El bosque

-Abuelo, ¿Qué sucedía en el bosque? ¿Era un bosque encantado, de verdad? ¿La princesa tenía magia?- Trish ametrallaba a preguntas a su abuelo, que preparaba la cena mientras continuaba con el relato.

-Paciencia, mi niña. Si continúas oyendo la historia lo descubrirás todo...-

-¡Pero es que yo quiero saber! Seguiré escuchando tu historia, pero quiero saber...-

-Solo puedo decirte que Sharon amaba esos bosques, desde muy pequeña, los reverenciaba y se sumergía en ellos como si fueran su hogar. Y los bosques amaban a la princesa que llenaba de risas, de cantos y aventuras cada rincón inmóvil de ese territorio- deliberadamente el abuelo permaneció de espaldas a la niña que estaba más que impaciente. Guardó silencio un rato esperando...

-Está bien, abuelo. Continúa con la historia, quiero saber- se rindió volviendo a tomar asiento en la mesa, observando al contador de cuentos.

-Bien... como te decía: Sharon descubrió su identidad frente a Victorio en un arrebato de enojo, lo que no hizo que este, permaneciera en silencio mucho tiempo.

-La Princesa Sharon- rio con la fuerza de un demente- sería una vergüenza para mí que declararas eso siendo mi hija-

-No te preocupes, también sería para mí una vergüenza que fueras mi padre- rebatió Sharon, ya más calmada

-¡No puedo creerlo, Gregorio! ¡Además de ser un soberano blando y excéntrico, tienes una hija que es todo un hombre! Quizás no haya sido mala idea después de todo no acceder al casamiento de tu hijo con mi heredera, ¡tal vez el príncipe sea en realidad una dama!- y se largó a reír otra vez causando la ira de Gregorio

-Cállate, Victorio. Ni mi hija es un hombre, ni mi hijo una dama. Ambos son libres y capaces, dos conceptos que en tu reino parecen desconocer. Si mi hija pudo someterte y engañar a tu guardia, no es culpa de ella, sí no de tu ineptitud y la de tu gente- respondió con orgullo el rey, logrando que se silenciaran por un rato las burlas de Victorio.

Cuanto más se adentraban en el bosque, más oscuridad se percibía, pero Sharon conocía cada camino y llevaba las riendas de ambos caballos para guiarlos por el lugar correcto y que no tropezaran. La quietud del bosque la llenaba de energía, por eso se sentía tranquila y alerta a pesar de las horas transcurridas sin dormir ni alimentarse.

Al caer la noche, habían avanzado lo suficiente para encontrar una pequeña cueva, debajo de un risco. Sharon ayudó a su padre a descender del caballo, y entre los dos bajaron a Victorio para que estirara las piernas mientras Sharon preparaba el refugio.

-¿Por qué no me desatan? Si quisiera huir en esta oscuridad me partiría el cuello- dijo el tirano

-Cuando yo esté disponible para colocar un puñal en tu cuello, te desataré, no antes- dijo Sharon mientras recolectaba astillas y pequeñas ramas para cubrir los maderos húmedos. Colocó todo lo más profundo que pudo en la cueva y les advirtió a los reyes que retrocedieran. En cuanto prendió la yesca, salieron del refugio docenas de murciélagos y otros animalitos, dejando espacio suficiente para armar la hoguera en la parte más alejada de la entrada. La idea era que el humo se diluyera lo máximo posible antes de salir de la cueva así no se detectara a lo lejos. Luego, sacó los mantos de las monturas e improvisó un gran lecho alrededor del fuego. Indicó a los reyes que se posicionaran cerca y le pidió a su padre que mantuviera la espada en mano mientras se encargaba de buscar las provisiones.

- Yo puedo hacerlo, tú descansa- dijo el rey poniéndose en pie

-De ninguna manera, padre. Yo estoy bien, y sé donde esconder los caballos. Tú lo dijiste, conozco estos bosques mejor que nadie.-

-Esclavo de mis propias palabras... de acuerdo, ten cuidado por favor- aceptó Gregorio a regañadientes.

Sharon salió de la cueva, desmontó los caballos, dejando las provisiones cerca de la entrada de la cueva y guiándolos a un espacio triangular junto a la pendiente. Allí estarían a refugio del frío, y tendrían abundante hierbas y hojas para comer. Recordó que a poco menos de un kilómetro de allí había un pequeño riachuelo y se dirigió allí con las botellas para traer agua. Por el camino recogió hongos y frutos secos que caían en las bases de los árboles. En el río, recogió agua, sintiendo en los dedos el frío del deshielo que llevaba el líquido hacia allí. La tentación de limpiarse era enorme, pero debía resistir un poco más. Aún quedaba un largo camino, y no le era favorable que se descubriera su sexo o su identidad. Al girarse para ponerse de pie, le pareció detectar un movimiento entre los árboles, pero deliberadamente no hizo ningún gesto de haberlo percibido. Buscó entre las ramas, algún trozo de corteza que le sirviera de cuenco, mientras deslizaba su mano por la bota y sacaba su puñal. Guardó las botellas en su cintura, y comenzó a caminar en sentido contrario al sitio donde le pareció ver algo. Luego de caminar un buen trecho, aprovechó una seguidilla de árboles, para agacharse tras del último y esperar. Efectivamente, momentos después se translució una figura agazapada que revisaba cuidadosamente el camino, en busca de Sharon. Ella esperó a que la luz de la luna iluminara tenuemente el rojo de la armadura de Grana, y cuando estuvo segura, lanzó la primera puñalada por detrás de las rodillas del soldado. Cayó, inmediatamente sacando la espada, más no pudo hacer nada, pues Sharon ya le pisaba la muñeca y le acercaba el puñal al cuello.

-Si gritas, mueres. ¿Entendido?- recibió un pequeño asentimiento- ¿Cuántos son?-

-No hay nadie más- dijo con voz ronca, pero sintió la picadura del puñal que produjo un pequeño reguero de sangre

-Una más y te mueres. ¿Cuántos hay?- insistió fríamente la princesa

-Dossss, hay dos más- dijo el soldado cerrando los ojos

-¿Dónde? ¿Hacía que lado?-

-Desplegados. No sé en donde están ahora. Tenemos que rastrillar el bosque en busca del rey- dijo con voz temblorosa a Sharon.

No lo pensó mucho. No podía manejar un segundo rehén, mucho menos uno entrenado y joven, así que apoyó su frente en la del soldado y con un solo movimiento le cortó el cuello.

-Lo siento- susurro con las lágrimas cayendo sobre su víctima. Rebuscó en sus bolsillos y le quitó un segundo puñal y una espada. Le serían útiles para perseguir a los otros intrusos.

Comenzó a vagar silenciosamente. Sus pies no pisaban hojas secas ni ramas. Estaba acostumbrada a seguir a su hermano, sin ser detectada, pisando en puntillas sobre terreno blando. Dio vueltas en 8 esperando percibir la presencia de alguien más, y cuando ya pensaba regresar a la cueva, sintió un pequeño movimiento en el aire que le permitió girarse, justo cuando caía de una rama un hombre grande, con la espada en la mano. Sharon tenía la espada del soldado asesinado en la suya, además del puñal en la mano izquierda y luchar no le fue fácil, pues su adversario la superaba en fuerza y tamaño. Sin embargo, sus entrenamientos con Sir Graham le habían mostrado el potencial de su menudez, por lo que se deslizaba bajo los golpes y giraba para evitar los peores ataques. Mientras su enemigo se cansaba con estocadas llenas de furia y fuerza desmedida, Sharon esquivaba casi todos los golpes y solo contenía los que no lograba evitar. Por eso, muy pronto vio su oportunidad, cuando el soldado lanzó su espada desde arriba, tratando de terminar con la Princesa, ella giró su cuerpo de lado y clavo el puñal en el costado del cuello del soldado. Antes de forcejear con él, simplemente giró el puñal con saña, y el hombre cayó al piso de bruces, desangrándose.

-Lo siento- musitó en voz baja, mientras cerraba los ojos del soldado. Cuando se puso en pie, sopló el viento y cubrió de hojas el cadáver. Sharon simplemente, debía continuar, aun había un peligro acechando en el bosque

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