Los leones negros no estaban acostumbrados a ser escoltas en viajes por el imperio, pero hasta el momento eran los únicos capacitados para el viaje del supremo sacerdote hacia la Ciudad Santa. Con un grupo de quince altos sacerdotes y cinco aprendices, los caballeros se prepararon mientras el supremo sacerdote se tomaba su tiempo dentro del palacio imperial. Elías organizaba algunos de sus libros para el largo viaje, no hace mucho tuvo una conversación con la duquesa Verlur y el emperador quienes le desearon buena suerte y un pronto regreso. Su última despedida fue con Maydi, aunque aún no estaba por hecho el hasta pronto, pues la joven doncella lo acompañaba.
—El invierno es fuerte allá y bloqueara todos los caminos —dijo Maydi.
—Por eso volveré para la primavera, además hay una montaña de trabajo esperándome y la Ciudad Santa es la sede del Templo, técnicamente debería estar ahí más tiempo, pero el emperador no me quiere en el territorio del Lobo Blanco. Todavía no es seguro volver a Verlur, no hasta que el actual se retire y el hijo de la señora tenga la edad para acabar con todas las tensiones diplomáticas.
—¡Pero los duques de Verlur viven muchos años! ¡¿Cuándo podrá la señora volver a ver a su hijo?! Oh, ahora que lo recuerdo, el anterior duque no tuvo esa suerte.
—Es cierto, Jonathan Quill Verlur murió por vejez. Algunos dicen que la tristeza lo consumió lentamente desde la muerte de su esposa. Pero creo que es natural tener otras sospechas ahora que el verikel se ha revelado.
—¿Envenenado? Pero nadie lo odiaba y su hermano menor tampoco pudo ¿O si pudo?
—No, lord Henderson no tenía ni un solo aliado en el castillo para hacerlo. De todas formas lo averiguaré, es otro de mis motivos para ir a la Ciudad Santa.
—¿No es una estrategia del emperador? Mi señora solía decir que a veces es bueno darle regalos a quienes son difíciles de atrapar, obsequios que los endeuden.
—Tienes toda la razón, esa petición es parte del emperador. Hay una orden de enviar caballeros y soldados plateados a los templos para disminuir su ejército. Pero su majestad no quiere aumentar la tensión con el duque Verlur, por eso debe dar “obsequios” de vez en cuando.
—¡Odio la política! No entiendo como la toleras sin enloquecer, incluso me das algo de niego por soportarlo. Pero, ¿no será aburrido allá?
—Al contrario, descansaré de tus alocadas interrupciones.
Maydi no dudó en lanzar una almohada hacia Elías, pronto comenzó una divertida (aunque furiosa para la joven doncella) pelea de almohadas. El agradable momento se vio interrumpido cuando Maydi avanzó y terminó tropezando con la alfombra cayendo directo sobre Elías. Ambos quedaron atontados por el ligero dolor del impacto, luego abrieron los ojos notando lo cerca que estaban sus rostros del otro. Ni el rubor en sus mejillas o la posición incómoda interrumpió el momento, fue un sirviente quien tocó la puerta informando al supremo sacerdote que su momento de partir había llegado. Los jóvenes se separaron inmediatamente notando lo avergonzados que estaban, pero ninguno dijo nada hasta que la última maleta fue cerrada.
—Me escribirás, ¿verdad? —preguntó Elías.
—Por supuesto, alguien debe recordarte descansar en una cama en vez de una silla rodeada de libros y muebles.
Elías sonrió y bajó la mirada recordando las palabras de la duquesa Verlur sobre sus sentimientos sobre Maydi. Pero el ingenuo joven del romanticismo no estaba preparado, ni siquiera podía formular una confesión adecuada en su cabeza sin terminar sonrojándose o asustándose en caso de parecer ridículo y terminar rechazado. Así que, forzándose así mismo, decidió prepararse adecuadamente todo el invierno en Verlur.
—Maydi, tengo algo importante que decirte, pero no me siento preparado. ¿Podrías esperarme hasta la primavera? Por favor…
—Ah… Claro, estaré aquí esperándote, seré la primera en recibirte.
La gentil sonrisa de la joven doncella lo tranquilizo, al fin pudo decirle hasta pronto y subir al carruaje dejando atrás Venesten y muy pronto la capital. En el mar de Elen comenzó a sentir el familiar frio invernal de su tierra natal. A pesar de largo tiempo en la capital y su templado clima, el cuerpo del joven no olvido la nieve ni los fuertes vientos. Fue el único embellecido por la belleza blanca de Verlur en cuanto llego, los demás sacerdotes temblaban por el insoportable frio y los leones negros solo querían irse. El puerto de Feristen se llenó ante la llegada del supremo sacerdote quien sonrió afablemente ante la multitud. Emprendió su viaje hacia la Ciudad Santa donde se encontró con edificios quemados, calles vacías, habitantes nerviosos y sacerdotes aliviados.
—Atacaron cada parte de la ciudad, pero afortunadamente pudimos refugiarnos dentro del palacio Shajdy mientras atacaban todo lo demás junto a los prisioneros afiliados al usurpador —explicó un sacerdote mayor llamado Osiel.
—Sabía que todo fue peor aquí considerando la situación del duque Verlur, pero no imagine que tanto —dijo Elías sin poder creer cómo terminó la gloriosa ciudad de la fe—. ¿Qué tal está la situación de la comida y los refugios?
—Por fortuna estamos bien, aunque muchos temen que el invierno destruya lo que quedó de sus casas. Tenían la esperanza de reconstruir todo en la primera oportunidad, pero con el invierno cerca no será posible. Además, están preocupados por los impuestos.
“Hay mucho trabajo, ¿podré volver para la primavera?”
—Por ahora quiero que den un recorrido por el templo y donde están ubicadas las personas. Luego quiero un reporte de los daños y en la noche debo ir al ala exclusiva.
—Ah… por supuesto, su santidad. Por favor, permítame guiarlo a su habitación, los aprendices llevarán a los demás a sus aposentos.
Los leones negros y sacerdotes de la capital se ubicaron en las habitaciones preparadas. La llegada fue lúgubre, sin gloriosa bienvenida, festines deliciosos o festivales pintorescos. Elías era el auténtico elegido de Heitor, pero su llegada a la sede de la fe estaba lejos de su actual posición. Aun así, el joven se concentró solo en reconstruir la ciudad y pasar el resto del invierno con los demás citadinos atormentados por las acciones de los rebeldes. El templo Shajdy era demasiado grande, así que no hubo problemas en convertirlo en el único refugio de las personas. Además, con la llegada del supremo sacerdote, todos se sentían más cerca de su Dios y llenos de esperanza de que todo cambiara. Recibieron la buena noticia de que el emperador envió fondos para compensar las reparaciones, la promesa de nuevos guardias y la reconstrucción de su ciudad luego del invierno.
Elías ahora planificaba cómo distribuir los espacios del gran templo para que todos soportaran el invierno sin problema. Todos despejaron salas de oraciones privadas, movieron incontables y lujosos muebles para hacer espacios a las camas y aulas. Se distribuyeron trabajos tanto para hombres y mujeres (respecto a la madera, comida, ropa y aseos). Los fondos tendrían la función única de proporcionar los recursos esenciales junto a los materiales para la reconstrucción. Mientras tanto, los leones negros cabalgaban por toda la ciudad, ahuyentando bandidos con el color de sus uniformes y el símbolo de sus estandartes en los carruajes. No se tardaría en correr la voz de cierta orden de caballeros, propia del emperador, en las tierras de Verlur. Hasta entonces, la Ciudad Santa descansaría de tantos robos y violencia con el supremo sacerdote. Y durante la noche, llegó el momento de que Elías conociera el primer vestigio de Heitor dejado hace miles de años, el árbol que brotó del cuerpo del creador y salvador: el Árbol de la Salvación.
El templo Shajdy estaba compuesto por cuatro alas y el edificio principal en el centro el cual era el único en el que se permitía el acceso a los visitantes. Pocos lo sabían, pero existía un ala exclusiva ubicada debajo del edificio principal. La entrada y salida eran una sola puerta oculta en alguna pared de piedra.
—Su santidad, ¿Qué es lo que sabe sobre el Árbol de la Salvación? —preguntó Osiel guiándolo a Elías y a los altos sacerdotes de la capital por un ancho pasillo hacia el jardín detrás del edificio principal.
—Los escritos que tome mencionaban que era el primer vestigio de Heitor que nació de su cuerpo terrenal antes de que ascendiera a los cielos.
—Eso es correcto, su propósito es crear un camino entre ambos mundos por el cual solo uno sería capaz de caminar y escuchar. Así es como Heitor sigue observando el mundo terrenal y nosotros, los humanos, continuamos recibiendo su gracia mediante las oraciones. Pero las reglas del Templo pronto comenzaron a destruir esa conexión, aunque el camino continúa ahí, pero solo uno es capaz de verlo, caminar y oír la voz de nuestro creador.
Llegaron al jardín exterior, con la nieve cayendo de los cielos con lentitud para deleitar su belleza. Había una fuente que Elías reconoció al instante, de roca de las montañas blancas, formando un círculo perfecto con agua y un árbol en el centro. Pero el agua estaba congelada y el invierno no era amigable con todos los árboles. El hermoso manzano estaba desnudo a la intemperie del atroz clima. Aun así continuaba siendo hermoso para cualquier sacerdote.
—Los visitantes extranjeros siempre vienen en primavera para ver los jardines embellecidos antes de que el invierno lo cubra todo —dijo Osiel—. Pero todos los sacerdotes sabemos que la belleza no termina nunca.
—“Incluso un árbol seco está vivo, en sus raíces, ramas y tronco, y son esas vidas las que merecen más respeto y cuidado”, eso dijo mi antiguo tutor cuando llegué aquí.
—Solo los altos sacerdotes conocen la leyenda del Árbol Sagrado, pero para el resto queda como una lección importante frente a este manzano.
—¿Será porque la entrada es por aquí?
—Está en lo cierto, su santidad. Justo en ese muro, sígame… Osiel camino hasta el otro lado del jardín llegando a un muro que se abrió al presionar la secuencia correcta.
Unas escaleras circulares hacia abajo aparecieron, Osiel tomó una antorcha y fue el primero en bajar, luego Elías animado por los demás altos sacerdotes. En cuanto la pared se cerró, el descenso continúo a paso lento por el peligro de resbalar a pesar de las altas barandas y las anchas escaleras. En un silencio pacifico, los pasos ligeros apenas se oían y el final comenzaba a revelarse. Al llegar a la única puerta, Osiel sacó una llave extraña: un colgante en forma de estrella que tuvo que girar en la cerradura de acuerdo a la secuencia secreta. Se oyó un click que alertó a los demás y el sacerdote mayor tomó el colgante, empujo la gran puerta y le dio el paso al supremo sacerdote.
Elías avanzó ansioso pero preocupado por un corto pasillo, tan estrecho como la puerta, seguido del resto. Al cruzarlo se dio cuenta de que el ala oculta era una gran cúpula iluminada por luz blanca. El suelo no era de piedra, sino tierra tan verde como Arank en sus veranos, un río rápido rodeando el centro como, plantas y flores, rocas, viento vivaz y puro. Todo rodeaba un majestuoso árbol de tronco blanco, tan ancho y largo como los edificios de la ciudad, con ramas enormes más que los troncos de los simples árboles y que se extendían por todas partes. Y las hojas de color plata tan resplandecientes como estrellas del cielo nocturno juntadas en un solo lugar formando una sola luz milagrosa que el ojo humano era capaz de ver las veces que deseara sin el temor o peligro de perder la vista. Decir sorprendido era poco, porque Elías estaba abrumado, extasiado y cautivado.
—Es tan hermoso… El vestigio que nació del cuerpo de Dios, la gran conexión con los cielos. Con un propio río rodeándolo y alimentando sus raíces, un extraño viento haciendo bailar a las hojas y el hermoso tronco blanco cuál marfil trabajado —dijo Elías.
Los demás altos sacerdotes, junto a Osiel, comenzaron a inclinarse y rezar respetuosamente. Luego caminaron sobre el césped con cuidado, cruzaron el pequeño río sobre las rocas y siguieron caminando hasta reducir su distancia con el Árbol de la Salvación.
—Su santidad, es momento de su nombramiento oficial… —dijo un alto sacerdote de la capital extendiendo su mano para ayudarlo y guiarlo hasta el tronco—. Solo ponga ambas manos sobre la madera, sin demasiada fuerza o debilidad. Nosotros rezaremos a su alrededor hasta el momento del juramento y eso será todo.
—¿En serio? ¿No pasará nada extraño?
—Nunca ha pasado nada fuera de lo común durante años, aunque todos aquí tenemos la sospecha de que eso no se aplicará con usted —dijo Osiel—. Pero tranquilo, no debe asustarse.
—Si sucede algo raro dudo mucho de asustarme, pero tal vez soy demasiado arrogante.
Elías siguió sus indicaciones, se arrodilló frente al Árbol de la Salvación y tocó el tronco adecuadamente. El rezo comenzó y luego el sagrado juramento de la vida:
—¿Jura ser fiel al poder que Heitor le dio? ¿Jura nunca reemplazar el regalo con codicia? ¿Jura respetar toda forma de vida? ¿Jura rechazar cualquier extraño poder ajeno y no ensuciar la divinidad con la que fue bendecido?
—Lo juro, ante el Árbol Sagrado con Heitor atestiguando cada juramento mío.
—Entonces que así sea. De pie, su santidad… Elías Lombert, hoy dejas atrás el camino del sacerdocio por el liderazgo, los deseos egoístas son ahora bondad que siempre debes cargar y tu nombre común se ha convertido en el del pilar del Templo, nuestro Supremo Sacerdote.
En cuanto Elías intentó levantarse, la luz de las hojas resplandeció más fuerte de lo común al punto en que, por primera vez en años, los sacerdotes tuvieron que protegerse los ojos. Solo el supremo sacerdote continuó sin siquiera pestañear cegado por las extrañas líneas del tronco que comenzaban a moverse, sus manos se quedaron adheridas por una extraña savia y las hojas cayeron a su alrededor ayudadas por el viento hasta rodear al joven y encerrarlo.
Solo quedó el singular sonido de las hojas al viento, la plata resplandeciente a su alrededor y el tronco cambiando de forma un pequeño círculo que crecía mientras la savia atraía más el cuerpo del prodigio. Elías no apartó la mirada del tronco y así unos colores invadieron hasta dar formas extrañas que dominaron su mente. Entre esa serie de imágenes, se perdió y nado perdido hasta que comenzaba a oír voces que le resultaron familiares. Intentó seguir una de ellas, la que más peso en su corazón y dio con la cierta doncella que vio por última vez en la capital.
—¡Maydi! —la llamo a gritos pero ella no lo oía, estaba sonriendo al cielo hasta que volteo a ver a Elías y desapareció—. ¡Espera! —corrió más pero de nuevo las imágenes se transformaron y más voces susurraron sin orden o algún sentido. Sabiendo que debía seguir alguna de ellas, el joven se concentró tratando de captar alguna que conociera.
Una luz perdida,
pájaros ardiendo en el cielo
y sagradas rocas en pedazos.
¿A dónde van sus niños?
Elías captó una voz desconocida, dulce y triste. La melancolía lo llenó de pena y sintió el deseo de saber quién era el autor detrás de esa estrofa y preguntarle el motivo de su tristeza.
—¡¿Quién eres?! —grito pero la voz cantante comenzaba a desaparecer—. ¡Espera! ¡Creo que te conozco! ¡Por favor, espera!
El tormento no acabó, el remolino de imágenes continuo hasta que comenzó a ver lo que pudo y analizarlo después: una torre de reloj que marcaba las once de la noche rodeada de fuego y gritos, una figura oscura bailando entre la destrucción, un hombre en armadura gritando desconsolado con su escudo destrozado cerca, unos ojos morados llorando en silencio hasta oscurecerse de maldad y la última visión, una que sintió en su propio cuerpo que lo paralizó: una espada apuñalándolo en su estómago. Alzó la vista y había una sombra negra sonriente quien sostenía el arma. Con gran fuerza, el joven tomó la empuñadura del arma y trató de verla más cerca o ver al misterioso atacante.
—¡¿Qué significa esto?! ¡¿Qué es lo que debo ver?!
—Elías, primero debes caminar y luego oír, no necesitas ver.
—¡No! ¡Algo sucederá! ¡¿Verdad?! —gritaba mientras luchaba contra el misterioso atacante y con una voz desconocida atrás—. ¡¿Por qué me mostrarías todo esto si no?! ¡Déjame ver más, por favor! ¡Al menos déjame saber quién desea matarme!
—Para ver en el camino, debes renunciar a tus sentimientos, solo así estaré seguro de que no harás algo equivocado impulsado por alguna emoción. Sin embargo, eres incapaz de hacerlo porque amas, odias, disfrutas y lloras. Por ahora, solo confórmate con esto: dile que puedo perdonarla, si ella perdona también o su tormento será mucho peor.
—¡Espera! ¡No te vayas! ¡¿A quién se lo debo decir?!
—Elías, las cosas se pospusieron demasiado tiempo, ahora es inevitable que todo estalle. No podrás cambiar nada sin importar cuanto veas, así que solo deja que todo fluya.
Antes de poder decir algo más, todo a su alrededor se esfumó en hojas plateadas que regresaron al árbol. Elías cayó al suelo tosiendo y tocando su vientre a pesar de que no había herida. Los demás altos sacerdotes no tardaron en calmarlo y preguntarle qué sucedió, pero Osiel noto lo aturdido que estaba el supremo sacerdote así que sugirió que descansará y luego hablarían. En cuanto Elías llegó a su habitación, pidió estar a solas y de inmediato escribió y dibujó todo lo que vio hasta el mínimo detalle. No durmió en toda la noche tratando de recordar algo más, pero solo venían a su memoria el dolor y la voz de Heitor con su mensaje.
Al día siguiente, temprano en la mañana, los ciudadanos desayunaban en el nuevo y gran comedor con varias mesas con pan, queso, mantequilla y hasta frutas. Osiel llevó una bandeja con comida para el supremo sacerdote, los guardias lo dejaron pasar con la advertencia del desastre que iba a presenciar. Y fue así, la cama desatendida, muebles empujados a un rincón y papeles en el suelo, colgados, pegados a las paredes o arrugados como bolas, lápices reducidos a casi nada y un joven sin dormir balbuceando en voz baja sin dejar de escribir o dibujar.
—¡Su santidad! ¿Acaso no durmió en toda la noche? ¿Pero que le paso?
—Creo que el árbol reaccionó y pude andar en el camino, pero no supe hacerlo bien.
—Heitor hizo contacto, pero… ¿no le dijo nada?
—Solo que enviará un mensaje a no sé quién y qué no podía cambiar nada.
—¿Ah? ¡¿Le mostró el futuro?!
—Solo fragmentos, no… ni siquiera pueden llamar eso. ¡Eran pedazos de fragmentos esparcidos en un caos de más fragmentos sin orden! Solo pude rescatar una secuencia de imágenes que tienen relación, lo demás es un laberinto caótico que no me deja tranquilo.
—Su santidad, esto es importante sin duda, déjeme ayudarle, por favor.
—Bien, por ahora investiga esto… —Elías le dio uno de sus tantos dibujos.
—¿Una torre de reloj? —Osiel se quedó es putrefacto—, pero el imperio tiene cientos, no… miles de este tipo de edificaciones.
—Es todo lo que pude rescatar y créeme que es lo más sencillo, lo demás depende de mí. ¡Ah! ¡Maldición! ¡Olvide mis otros deberes! Bien, dejare esto por ahora, es más importante la ciudad y las órdenes del emperador. Señor Osiel, por favor envié estas cartas con un mensajero a la Cueva del Lobo, una es una orden real y la otra es más personal.
Osiel obedeció y pronto un emisario entregó ambas cartas al mayordomo del castillo. En cuanto llegaron a manos del duque, éste las rompió en pedazos con ira. Una era orden real para enviar caballeros y soldados de su ejército de regreso hacia los templos. Pero la otra, escrita por el supremo sacerdote, era una petición de reunión con la entrega del caballo de la duquesa llamado Karion y la solicitud de divorcio
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Comments
Yoba OG
autora, no me digas que Dianael tiene que perdonar a su esposo a Akemy y a su hermana para que no valla a ver destrucción?
2023-08-01
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Ana Yebra
Más enigmas por descubrir.... me encanta. Me imagino que el mensaje que envío Heitor es para el Hada (Diannel), que debe de perdonar a los humanos para poder ser perdonada.
Fantastica historia
2023-08-01
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