Una vez que el ejército volvió a tierras Prosalas, desapareció el hambre y desasosiego de sus filas. Cada hogar, por más humilde que fuera, tendía un cesto de pan, unas cubetas de agua o algunos frutos para los soldados. Estaban regresando a casa, y el sentimiento de orgullo y pertenencia florecía en el pecho de cada uno de los que integraban la comitiva. El escudo que llevaban al frente, tenía atado una cinta negra en señal de luto, pero los príncipes habían prohibido que se expandiera la noticia de la muerte del rey. Antes debían comunicárselo a la Reina y al concejo real.
Sharon cabalgaba en silencio, con la visera de la armadura abajo, no quería fomentar rumores antes de llegar al palacio. Al atravesar la ciudad, recibieron vítores y algunas flores, arrojadas sobre los valientes defensores de la nación. El pueblo entero respaldaba a su ejército y se enorgullecía de sus soberanos.
Cuanto más se acercaban al palacio, más crecía la ansiedad de Sharon al darse cuenta que la reina estaría furiosa por su marcha, y destrozada por la pérdida de su esposo. No temía su propio castigo, temía que su madre se rompiera en pedazos después de conocer la noticia. El nudo que apretaba su garganta le impedía mostrarse siquiera agradecida porque su hermano y Sir Graham la escoltaran en su llegada.
El patio central del castillo, estaba lleno de algarabía de recibir al grueso del ejército, y aun así, la reina en persona salió al centro del empedrado a ver a todos los que desmontaban. Sharon bajo primero, pero aún con la visera, por lo tanto, la reina se aproximó antes a abrazar a su hijo mayor y dar las gracias a los dioses por haberlo traído a salvo.
Sharon se quitó el casco de la armadura, y pudo notar en la mirada de su madre, la tremenda sorpresa que experimentó al verla. Con el rostro serio, la reina se acercó a su hija, su mirada era una mezcla de muchas emociones. Rabia, sorpresa, alivio... Su reacción no fue la mejor, cuando la princesa habló
-Madre, lo lamento...- no pudo decir más, porque la reina la abofeteo con tanta fuerza, que la hizo caer al suelo. Más fuerte que el dolor en la mejilla, fue la sorpresa ante el gesto de su madre, pues Sharon jamás había recibido más que caricias y consuelo de esas manos.
-¡Madre, no!- intercedió Germán, sujetando de los hombros a la reina, mientras los ojos de Sharon se anegaban en lágrimas.
-¡Maldita niñata! ¡Tienes idea la preocupación que me dejaste! ¡Debí disciplinarte antes, pues te crees con derecho a hacer tu voluntad, sin importarte nada! ¡Y no esperes que tu padre pueda interceder por ti esta vez, fuiste demasiado lejos desafiándome!- Germán y Sharon se miraron con pena, pero debían comunicarle la noticia en privado, en ese momento, todo el patio los miraba horrorizado.
-Vamos adentro, madre. Queremos hablar contigo, permite que nos quitemos la armadura...- dijo Germán, guiando a la Reina a las escalinatas. Sharon, desde el suelo pudo oír como su madre preguntaba por el rey.
-Princesa, permítame- la suave voz masculina, sacó a Sharon de sus pensamientos dolorosos, y al girarse vio a Pratos, ofreciéndole la mano para ponerla en pie. Su estado de ánimo era pésimo, pero no podía hacerle un desaire, después de todo, era una amabilidad para con ella. Le dio su mano, e inmediatamente recibió los brazos de sus doncellas, que lloraban de emoción de verla en casa y se preocupaban por su rostro enrojecido. Sharon agradeció a Pratos con una sonrisa y se dejó guiar dentro del castillo, a pesar de ir dejando huellas de barro con la armadura.
Una vez limpia y con ropas adecuadas, Sharon agradeció a sus doncellas y rechazó los paños de aguas de rosas que querían colocar en su mejilla. Solo quería llegar al salón de té y reunirse con su madre y su hermano. A medida que descendía las escaleras, escuchó los sollozos de la reina y comprendió que Germán no había podido disuadirla de aguardar por más tiempo por una respuesta. Temió que su madre se lanzara contra ella, en su estado de dolor, y se preparó mentalmente para recibir todo tipo de reproches.
Al entrar en el salón, vio a Germán, de rodillas frente a la silla de la reina, tratando de darle consuelo mientras lloraba sujetando su rostro. Su hermano la miró con lágrimas en los ojos y le dio una triste sonrisa para indicarle que se acercara. Su hermano podía darle calidez a cualquier situación únicamente con su apoyo y su sonrisa dulce.
Al oír los pasos, la reina Virginia, levantó su rostro bañado en lágrimas, y poso su mirada en su hija. Se puso de pie y se acercó a ella, contra todo pronóstico, extendiendo sus brazos. Sharon se apresuró a abrazar a sí madre, mientras oía sus ahogadas palabras
-Lo siento tanto, hija. Perdóname. Perdón por darte más dolor en un momento tan horrible, lo lamento... Tuve miedo de perderte, y ahora lo hemos perdido... lo lamento. Los quiero hijos, los amo con todo mi corazón, ustedes serán la luz de este reino y yo les daré todo lo que quede de mí, en ausencia de Gregorio...- la reina sollozaba, y abrazaba a sus dos hijos con fuerza, sin protocolos ni correcciones. Solamente dándoles su apoyo y compartiendo la pena de una familia en duelo.
Muy pronto, los miembros del concejo real fueron llegando al castillo, en busca de novedades y de una reunión formal, que fue citada para la mañana siguiente, ya que los príncipes debían ser atendidos por los médicos, alimentados y descansar un poco. A pesar de las quejas de los nobles, la reina se mantuvo firme con postergar el informe.
Orquestó todos los cuidados necesarios para sus hijos, y se retiró a sus habitaciones a descansar. Sharon había visto la tristeza en los ojos de su madre, y como Intentaba mantenerse en pie, a pesar de su gran dolor.
Germán y su hermana cenaron en silencio, casi todo el tiempo tomándose de la mano. Es que aunque ya no fueran pequeños, su conexión los hacía consolarse y unirse en los momentos más difíciles.
-Deberíamos descansar, mañana será un día muy duro- dijo Sharon con voz ronca.
-¿Quieres dormir en mi cuarto? Como cuando éramos niños y nos asustaban las historias de Sir Graham- dijo Germán sonriendo.
-No será necesario, creo que estamos tan cansados, que la fatiga nos hará caer rendidos- dijo Sharon sonriendo también
-De acuerdo, en ese caso, buenas noches, hermana-
-Buenas noches, hermano- dijo Sharon poniéndose en pie para retirarse.
A pesar de que la habitación de la princesa estaba caldeada por la chimenea, y que su cama tenía varias colchas primorosamente tejidas en lana, Sharon sentía el frío calando sus huesos, y cada vez que empezaba a caer en sueño, se despertaba sobresaltada con imágenes de la batalla y de la cueva donde perdió a su padre. Los ojos de los soldados a los que había matado, la miraban tras la oscuridad de sus párpados cerrados. Las lágrimas se derramaban en silencio sobre la almohada, mientras Intentaba no pensar, no sentir, solo dormir.
Aproximadamente dos horas después de haberse acostado, Sharon escuchó pasos afuera de su cuarto, y como la puerta se abría suavemente. La luz del fuego era suficiente para ver a su hermano, escabulléndose dentro de la habitación
-¿Qué haces? Si mis doncellas te encuentran aquí, madre se va a molestar- dijo Sharon sin mucha convicción
-Me iré antes del amanecer. Sé que no estás bien, tampoco yo lo estoy- dijo Germán metiéndose en el lecho. Se acercó a su hermana, colocó un brazo bajo su cuello, y acarició su cabello con ternura- Shhhh, duerme. Todo estará bien...-
Los párpados de Sharon se cerraron suavemente, las imágenes detrás se difuminaron y fundieron en un caleidoscopio de colores. Ya no eran angustiantes imágenes, nada más colores mezclados que poco a poco la fueron induciendo a un sueño tranquilo y reposado.
Al amanecer, Sharon se giró en la cama sobresaltada, pero descubrió que Germán había cumplido su promesa y se había ido ya. A los pocos minutos, recibió a sus doncellas, que le llenaron una tinaja de agua caliente para que pudiera lavarse antes de empezar el día. La princesa se vestía con ropas finas y delicadas, pero no con vestidos la mayoría de las veces, por eso se bañaba sola y luego se vestía sin ayuda de nadie.
Cuando estuvo preparada, descendió al salón iluminado, donde su madre y hermano la aguardaban para desayunar. Dio un beso a su madre y un apretón de hombro a su hermano, antes de tomar asiento y recibir su tazón de avena con leche.
- Esta mañana, tendremos que exponer claramente lo sucedido en Grana para el concejo. Sin embargo, existen algunas recomendaciones que debo hacerles: Muéstrense inamovibles, no permitan que cuestionen sus palabras, acepten concejos, más no ordenes. Somos los tres miembros de la familia real, únicamente a nuestro pueblo le pertenecemos, y solo a ellos les rendimos cuentas. Necesitamos del apoyo de los nobles, pero las decisiones no les pertenecen.- la reina parecía serena, aunque el llanto aún marcaba sus rasgos luego de una mala noche.
-Madre, ¿Crees conveniente que hable frente al concejo?- dudó Sharon
-Por supuesto. Eres la única que presenció todo el desenlace de los tratados de paz que intentó Gregorio. Sir Graham puede apoyar tu relato, pero estuvo ausente al morir tu padre- dijo la reina, y la miró a los ojos- la razón por la que estabas allí, y si estuvo bien o mal, solo le incumbe a nuestra familia. Ninguno de ellos puede juzgarte-
-Además, tiene que quedar en claro, que aunque continuaremos teniendo un concejo real, tu opinión importa, serás mi mano derecha- dijo Germán con seguridad.
-Hablando de eso, creo que lo más adecuado en esta situación, será una coronación en el templo. El pueblo puede acompañarnos por el camino, pero no pienso que sean adecuadas más celebraciones ¿Estás de acuerdo, hijo? De lo contrario, podemos aguardar un tiempo y hacer la coronación en sociedad, transcurridos unos meses- la reina Intentaba no pasar por encima de los deseos de Germán.
-La coronación en el templo me parece bien, madre. No tengo ánimos de celebrar nada, y no creo que el pueblo tenga esas preocupaciones en este momento-
-De acuerdo. Entonces terminemos de comer, por que hay una manada de lobos aguardando en el salón del trono- dijo Virginia con una leve sonrisa
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