El sargento, en medio de su furia, pisó la cabeza de Santiago con su bota, aplastándola contra el suelo y haciendo que el hombre gritara de dolor. Santiago luchó por quitar la bota del sargento de su cabeza, pero sus esfuerzos fueron inútiles. El sargento movió su bota de un lado a otro, mientras Santiago sufría bajo su presión.
— ¡Dime qué eres! ¿Por qué tienes esas venas verdes en tu rostro? —rugió el sargento, su voz llena de ira. Santiago, entre gemidos de dolor, respondió que no sabía de qué estaba hablando. Sin embargo, el sargento apretó más fuerte, haciendo que las manos de Santiago también quedaran atrapadas bajo sus botas.
Sin piedad, el sargento levantó su bota, dejando que Santiago recobrara el aliento momentáneamente. Pero antes de que pudiera responder, el sargento volvió a pisar fuertemente su cabeza contra el suelo, haciendo que las manos de Santiago se enroscaran bajo la presión.
— No me mientas. Sabes perfectamente de qué estoy hablando —gruñó el sargento antes de propinarle una patada en el rostro. Luego, se agachó y agarró a Santiago por el pelo, levantándolo del suelo mientras él gritaba de dolor. La sangre escurría por su nariz y boca.
— Está bien, si no quieres decirlo, creo que hay alguien que podría ocupar tu lugar —dijo el sargento, arrojando a Santiago al suelo. Luego, se volvió hacia sus soldados.
— ¿Cómo se llamaba la chica que los acompañaba? —preguntó el sargento con una expresión pensativa. Una imagen de Mónica cruzó su mente. Santiago, furioso y desesperado, abrió los ojos de golpe, clavando su mirada en el sargento.
— Mónica —susurró el sargento con una sonrisa burlona en el rostro, manteniendo un intercambio de miradas intensas con Santiago.
— No te atrevas a tocarla —gritó Santiago, lleno de rabia y determinación.
Mónica se encontraba completamente perdida en los intrincados pasillos del edificio subterráneo. Miró a su alrededor y suspiró ante la complejidad del lugar. La fachada exterior había dado la impresión de ser una obra sin concluir, pero el interior era un laberinto de tecnología avanzada. Observó, a través de los cristales de una puerta, un equipo de alta tecnología que funcionaba de manera impecable. Pantallas que monitoreaban algo desconocido y otras máquinas en funcionamiento llenaban la habitación.
De repente, escuchó el sonido de una puerta que se abría en algún lugar cercano. Sin pensarlo, se escondió en una intersección del pasillo, manteniendo su respiración controlada mientras intentaba pasar desapercibida.
Un científico salió de una de las habitaciones, sosteniendo una carpeta en sus manos y absorto en la lectura de algunos papeles. Mónica observó en silencio, intrigada por la conversación que estaba a punto de escuchar.
— Esto no puede ser verdad —murmuró el científico, aparentemente hablando consigo mismo mientras revisaba los documentos—. No puedo creer lo que veo.
Mónica notó que parecía estar dialogando con alguien más, aunque esa otra persona se mantenía oculta del otro lado de la puerta, fuera de su campo de visión.
— Lo sé, yo tampoco creía lo que veía —respondió la voz desde el otro lado—. Así que decidí tomar nuevas muestras de sangre y repetir los análisis. El resultado fue el mismo. No hay lugar para la duda. Nos estamos enfrentando a algo completamente desconocido.
El científico frunció el ceño, preocupado por la situación.
— ¿Y qué hay del nuevo paciente que trajeron los militares? —preguntó el científico.
Mónica, al escuchar esa pregunta, de inmediato pensó en Santiago y se llenó de ansiedad.
— Él se encuentra en otro lugar —respondió la voz oculta—. ¿Recogieron ya los análisis de esa persona?
El científico parecía confundido.
— La verdad, no lo sé —admitió.
— Iré a revisarlos y compararlos con estos antes de dar un diagnóstico al mayor —dijo la voz oculta.
Mónica sintió que el tiempo se agotaba. Sabía que no podía dejar que el científico se escapara. Él tenía información sobre Santiago, y era su única pista en este extraño lugar.
Con determinación, Mónica asomó un poco la cabeza para ver al científico mientras se alejaba. La puerta se cerró detrás de él.
— No puedo permitir que escape. Él sabe dónde está Santiago —susurró Mónica con preocupación. Se puso de pie con esfuerzo y comenzó a seguir al científico, manteniendo una distancia segura para no ser descubierta mientras su mente se llenaba de incertidumbre sobre el destino de Santiago.
El sargento observó detenidamente a Santiago, notando una vez más esos ojos inquietantes. Una pregunta se formó en su mente, y no pudo evitar preguntar:
— ¿Qué eres? —dijo con voz tensa, mientras sus ojos se fijaban en los de Santiago, buscando respuestas en esa mirada misteriosa.
La respuesta de Santiago fue acompañada por un grito cargado de determinación:
— ¡No te atrevas a tocarla!
Santiago, sorprendentemente, comenzó a ponerse de pie lentamente, como si el dolor que lo había abrumado se hubiera desvanecido. Sus palabras dejaron una amenaza en el aire:
— Sabes, la última vez solo tuviste suerte.
Los soldados que estaban presentes retrocedieron, creando un espacio entre el sargento y Santiago. La tensión en la habitación era palpable.
El sargento, sin apartar la mirada de Santiago, se desabrochó la camisola y la arrojó al suelo, revelando un vendaje en su torso. Sus palabras retumbaron en la habitación:
— Si no me dices lo que quiero saber, entonces te mataré.
Sin embargo, en ese momento, una alarma estridente comenzó a sonar, llenando la habitación con su ensordecedor sonido. Una luz roja parpadeante, proveniente de una sirena en lo alto de la pared sobre la puerta, iluminó la habitación en tonos rojizos.
Los soldados se miraron desconcertados ante la alarma inesperada:
— ¿Qué está pasando? —se preguntaron entre ellos.
El sargento, con los ojos entrecerrados, trató de entender la situación:
— Esa alarma solo se activa cuando estamos bajo ataque.
La radio de la habitación emitió una señal, y una voz tensa se escuchó:
— Todas las tropas, reportarse al frente. La puerta ha caído, estamos bajo ataque.
Los soldados se tensaron aún más, y la radio siguió repitiendo el mensaje una y otra vez.
Santiago, viendo una oportunidad en medio del caos, aprovechó para lanzarse al ataque:
— ¡Te mataré! —gritó con furia mientras se abalanzaba hacia el sargento.
El sargento, en un acto instintivo, se giró rápidamente y descargó su arma, disparando cuatro veces a quemarropa a Santiago. Los disparos resonaron en la habitación, y Santiago quedó sorprendido antes de caer al suelo, formando un charco de sangre a su alrededor.
Los soldados, enmudecidos, observaron la escena con una mezcla de shock y determinación. La situación había cambiado dramáticamente, y ahora su prioridad era defender la base si querían sobrevivir al inminente ataque que se avecinaba.
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