Capitulo 1

Dos meses antes de las vacaciones de verano.

ANDREW.

Calor, sudor y perfume flotaban libremente como un aroma que habría conseguido impregnarse en el aire de la habitación, en la que sus paredes fueron íntimos testigos de esa madrugada.

Tal aroma era sumamente perceptible, como una esencia exquisita.

El silencio reinaba bajo la brillante luz de la mañana, salvo por las pausadas respiraciones de los amantes que dormían a pierna suelta, eran profundas, pesadas, entrecortadas, hasta se podría decir que sucedían al unisono, como muestra latente de que hubo una unión entre los dos.

Las sábanas blancas se removieron cuando Andrew Menéndez giró por la cama de dos cuerpos, hasta quedarse boca arriba.

Su mano izquierda palpo su cien y sintió que le palpitaba. Cuando consiguió abrir sus ojos con dificultad lo primero que ve es el yeso blanco del techo. Y luego al incorporarse a medias con sus codos observó a su alrededor, encontrando el resultado del desastre que se desató en esa habitación; prendas tanto de él como unas que parecían ser de una mujer estaban tiradas por todas partes.

Una nube confusa se reflejó en su cara cuando vio su bóxer en el piso.

—¿Qué rayos?.— Masculló.

La escena era tan caótica como erótica.

Como acto reflejo alzó la sábana y observo dentro.

—¡Oh, mierda!—musitó por lo bajo.

Además, de verse desnudo... Vio unas esbeltas piernas, que rozaban las suyas— hermosas piernas que deberían ser de una diosa— su mirada las recorrió en dirección ascendente hasta toparse ante una tremenda cola de infarto, un tintuaje de rosas de varios colores sobresalía en el lado izquierdo, que abarcaba parte de su cintura y muslo, su trasero le apuntaba indirectamente a la entrepierna, como llamándole —diablos, jamás en la vida habrás visto una igual ¡Tócame! — acto que Andrew no se atrevió a hacer por más que la tentación le carcomía, sino que siguió paseando su vista más arriba, pasando por su monumental cintura, y toda su espalda, hasta encontrarse cabellos dorados, que le llegaban poco más desde donde se ubica la clavícula.

Desconocía quién era la chica de pelo corto y rubio, tez caucásica, y cuerpo escultural. Así como también desconocía cómo había terminado enrollándose con semejante mujer.

Su memoria era nula al intentar recordar lo que sucedió después de la hora en la que se suponía que estaba en sus cinco sentidos, es decir, sin haber bebido todavía una sola gota de alcohol; la bebida se le daba mal después de algunas cuantas copas.

Que por eso no bebía tan a menudo, porque siempre terminaba en situaciones... embarazosas.

Andrew recuerda haber llegado a eso de las nueve y cuarenta de la noche a una de las típicas fiestas de Marcos, que suele hacer de vez en cuando en su casa. Había saludado a todos cuanto pasaba, había visto caras muy conocidas, y otras muy poco conocidas, aquellos que solo saludaba por saludar — más que nada por educación — y luego continuaba su camino. Pero siempre había una que otra chica que aprovechaba para plantarle un beso en la comisura de sus labios y otras más ágiles lograban robarle un beso.

Otras veces lo agarraban desprevenido y lo abrazaban para sentir... su calor y su cuerpo, y ¿Quién sabe que más?

Era una atracción curiosa, había una enigmática fuerza gravitacional que ejercía Andrew, puede ser su olor, su cautivadora sonrisa, su físico o su afición a las actividades físicas.

Y aunque a veces se mostraba cohibido ante la atención, para él escuchar cumplidos estereotipados le parecían cosas banales, que con el tiempo se volvió parte de su vida, como dejar su cabello rizado desordenado; le sentaba bien, ser un chico que pasaría el metro ochenta de estatura se había vuelto una obsesión para las chicas según las redes sociales y sus cansadas tendencias, tener un cuerpo robusto las impresionaba, cuando lo único que quería Andrew era sentirse bien consigo mismo. Y, que nacer con unos ojos miel, y su natural piel canela clara, era solo la cerecita del postre. Tal vez nació bajo una luna llena. Y los lobos aullaban su llegada.

Más, sin embargo, no se podría tapar el sol con un dedo, Andrew era un deleite que ellas apetecían con mirarlo.

"eres un jodido casanova, solo que tú no tienes que esforzarte para obtener la recompensa", le decía siempre, Marcos Lora, su colega.

Pero. Siempre había un .

Había un genuino motivo muy profundo, en realidad. Lo que le hacía sentirse incompleto.

Tal vez le llovieran chicas, pero nunca había tenido una relación oficial y estable. No porque no la hubiese querido tener.

Tampoco es que se la pasará pescando faldas para una colección de un fanático demente por seducir chicas para participar en los castings de Acapulco Shore para destacar que 'macho' se ha acostado con más 'hembras'.

Ni mucho menos es que se despertará cada fin de semana con una chica distinta.

Pero ahora la situación no le favorecía en su versión.

Se había despertado, desnudo, en una cama que no era suya, y había una mujer a su lado, desnuda, que no conocía.

Y al parecer dadas las circunstancias tuvieron sexo... salvaje. A menos que hayan jugado a la botella y solo se quitaron la ropa como parte del juego.

Andrew volvió a recostarse contra la almohada frotando con fuerza su cabello con ambas manos.

Cuando escucha que la puerta se abre de golpe.

—Eh... Eh...

Andrew palideció de sopetón, pero luego cuando vio al anfitrión y amigo en el umbral, se relajó.

—¡Perdón! Creí que este era el baño.

—Sabes que está es tu casa, Marcos, ¿Y tu mamá no te enseñó a tocar antes de entrar?

—Creí que habías ocupado otra habitación que no fuera la mía.

—¡¿Qué?! ¡Joder!... ¿Está es tu habitación?

—Eso creo, esa es mi sábana con la que me arropo después de la hora feliz cada noche.

Hubo unos segundos de silencio incómodo, ambos amigos se miraban como dos extraños. Hasta que Andrew le pidió casi molesto a su amigo de que se fuera.

Marcos cambio el curso de su mirada hacia el suelo, su boca formo una y sus ojos se le abrieron como platos.

—¿Es ese tu boxer o mio?—dijo señalandolo.

—Es mio— contesto Andrew con el ceño fruncido.

                                                                                     

...***...

La cocina estaba hecha un completo desastre que reflejaba el resultado de la alocada fiesta de anoche, había muchas latas de cerveza y soda arrojadas por doquier; sobre la encimera, en la mesa del comedor, en la caneca de basura y afuera de esta, como si hubieran jugado a las cestas o todos habían bebido demasiado que veían doble.

Unas lozas sucias aguardaban en el lavabo para que algún voluntario los lavará.

Y ahí estaban ambos amigos, uno 'martillado' y el otro trasnochado.

—Entonces, no te acuerdas de nada — dijo Marcos cuando sacaba una caja de pizza de la nevera.

—Como te dije, no recuerdo absolutamente nada. No tengo idea en que momento perdí la noción del tiempo—. Andrew se hallaba sentado en un taburete enterrando su cabeza en sus brazos sobre el mesón. Hizo un ademán y se recompuso.— ¿Tienes alguna idea de quién será ella?—: inquirió.

El tono de la pregunta fue más un susurro. Andrew miraba hacia arriba como si temiera que la chica rubia tuviera oídos biónicos.

Marcos solo se encogió de hombros y se dirigió directo al microondas.

—No sé. No vi bien como era ¿Dices que tiene un tremendo culo?

Andrew frunció el ceño irritado haciéndole una seña a Marcos de que bajará un poco la voz.

—Que su piel es muy blanca, tiene un tatuaje de rosas en su muslo y su cabello es corto y rubio— repitió Andrew entre dientes.

Marcos oprimió un botón y puso en funcionamiento el aparato. Luego se volteó haciendo un gesto teatral.

—Y que tiene un... gran corazón— insistió bisbiseando, mientras dibujaba la forma de un corazón con sus manos.

La cara de pocos amigos de Andrew no le encontró gracia alguna.

—Por eso es que Dayana no te da ni la hora—sentenció.

—Oye, amigo y ¿Qué tiene de malo? — la expresión de Marcos cambio al instante, no quería entrar en ese episodio melodramático.

—¿Qué tiene de malo qué? — cuestionó Andrew arqueando una ceja.

La sonrisa de Marcos se torció.

—No te lo tomes a mal, bro, pero... ¿Qué tiene de malo que te hayas acostado con una chica?

El microondas soltó un pitido avisando que la pizza estaba lista, bien calentita.

Marcos giró sobre sus talones y la sacó, no sin antes quemarse los dedos con el platillo, lanzó una maldición, dejó la pizza en la encimera antes de que la tirará por los aires.

Andrew estaba en sus pensamientos. Sopesando lo que le había dicho su amigo, y tenía razón, un acostón era un acostón después de todo.

No había hecho nada malo.

Lo único malo es que no se acordaba de lo que quien sabe qué, pasaría en esa 'batalla campal'.

Y si también uso protección.

Pero una cosa era una cosa y otra cosa era otra cosa. Una cosa es que él estuviera sobrio y otra muy distinta es que esté sumido en una necrofílica borrachera, y que su mente no le diera atisbo de vida alguna, y sus neuronas no le hicieran funcionar bien.

La imagen de la chica rubia se le vino a la mente, saltando encima de él como una jinete experta de feria gritándole "¡Oh, sí! ¡Funcionas muy bien! ¡Oh, sí!".

Un golpe seco de una bandeja de aluminio contra el mármol del mesón lo hizo salir del lapsus en el que estaba.

—Pizza fresca con doble queso a la orden — dijo Marcos tomando asiento en un taburete, a su lado.— Por cierto, feliz cumpleaños, bro — añadió dándole una palmada en la espalda a un, tal, Andrew confundido.

Ahora sí. Andrew, ha confirmado que su memoria estaba en la inmunda, una cosa es que no recordará un revolcón con una chica, pero ¿olvidar su cumpleaños?, ni siquiera Marcos lo olvidó, y, eso que él habría bebido lo que sea de la hielera.

Definitivamente, el trago no era lo suyo. Se juró a sí mismo no volver a tomar un shot en su vida.

—Gracias. Supongo— dijo llevándose una rebanada de pizza a la boca.

En sus recién cumplidos veinte años de vida, Andrew, nunca había amanecido de esa forma; con resaca y con aspecto de un borracho de la esquina, hizo un juramento, por segunda vez.

Claro, era veintidós de abril en la mañana de un sábado, debería estar en la comodidad de su cama acurrucado entre su grueso overol, como le habría dicho de broma, Valeria, anoche antes de asistir a la fiesta.

Valeria. Su nombre le vino a la mente como un reconfortante recuerdo.

Pensó en enviarle un mensaje para saber como estaba, después de que esta decayera ante un resfriado que luego se convirtió en una terrible gripa. Por tal motivo no le convido a venir aunque sabía perfectamente que a ella no le gustaban tanto las fiestas.

También pensó que de haber estado Valeria en la fiesta, él no hubiera bebido tanto, por ende, no se acostaba con la rubia. Respetaba tanto a Uvas —como le llamaba— que no se atrevía a hacer cualquier cosa impropia en su presencia.

Empezó a revisarse en busca de su celular cuando cayó en la cuenta que lo había dejado en la habitación de Marcos.

Se palmoteó la frente—. No puedo creer que se me haya olvidado coger mi celular—dijo irritado.

Cuando sabía que era lo primero que agarraba.

—¿Qué...?—Dijo Marcos intentando tragarse un pedazo de pizza con queso, cuando la engulló, continuó:—qué esperas para ir a buscarlo? ¿Acaso le temes a la rubia de trasero generoso?.

—Claro que no. Ya voy a ir a recuperarlo.

Andrew se puso de pie de un salto. Y se dirigió con total determinación hacia arriba.

A sus espaldas solo se escuchaba la voz de su amigo dándole ánimos.

Cuando llegó hasta la puerta, respiro hondo, giro el picaporte y abrió la puerta con cautela creyendo que la muchacha aún seguiría dormida, pero se la encontró de espaldas mientras se colocaba su vestido.

No pudo hacer más que seguir con la vista sus movimientos. Estaba tan embelesado por su sensualidad femenina que pronto se le olvidó lo que había venido a buscar.

Supo en ese preciso instante por qué su yo borracho cedió ante sus encantos de mujer, cuando ni en estado de sobriedad no podía resistirse. Era realmente espectacular. Tenía una figura de medidas perfectas que enloquecería más a los locos. Nadie podía evitarlo, y Andrew no era la excepción.

La diosa rubia giro sobre su propio eje y lo vio directamente a sus ojos. Haciéndolo parpadear varias veces por el sobresalto.

—Hola— dijo Andrew aún sujetado del picaporte, con la puerta a medio abrir.

La chica rubia, quién además, tenía ojos azules sonrío.— Hola, Andrew.

—¿Te conozco?—. Se oyó preguntar confundido.

¿De dónde rayos conocía a esa chica? Jamás en su vida la había visto.

—Sí. Anoche nos presentó una amiga que tenemos en común.— Hizo una pausa para ver si él asentía.—Supongo que no lo recuerdas.

Cobraba sentido de por qué no se acordaba de ella. Dadas las circunstancias en la que estaba.

—Lo siento. Creo que no estuve en las mejores condiciones para conocer personas. Me puedes escribir tu nombre en un papelito tal vez así ya no lo olvide de nuevo.

—Tranquilo. Es normal que no recuerdes nada cuando bebes de más—dijo la rubia sonriendo—. En cuanto a mi nombre, es Layla, la 'a' se pronuncia como 'e'. Por desgracia no tengo papel ni lápiz. Pero veo que ya estás cuerdo, así que no creo que lo olvides.

Se le hizo raro por qué no parecía decepcionada por haberse acostado con ella cuando ni siquiera se acordaba de nada. Otra estaría obstinada. Pero ella no. Se repitió para sí mismo después de todo.

—Pero, oye, tú si te acuerdas al parecer. La verdad es que eso me deja a mí como un pésimo bebedor— dijo Andrew pasando su mano libre por su pelo a modo de frustración—. Pues, un gusto, Layla, soy Andrew, aunque, claro, ya tú lo sabías.

Realmente se sentía muy avergonzado por la situación bochornosa. Era la primera vez que le pasaba algo similar.

—Bueno, después de que te has embriagado en tantas ocasiones te acostumbras a la intoxicación etílica. Y sí... me acuerdo perfectamente lo que pasó anoche— dijo Layla haciendo un guiñó.

Andrew dejó escapar un resoplido.

—¿Por qué no entras? Anoche no eras tímido—dijo la rubia usando por segunda vez esa sonrisa seductora cuando lo saludo.

—¿Qué? Para nada soy tímido. Es solo que estoy... algo... extenuado... es todo ¿ok?

—Sí, claro.

Le pareció que ella no podía aguantar la risa.

Andrew repasó mentalmente lo que acababa de decir. Claro 'extenuado' luego de la terapia corporal que sostuvo con esa endiablada chica rubia.

Pero no se iba a dejar intimidar. Sentía su masculinidad herida. Por lo que se envalentonó. Dejó de sujetar el picaporte y entró a la habitación.

—Aquí estoy— dijo plantándose a escasos centímetros de ella.

La chica rubia se pasó la lengua por los labios cuando él se acercó. Su lascividad le comía el coco.

Ella usaba tacones. pero no parecía muy alta.

—Perfecto.

Vio como la 'diosa' titubeaba, mientras mantenía la vista fija en su boca.

Esta vez le tocó a él sonreir—. ¿Qué te pasa? ¿Acaso eres tímida?

Jodida niña. Se había metido en terreno peligroso. Comenzó un juego que no ganaría. Y él le enseñaría como jugar.

—Vaya. Debo admitir que me has dejado impresionada. Si no fuera porque debo irme estaría montándote ahora mismo. Pero me conformaré con esto— dijo Layla, cogiendo su bolso de la cama y abrió la visera.

Andrew quedó casi petrificado cuando le vio sacar un condón usado.

—¿Por qué tienes eso dentro de tu bolso?— Se apresuró a preguntarle.

En su interior sintió alivio al saber que había usado preservativo por lo que no se tenía que preocupar por si le echo su semilla adentro, que suponía un problema demasiado gordo, que por nada del mundo estaba preparado para afrontar. Y por supuesto no de esa forma. Y también, confirmaba su escarceo con aquella chica.

—Esto es mi premio— dijo Layla sensualmente.

Se acercó hacía él y le clavo un beso en su cuello. Se había echado labial por lo que seguramente le dibujó un recordatorio, unos labios rojos.

—Gracias, Andrew. Cuídate. Quizás nos veamos en otra ocasión.

Y. Así sin más salió de la habitación dejándolo solo. Quien sea que fuera ella... también sabía a como jugar su juego.

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Comments

Doris almaris Barrios moreno

Doris almaris Barrios moreno

Hola nadie nace aprendido se aprende con la practica

2024-01-24

2

😄😄😄

😄😄😄

yo solo te diré que te sigas esforzando amo tus historias sigue así autor

2023-10-24

1

Unicornio magico🦄

Unicornio magico🦄

amo lo que escribes

2023-09-17

1

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