La visita

Una vez en su escondite, la princesa Sharon se colocó pieza a pieza la pesada armadura y llego al patio justo cuando el movimiento era mayor, ya que todos estaban montando para partir. De esa forma logró mezclarse sin ser descubierta y se subió al caballo que había dejado apartado, detrás del enrejado.

Hábilmente, se unió a la comitiva cuando pasaba por ahí, mezclándose con los demás soldados sin llamar la atención. Estos fueron días complicados para Sharon, dado que no podía orinar delante de ningún soldado, ni quitarse la armadura, por lo que siempre elegía las primeras guardias y descansaba apoyada en el carruaje sin quitarse siquiera el casco. Hasta alimentarse era todo un dilema, y debía hacerlo a escondidas, inventándose ocupaciones cuando los guardias se reunían a repartir la comida. Estaba causando intriga y miradas suspicaces, lo que no le era precisamente favorable. Pero faltaba tan poco, que no podía flaquear en su decisión. Una vez realizada la reunión en Grana, podría quitarse el casco y soportar las consecuencias de sus actos, pero sentía la necesidad de proteger al rey hasta entonces.

No podía explicarlo, pero tenía una sensación en las entrañas que le decía que éste, no era como otro viaje.

Cuando llegó el momento de que el príncipe Germán abandonara la comitiva real, se dirigió a su padre y a Sir Graham con palabras sabias y llenas de cautela. Les pidió que se guardaran las espaldas, ya que uno era soberano, y el otro era la espada del reino. Ambos eran necesarios e imprescindibles para Prosal y para la familia real. Ambos eran amados y respetados, y cualquier daño que sufrieran sería el comienzo de una guerra sin cuartel. Después de eso, se adentró en el campamento, donde fue calurosamente recibido por los soldados, que lo respetaban y tenían al príncipe en un buen concepto como luchador.

La comitiva real continuó el camino inmediatamente, ya que estaban demasiado cerca del campamento de las gentes de Grana. No era momento de acampar ni descansar, era más seguro continuar adelante. Cerca del límite de los territorios, comenzaron a aparecer grupos armados a caballo. Todos portaban el estandarte de Grana. No se acercaron a la comitiva real, solamente escoltaron al grupo hacia la ciudad. El rey Gregorio se mostraba calmado y confiado frente a todos, pero Sharon, que lo conocía a un nivel más profundo, podía notar la preocupación que latía bajo esa superficie de aparente tranquilidad.

Tardaron otros tres días en llegar al castillo del soberano Victorio. Las tierras que recorrieron para llegar hasta ahí se veían estériles y grises, al igual que la gente que salía de sus casuchas a mirar el carruaje real. Se veían hambrientos e infelices, incluso no se podía entrever niños ni perros juguetear cerca de los terrenos labrados.

Se presentaba como un panorama angustiante para quienes venían a negociar solamente el uso de un puerto... Era muy evidente que estas personas necesitaban mucho más que eso.

Pero el rey no debía preocuparse de ese pueblo. El reino de Prosal era su prioridad, y aunque sintiera compasión por ellos, no podía hacer nada.

En contraste con esa imagen, el castillo era un exceso de lujo y derroche. La entrada tenía un foso lleno de animales salvajes exóticos, bien alimentados. Las rejas que aislaban el castillo se encontraban engrasada y pulidas, los guardias tenían armaduras ostentosas y las caballerías estaban llenas de animales de razas finas. Había casi tantos sirvientes como habitantes, y las cortinas y tapetes cubrían cada centímetro cuadrado de piso, techo, ventana o pared. Parecía un mercadillo donde se ofrecieran los más preciados artículos de lujo.

El salón del trono, donde se había instalado un mesón para un banquete de bienvenida, estaba atestado de los más ricos ornamentos. El propio trono era de oro macizo y piedras preciosas engarzadas en el respaldo y los apoya brazos. El rey ostentaba una corona de oro que debía pesar más que su propia cabeza, y sus 7 hijas, legítimas e ilegítimas, tenían cada una su corona con rubíes, esmeraldas, ambares y otras piedras. La corona de la reina de Grana era de oro con incrustaciones de lapislázuli y cuentas con piedras se derramaban sobre su frente y su cabello. La princesa Sharon se sentía asqueada del contraste entre la opulencia del palacio y la pobreza en la que vivía su pueblo. No era una nación en busca de mejores oportunidades de comercio, era una nación moribunda en busca de salvación.

Durante el banquete, la guardia del rey Gregorio pudo quedarse en el salón, solo que sentados en un mesón alejado de los soberanos y la familia real de Grana. La Princesa Sharon no tuvo más opción que sentarse en la esquina, dando la espalda a la pared y quitarse el casco, protegiendo su rostro con su cabello suelto. Como su pelo estaba tan sucio, no le costó mucho que se pegara a su cara y le permitiera espiar por medio de los mechones. Los hombres estaban tan cansados y tan hambrientos, que no le prestaron mucha atención, solo le pasaron la copa de vino que daba vueltas al mesón constantemente y le acercaron las fuentes con carne y vegetales. Sharon estaba hambrienta, pero no tenia deseo de beber vino, lo encontraba asqueroso. Prefería quedarse sin beber nada. Después de que los soberanos se brindaron las cortesías de rigor, comenzó lo interesante, a lo que Sharon debía permanecer atenta, por eso dejó de comer, y sacó un pequeño puñal para tenerlo en las manos bajo la mesa, por cualquier emergencia.

El rey Gregorio comenzó, exponiendo el motivo de la visita:

-Estimado Victorio, heme aquí para intentar encontrar una solución para las necesidades de Grana, y hacer un acuerdo para proteger los intereses Prosalos. Quiero decirle que respeto los motivos que lo llevaron a invadir mi territorio, pero confío en que encontremos una resolución menos violenta a la actual. Tengo entendido que su principal inquietud yace en la carencia de un puerto comercial que le permita externar sus productos y obtener mejores beneficios por el trabajo de su pueblo...

-En realidad, esa es solo una de las razones por las que busco dialogar contigo desde hace tiempo- dijo Victorio, haciendo caso omiso del respeto que debía al otro monarca- Grana es un granero seco, tenemos tierras agotadas, reservas casi nulas, ganado insuficiente y además para colmo de males, no tenemos forma de exportar los productos de nuestros herreros, artesanos, orfebres, tejedores y otros tantos- la desfachatez de este rey era inmensa, su grosería llenaba de tensión a la escolta Prosala.

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