Frío

Sharon sintió un escalofrío de premonición, y se dirigió directamente de regreso a la cueva donde se encontraba su padre. Antes de llegar, siquiera, ya pudo oír el sonido de aceros chocando. Apresuró el paso e irrumpió con la fuerza de la desesperación en la cueva, y lo primero que pudo divisar, fue a su padre, luchando con un soldado de roja armadura. Se acercó con cautela, al ser detectada por el soldado que, de inmediato, se puso en guardia para no ser atacado por la espalda.

-Ríndanse, no pueden escapar- dijo en medio de la agitación el soldado

-Me parece que el que lleva desventaja aquí, eres tú- dijo Sharon evitando demostrar sus nervios

-¿Una furcia?¿ que clase de seres rastreros son los Prosalos que traen consigo a una perra?- respondió con desdén

-¡Mátala!- gritó Victorio con todas sus fuerzas- ¡Es una aberración! ¡Una bruja!- el soldado fijo su atención en Sharon al oír las palabras de su rey

-¿Una bruja? ¡Calla, maldito traidor!- exclamó Gregorio- No es ninguna bruja, este tirano te engaña, como ha engañado siempre a su gente ¡No lo escuches!- trató de razonar con el soldado, pero Sharon ya había detectado en sus ojos la ira y la sed de sangre, por lo que afianzó su postura justo antes que el soldado atacara.

-Morirán ambos, no me importa lo que sean- dijo entre golpes de espada.

La cueva era bastante estrecha, además de tener un techo bajo, por lo que los golpes no llevaban demasiada fuerza, no había posibilidad de tomar carrera o balancear la armas. Era una lucha de habilidad e inteligencia, cosas que a la Princesa le sobraban. El polvo no tardó en llegar el aire, lo que dificultaba también la visión de los contrincantes, pero no querían ceder un paso por temor a perder la vida. Justamente cuando Sharon pensó en retroceder hacia afuera para tener más espacio, Gregorio atacó al soldado por la espalda y este se giró con saña, enterrando la espada en el costado del Rey

-¡NOOOOO!- Resonó el grito de la princesa, sacudiendo hasta las entrañas de la tierra misma. Se abalanzó con mirada enloquecida sobre el soldado, lo desequilibró y arrojó al suelo. Antes de que pudiera reaccionar, ya tenía la espada de Sharon atravesando su garganta y clavándolo al suelo.

Se lanzó al lado del rey, que se retorcía de dolor. Al revisar la herida, se dio cuenta que era grave y profunda por la cantidad de sangre que se acumulaba en la tierra alrededor de su cuerpo.

-Quédate quieto, tengo que vendar la herida para sacarte de aquí- dijo con voz temblorosa

-Tranquila, hija. Aún no podemos irnos, los animales no resistirán mucho más- replicó con esfuerzo Gregorio

-Resistirán lo suficiente, lo sé. Necesito llevarte al reino- respondió rajando la manga de la túnica del rey para ceñirla a su costado

-¡No resistirán! Ni los caballos ni tu padre... ríndete, princesa. Han perdido la batalla- dijo con sorna Victorio, incluso tuvo la audacia de sonreír con satisfacción mientras hablaba

-Cállate- dijo Sharon tirando de la otra manga de la túnica para seguir vendando. Su padre estaba pálido y sudoroso, pero aun así trataba de sujetarse el costado para que ella pudiera trabajar.

-No le hagas caso, solo busca quebrarte, no te conoce como yo...- dijo Gregorio con voz cada vez más suave. Le faltaba el aire, y las fuerzas comenzaban a diluirse también

-Tu padre se muere, si te rindes puedes buscar ayuda en el campamento... estás más cerca de mi campamento que de tu tierra- dijo Victorio saboreando las palabras

-¡Cállate!- gritó Sharon

-Jamás- dijo Gregorio- Mi hija jamás se rinde- sus ojos se estaban quedando el blanco, y la princesa sentía que el tiempo se acababa

-Es tu fin, maldito, muere de una vez- insistió Victorio con su voz venenosa

-¡Cállate!-

-Lucha, lucha mi amor- dijo Gregorio y dejó de respirar

Sharon permaneció inmóvil unos instantes, aún sin comprender la dimensión del vacío que sentía en el centro de su ser. Pestañeo, una y otra vez, para que las lágrimas no le impidieran ver el rostro de su amado padre. Sentía un zumbido en los oídos, y su sangre bullía adentro de sus venas.

-Listo, ya no tienes elección... libérame y terminemos con esta farsa- dijo Victorio. Sharon lo escuchó como si hablara a través de un túnel... Después de un rato, se puso de pie, lentamente y se giró a ver a Victorio.

La cara del soberano cambió de inmediato, al ver los ojos de la princesa. Tras su mirada ardía el fuego. Era como si todo su ser se hubiera convertido en una sombra y solo sus ojos resaltaban, llenos de determinación.

-¿Quieres que te libere? ¿O mejor libero a este reino de tu maldito yugo? Tu ambición y tu maldad han matado a mi padre. Nunca volverás a ver la luz del sol- repentinamente, las llamas de la hoguera comenzaron a crepitar, un fuerte vendaval azotó la cueva y causó que las chispas saltaran a los mantos sobre los que reposaba el cuerpo de Gregorio, y también Victorio.

Desesperado, se lanzó hacia el fondo de la cueva, tratando de apagar con sus pies las llamas que avanzaban hacia él.

-¡No puedes hacer esto, sácame de aquí! ¡Causarás la ruina de tu reino! ¡No puedes dejarme morir, maldita seas!- gritaba acosado por el fuego

-Arde- fue lo único que dijo la princesa, mientras abandonaba la cueva, solamente con su corazón roto.

Afuera, solamente la noche la recibió. Los gritos y maldiciones del rey Victorio ya no podían tocarla. Se sentía fría, tan fría como esa noche.

Recogió una montura, una botella de agua y un poco de pan, y se dirigió a los caballos, que inquietos, se agitaban al percibir el olor a humo. Los acarició, tranquilizándolos, y les dio de beber en un pedazo de corteza que tenía cerca. Luego, acurrucó su cuerpo agotado contra el muro de tierra y cayó en un profundo sueño, lleno de oscuridad y voces.

Al despertar, se dio cuenta que los caballos se habían recostado junto a ella, protegiéndola un poco del frío y el rocío. Apenas amanecía, pero Sharon sabía que era hora de marchar. No tardarían en enviar más soldados hacia el bosque, y el humo que había pasado desapercibido durante la noche, ya no podría ocultarse.

Bebió un poco de agua, intercalando con trozos de pan rancio, para tener fuerzas para seguir. Le dio a los caballos el resto del agua del cuenco, colocó la montura sobre uno de ellos y soltó las riendas del segundo. Esperaba que el animal se fuera, sintiéndose liberado, pero, por el contrario, siguió los pasos de Sharon, a medida que se movían por el bosque.

Lo único que le importaba ahora a Sharon, era avanzar lo suficiente, con la cobertura de los árboles, para luego cruzar los caminos al descubierto, en busca de su hermano.

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