Inteligencia Artificial - ¿Virus Humano?
El sargento entró con paso pesado al baño de su camarote en la base militar, su rostro reflejaba una mezcla de enojo y frustración. Se apoyó con dificultad en el lavabo y se miró en el espejo, su respiración agitada le recordaba momentos difíciles.
—¡Maldito desgraciado! —exclamó el sargento con dificultad mientras se recargaba en el lavabo. Su reflejo en el espejo le devolvía la mirada, mostrando el peso de sus recuerdos.
Las imágenes llegaron a su cabeza. Recordó el tiempo en la sierra, cuando él y su pelotón entrenaban lejos de la civilización, sin contacto con el mundo exterior.
—¿Recuerdan la sierra? —preguntó a su reflejo. Las imágenes seguían fluyendo en su mente. Recordó el día en que vieron el humo elevarse desde lo alto de la sierra hacia la ciudad, un presagio de desastre.
—Ese maldito humo... —murmuró, sintiendo la rabia volver a crecer. Su mente también revivió la imagen desoladora de la ciudad en ruinas y llamas, con su pelotón contemplando el apocalipsis.
Mientras tanto, en el comedor, Santiago se encontraba en la fila de la comida, inconsciente de lo que se avecinaba. Mónica lo observaba desde lejos cuando de repente dos soldados se acercaron a él con una orden inquietante.
—Santiago, estás bajo arresto —dijo uno de los soldados con voz firme, mientras el otro lo sujetaba con fuerza.
La charola de comida de Santiago cayó al suelo con un estruendo, y los demás comensales quedaron en silencio, sorprendidos por la situación.
—¿Qué está pasando? ¿A dónde me llevan? —preguntó Santiago, confundido y tratando de resistirse. Sus palabras cayeron en oídos sordos mientras los soldados lo arrastraban fuera del comedor, atravesando la puerta doble.
Mónica, con esfuerzo, se levantó de su asiento y gritó:
—¡Déjenlo ir! ¿A dónde lo llevan? —Sus palabras resonaron en el aire mientras la tensión en la base militar alcanzaba un punto crítico.
Los murmullos en el comedor aumentaron en intensidad mientras Mónica se enfrentaba al comentario irresponsable de uno de los sobrevivientes. Sin poder contener su enojo, ella alzó la voz:
— ¡No sabes de lo que estás hablando, estúpido! —gritó Mónica, agarrando su bastón con firmeza mientras luchaba por mantenerse de pie. Con determinación, decidió seguir a Santiago y descubrir a dónde lo llevaban.
Mientras tanto, en el pasillo, Santiago se encontraba en una situación cada vez más desesperada. Les preguntó a los dos militares encapuchados que lo escoltaban:
— ¿Qué les pasa? ¿A dónde me llevan? —Santiago estaba desconcertado y alarmado por la extraña situación.
Uno de los soldados decidió quitarse el pasamontañas y miró a Santiago con una sonrisa burlona en el rostro. La sorpresa se reflejó en los ojos de Santiago al reconocer al soldado.
— ¿Sorprendido de vernos? —dijo el soldado con un tono sarcástico. Santiago intentó forcejear para liberarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. El otro soldado respondió golpeándolo en el abdomen, dejándolo sin aliento.
Salieron del edificio y continuaron avanzando por lo que parecía ser una construcción abandonada dentro de la misma base militar. Santiago levantó levemente la cabeza, percatándose de la dirección en la que lo llevaban, mientras su mente se llenaba de preguntas y temores sobre su destino.
La radio repentinamente interrumpió los pensamientos del sargento, obligándolo a apartar la mirada del espejo del baño. Sus ojos se dirigieron a la pequeña radio en su cinturón. La voz del soldado en el otro extremo sonó tensa y misteriosa:
— Tenemos a la presa, repito, tenemos a la presa. Nos dirigimos a la madriguera para alimentar a las crías —anunció el soldado a través de la radio.
Una sonrisa burlona se dibujó en el rostro del sargento. Con calma, desabrochó su camisola, revelando un horrible moretón en sus costillas. Contestó a la transmisión con un simple "copiado" antes de soltar la radio.
Minutos después, el sargento salió de su camarote y comenzó a caminar por el pasillo de la base. Intentaba aparentar normalidad a pesar del dolor. Saludaba a algunos militares de pasada, pero su mente se llenaba de recuerdos inquietantes.
Las imágenes de la primera vez que se enfrentaron a uno de los infectados volvieron a atormentarlo. Recordó a la persona con comportamiento extraño que se abalanzó sobre su pelotón, dejando a algunos heridos y bajas. Murmuró para sí mismo:
— Jamás podré olvidar esos horribles ojos negros.
El sargento continuó su camino, pensando en esos ojos y recordando los de Santiago el día que le rompió las costillas. Cada paso resonaba en el pasillo.
Los soldados avanzaron aún más dentro de la construcción abandonada, una especie de edificio subterráneo al que solo parecían tener acceso los de rango alto. Santiago, recuperando la conciencia de su angustiosa situación, comenzó a gritar desesperadamente por ayuda.
— ¡Auxilio! —gritó Santiago con desesperación, sus palabras resonando en las frías paredes del lugar.
El soldado sin pasamontañas se volvió hacia él, con una expresión indiferente.
— Grita todo lo que quieras, nadie te escuchará acá abajo —respondió con frialdad.
Santiago, temblando de miedo y confusión, no dejaba de hacer preguntas:
— ¿A dónde me llevan? ¿Qué quieren de mí? —imploró.
El soldado que llevaba el pasamontañas respondió de manera enigmática:
— No lo tomes personal, nosotros solo seguimos órdenes.
La incertidumbre se apoderaba de Santiago mientras trataba de entender quién estaba detrás de todo esto.
— ¿Órdenes de quién o qué? —preguntó con desesperación.
Los soldados finalmente se detuvieron frente a una puerta. Uno de ellos sacó una llave y la insertó en la cerradura, abriéndola. Santiago vio una oportunidad y, en un acto de desesperación, se liberó del agarre de los soldados. Sin embargo, su intento de escape fue truncado cuando el soldado con el pasamontañas le disparó, haciendo que Santiago cayera al suelo, retorciéndose de dolor.
— Como te dije, no es personal, solo seguimos órdenes —reiteró el soldado con el pasamontañas mientras se acercaba, apuntando el arma hacia Santiago.
Santiago miró el arma, agarrándose el brazo izquierdo donde la bala había impactado. Podía sentir la mirada del otro soldado que lo sujetaba con fuerza, antes de ser arrojado dentro de la oscuridad de la habitación.
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