Huir

En el preciso instante en que los guardias se adelantaron al monarca de Grana, la Princesa Sharon saltó de su asiento, apoyando ágilmente su navaja en el cuello de Victorio.

Nadie se atrevió a respirar siquiera, pues fue grande la sorpresa de ver un guardia desaliñado, que había permanecido como muerto, tomar acción de forma tan inmediata.

-Todos tranquilos- resonó la voz femenina algo ronca por la adrenalina- no hay necesidad de dar muerte a este tirano si nadie hace un movimiento en falso- en los ojos del rey Gregorio y de Sir Graham brilló el reconocimiento de inmediato, ambos sabían a quién pertenecía esa voz.

-¿Quién eres?- preguntó Victorio con voz quebrada al darse cuenta que se trataba de una mujer

-Seré tu muerte si no haces exactamente lo que te digo- replicó Sharon a la vez qué presionaba el puñal en el cuello de su cautivo- Indícales a tus perros que permitan a Sir Graham y a su majestad acercarse a nosotros. Luego saldremos los cuatro juntos de esta estancia, y nos acompañarás el primer tramo de camino. Al menor movimiento para traicionarnos, te degollaré como el cerdo que eres-

-Nunca te permitirán abandonar el palacio, no tienen oportunidad de escapar, estúpida- dijo con arrogancia el rey. Sharon trató de contener su ira, pero igualmente golpeó el costado del rostro de Victorio con el cabo de su puñal.

-Lo permitirán si no quieren ver a su rey morir- mientras la sangre bañaba un costado del rostro del rey, Sharon volvió a presionar el filo en su cuello- da la orden, Victorio, o morirás antes que tus guardias puedan pestañear-

-Bajen sus armas, déjenlos ir- dijo Victorio desganadamente

-No creo que eso haya sido una orden digna del gran rey de Grana- Sharon presionó más fuerte y recibió una gota de sangre en la empuñadura- ordena que nos dejen marchar

-¡Déjenlos ir! ¡Déjenlos marchar, aléjense!- gritó por fin, haciendo que sus guardias dieran un par de pasos atrás y permitieran a Sir Graham y a Gregorio acercarse a Sharon.

-Sir Graham, por favor entréguele a su majestad su espada, y, desenfunde para usted el puñal. Creo que el camino fuera de este infierno requerirá que vayamos bien armados y con calma...- dijo Sharon guiñando un ojo a pesar de su nerviosismo

Una vez juntos y armados, comenzaron a avanzar rumbo al pasillo, en medio de los gritos ensordecedores de las princesas y la Reina, que estaban al borde del desmayo viendo a Victorio sangrar y ser conducido fuera de la estancia. Atravesadas las puertas, encontraron un segundo contingente esperándolos, pero Sharon volvió a presionar el puñal en otro punto delgado del cuello de su rehén, y no tuvieron más remedio que retroceder. Paso a paso, con tirones y amenazas lograron salir del palacio y montar en el carruaje del Rey Gregorio. Sharon se sentía tensa como una cuerda a punto de romperse, pero no se permitió pestañear siquiera, porque un descuido podría arruinar su última oportunidad.

-Deberíamos llevar un caballo extra, para enviar al cochero a avisar de las novedades en la frontera- dijo Sir Graham con seriedad

-Llevemos el caballo, pero no será usted quien conduzca el carruaje, es demasiado peligroso que lo tengan a la vista, Sir Graham. Lo haré yo, una vez que nos hayamos alejado del palacio lo suficiente- respondió Sharon trazando rápidamente en su mente las posibilidades

-De acuerdo- replicó el otro. Nadie quería pronunciar el nombre o el rango de Sharon, pues aún no sabían lo que podía ocurrir en el trayecto de regreso a Prosal.

-Jamás lograrán lo que se proponen. Mi pueblo es aguerrido y sanguinario. No podrán tener paz jamás por lo que han hecho...- Victorio recobró un poco la calma a pesar de que el puñal de Sharon aún estaba a milímetros de su yugular.

-Tu pueblo muere de hambre, Victorio. Son aguerridos y sanguinarios porque no conocen otra forma de vivir. Bajo tu yugo, han sufrido demasiado, y no fuimos nosotros quienes orquestamos este desastre. Eres una maldita rata traidora, no tienes honor y pretendes que otros defiendan tu nombre- replicó Gregorio cansado

-No entiendo como llegaste a ser un rey tan prospero, con la blandura que demuestras... es un misterio para mí, porque los dioses decidieron colmarte de bendiciones y a mí de maldiciones- insistió Victorio

-Aún no lo comprendes, eres tan necio que no oyes el aviso de la tierra, el clamor de tus súbditos, las advertencias de los dioses. No estuviste maldito, Victorio. Desafiaste al destino una y otra vez exprimiendo a tu pueblo, por eso hoy estás en la ruina y la verdadera maldición caerá sobre ti, por levantar tu espada contra alguien que quiso brindarte ayuda- sentenció Gregorio cerrando los párpados mientras el carruaje continuaba avanzando en la oscuridad

-Y yo maldigo tu soberbia y tu lengua hábil, Gregorio, piensas que dando buenos discursos alcanzarás la gloria, y no te das cuenta que siempre habrá alguien más fuerte que tú, dispuesto a tomar lo que tienes, lo que te fue regalado- dijo con odio Victorio.

Ante el fuerte cruce de palabras que estaban manteniendo los monarcas, Sir Graham y Sharon estaban pendientes de cualquier movimiento que hiciera el rey de Grana, por lo que no tuvo oportunidad de atacar a traición.

Las horas pasaron muy lentamente, todos tenían frío y sed, pero no había manera de solucionarlo, debían aguardar el amanecer. Este llegó, trayendo aún más frío y desolación. Los paisajes de Grana se veían más tristes a la luz del día.

Cuando pasaron por un pequeño grupo de viviendas alrededor de un pozo, Sir Graham ordenó al cochero que fuera a buscar agua, y algunas provisiones, entregándole una bolsita de monedas doradas.

-Que ironía que pretendas pagar con monedas agua y alimentos a los súbditos de aquel al que estás secuestrando- dijo Victorio con acidez

-Tu pueblo no tiene la culpa de tener un soberano tan rastrero- fue la respuesta de Sharon y Gregorio sonrió ante ella

-¿Qué clase de rey eres, que permites que las faldas se incorporen a tu ejército? ¿No sientes vergüenza de que una furcia te defienda?- continuó provocando Victorio, sin percibir que la mirada de Gregorio se encendió de ira, no de vergüenza

-Un rey mucho más capaz e inteligente que tú, eso es seguro- volvió a responder Sharon

-Calla, perra. Estoy hablando con tu amo- respondió el obeso monarca, justo antes de recibir un puñetazo en el rostro que por poco y causa que Sharon le rebane el pescuezo.

-Esta será la última vez que digas esas palabras en mi presencia. Mi paciencia tiene un límite, al igual que mi bondad. Con gusto enfrentaré el castigo de los dioses por manchar mis manos con la sangre de mi vecino, si no contienes tu horrible lengua- el rostro de Gregorio estaba rojo de furia mientras escupía cada una de las palabras.

Antes que Victorio pudiera enfurecer más a su homónimo, el cochero regresó con varias botellas de cuero repletas de agua y unas cuantas hogazas de pan.

-Lo lamento majestad, es lo único que conseguí, no hay mujeres en estas casas, y los hombres solo guardan pan. Nos siguen al menos doce caballos de la guardia de Grana. Conservan la distancia, pero los detecté por una lomada- informó nervioso el cochero

-No te preocupes, muchacho- dijo el rey mientras le entregaba una botella y un par de hogazas de pan- compártelas con Sir Graham y dile que suba aquí cuando haya bebido y comido-

-Si, su majestad. Gracias- dijo cerrando la puerta del carruaje

-Imbécil, compartes tu agua y el único pan que conseguiste con un plebeyo, ¿Acaso crees que estará más dispuesto a morir por ti, por tu amabilidad?- siguió con su ponzoña Victorio

-Comparto mi pan y mi agua con mi gente, nunca me fijo si es noble o plebeyo. Tampoco pienso en lo que él podrá ofrecerme a cambio. Somos diferentes, Victorio. Mi pueblo moriría por mí, aunque yo no tuviese estos gestos, porque es un pueblo agradecido y leal. Mucho podrías aprender de ellos- replicó Gregorio partiendo el pan y alcanzando a todos un trozo y la botella de agua.

Victorio no tuvo más opción que devorar el pan rancio y tomar el agua templada, pues las horas que quedaban hasta la frontera eran muchas. El silencio reinó durante los benditos instantes en que las bocas estuvieron llenas, y las mentes ocupadas. Dentro del carruaje, Sharon redobló su atención sobre los movimientos de Victorio, pues no permitiría que el cansancio le granjeara un error fatal.

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