Sharon y Germán terminaron la comida con los miembros del concejo, esquivando las cuestiones que involucraran a Grana, y posponiendo las decisiones hasta que pudieran asentarse en sus mentes.
Sharon escapó a sus habitaciones tan pronto como le fue posible, y cambió sus ropas por sus cómodas túnicas y pantalones. Se colocó encima un manto grueso, y abandonó el palacio, rumbo a las caballerizas. Los mozos no demostraron sorpresa al recibirla, y le facilitaron la salida colocando la montura a su caballo y ofreciéndole a Sharon un farol.
No quiso pensar, solo llevo su montura al trote, permitiéndole que vagara por los alrededores, sin planes ni direcciones. Se sentía helada. Calada hasta los huesos por una sensación abrumadora de descontrol.
Después de un rato paseando, miró hacia el bosque. Su bosque. Esa extensión de terreno amada que siempre la cobijaba en su centro, y que siempre la hacía sentirse en casa.
Algunas luciérnagas revoloteaban entre los árboles, dando una imagen irreal y mágica. Sin dudarlo, Sharon guio a su caballo por el sendero que tenía más cerca, y mantuvo un paso lento, a fin de que el animal no se torciera una pata tropezando, o se asustara con algún animalillo. Se internó más y más en la espesura, sintiendo las luciérnagas pasar cerca de ella, rozarla y continuar el juego. Era una sensación completamente natural, volverse una con esa naturaleza salvaje. Desde niña había sentido que ese era su hogar, dentro del hogar paterno. Su lugar en el mundo, donde solo existían ella y el bosque. Se acercó al arroyo y soltó las riendas del animal para que pudiera beber. Los musgos tiernos que brotaban entre las rocas eran un sabroso aperitivo que su caballo disfrutaba a menudo. Ella, extendió su manto entre el césped y se sentó abrigada con su farol al lado.
Paso mucho tiempo mirando las cristalinas olas que formaban las rocas en el centro del arroyo, el reflejo de las luciérnagas distorsionando las curvas del agua y el sonido del viento entre las hojas, la cautivaba como una nana cantada al oído.
Percibió un gato salvaje, que merodeaba el claro, ni siquiera debía girar la cabeza para saber que estaba allí. Curiosamente, jamás sintió aversión o temor por los animales del bosque. Eran parte del paquete familiar para ella. Su paz y su reposo en este sitio, estaba garantizado. Su caballo, no era de la misma idea, y comenzó a resoplar nervioso, intentando ahuyentar al gato, pero Sharon lo arrullo delicadamente hasta tranquilizarlo. Sentía la curiosidad del lejano animal, no agresividad, solo curiosidad expectante, así que no resultaba un peligro inminente para ellos. Después de arrullar a su caballo, sintió deseos de prolongar su voz. Levantarla y unirla a la cacofonía del bosque, por eso comenzó a desgranar una antigua melodía que su madre cantaba.
-... Será.... que cada cosa tiene un lugar
.... Será... que cada paso tiene que llegar
... Será... que hay que aguardar por el amanecer
... Será... que la tormenta ha de pasar
Tal vez solo sea cosa del destino
caminar cada senda como está escrito
Tal vez solamente andando este camino
Pueda encontrar lo que será mío...
O quizás en unos cuantos pasos
pueda enredarme entre tus brazos
Borrando la sensación de frío...
Será cosa de mi destino,
Robar o esperar lo que ansío
Pero algo sí que ha de pasar...
Tus pasos han de llegar
A mi... camino....
Cuando la voz de Sharon se fue apagando, abrió los ojos que no sabía que había cerrado y sintió una sombra cernirse sobre su espalda. Se quedó inmóvil a simple vista, pero su cuchillo ya descansaba en la palma de su mano. El ronroneo que se oyó, se asemejaba a un gruñido, por lo estruendoso, pero su lentitud demostraba placer.
Lentamente, Sharon giró su cabeza, y encontró al gato montés agachado con la cabeza entre las patas. En cualquier otro animal, se hubiera temido que fuera una posición de ataque, pero en esta curiosa criatura parecía una pose de sumisión.
La princesa observó con cuidado que se trataba de un felino inmenso, de tamaño muy superior al que tenía asociado a su raza. La cabeza medía más que la de un león y sus patas delanteras también superaban lo imaginable. Pero sus ojos entrecerrados la miraban con tanta paz, que era imposible sentirse amenazada por su tamaño.
La siguiente vez que emitió un suspiro relajado, Sharon sintió la necesidad de complacerlo, por lo que reanudó su canto. Repitió la canción que había estado rememorando, y se recordó unas cuantas nanas, que estaban enterradas en su memoria desde la niñez. Mientras, observaba la relajación del gato, que llegó a parpadear pesadamente, como si le costara mantenerse despierto, sentía la necesidad de acercarse y hundir sus dedos en el frondoso pelaje del animal. Pasar sus yemas por sus orejas puntiagudas y rozar sus enormes patas. Pero no era prudente avanzar hacia él, en su primer encuentro. Por eso se conformó con mirar, hasta que irguió las orejas, luego la cabeza y giró mirando atentamente hacia un lado y el otro. Se desperezó con mucha modorra y echó a andar sin dedicarle a la princesa una mirada. A los pocos pasos, tomó carrera, y Sharon observó algunas ramas moverse y las hojas se agitaron con el paso del enorme gato. Pocos segundos después, escuchó la voz de Germán, llamándola. "Así que eso fue lo que lo alejo" pensó con una sonrisa, sintiéndose satisfecha de su interacción con su nuevo amigo.
La princesa recogió su manto ligeramente húmedo y regreso con su caballo hasta el sendero. Montó sobre él, y salió del bosque a paso lento hacia donde escuchaba a su hermano llamarla.
- Escucha, yo sé que debes sentirte presionada y seguramente estás enojada, pero tenemos que hablar sobre el futuro, no me gusta la sensación de que te alejes de mí como lo hiciste antes y ...- Germán se atropellaba con las palabras, mientras trazaba un círculo caminando, apenas la vio.
Sharon lo oía, lo miraba y solo podía pensar en que entre ellos se estaba gestando una brecha... el que miraba era su hermano querido, el que siempre fue, transparente y frontal. Y el otro... el que hablaba como un comerciante... A ese no lo reconocía como parte de su vida.
-Sé que lo que estás diciendo tiene lógica dentro de tu cabeza, y también puedo reconocer que estás bajo mucha presión últimamente, no soy estúpida. Pero no puedo hablar contigo sobre esto ahora. Has puesto sobre ti mismo y sobre mí una espada que se equilibra con aire, hermano... cuando caiga nos va a partir en dos, no hay otra opción...- dijo la princesa con tristeza
-¿Puedes sacar la cabeza de tu maldita burbuja un segundo? Estamos ante una encrucijada, tú y yo. Tampoco me gusta el rumbo que están tomando las cosas, eso es un hecho, pero ahora tengo que tomar decisiones que sean lo más adecuado para un pueblo, no las que me hagan sentirme bien conmigo mismo o contigo...no tengo opciones, Sharon-
-¡Claro que las tienes! ¿Tu gran plan de gobierno es pensar en el pueblo de Grana, además del pueblo Prosalo? ¿Casarte y moverme al trono con algún rey de segunda línea? ¿Crees que es un maldito juego de ajedrez? Te estás equivocando, Germán... estás tomando decisiones para figurar en la historia, sin razonar que nuestro pasado más reciente también va a leerse en la historia... Serás el monarca que trabó tratos con el pueblo que traicionó a tu padre...- las lágrimas de Sharon corrían libremente por su rostro, sentía una gran impotencia frente a la mente cerrada de Germán y su pecho se enfriaba minuto a minuto
-Yo... yo...no lo haré- ante la mirada confundida de la princesa, remató la frase- no seguiré adelante con esto. Encontraré la manera de hacer lo correcto para ambos reinos, sin comprometer tu futuro ni mi dignidad- dijo inseguro.
Sharon saltó del caballo y corrió a sus brazos. Rodeó a Germán con fuerza, con todo su cuerpo como una lapa, y río y lloró al mismo tiempo, sintiendo algo de alivio al saber que no era tan ajeno a sus palabras
-Basta, ¡Basta niña! No puedes tratar así a tu rey- dijo Germán haciéndole cosquillas para que se soltara
-Prométeme algo, hermano- dijo ella sujetando su rostro al frente- Nunca dejes de ser mi hermano, aunque los vientos del destino nos quieran separar, no te pierdas en situaciones engañosas... prométeme que siempre vas a oírme aunque no estemos de acuerdo-
-Lo juro- murmuró mirándola a los ojos- serás mi razón en medio del caos- la beso en la frente y la dejó para tomar las riendas del caballo de Sharon- ahora vamos a casa o madre saldrá a buscarnos-
Sharon no podía borrar el brillo febril que vio ese día en los ojos de su hermano...no se había equivocado simplemente, se había dejado llevar por alguna razón. Pero ahora volvía a ser su otra mitad, el gemelo fuera de tiempo que siempre fue, y por ahora, eso sería suficiente...
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