Capítulo 14: Enfrentando la Amenaza.

El sargento y sus subordinados se encontraban en una situación desesperada mientras los infectados avanzaban hacia ellos. El corazón del sargento latía con fuerza mientras intentaba mantener la calma en medio del caos que se desataba.

— ¡Disparen! —ordenó el sargento, y los disparos comenzaron a resonar en el pasillo. Los soldados apuntaban hacia los infectados, disparando una y otra vez en un intento desesperado por contener la amenaza.

El científico infectado parecía sufrir dolor con cada impacto de bala que recibía, pero su avance no se detenía. Continuaba avanzando lentamente hacia el grupo, con una determinación aterradora.

El sargento miró horrorizado cómo el segundo infectado se lanzaba sobre el. Sus ojos se abrieron de par en par mientras seguía disparando, pero ya era demasiado tarde para salvarse. El infectado lo derribó con ferocidad, y el sargento no pudo evitar observar con terror cómo le arrancaba un trozo de carne del cuello.

La escena era espantosa, y Mónica, que observaba todo desde el suelo, quedó impactada. Cayó de sentón al suelo por la impresión de lo que estaba presenciando. La sangre brotaba del sargento, quien se aferraba desesperadamente a la vida.

— ¡Ayúdenme! —gimió el sargento, tendiendo una mano en dirección a Mónica, quien estaba paralizada por el horror de lo que estaba ocurriendo. La sangre del sargento salpicó su rostro tras un segundo ataque del infectado.

Los subordinados, en estado de pánico, dejaron de disparar. Uno de ellos decidió escapar de la pesadilla y corrió por el pasillo, perdiéndose entre las sombras. Su compañero lo siguió de cerca, abandonando al sargento y a Mónica en su desesperación.

Mónica observó cómo los subordinados huían, sintiendo una mezcla de miedo y traición. Sin embargo, su instinto de supervivencia la impulsó a intentar escapar por su cuenta. A pesar de la pierna herida y sangrante, se dio la vuelta y comenzó a alejarse a tropezones.

Las lágrimas corrían por su rostro mientras repetía una y otra vez: "No quiero morir, no quiero morir". Su desesperación la impulsaba a seguir adelante, a pesar del dolor y la angustia. Pero el infectado que se cernía sobre el sargento, con su furia incontrolable, se lanzó tras Mónica como una bestia decidida a cazar a su presa.

La explosión sacudió el edificio, dejando una estela de polvo en el aire que impedía la visión. Alex, desesperado al oír el grito de Mayra, no dudó un segundo en lanzarse en busca de su amiga, ignorando las órdenes del soldado que lo amenazaba con su arma.

— ¡Mayra! —gritó Alex mientras avanzaba a ciegas.

Diego, al darse cuenta de la oportunidad creada por la distracción del soldado, se levantó de prisa y empujó al militar, provocando un disparo que impactó en un costado, peligrosamente cerca de donde Alex estaba.

No había tiempo para perder. Diego continuó corriendo tras Alex, sin detenerse ante los disparos fallidos del soldado. El pasillo se llenaba de humo y confusión.

— ¡Regresen aquí, malditos! —gritó el soldado, frustrado, mientras veía cómo Alex y Diego se perdían en la nube de polvo.

El soldado siguió disparando una y otra vez hacia la nube, pero sus balas no dieron en el blanco.

Alex y Diego, a pesar de la confusión y el peligro, notaron una figura oscura que pasó velozmente a su lado. Aquella visión les dejó atónitos, pues nunca antes habían visto algo tan increíblemente rápido.

El soldado, en el edificio, se preparó para enfrentar un nuevo enemigo que se le acercaba con una velocidad sorprendente. A pesar de sus intentos por repeler al infectado con disparos, estos resultaron inútiles ante la furia y rapidez del ser.

El miedo se apoderó del soldado al ver cómo el infectado lo alcanzó de un golpe, derribándolo sin piedad. El infectado aulló de una manera que se asemejaba más al grito de una bestia que a un sonido humano. El soldado, temblando de terror, intentó defenderse disparando una y otra vez, pero el infectado atravesó su abdomen con un rápido movimiento.

El soldado, aterrado, levantó la vista hacia el infectado que lo había atacado. Sus ojos se encontraron, y el soldado aulló de miedo mientras el infectado le arrancaba pedazos de carne y saliva, devorando su rostro como si se tratara de una macabra golosina.

Por el pasillo que Alembergh había dejado atrás, una nube de polvo se levantó tras la explosión. Estaba aterrado y confundido.

— ¡Mario! ¡Saúl! —gritó Alembergh con angustia, el eco de su voz resonando en la desolación.

Los aullidos de las bestias infectadas se acercaban rápidamente. Una silueta oscura se vislumbró entre el polvo, y Alembergh, con las manos temblorosas, levantó su rifle y apuntó en su dirección.

Recordó las palabras de Mario, las lecciones sobre no cerrar los ojos. Estaba a punto de disparar cuando la figura emergió de la nube de humo. Era Mario, seguido de cerca por todos los infectados que había intentado detener en las escaleras.

— ¡Corre, Alembergh! —gritó Mario, desesperado, mientras se adentraba en el pasillo, esforzándose al máximo para escapar de los infectados.

Alembergh bajó el rifle al ver a Mario, pero la alegría de reunirse desapareció rápidamente al darse cuenta de la horda de infectados que perseguía a su amigo.

Uno de los infectados se lanzó sobre Mario y lo derribó. Alembergh estaba horrorizado por la situación en la que se encontraba su amigo. Mario luchaba desesperadamente contra el infectado que intentaba desgarrarlo.

Un segundo infectado se unió al ataque, pero su intento fue repelido por el disparo de un arma. Mario, sorprendido por lo que veía, giró la cabeza para mirar a Alembergh y se quedó perplejo al verlo disparando sin titubear.

Alembergh apretó el gatillo y la bala se incrustó en el infectado que estaba sobre Mario. La sangre salpicó, manchando a Mario mientras el infectado era arrojado hacia atrás por la fuerza del impacto. La expresión de sorpresa en el rostro de Mario se mezcló con un alivio momentáneo. La lucha seguía, pero al menos tenían una oportunidad.

Alembergh, sin temor aparente, se acercó a su compañero, Mario, y lo levantó con urgencia. Mientras sostenía su rifle, disparaba certeramente a las piernas de los infectados, desgarrando sus extremidades y haciendo que cayeran al suelo, incapaces de moverse. Alembergh se las arreglaba para proteger a Mario mientras la nube de polvo comenzaba a dispersarse.

La confusión llenó la mente de Alembergh cuando observó cómo los infectados derribaban puertas y se abalanzaban sobre los sobrevivientes que se encontraban dentro. Los gritos de los afectados y el caos generalizado se mezclaron en un crescendo aterrador.

— ¿Qué está pasando? —se preguntó Alembergh en silencio mientras intentaba mantener a raya a los infectados—. ¿Cómo supieron que se encontraban aquí?

Mientras sostenía la mano de Mario, ayudándolo a ponerse de pie, Alembergh sabía que necesitaban respuestas. La lucha estaba lejos de terminar, y la supervivencia de todos dependía de descubrir la verdad detrás de la repentina invasión de los infectados.

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