Capitulo 15

ANDREW.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cuatro intentos, cuatro llamadas desviadas a buzón. Las manijas del reloj seguían sin parar, el anochecer empezaba a sumir el cielo en un tono oscuro, dejando atrás los arreboles. Andrew pretendía avisarle a Valeria que iría a su casa, pero no cogía el teléfono, pensó entonces, en ir de sorpresa, y de seguro se alegraría.

Rebuscó en su cuarto y halló unos binoculares, había sido su regalo de una navidad en su niñez, era uno de sus posesiones más preciadas. Siempre le encantó la idea de observar el panorama a la lejanía. Como también era fanático de los paisajes naturales y luminosos meritorios de una foto.

—¡Sí! Siguen intactos— habló consigo mismo sujetando los binoculares.

Destapó los protectores y se acercó a la ventana, para luego apuntar con los binoculares hacia el vecindario, y le gustó lo que vio. La casa de Valeria estaba a solo dos calles.

Volvió a cerrar la ventana, y fue a bañarse.

Estaba preparado para salir. Se chequeó frente al espejo, asegurándose de sí estaba bien, roció un perfume suave y refrescante por encima de su hoddie vinotinto.

—Ah, Caray. Esa chica va a quedar impresionada— Amelia Sanz se apareció repentinamente en su cuarto.

—¿Tú crees mamá?— preguntó Andrew.

Rara era la vez en que él se preocupaba por su imagen o como se veía, o cepillarse el pelo como en esa ocasión. La pregunta que fue más bien para él, confundido por la extraña inseguridad que sentía.

—Te ves hermoso, mi amor— dijo su madre—. Eres idéntico a tu papá, a su edad.

El rostro de Amelia se ensombreció recordando a su esposo, respetaba a su madre por lo fuerte que era, luego de que tres años atrás sufriera la pérdida de su amado en un trágico accidente, ese mismo día Andrew también perdería a su padre.

—Lo extraño, mamá— murmulló.

—Yo también, cariño.

Andrew dejó de hacer lo que estaba haciendo y la abrazó. Madre e hijo se mostraron afecto durante unos minutos antes de que se separarán, Andrew pensó abiertamente la posibilidad de hablar con ella sobre un tema personal.

—Mamá ¿Podemos hablar un momento?— inquirió.

—Por supuesto, faltaba más ¿De qué quieres hablar?— respondió Amelia un poco más animada.

Andrew meditó sus pensamientos y ordenó las ideas, no sabía por dónde empezar, pocas eran las veces— o casi nunca— que tenía plática con su madre acerca de su vida amorosa. Y eso no significaba que no le tuviera confianza, sino que la daba cosa expresarse abiertamente con ella, cuando ni con su padre lo hizo.

—¿Cómo te enamoraste de mi papá?— preguntó él.

Amelia sonrió de oreja a oreja. Era evidente la alegría al recordar aquellos tiempos de su juventud.

—Él era increíble, alto, atlético, apuesto e inteligente, jamás había conocido un chico tan cuerdo como tan rebelde, recuerdo el día en que comenzó a conquistarme— decía risueña—. Siempre me hacía un cumplido cada vez que nos veíamos, me regalaba presentes, me enviaba cartas y me llevaba flores a la universidad. Así fue como me enamoré de Alfredo.

—Guau, que romántico fue— dijo, se tocó el mentón, pensativo —. Y mamá ¿Cómo puedo identificar cuando le gustó a una chica?

Por más que le costaba admitir la simple duda le comía la cabeza. Y ya no estaba seguro de que creer.

—Bueno, a nosotras cuando nos gusta un chico no nos vamos exhibiendo de buenas a primeras y aparentamos como si nada, sobre todo cuando se mantiene una amistad de mucho tiempo. Pero siempre dejamos pistas para dejar a entrever que nos interesa, solo hay que prestar un poco más de atención a esos detallitos.

Pistas. Detallitos. Andrew trataba de identificar aquellos puntos en la imagen holográfica en su mente, y logró reconocer algunas, los hechos eran la muestra, y con hechos se solidificaba el pensamiento y aclaraba las dudas. La plática con su madre le estaba viniendo bien en todo el sentido de la palabra.

Andrew suspiró.

—Mamá creo que le gustó a Valeria.

—Adoro a Valeria, es una buena chica— respondió Amelia, complacida —. ¿Y ella te gusta a ti?

Andrew le pareció bien confesarlo a voz alta.

—Sí, mamá, me gusta.

...***...

Lucí Osorio, la madre de Valeria lo recibió en la sala de estar, y le dijo que su hija estaba en su habitación toda la tarde, que había comido en su habitación y no asomó sus narices abajo para nada. Le preguntó a él por si conocía alguna idea acerca de lo que le pasaba, y lo primero que le vino a la mente fue una crisis existencial de esas que les daba hace años. Andrew le pidió permiso a la señora madre de su mejor amiga y se encaminó hacia su recámara.

No escuchaba nada al otro lado de la puerta. Procedió a tocar. Nada. No había respuesta alguna. Así que tocó más fuerte.

—¿Qué quieres mamá?— exclamó Valeria.

—Vine a verte, Uvas— contestó.

—¿Andrew?

En segundos la puerta cedió y la vio con el entrecejo muy ceñido.

—Hola— se limitó a decir.

—Hola— respondió Valeria, sin cambiar la expresión.

Las suposiciones se le fueron confirmando al ver lo neutral que se encontraba. Alcanzó a deducir que no había humor en su semblante, se notaba fría, un estado raro en ella, cuando siempre contagiaba de alegría el mundo que le rodeaba. Algo le pasaba.

—¿Estás bien?— cuestionó enarcando una ceja.

Valeria rodó los ojos—. Sí, estoy bien.

—Te conozco, no me parece que estés siendo honesta, dime la verdad, Val.

—Será por el aburrimiento, yo qué sé. Salgamos, necesito respirar aire fresco— Valeria salió de su habitación y cerró la puerta.

—Está bien— dijo Andrew.

Salieron a la parte posterior de la casa, y se sentaron en el césped artificial.

Era una noche con cielo despejado, perfecta para la ocasión, las estrellas resplandecían y la luna alumbraba en perfecto círculo, se veía grande, preciosa, la luminiscencia también acompañada por la luz clara y blanca de la bombilla.

Cuando ninguno de los dos sabía que decir se presenciaba un silencio filoso que se podría cortar. Costaba articular palabra seguidas que no parecía que fueran los tan amigos que eran que siempre hablaban sin parar hasta cansarse las cuerdas. Cada vez que se atascaba la conversación Andrew intentaba de nuevo romper el hielo. En algún momento dado las charlas comenzaron a tomar buen ritmo y a fluir con la normalidad acostumbrada.

—Mira, la osa mayor— mencionó Andrew recostado sobre el césped, mirando hacia arriba con los binoculares.

—Déjame ver— dijo Valeria.

Se los pasó y luego puso sus manos detrás de la cabeza como almohadillas.

—¿Cool, eh?

—Muy cool— respondió Valeria, admirando la constelación en el firmamento.

Desde adentro, Lucí salió con una bandeja llevando dos vasos con chocolate caliente.

—¿Gustan?

—¡Sí!— dijeron los dos al unísono.

El reloj marcaba las nueve en punto, y se podía apreciar la novedad en la ubicación de la luna que se movía aparentemente lenta y constante. En los minutos transcurridos poco a poco fue tomando un color ocre y después se fue convirtiendo en tonalidad roja como la sangre.

Tanto Andrew como Valeria miraban absortos el espectáculo.

—¿Te gustaría hacer los honores?— dijo Andrew sacando la cámara Nikon.

En la cara de Valeria notó un hilo de alegría y entusiasmo.

—No creo que pueda hacer una toma excelente como tú.

—Te indicaré como hacerlo— le aseguró.

—Vale— respondió ella.

Andrew se acomodó cerca de ella, sus cuerpos se rozaban sacando chispas en sus pieles, el frío no se percibía demasiado por el calor provocado estando muy pegaditos. Él puso la cámara en las manos de ella y sin dejar de sujetar sus manos también, juntos enfocaron a la luna eclipsada.

—Dale, oprime el disparador— susurró Andrew.

Valeria hizo lo que le dijo y oprimió el botón, y el flash centelleó.

Ambos se quedaron en la misma posición, sin moverse, sin decir palabras, solo hablaban los latidos de su corazón y también percibía que los de ella igual. Valeria recostó la cabeza en su hombro. Juntos observaron hacia el cielo, hacia la luna apasionada.

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Unicornio magico🦄

Unicornio magico🦄

Amelia recuerda los tiempos de su juventud

2023-09-23

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