Capitulo 10

MARCOS.

Bendito día, bendita resaca. Sí la crudeza fuera la perdición, él estaría condenado. Es cierto que las drogas y el alcohol son una adicción difícil de tratar para quienes abusen de estas dos, y, hay quienes tachan de vago a aquella persona que bebe demasiado, como si fuera un delito disfrutar, la vida a su manera, cada quien es responsable de lo que hace, que estúpido le parecía que se recriminará el estilo de vida de alguien como si la vida de quien lo critica fuese perfecta. Él no se zampaba drogas, ni pastillas de ninguna clase, su locura era natural, sin embargo, si reconocía que tenía un pequeño problemita con la bebida, ¿y qué?, No le hacía daño a nadie, jamás se había envuelto en problemas estando borracho. Respetaba las normas, se detenía cuando se debía detener, tal vez si se tomaba una copa de vodka para relajarse, no estaba mal, pero era puntual con sus compromisos universitarios, y con su trabajo de medio tiempo en el Carver Johnson.

Para Marcos Lora, la crudeza no era más que ser la prueba de que estaba vivo, era su dealer, el sabor de la felicidad era ese licor que le quemaba la garganta y le revolvía el estómago.

Había despertado en una nueva mañana después de una buena fiesta, y estaba en su cama, esta vez sí, no en el sofá como el sábado anterior, aunque seguía en su casa, era lo sensacional de ser el anfitrión.

Su cabeza le dolía un poco, era normal, sin embargo, había algo raro, sentía su brazo izquierdo adormilado por estar debajo de... espera un segundo ¿Era quien creía que era? ¡Joder! No podía ser posible, no podía creer lo que estaba viendo. Era demasiado surrealista, solo en sus fantasías húmedas lo había vivido, era como si se hubiera materializado, porque allí estaba; en carne y hueso, no podía ser un sueño. Se había imaginado tantas veces con ella, y, ahora Dayana White dormía plácidamente a su lado.

Que linda era verla dormida. Lograba apreciar el lunar cerca de su nariz, y esos apetitosos labios, su piel bronceada y su cabello rizado cayéndole sobre la cara, haciéndole cosquillas en su antebrazo.

Su mano acarició su hombro desnudo que sobresalía de la sábana, quitó los mechones que le cubría la cara, luego acarició su mejilla, hacía círculos en su cachete, quería palpar, tocar, para cerciorarse de que en verdad estaba allí, ella, quien hace un tiempo lo rechazó, vaya, que vueltas daba la vida, ahora estaba en su cama, 《Toma eso, ley de Murphy》 quedaba confirmado.

Su pecho exhaló un suspiro cuando tocó aquel labio inferior con su pulgar, tan sensible y tan suave a su tacto, que sintió ganas de besarla, saborear esa dulce boca ahora mientras estaba sobrio, el dolor de cabeza se le intensificó, moriría de ganas si no lo hacía —somos esclavos de los impulsos— y mientras más tardaba más fuerte era el deseo de hacerlo. Se inclinó hacia ella como si fuera un oasis en un desierto y él sediento por beber.

Tocó los labios de ella con los suyos, recibía la calidez del aire que salía de su nariz, y se quedó allí, sin oprimir la carne de sus labios para no despertarla. Que locura si lo pillaba besándola mientras dormitaba, indefensa, pensaría que era muy raro, un chico bastante extraño, aunque, quizá le faltase una tuerca.

Se separó despacio, sin dejar de detallar cada parte de su rostro.

De repente, Dayana medio abrió los ojos, como si sus pestañas estuvieran agarradas, cuando consiguió abrirlos del todo, él esbozó una sonrisa a boca cerrada. Pensaba que su beso la había despertado de su sueño profundo y, que le devolvería la sonrisa.

Pero, lo que vio en su cara era el claro reflejo de la confusión. Dayana abrió la boca para decir algo, pero alguien empujó la puerta de sopetón, sobresaltándolos.

—¡Dios santo! Mil disculpas, joven Marcos, pensé que estaba... yo solo... solo venía hacer la limpieza.— Claudice se tapaba los ojos, muy avergonzada.

Era normal que la empleada de servicio entrará a limpiar mientras él dormía, le había concedido ese permiso, no era su culpa. Por otro lado, le pareció medianamente gracioso la situación, hace días había irrumpido en su habitación y halló a su mejor amigo con una chica en su cama. Ahora era a él a quien pillaba in fraganti, 《La habitación parece un cuarto de playboy》 pensó con sarcasmo.

—Descuida, Claudice. Vuelve más tarde.

Claudice cerró la puerta de inmediato. Ahora se enfrentaba a la cara de sorpresa de Dayana.

—Buenos días— dijo él.

—¡¿Qué horas son?!— preguntó ella, evadiendo su saludo.

Marcos solo se encogió de hombros.— No tengo idea, yo apenas...

—Me tengo que ir— lo interrumpió, sacándose la sábana.

Se levantó de la cama, y luego empezó a vestirse con prisa.

—Eh... solo quería saber cómo estabas.

—Ahórratelo, discúlpame, pero necesito irme a casa. Mi mamá me matará.

—Ok, pero ¿Puedo hacer algo por ti? Solo dime— inquirió, apoyándose con los codos.

—Sí, sí. Jamás le digas a alguien que esto pasó, a nadie — aseveró, apuntándolo con el dedo índice.

—No lo diré.— Hizo un gesto, como si cerrará una cremallera.

Dayana dejó de señalarlo, cogió su bolso y salió de la habitación.

Marcos se levantó de la cama de un salto, sacó una pantaloneta y se la enfundó rápidamente, y también salió, detrás de ella.

—¡Oye, espera! Puedo llevarte a tu casa.

—No, gracias— respondió borde, y seguía caminando rumbo a la puerta principal.

Marcos soltó una maldición, quería alargar la ocasión con Dayana White, una oportunidad así solo pasaba una vez, y, no creía que volviera a suceder.

Comenzaba a recordar, Dayana le había propuesto lo siguiente: si ganaban el partido contra los galácticos le regalaba una noche de pasión, y vaya que le regaló lo que hasta el momento fue el mejor polvo de su vida.

—Solo espera un momento.

Dayana aguardó un segundo, se giró hacia él, una ceja levantada. La puerta estaba con llave.

Marcos le pidió la llave a Claudice, y se acercó a ella agitándola.

—Mira lo que tengo aquí— dijo.

—Qué esperas, ábreme— exclamó Dayana.

—Está bien, pero con una condición. Dame tu número.

Dayana posó sus manos en sus caderas, sumida en sus pensamientos.

—Ok, Ok, anótalo rápido.

Marcos agarró un plumero de un recipiente metálico que estaba encima de una alacena y escribió en la palma de su mano el número.

—Ya lo tienes, ahora me tengo que ir— dijo, desesperada.

—Ya voy, ya voy.

Insertó la llave en la cerradura, el pestillo cedió, y jaló la puerta.

—Adiós, cuidate preciosa.

Luego solo se escuchó el chasquido de la puerta al cerrarse.

Como en una especie de levitación, Marcos daba pasos, sus pies descalzos absorbían la humedad del piso recién trapeado, miraba su mano, memorizando cada dígito, con una expresión de victoria, sonreía.

Había arriesgado y ganado, como ese lanzamiento al filo del cronómetro, al final del partido, evitando la prórroga. Recibió un buen balón, saltó y encestó, solo le bastó su confianza y milésimas de segundos para su jugada estelar, y salió perfecta, gracias a ello, obtuvo su merecido premio, y, aunque sabía que solo fue una noche, tenía la intención de probar de nuevo.

—¿Quiere algo para comer?— escuchó a Claudice.

Alzó la vista.— Sí, por favor, muero de hambre. Y tenga las llaves.

Claudice aparentaba tener una edad media entre los 35 y los 45, era de piel achocolatada y de estatura baja, iba a recibir las llaves, pero, su vista se desvió.

—Disculpe, pero creo que otra amiga suya va a querer salir.

A él le pareció confuso, ¿Otra amiga suya?

Giró el tronco para ver quien diantres era la muchacha despistada que había confundido su casa con la suya. Su cara cambió cuando se dio cuenta quien bajaba por la escalera, se le detuvo todo.

—Pero ¿qué haces aquí, Carla?

...***...

Invitó a desayunar a Carla Barzini, era lo mínimo que debía hacer como buen amigo. La notaba tan cambiada, diferente a como era costumbre, siempre extrovertida, alegre y jovial, una chica con clase, inalcanzable, sin embargo, a quien veía detrás de esas capas superficiales era una chica sencilla y al natural.

Claudice les llevó caldo de pollo, y dos aspirinas para aliviar la resaca de ambos. Pero, parecía que Carla estaba peor.

—Gracias, Claudice

—A la orden— dijo la empleada de servicio, antes de dejarlos solos.

Marcos comenzó a probar el caldo. No obstante, Carla no lo tocaba.

—Anda, tomatelo. Te hará sentir mejor— manifestó él .— Claudice es una crack cocinando.

—Si tú lo dices— contestó Carla, agarrando la cuchara. — ¿Entonces vives solo?

—Sí, exacto.

—¿Y cómo es eso? ¿Cómo tienes una casa solo para ti?— preguntó, la curiosidad asomada en sus ojos.

Marcos tomó un poco de caldo, antes de responder.

—Está casa era de mis abuelos maternos, y después pasó a mi nombre, es decir, la heredé.

Veía en la cara de ella más dudas. Así que tomo nota mental y reservó las respuestas, breves y suficientes. No le apetecía extender ese tema.

—Ah, eso tiene sentido. ¿Y tus padres?— continuó Carla.— ¿A qué se dedican? ¿Te envían dinero? ¿Y tus hermanos?— añadió.

Otro sorbito de caldo.

—Mis padres viven en otra ciudad. Mi padre es cirujano y mi madre pediatra. Mi hermano mayor trabaja para el DMS (Departamento mundial de la salud) y mi hermano menor cursa los primeros semestres para ser cirujano.

Omitió la parte de la mesada que le giran todos los meses para los gastos de la universidad y para la casa, pero no tenía importancia.

—Es curioso, de seguro habrán querido que estudiarás medicina como ellos.

Marcos resopló.— Sí, seis meses como aprendiz de medicina, pero me di cuenta de que no era lo mío.

—Entiendo— dijo Carla, llevando la cuchara a la boca.

Era momento de hacer un pare, momento de voltear la torta.

—Pero basta de mí, ¿Qué hay de ti?— expresó, su tono de voz cambió. — Te pasaste demasiado de copas, y te ves demacrada, ¿Estás pasando una tusa?

—Algo así— respondió Carla, encogiéndose de hombros.

Marcos hizo una mueca. No hacía falta adivinar lo que era evidente, la glamurosa Carla Barzini se había enamorado, y le habían roto el corazón, desconocía la razón, pero, elaboraba sus propias teorías en su mente, y no le cabía quién sería el estúpido que la dejó ir, debería estar demente o muy tonto, —O un desgraciado— tal vez ella debió tomar la decisión de dejarlo, esa era la Carla que conocía, poco, pero que conocía.

El Uber que pidió hace media hora había llegado. Marcos la acompañó hasta afuera para asegurarse de que encontrará la portezuela del auto, la cual abrió el mismo.

—Tal vez deberíamos salir alguna vez — dijo en broma, deteniendo la portezuela.

—No lo sé ¿Qué harás hoy?— inquirió Carla.

—Tengo que trabajar— contestó él.— ¿Y tú?

Ella sonrió traviesa.— Tengo que dormir.

—Muy graciosa.

Carla sujeto la portezuela, y lo miró a los ojos, un brillo rutilaba en sus pupilas.

—Pero, quizá mañana, yo te aviso, o tal vez no— dijo y entró al interior del auto. Luego se asomó por la ventanilla. — O tal vez sí.

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Comments

Vane Quiroga

Vane Quiroga

me gusta marcos y carla ...talvez una salidita ...mas capitulos esta muy buena

2023-09-05

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