El clima frío en Verlur había disminuido lo suficiente para relajarse de la constante lucha contra el invierno. Los pequeños alivios de tal época permitían varias actividades al aire libre hasta altas horas de la noche bajo un brillante sol entre un cielo grisáceo. Los viajes a la cueva del lobo comenzaron, varios nobles pidieron una audiencia con el duque debido a lo sucedido: ¡La duquesa traicionó al duque Verlur con el 2º príncipe del imperio! Aunque en la capital la noticia fue dada en otro sentido, en las tierras del Lobo Blanco fue otra cosa debido a que la gran mayoría de los nobles residentes apoyaban el sueño de independencia de su señor, pero todos fueron ignorados.
Un lúgubre regreso contrario a los fuertes deseos de volver sucedió en los caballeros plateados sobrevivientes. El personal del castillo quedó reducido a la mitad debido a que los empleados contratados por la duquesa habían renunciado hace varios días. Cada uno se fue con una carta de recomendación asegurando su futuro en cualquier lugar del ducado o el imperio. Era como si cada rastro de la señora comenzara a esfumarse silenciosamente desde antes que llegara el duque. y para cuando él llegó, su añorado castillo se sentía más solitario. Lo primero que hizo fue visitar a su hijo, el adorable bebé dormía tranquilo luego de otro día inquieto ante la ausencia del calor paternal. Afortunadamente la tristeza no afectó la salud, así le informo la actual niñera. Desde entonces, el duque se pasaba todas las mañanas en la habitación de Dimitri, todas las tardes en su oficina o entrenando excesivamente y en las noches bebía sin control, en su habitación o en un bar cualquiera a altas horas de la noche. Era sir Cristian quien lo buscaba cuando eso sucedía y lo traía de regreso al castillo, siempre pagaba por el silencio a los pocos testigos que notaron la identidad de su señor, pero los días siguieron con esa rutina hasta que paro en el funeral de los caídos.
Solo para tal día, Oliver descansó e hizo a un lado la botella, su morada acogió a los familiares de los valientes caballeros y soldados que cayeron en la capital. Algunos nobles aprovecharon la oportunidad para hablar con su señor sobre lo sucedido a pesar de que todo había sido dicho públicamente en la capital. Lo que ellos ansiaban oír era la confirmación de la traición de la duquesa, la decisión absoluta del divorcio y comenzar de nuevo con la independización. Pero el duque afirmó que no tenía intenciones de divorciarse de su esposa, a menos de dejarla para siempre como rehén en la capital, las exigencias comenzaron sin cesar en un día de respeto hacia los muertos. Sir Alexander logró evitar un conflicto entre su señor y los nobles que maldecían a la duquesa traidora en voz baja. La ceremonia continuó y los familiares se fueron en paz con el apoyo del Lobo Blanco, la última persona en irse fue la esposa del capitán Héctor Gael, quien cargaba a su hija llena de silencio por la tristeza de perder a su padre. La mujer alcanzo al duque y se presentó adecuadamente, agradeció como súbdita del ducado y luego preguntó por quién murió su esposo:
—Él era escolta de la duquesa, murió cumpliendo su deber y sé que se fue en paz porque hablo con ella. Pero, su excelencia, necesito saber si la mujer por la que mi esposo falleció engañó a todos. ¿Acaso la muerte de un caballero como mi Héctor no significo nada? ¿Qué hay de su lealtad y determinación? ¡Él fue herido varias veces por alguien que nunca lo consideró!
Oliver no sabía cómo responder o tranquilizar a la triste viuda solitaria con una niña ausente de felicidad. Recordó como su esposa se despidió de Héctor Gael con sinceras lágrimas, pero su traición afirmaba que nunca considero a ningún caballero de Verlur que murió por ella. Diannel había pisoteado la lealtad de sus súbditos ocasionando que fuera muchas más odiada a comparación con el pasado. No había palabras o explicaciones que pudieran cambiar esa situación, decir que ella sintió tristeza con la muerte de su escolta o culpa por los que dejo atrás no cambiaría nada. Además, ahora vivía en la capital ignorando el odio creciente de Verlur y a la espera del divorcio oficial. Oliver también comenzó a odiarla entonces, porque no comprendía cómo era capaz de dejar a Dimitri, conocía el motivo por el cual ella lo tuvo y la odiaba aún más.
—Héctor fue un caballero honorable, nada cambiará eso, ni la burla de la señora a la que sirvió. Solo eso puedo decirle.
—Y es suficiente, muchas gracias, su excelencia —la viuda se calmó y con una cordial sonrisa se despidió de su señor muy aliviada por sus generosas palabras. No perdería el tiempo odiando a la duquesa o mancillando la memoria de su esposo, viviría sabiendo que fue esposa de sir Héctor Gael y su hija crecería orgullosa por quien fue su padre.
Los invitados se fueron del castillo, pero Oliver no estaba listo para ir a dormir. Espero a que la noche cubriera todo Verlur en lo absoluto y con una capa negra montó a su caballo para ir a otro bar, la sed lo torturaba ansiando la delicia del alcohol para olvidar. Tuvo que cabalgar hasta Renish aprovechando que los puertos estaban vacíos por la situación actual en el imperio.
En cuanto divisó un bar, rápidamente se sentó en la mesa de un rincón oscuro y pidió una jarra de cerveza y ningún bocadillo. El viento soplaba sin cesar afuera, los cuervos graznaban casi al compás para teñir la noche con más oscuridad en el corazón de varios dolientes del ducado. Un gran vaso, dos más hasta llegar a ocho y apenas el duque comenzaba a embriagarse. Pero estaba seguro de que en el trago número quince perdería la cuenta así como la conciencia. Tomó un respiro para fumar mientras dos ancianos cenaban en una mesa cercana, sobrios y habladores sobre varios temas actuales del imperio. Para cuando llegaron al asunto de la independización, Oliver espero oír más insultos hacia su esposa, pero grande fue su sorpresa cuando las palabras fueran otras:
—Ahora todos escupen el nombre de la duquesa, todo aquí fue un río de emociones. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué le pasará a esta tierra estando en la mira del nuevo emperador? Y todo por la independización, vaya ambición… Estuvimos a punto de ser invadidos y asesinados sin saber el motivo y yo creí que de verdad nuestro señor era el mejor de todos.
—Lo mismo digo, pero me alegro de que sigamos vivos sin extranjeros quemando nuestras casas o asesinando sin piedad. Me pregunto qué empujó a ese hombre a tener tal ambición, ¡es traición sin importar como se vea! ¿Un rey? Seguro habría sido glorioso, ¿pero cuántos hubiéramos muerto para que el duque lo lograra?
—Eso… Me alegro que la duquesa lo detuviera, una esposa no es un adorno sin voz ni voto. ¡Menos la señora de nuestra tierra! Una vez se casa con una mujer que nos acompañe, aconseje y cuide. ¿Cómo se le ocurre ocultar un secreto así a su propia esposa? Y la gente se queja de que lo delatara a la corona. ¡El que miente primero es quien condena todo lo demás!
—Y hasta la duquesa se quedó como rehén mientras que el duque no pagó nada por su traición. ¿Cómo puede salir con la cabeza en lo alto luego de ser salvado cual cobarde en su último momento? Pero no muchos piensan lo mismo, solo sienten pena por el Lobo Blanco.
No hubo risas o sarcasmo, los ancianos hablaban enfadados y totalmente serios mientras cenaban a su paso y así pasaron a otro tema. Oliver tuvo el deseo de golpearlos, pero se contuvo al recordar que no eran nada. “No caigas, eres mejor que ellos. Todos pensaron lo mismo cuando morí en el pasado solo porque fallé. Esos dos no son diferentes y aún no he perdido”. Pero su mente alcoholizada diviso risas, burlas e insultos dichas cruelmente hacia su evidente fracaso y su humillante derrota: engañado por su esposa. Un trago más para alejar esas ideas, otro más por la risa burlona de su esposa aquel día, uno más por el cadáver de su amigo Hans, y más y más bebió pero las alucinaciones no pararon. Liberando su rabia golpeó la mesa y se levantó para ir hacia los ancianos que casi terminaban su cena. Vieron a un hombre encapuchado con pasos tambaleantes dirigirse hacia ellos con una actitud nada tranquila, pero ninguno se acobardó, siguieron cenando.
—Oigan… —dijo el ebrio con el rostro cubierto—, hablan mucho como dos viejas en un mercado de Lershe. Si, se parecen a ellas… parloteando sin parar para ser escuchadas…
—Cada quien dice lo que quiere, sobre todo a estas horas —respondió uno de ellos tomando el último trozo de su pan—. Y yo creí que no habría más ebrios así.
—No hay duda —continuó su amigo—, todo comienza a derrumbarse por culpa del duque.
—¡Sigo aquí, imbéciles! —Oliver destrozó la mesa por completo—. ¡¿Y ahora de que van a chismosear?! ¡Vamos ancianos infelices!
El dueño del bar se acercó tratando de calmar la situación aunque era obvio que poco le importaba, estando en una ciudad portuaria ya tenía toda una vida acostumbrado a tales riñas de ebrios. Los ancianos se levantaron cansados por el trabajo y de lidiar con otro borracho incompetente. Parecían fáciles de intimidar al estar sentados, pero ambos eran caballeros retirados y sus cuerpos aún recordaban la fuerza y las peleas juveniles. Sin perder más tiempo, uno golpeó directo al estómago del destrozado de su cena y aunque logró hacerlo retroceder levemente, su mano le ardía como si hubiera golpeado un muro indestructible. El otro arrojó una silla, pero el ebrio seguía en pie, tambaleante y con la capucha a punto de caerse.
“¿Qué saben ustedes?” pensó Oliver tratando de concentrarse para golpearlos. “Lo hice por ustedes, porque siempre pisoteaban a Verlur. Si no hubiera fallado seguro me alabarían con canciones y buenos comentarios. Soy un gran señor cuando los salvó, pero al fallar soy el peor imbécil. ¿Qué tiene de malo que falle? También soy humano”.
—Por favor, basta… —una voz gruesa interrumpió el pleito, detuvo a los ancianos y pagó por las molestias afirmando que el ebrio era su hijo y que estaba dolido por la muerte de un preciado amigo. Los ancianos aceptaron la disculpa y se fueron, luego el dueño del bar echó al recién llegado con su amigo. Oliver ni siquiera tuvo que preguntar quién era, porque solo su 1º comandante lo sacaba de los bares antes de exponer su identidad en un estado lamentable—. Su excelencia, es hora de regresar…
—Otra vez, Cristian… ¿no te cansas de perseguirme?
Sir Cristian levantó a su señor, afuera había un carruaje con dos caballos, uno del duque por supuesto. Oliver empujó a su comandante y corrió hacia un barandal para vomitar en el mar. Cristian le dio una botella de agua pero su cortesía fue rechazada. Había perdido la cuenta del número de veces que salvaba al duque de los bares (no por peleas, sino porque todos supieran de su estado, solo dentro del castillo se sabía lo mucho que sufría el Lobo Blanco por la traición de su esposa). Tosiendo y escupiendo, Oliver levantó su cabeza y vio el gran mar de Elen más allá bajo el manto oscuro sin estrellas. Riendo cual loco sin moral, extendió su mano y gritó:
—¡Si voy por el mar llegaré más rápido! ¡Llegaré a ella y la traeré de vuelta aquí! ¡Le pediré perdón y ella aceptara! ¡Todo volverá a ser como antes con Dimitri feliz de tener a sus padres! ¡¿No es así, Cristian?! ¡Ella tiene que perdonarme, soy su esposo, su familia y el padre de su hijo!
—¡Ya basta de su excelencia, alguien podría verlo, por favor! —el comandante observó a sus alrededores pero no había nadie. Los puertos de Renish siempre eran escandalosos y sus habitantes estaban más que acostumbrados al bullicio, pero el comandante no se fiaba del todo. Temía que alguien pasara, reconociera al duque y contara lo que vio hasta que todo Verlur lo supiera: ¡El Lobo Blanco ahora no es más que un borracho ridículo que extraña a su traidora esposa!
—¡Maldita sea! —se tropezó y cayó al suelo rompiendo algunas cajas vacías—. ¡¿Cómo puede dormir tranquila?! ¡Enredándose con ese maldito infeliz! ¡¿Quién se cree que es para tocar a mi esposa?! ¡No tiene honor ni decencia…! ¡Aun es mi esposa…! ¡Ella aun…!
—Por favor, su excelencia… No puede destruirse así…
—No lo entiendo, ¿Por qué no puede amarme? Quiero odiarla, de verdad… Todas las noches la maldigo, intentó destruir su cuadro pero siempre bajo la espada y lloró suplicando que vuelva. ¿Por qué soy tan patético? Solo quería que me amara…hice todo y nada funciono —Cristian ya no vio al duque de Verlur, sino a un hombre común sufriendo por amor.
—Lo lamento, no sé qué decirle. Si intento culparla a ella, seguro me insultara por ello y si lo culpo a usted, me golpeara.
—Ojala nunca la hubiera conocido… Quisiera matarla, darle el mismo dolor que siento… Pero nunca podría hacerlo, si la dañara, sería solo para tocarla, abrazarla y besarla… ¡Es una verdadera bruja como su madre! ¡Me atrapó desde la primera vez que la vi!
—¿Y por qué nunca se acercó? ¿No cree que las cosas hubieran sido diferentes si se hubiera presentado adecuadamente en ese primer encuentro?
Muchas veces lo pensó, pero siempre tenía la misma respuesta: no quería acercarse a ella al principio. Desde joven desprecio a los nobles y su arrogancia al creer que podrían tenerlo todo. Cuando se convirtió en duque, juro nunca ser como ellos y jamás olvidar su origen. “El poder corrompe hasta al más honorable hombre, porque todos tenemos deseos ya sean buenos o malos”, eso le dijo su tío en el pasado como advertencia. Oliver no podía evitar la ambición, el poder ni el egoísmo, pero antes de que ese atroz lado lo dominara por completo hasta destruir todo lo que le importaba, luchó para contenerlo hasta que un día estalló. Diannel fue el objeto de todo lo malo que trataba de ocultar: su ambición, alivio de poder y un gran egoísmo. La deseo tanto de una forma tan peligrosa que se asustó de sí mismo. Muchas veces intentó alejarse, pero pronto se vio ahogado en ese deseo que lo impulsó a tenerla.
“Ahora soy un duque y puedo tener cosas que nunca creí que tendría en mi niñez. Como a ella, una hermosa joven de la nobleza que añora ser salvada”. Así pensó cuando al fin su ambición lo dominó por completo. “Yo seré su salvador, le daré todo y a cambio ella únicamente debe existir para saciar estos peligrosos deseos”. Fantaseando con un futuro matrimonio recibió a su prometida en Verlur, pero lo que bajó de ese carruaje fue una joven temblorosa del invierno que nunca le pidió ayuda. A sus inocentes ojos, él tenía algo que temer. “¿Y cómo no? Hice cosas horribles para tenerla, mi madre me golpearía si pudiera desde el más allá. ¿Cómo pude hacerlo? ¿En qué demonios me convertí? ¡¿Qué clase de hombre soy ahora?!”
La tomó a la fuerza en su primera noche cegado por la rabia de oír la palabra divorcio y dominado por el deseo ardiente que tenía por ella. Se sintió glorioso por haberla hecho suya, olvidó la culpa al besar su piel y pensó que haría cosas peores si a cambio tenía tal satisfacción. Pero a la mañana siguiente reaccionó, los gritos que ignoro resonaron en su cabeza y la luz del día reveló moretones y leves gotas de sangre ocultas por más sábanas. Se alejó por su propio miedo, esperando a que ella lo buscara por ayuda de la atroz soledad que la atormentaba en su castillo. Sin embargo eso nunca sucedió, siempre buscaba a su hermana, la venenosa hermana que junto a él la humillaron en el cumpleaños de su hermano mayor. Una acción cruel necesaria para acelerar su matrimonio y arrebatarle la oportunidad de que algún otro deseara estar a su lado.
—Soy un asco, Cristian —regreso al presente sin poder ignorar el precio de sus pecados—. Ella merece odiarme, lo sabe todo y nunca va a perdonarme… Tener un hijo no ayudó en nada, siempre amará a Dimitri, pero nunca a mí. Jamás hubo oportunidad de tener su corazón.
Cristian levantó a su señor hasta el carruaje y al fin logró meterlo. Aseguró las puertas y se subió al asiento de conductor para tomar las riendas y emprender el viaje de retorno a la Cueva del Lobo. En el interior del carruaje, el duque seguía hundido en la tristeza, balanceándose entre la culpa y la victimización. A veces la culpaba, luego se maldecía y otra vez a ella sin descanso.
—Te odio, Diannel —apretó el collar con su dibujo, una reliquia que nunca abandonaría—. ¿No podemos volver? Quiero volver… no sé cómo seguir sin ti… Extraño todo de ti, aunque fue una mentira, regresa y miénteme pero no te vayas nunca. Puedes odiarme cuanto quieras y nunca perdonarme, pero no dejes que otro hombre te toque, no él… por favor, solo quiero que regreses.
El sufrimiento de Oliver fue una tortura mental de no hallar una salida a su dolor. Si no era capaz de decidir por un solo culpable, nunca sería capaz de encontrar la paz para su tormento. Aún no finalizaron sus días de alcohol y tristeza frente al retrato de su esposa, su más grande codicia.
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Comments
Tatiana Borja
Y ese es el punto, los nobles no son los que mueren son pobres soldados, además si todo iba bien muchos morían de ambos bandos, y un imperio solo perdía un pedazo de tierra, pero si todo iba mal que ? cómo creen que iban a seguir como serían tratados cada uno de su gente.
2024-11-25
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Tatiana Borja
Ay si pobres víctimas, tan buenas y leales que le fueron a la duquesa bastarda toda la vida, como le demostraron amor y lealtad siempre por ser su señora y alguien sin culpa alguna, manada de egoístas y ciegos.
2024-11-25
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chimoltrufia
maldito sinico
2024-07-29
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