Mónica se asomó por el cristal de la puerta con precaución, sus ojos se abrieron con horror al ver la habitación desordenada. Rastros de sangre manchaban el suelo y las paredes, una escena que parecía sacada de una pesadilla.
— Esto no puede ser verdad —murmuró Mónica, su voz temblorosa. Se sentía atrapada en una pesadilla que se volvía cada vez más real.
El joven infectado se asomó en el cristal de la puerta, su rostro desfigurado y sus ojos sin vida. Mónica dio un grito de sorpresa y retrocedió, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. El infectado lanzó mordidas frenéticas, intentando alcanzarla a través del cristal.
En otro lugar del complejo, el grupo dirigido por el sargento se mantuvo en silencio, sus espaldas contra la pared. El sargento asomó su cabeza con precaución por la orilla de la pared y observó la escena. Vio a una joven retrocediendo tambaleante, su pierna vendada manchada de sangre.
— Parece que se acaba de infectar —comentó el sargento en voz baja a sus subordinados. Luego, hizo una señal con la mano, contando hasta tres con los dedos. El sargento se colocó frente al pasillo, listo para intervenir.
Mónica sintió la presencia del grupo militar y se giró aterrada, sus ojos llenos de temor al ver las armas en manos de los soldados. Gritó, desesperada por su vida:
— ¡No disparen!
El sargento la reconoció de inmediato, y una sonrisa malévola se dibujó en su rostro. Los otros soldados compartieron esa expresión mientras avanzaban hacia Mónica. El sargento habló con un tono burlón:
— Mira nomás lo que nos hemos encontrado. Parece que el destino te puso de vuelta en nuestro camino, ¿no es así?
El temor y la confusión inundaron a Mónica mientras recordaba lo que estuvo a punto de ocurrir la última vez que se encontraron. Comenzó a llorar, su mente llenándose de imágenes aterradoras. Retrocedió arrastrándose, sentada en el suelo, luchando por escapar de la amenaza que representaban los soldados que se acercaban lentamente hacia ella.
Los gritos de súplica de Mónica resonaban en el pasillo, acompañados por lágrimas que rodaban por su rostro, desesperada y temerosa por su vida. El sargento y sus subordinados parecían disfrutar de su angustia, y una risa burlona llenó el aire opresivo.
— No, por favor, déjenme en paz —rogó Mónica entre sollozos, sus palabras llenas de desesperación.
El sargento y sus hombres compartieron risas siniestras ante su súplica, como si aquello fuera una especie de juego para ellos. El sargento se acercó a Mónica, con una sonrisa enferma en su rostro.
— ¿Escucharon eso? —dijo el sargento a sus subordinados—. Parece que quiere divertirse con nosotros. Tranquila, preciosa, no tienes por qué temernos. Estamos aquí para ayudarte.
Mónica no podía creer lo que estaba escuchando. Las palabras del sargento sonaban vacías de compasión. Una señal del sargento hizo que sus hombres avanzaran hacia Mónica, agarrándola de los brazos y levantándola del suelo.
— ¡No, por favor, déjenme! —suplicó Mónica entre lágrimas, sintiéndose completamente impotente.
— ¡Auxilio! —gritó ella desesperada, pero las palabras parecían perderse en la inmensidad del complejo subterráneo. Las sirenas continuaban sonando, un recordatorio constante de su aislamiento.
El sargento, sin inmutarse, soltó una risa siniestra mientras sostenía un cuchillo en su mano. Lo deslizó por el rostro de Mónica, desde su mejilla hasta su pecho, dejando un rastro de terror en su camino. Luego, sus ojos se posaron en el cuerpo de Mónica, y una mirada enferma llenó su rostro.
— Tal vez esta sea la última vez que nos veamos. Después de esto, dudo que volvamos a encontrarnos —susurró el sargento en tono amenazante—. Así que coopera con nosotros. Lo que pase hoy, nadie lo recordará cuando estemos muertos. Te aseguro que, cuando esté dentro de ti, suplicarás que no te lo saque.
Los subordinados del sargento rieron a espaldas de Mónica, disfrutando de la situación degradante que se desarrollaba frente a ellos. El sargento tomó un cuchillo y cortó por la mitad la blusa de Mónica mientras ella continuaba llorando, presa del miedo y la humillación.
El inquietante golpe en la puerta dentro de la habitación captó la atención tanto de Mónica como del sargento y sus subordinados. - ¿hay alguien mas contigo? Mónica negó con la cabeza en respuesta a la pregunta del sargento, pero el ruido persistente indicaba lo contrario. La perilla de la puerta comenzó a girar como si alguien intentara abrirla, aumentando la tensión en la habitación.
— No te creo —gruñó el sargento, perdiendo los estribos ante la posibilidad de que Mónica ocultara algo.
Sin previo aviso, el sargento lanzó un golpe directo al rostro de Mónica, rompiendo su labio y haciendo que la sangre brotara de su boca. Luego, desenfundó su arma y la apuntó directamente a la cabeza de Mónica, cuyo rostro mostraba una mezcla de dolor y miedo.
— Odio cuando me mienten —dijo el sargento con rabia—. Te haré sentir el sufrimiento en persona. Verás cómo mato a la persona que se encuentra del otro lado de la puerta frente a tus ojos.
La perilla de la puerta continuó girando, y finalmente se abrió. Todos en el pasillo se voltearon para mirar al recién llegado, el científico, cuya figura estaba bañada en sangre. Tenía un pedazo de carne faltante en el cuello y otras partes del cuerpo desgarradas. Se acercó titubeante hacia los militares como si intentara comunicarse.
— ¡¿Qué demonios?! —exclamó el sargento, evidentemente impactado por la grotesca escena ante él.
Los subordinados soltaron a Mónica y desenfundaron sus armas, preparados para lo peor. Sin perder tiempo, comenzaron a disparar contra el científico, cuyos movimientos eran espasmódicos. Las balas lo empujaron hacia atrás, y emitió un ruido gutural y aterrado mientras se ahogaba en su propia sangre.
Detrás del científico, el joven infectado emergió, emitiendo un aullido aterrador. Se lanzó hacia los soldados con ferocidad, moviendo sus manos con frenesí e intentando morder a cualquiera que estuviera en su camino. La habitación se llenó de caos mientras los disparos y los gritos llenaban el aire, y la lucha por sobrevivir se volvía más intensa que nunca.
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