, me di cuenta de que estaba sola. En ese momento, no sabía si debía salir a buscarlos o esperar a que vinieran por mí.

Unos disparos que resonaron en el exterior ayudaron a Alex a tomar una decisión rápida. Cerró su mochila con determinación mientras le explicaba a Mayra:

— Sea como sea, creo que es mejor que nos vayamos antes de que la situación empeore aún más.

Mayra no pudo evitar sentir preocupación por el destino de los demás, y su voz temblorosa reflejaba su desacuerdo:

— ¿Y qué pasará con los demás?

Alex, con firmeza, le recordó:

— Ellos saben cuidarse solos. Hemos enfrentado muchas calamidades juntos y, a pesar de todo, seguimos con vida.

La discusión y la tensión llenaron la habitación mientras ambos se enfrentaban a una difícil decisión: abandonar a los demás y buscar su propia seguridad o esperar y arriesgarse a un destino incierto junto a sus compañeros de supervivencia.

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