Una persona puede sentirse endeudada con su salvador toda su vida. En el momento más oscuro y melancólico del pequeño y solitario 2º príncipe del imperio, la duquesa dorada fue su salvadora. Lidiando con la pérdida de su madre en un desierto como futura tumba y con monstruos salidos de cuentos de terror, llegó a renunciar a su vida. No existía la llama ardiente de vida o venganza en aquel joven príncipe hasta que las palabras de la duquesa Raintras comenzaron a reemplazar su miedo y tristeza. Comenzó primero entre la frontera entre Kiosef y la capital, encima de unas dunas bajo el cielo nocturno y con una perfecta vista hacia el mar de Simia.
—Las personas muertas se van para siempre, no hay manera de cambiarlo, pero podemos mantenerlas vivas con nosotros. La memoria es la mejor forma, lleva algo consigo que sea de su madre y cuando sienta deseos de morir, tómelo y recuerde porque murió realmente.
—¿Decirme esto no es muy cruel, duquesa?
—Lo es, pero debes aceptar que ya no puede seguir siendo un niño. Conocí a la reina Merilia mediante banquetes, para la mayoría fue una mujer callada o desvergonzada. Nunca vi nada que le importara excepto su único hijo. No hay duda de que lo amaba como para dejar de ser una carga.
—¡Mi madre no era ninguna carga! ¡Ella era todo lo que tenía! ¡Mi única familia! ¡Yo fui la carga para ella, por tenerme sufrió a manos de la emperatriz! ¡Siempre recibía golpes y humillaciones! ¡Todo por mí!
—¿Qué orilla a una madre a creerse un estorbo para su joven hijo? ¿Qué orilla a un niño a creerse un estorbo para su propia madre? La vida dentro de Venesten es difícil, pero es cruel cuando ni siquiera permiten a una madre y su hijo sobrevivir juntos —la duquesa colocó su mano en la cabeza del joven príncipe, ambos miraron el mar y el barco a la orilla que los sacaría del desierto. El pequeño lidiaba con el intento de asesinato de la emperatriz cuando ni siquiera había pasado medio año desde la muerte de su madre. Eso y sumado al agotamiento por el viaje, abrieron sus oídos a las siguientes palabras de su salvadora para nunca olvidarlas—. Joven príncipe, nacer no es un pecado, es una bendición que nos otorga el regalo de la vida, un único presente propio de cada uno. El verdadero pecado es tratar de robar ese regalo. La familia imperial intentó robarse tal presente mediante la muerte y la manipulación, y aun seguirán intentándolo. Su alteza, ¿aceptarás que te roben la vida y la defenderás como un auténtico ser humano?
—¿Cómo un auténtico ser humano?
—Los que renuncian a su vida rechazan la bendición del nacimiento. Cualquiera que suelte ese regalo fácilmente no merece llamarse un ser humano.
—Entonces… ¿Qué es al final?
—Nada… ¿Acaso quieres ser eso, príncipe? ¿Ser reducido a la nada aun después de que tu madre murió para protegerlo, pero por el tormento de la familia imperial? Piense con cuidado lo que hará después, porque cuando crucemos el mar de Simia, deberá decidir cómo enfrentar a sus enemigos. Este puede ser su último regreso victorioso o el primero de muchos.
Y fue el primero de muchos, porque el 2º príncipe soltó la niñez, encerró los cálidos momentos y dejó que la venganza impulsará su vida para ser auténtico ser humano. De las pertenencias de su madre casi no quedo nada, solo los restos quebrados del collar que siempre usaba: una orquídea roja hecha de materiales baratos, el símbolo de la antigua casa real de Jesten. Guardo esos pedazos como su mayor tesoro hasta que años después decidió fundirlos en su espada, así sus enemigos veían la orquídea roja antes de perecer. Sin embargo, era muy distinto a aquellos días de odio y venganza, sus ojos rojos también resplandecían como rubíes cuando veía los resultados de sus grandes esfuerzos. Por eso no sentía ni una pizca de nervios en su gran día y aunque se despertó tarde, sus sirvientes lo levantaron para prepararlo a la perfección.
La villa Venesten quedó limpia de la destrucción de la conquista y la sanguinaria rebelión. Algunos palacios quedaron en ruinas, por lo que terminaron siendo completamente destruidos para futuras construcciones. El camino, desde la entrada hasta el palacio imperial, quedó bellamente decorado con listones rojos y dorados, jardines exóticos y el escudo del león rojo en lo alto. Los plebeyos entraron a la lujosa villa para observar el camino de Sangre de León desde el templo hasta el palacio donde sería coronado por el mismo supremo sacerdote. Alrededor de las nueve de la mañana todo comenzó. El templo dentro de la villa aun necesitaba reparaciones, pero estaba lo suficientemente bien como para soportar una larga ceremonia de coronación con cientos de testigos de la nobleza en su interior. El largo programa comenzó con la oración del supremo sacerdote, la llegada los leones negros quienes abrieron paso para su comandante.
El atuendo de Abraham atrapó todas las miradas, varias personas prepararon su atuendo para que fuera otra demostración del cambio de en el imperio, pues no coronaban a un emperador, sino a un elegido por la reliquia sagrada. La inspiración del sastre junto al deseo del príncipe sobre qué clase de emperador quería ser, permitieron la creación de un adecuado y atrapante traje de ceremonia de coronación.
El blanco fungía como color protagonista en el traje completo, el rojo como secundario en los bordes decorativos, los botones, líneas del traje, la parte superior de la larga capa y las charreteras con canelones dorados. El negro se veía en el cinturón, la camisa y en el lado inferior de la capa. Tal vez en el pasado el rojo sobre el blanco se habría visto mal en el príncipe de mala reputación, pero cada bordado fue hecho con tanto cuidado, siguiendo patrones de profundos significados y colocados en partes adecuadas, acompañados de hilos dorados en sus costados, eran bastante llamativos. Leones rojos, rubíes, escudos familiares y colmillos como referencia al desierto. Todo lo que llevaba encima señalaba el propósito y vida del futuro emperador. Cautivo a los presentes junto a su seguridad y belleza mientras se acercaba al altar para hincarse frente al supremo sacerdote.
Elías oró por el futuro monarca, cuando terminó, dos aprendices del sacerdocio colocaron las medallas honorarias y por último pusieron el presente del supremo sacerdote: una cadena de plata fina con el dije de una hoja blanca del Árbol de la Salvación, significaba el deseo sincero del elegido de Heitor hacia el emperador. Después, con agua bendita baño la cabellera negra mientras sus rezos antiguos añoraban un futuro espléndido. A medida que las gotas recorrían el rostro de Abraham, la ceremonia continuó: un discurso inspirador por parte de la duquesa Raintras y el conde Henry, una canción en memoria de los caídos dirigida por un magnífico coro de niños huérfanos y una ilustre bienvenida a la gran reliquia sagrada. Elías tomó la corona con cuidado, se acercó al futuro coronado quien aguantó la respiración mientras todo se hacía oficial:
—Con el derecho que se me concedió como supremo sacerdote, yo corono, ante los ojos del ilustre pueblo y el cielo eterno donde descansa Heitor, a Abraham Yumer Cafder como emperador elegido del imperio de Leoveter. Gloria y bendiciones a su majestad —la reliquia al fin llegó a la sangre imperial. El supremo sacerdote apartó las manos con cuidado y se inclinó respetuosamente.
El nuevo emperador se dio la vuelta con cuidado, los escoltas desenvainaron sus espadas y las levantaron al compás con las trompetas de victoria. Los nobles se inclinaron y gritaron ¡Gloria y bendiciones a su majestad, el emperador! Junto a una ola masiva de aplausos y pétalos cayendo para embellecer el momento añorado por un joven príncipe quien ahora era emperador. Atrás quedaron los días oscuros de venganza y soledad, comenzaban los días de un emperador ilustre que conocía el peso de su posición y todas sus responsabilidades. El día no pudo ser más perfecto: el sol despejado y la euforia en lo alto con las campanas sonando alegres para anunciar a todos que el glorioso imperio Leoveter ahora tenía un nuevo emperador. Un héroe honorable, un príncipe nacido entre desgracias, un hombre que se abrió paso y expuso la corrupción de la corona y dio justicia con sus propias manos. Con la cabeza en lo alto decorada con la corona, Abraham dio sus primeros pasos como emperador rodeado de sus amigos y aliados orgullosos por su victoria.
Comenzó el recorrido del templo hasta el palacio imperial, la gran villa dio la bienvenida a los plebeyos quienes saludaron a su emperador el cual iba cabalgando junto a los leones negros detrás. Con un rostro afable, Abraham levantó su mano y sonrió, los halagos y aplausos comenzaron con sinceridad. Cada quien gritaba su nombre o apodo y eso lo envolvía de paz, porque en el fuerte tono de la multitud se apreciaba el apoyo y cariño que alguna vez pertenecieron a su hermano mayor. Recibía un amor que en el pasado le pareció insignificante.
—Y yo creí que todas sus sonrisas eran aterradoras —dijo sir Damián atrás.
—Los malos rumores comienzan a esfumarse y se llevan la vieja y desastrosa reputación que tuvo. Aunque lo de mujeriego no era tan incierto —comentó Daniel.
—Nuestro teniente era joven, pero ya maduro —dijo Henry seriamente—. Esos días de juegos quedaron atrás, ahora será emperador y deberá ser más leal y honorable que antes.
Ninguno pudo evitar pensar en la duquesa Verlur de inmediato, pero alejaron esos pensamientos para concentrarse. Llegaron al espléndido palacio imperial, Abraham subió al balcón principal y comenzó a saludar a su gente, su nombre era venerado, su rostro ya no simbolizaba miedo o penurias, al fin podía despedirse de la injusticia que lo atormentó desde su niñez. En medio de tanta euforia, los rubíes comenzaron a brillar (aunque sin llamar mucho la atención de los más cercanos) y una voz ronca y sombría inundó la cabeza del nuevo portador.
“¡Dime tu ambición, león! ¡¿Es acaso la mayor ambición de todos los Cafder?!
Abraham pudo sentirlo, como un león rojo atrás de él arañando su cuerpo con sus garras y mordisqueando su cabeza con siniestras intenciones. Después de varios años, la voz de Rower era escuchada por el linaje de la familia imperial y seguía con su ardiente desesperación de teñir al mundo con la perversa ambición digna de su cuerpo. Pero su nuevo portador espantó tal presencia con el poder del dragón y regresó a su momento de gloria sin pensar tanto en el verdadero significado de la reliquia sagrada. Un ser con el propósito de torturar al hada, creado a partir de aquel oscuro poder para dañarla. El peso de la corona comenzaba, pero no podía quitársela pronto, terminó la ceremonia de coronación, ahora seguía el ostentoso banquete.
Diannel sencillamente pudo disfrutar la larga ceremonia sin cientos de hostiles miradas sobre ella, la magnificencia de Abraham acaparó toda la atención junto a la reliquia sagrada, objeto por el cual la duquesa no pudo evitar sentir temor y rechazo. En el instante en que tal artilugio se posó en la cabeza del nuevo emperador, oyó un rugido que la impulsó a correr.
Comenzó el banquete dentro del salón del trono mientras los plebeyos paseaban por la villa fascinados, una oportunidad única en la vida. Incluso algunos sirvientes aprovecharon la celebración del día para relajarse, pues no todo era cómodo dentro del palacio imperial. Aunque los regalos se acumulaban y la música inundaba el salón con danzas alegres, de vez en cuando alguien mencionaba a la duquesa rehén. Vestida deslumbrante en otro singular diseño de Celia Leins (quien se mudó a la capital por seguridad) de color morado y blanco, Diannel platicaba a gusto con Silvein y Jennifer. Algunos nobles consideraban que la famosa duquesa bastarda no debería pasearse por Venesten con tanta libertad debido a la traición de su esposo. Otros ignoraban tal hecho por su participación contra la corrupción de la corona apoyando al 2º príncipe. Lo que ambos lados compartían era el rumor de una relación prohibida que ocurría dentro de los muros del gran palacio. Así el trato que recibió Diannel se dividió entre el respeto y la discordia, pero no hubo situación que pasara a mayores como para arruinar la celebración.
—Vaya, parece que el ambiente se pondrá más interesante —dijo Jennifer señalando la llegada de un conocido caballero plateado: el 1º comandante, sir Cristian Marco Donovien. En representación del duque Verlur, asistió a la gran ceremonia sin armadura pero con una tosca mirada hacia los que se atrevían a susurrar maliciosamente el nombre de su señor. Avanzó hasta el trono con caballeros detrás sosteniendo el obsequio para el emperador.
El conde Henry estuvo atento, la música paró sin alguna orden y el silencio predominó en el salón. Abraham no se levantó, tan solo sonrió afablemente, pero el comandante de Verlur no vio ni una pizca de sinceridad en tal expresión. Sin más opción, se hinco junto a sus subordinados y presentó sus saludos respetuosamente:
—Gloria y bendiciones para su majestad. En representación de mi señor le he traído un regalo proveniente de Verlur.
—La ausencia del duque Verlur es una falta de respeto imperdonable —dijo Henry.
—Mi señor se encuentra bastante ocupado, el trabajo se acumuló desde su ausencia, no desea separarse de su hijo el cual pasó por malas experiencias en la capital. Espero que su majestad comprenda el estado de mi señor.
—Es un día de celebración, así que seré un poco indulgente. Además, dudo mucho que el ambiente mejore con el Lobo Blanco presente —el salón entero se rio pesadamente para sir Cristian, quien solo pudo apretar su mano en un puño mientras el emperador se acercaba aun con su sonrisa burlona y sin intenciones de permitirle levantarse—. Me gustaría ver el regalo de su señor.
Sir Cristian obedeció y los caballeros abrieron la caja, el emperador metió la mano y los invitados vieron asombrados un hermoso arco de hueso de orco con detalles dorados y simbólicos para un próspero futuro. Abraham reconoció el hermoso trabajo y le pidió a los enviados de Verlur disfrutar de la fiesta. La música volvió a sonar y cada quien regresó a la suyo: conversando o bailando. El arco fue colocado con el resto de regalos, poco después el emperador daría la orden de quemar el obsequio de Oliver. No aceptaría nada del responsable de su encierro en Kiosef por dos años, aun dolía el peso de no haber vengado a sus caballeros caídos. Para animarlo, Daniel propuso que bailara con su prometida, a lo que accedió para no arruinar su ánimo.
El esperado y hermoso baile de la pareja llamó la atención al punto en que más susurros maliciosos aumentaron hacia Diannel, quien fácilmente podría ignorarlos si no fuera por la pareja protagonista. Un pesar la dominó al preguntarse si podía estar al lado de Abraham como Rosenia. Porque aceptar sus sentimientos no resolvían el problema de la situación en la que ambos estaban. Él ahora era un emperador ilustre y ella seguía siendo una mujer casada con un traidor perdonado. Toda la situación fue un martirio en su cabeza, así que decidió tomar aire en un balcón. El sol de la tarde comenzaba a ser acompañado de nubes, abajo cientos de personas paseaban entre las calles limpias y los extravagantes jardines con escudos de leones rojos colgando a su alrededor. La hermosa vista silenciosa le fue arrebatada con una sola palabra:
—Duquesa… —sir Cristian la siguió y no dudo en aprovechar la situación para hablar a solas con su señora, quien decidió no voltear.
—No es educado invadir un balcón ocupado, caballero. Menos cuando alguien no desea la gracia del acompañamiento.
—Dudo mucho tener alguna reunión privada con usted si lo pidiera.
—Por supuesto, no olvide que soy rehén y que mi contacto con Verlur debe ser estrictamente informado a la corona.
—Entonces puede informarle al emperador esta conversación. Después de todo, los dos tienen varias reuniones desde hace tiempo —ante tal inapropiado comentario, Diannel se rio y al fin volteo. Los ojos de sir Cristian eran iguales que al pasado, de nuevo el evidente rechazo e insulto predominaban en una sola mirada—. ¿Desde cuándo comenzó a traicionar a mi señor? ¿Fue desde la fundación o más antes? ¿Desde cuándo se ha burlado de Verlur con una perversa y traicionera relación con Sangre de León? ¿Nunca tuvo dignidad, honor o lealtad? Todo este tiempo… ¡Verlur tuvo a una cualquiera como señora…!
Plaf. Una cachetada inesperada al comandante, era la primera que recibía por parte de su señora y la segunda en toda su vida (la primera fue por parte de su padre en su juventud). Cuando Cristian observó a la duquesa, en ella vio otra vez esa furiosa y dominante mirada.
—Siempre he querido hacer eso. Si lo hubiera golpeado antes, ganar la confianza del resto de los comandantes habría sido un fracaso sin solución. Ahora que recuerdo, solo golpeé a sir Hans una vez por actuar sin mi permiso. Lo curioso es que reconocí que sus acciones fueron buenas: traer a Elías al castillo, pero no pude evitar divertirme un poco con el poder.
—Entonces todo es cierto…
—Puede creerlo si así lo desea, sir Cristian. La opinión del ducado Verlur me tiene sin cuidado. Nunca quise ir a su tierra invernal para gobernarla junto a un hombre que nunca amé. Hubo un tiempo en que me di por vencida a quedarme para siempre junto a mi hijo, pero no era más que una solución cobarde que afortunadamente pude dejar atrás.
—¿Acaso no siente vergüenza? ¡¿Dónde quedó su decencia?!
—Mmm… Siento vergüenza por muchas cosas, tengo decencia como para admitir las cosas malas que hice. Pero sin duda, no me arrepiento de haber usado el poder del ducado Verlur para mis beneficios. Además, créalo o no, su señor se merecía ser traicionado por mí. Me amó locamente esperando algo que nunca llegaría y por eso me arruinó la vida.
—No lo creo, nadie podría creer una sola de sus palabras. Todo lo que dice es mentira.
—Pues viva una mentira creyendo que sirve a un hombre honorable.
—¿Y qué hay del joven Dimitri? ¿Acaso no le pesa como madre abandonar a su hijo?
—Mi relación con mi hijo es un asunto que no le concierne. Yo amo a Dimitri y por eso lo deje ir. No veré a mi hijo hasta no ser un peligro para su vida —la dolida y sincera expresión maternal de la duquesa casi atraparon a sir Cristian, pero él rápidamente alejó tales pensamientos de pena y se recordó que todo en su señora era falso.
—Vine hasta aquí para aclarar mis dudas, y todo es claro como nunca: mi señor fue cruelmente traicionado y debido a ello sufre de la tristeza. Pero el duque no está solo, tiene amigos y súbditos que harán todo lo posible para ayudarlo a levantarse. Él recuperara el control de su vida y el joven amo crecerá con un padre ejemplar y lejos de su vileza, duquesa. Su traición siempre dolerá, pero le aseguro que Verlur saldrá adelante de este gran tropiezo.
—La vida es injusta, Heitor siempre estará de parte del verdugo de mi libertad. Pero al menos me queda la dicha de saber que Oliver sufre miserablemente por amarme tanto. Aunque recupere el control y comience a olvidarme, el peso del pecado siempre lo acompañará. No le daré tantas vueltas al asunto, al fin soy libre de Verlur y puedo comenzar a decidir mi futuro sin cadenas a mi alrededor. Sin embargo, hay un detalle que me fastidia, ¿sabía que le mande una solicitud de divorcio a su señor antes de que partiera de la capital?
—¿Divorcio? Pero si hace eso usted ya no…
—Ya no serviré como rehén, pero me da igual. Únicamente deseo sacar ese apellido de mí, pero ha pasado tiempo y parece que tu señor no ha firmado nada. Si fuera un hombre listo lo haría para librarse del emperador. Así que, como comandante, debería presionarlo para que firme. Es lo que todos quieren, lo que siempre han querido: que ya no sea más la duquesa de Verlur.
Diannel se retiró del balcón y siguió disfrutando de la fiesta hasta altas horas de la noche. Cuando el alcohol comenzó a hacer efecto, sus doncellas se la llevaron a su recamara. Luego de un baño caliente, la duquesa secó su cabello y lo cepilló con calma mientras oía los fuegos artificiales. De haber sido más moderada con la bebida habría disfrutado de toda la celebración, pero ver a sir Cristian le recordó de nuevo la lejana distancia con su hijo. De su joyero sacó un medallón con el pequeño retrato de su bebé.
—¿Estás comiendo bien? Espero que tu niñera ya sepa que odias dormir sin tu juguete favorito. Me pregunto cuánto habrás crecido… —las lágrimas salieron de sus ojos, un llanto silencioso en honor a un bebé que extrañaba el calor de su madre—. Dimitri, por favor espera un poco más, tu madre se esforzará mucho para no usarte como antes. Hasta entonces, debo sufrir con tu ausencia por el egoísmo que me impulsó a tenerte.
La duquesa bebió un poco más hasta quedarse dormida en el sillón. La fiesta llegó al punto en que el emperador al fin podía retirarse. Abraham no dudó en ir a la habitación de Diannel luego de oír que se retiró demasiado temprano. Sin usar la corona llego a su destino, la encontró en el sillón usando un camisón negro con partes transparentes que despertaban el deseo de ver más piel. Acarició su frente y revisó la botella, no había bebido mucho por lo que imagino que el cansancio fue demasiado. La levantó con cuidado para acostarla en su cama y mientras la arropaba, ella abrió sus ojos, le dio una gran sonrisa y tocó su mejilla con ternura.
—¿A qué debo esta honorable visita, su majestad? —con esas palabras, el autocontrol de Abraham se perdió y no dudo en hacer de su gran día todavía más disfrutable.
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Comments
Faty
mi querida Diannel no sabes cuánto me duele verte sufrir por tu hijo!! mereces toda la felicidad, lástima ya te dañaron demasiado y ahora lo único que queda es terminar con esto!
2023-07-22
4
Yoba OG
ella extraña a Dimitri, lo ama, pero es tan noble que no quiere usarlo como lo hicieron toda la vida con ella, Diannael, merece ser feliz
2023-07-22
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