De vuelta al carruaje, la chica estaba tan avergonzada que no podía ver a Fran a la cara. Ya le había explicado que la vista de la ciudad le había encantado y deseaba subirse al tejado para tener una vista aún mejor, y no pretendía saltar ni mucho menos, como el duque pareció creer, y se disculpaba por no haberlo dicho.
La vergüenza de la chica continuó hasta después de haber llegado a la mansión, y cuando el almuerzo fue servido, todavía no era capaz de mirar al duque. Sentía tanta vergüenza que quería que la tierra la tragase, y su único consuelo era que nadie, además de ellos dos, se había enterado.
Cuando la comida desapareció de los platos, la chica se levantó dispuesta a volver a su habitación a esconderse debajo de las sábanas. Sin embargo, Fran tenía un par de cosas que decirle.
– Creo que no mentiré al decir que las cosas no resultaron según los planes de ninguno. Lamento que su primera salida a la ciudad haya terminado de esta manera. Sin embargo, si desea salir a la ciudad, dejaré la indicación de que siempre haya un carruaje preparado para su uso personal. Solo manténgame informada de su destino a la jefa Mirta.
Asintiendo, Nereida dio un tímido gracias y luego salió casi corriendo a su habitación.
Mirando la incomodidad que ambos jóvenes parecían tener uno con el otro, la jefa Mirta, que como todos los días los atendía en el almuerzo, miró al joven duque e hizo una pregunta.
– ¿Pasó algo entre ustedes? Se han comportado extrañamente desde que llegaron.
– No quiero hablar de eso.
Fue la única respuesta que dio Fran mientras intentaba ocultar el enrojecimiento de su rostro.
Dando un largo suspiro, sin ganas de indagar en la extraña relación que ambos tenían, la mujer frunció el ceño e hizo una fuerte declaración.
– Ya que estamos solos, tengo una mala noticia que darle. Unas sirvientas que fueron al mercado esta mañana fueron quienes primero declararon haberla visto, pero después fue el viejo Tomás el que llegó con la noticia oficial. Tal parece que la señorita Colette ha regresado y está en la ciudad.
Cambiando a una expresión más seria, el joven se limitó a decir:
– Ya lo sé. Me encontré con ella a medio día.
Mirando con cierta lástima al muchacho, atribuyendo el encuentro con Colette a lo incómodo que se había vuelto la relación con Nereida, la mujer preguntó:
– ¿Y te encuentras bien?
Suspirando, Fran no sabía qué responder. El encuentro con Colette claramente le había afectado y había hecho salir a la luz muchas cosas que había querido olvidar. Sin embargo, era curioso, pero había pasado un par de horas en las que había conseguido de manera genuina no pensar en ella, al punto que casi la había olvidado hasta que su nana lo mencionó.
– No lo sé, nana. Honestamente, no lo sé.
Respondió al final del joven duque, y la anciana por su parte negó con la cabeza.
– No entiendo con qué cara se le ocurre volver. Espero que después de haberlo atormentado, se haya quedado satisfecha, recapacite y se largue.
– No se va a ir por un tiempo. Ella va a reemplazar a su tío como encargada de la destilería.
Visiblemente molesta, la anciana negó con la cabeza mientras no dejaba de maldecir.
– Esto claramente fue idea del viejo Callahan. ¿Qué pretende conseguir? ¿Si cree por un momento que voy a permitir que...?
– Déjalo ya, nana. No creo que sea un plan elaborado o haya una segunda intención detrás.
Metiendo su mano en su bolsillo, el muchacho sacó su libreta de apuntes y en medio de la misma, sacó una hoja de papel que desdobló.
Tomando la hoja, la anciana la leyó por encima aún con el ceño fruncido.
– La empresa que había montado Colette se fue a la bancarrota hace unos meses. No fue exactamente su culpa, su socio le traicionó y huyó con el capital dejando una gran deuda detrás. De ahí desapareció, y un conocido me dijo que vio a una mujer con su exacta descripción trabajando en lugares nocturnos. Si el mismo conocido le fue también con la noticia a su padre, no me sorprende que hayan ido a buscarla o ella haya vuelto por voluntad propia. Mi punto es que no tiene ni trabajo ni dinero, y también conozco al conde Callahan, y es un hombre que tendrá muchos defectos, pero siempre ha demostrado mucho aprecio a su familia. Creo que le dejó al mando de la destilería solo para que tuviera algo en que sentirse útil.
Negando con la cabeza, la anciana volvió a doblar el papel.
– Así que volvió con el rabo entre las piernas, típico. Tampoco es por contradecirlo, pero creo conocer mejor a ese hombre que usted. Querrá mucho a su familia, pero es incapaz de hacer cualquier cosa sin segundas intenciones. Hace años, alardeaba a la menor provocación que los Enix serían la segunda familia más importante al tener a su hija como la duquesa, y no sabes la cara que se le quedó cuando la señorita Colette rompió su compromiso.
– Compromiso…
Repitió el muchacho como si esa palabra le quemara en el pecho.
Tras un silencio entre ambos, el sonido a lo lejos de las campanadas anunciaron las 4 de la tarde, y Fran se puso de pie.
– Tengo un compromiso más, nana. Debo irme.
Al ver la expresión en el rostro del muchacho, la anciana negó con la cabeza.
– Vas a ir a ver a esa mujer, ¿no es verdad? ¿Crees que puedes mentirme?
– Es la nueva encargada, y debo ir a saludar cada vez que hay un cambio de encargado. Es trabajo, nana, no puedo dejar de ir.
– Y usted siempre tiene que hacer todo su trabajo.
Negando con la cabeza, la mujer miró al joven duque de frente.
– Muchacho, he evitado hacer esta pregunta porque no era necesaria, pero vista la situación ya no se puede seguir aplazando. ¿Qué vas a hacer con la señorita Hammer? ¿Va a ser tu prometida, sí o no? El tiempo pasa, muchacho, y tu vigésimo quinto cumpleaños se acerca.
Suspirando, Fran se quedó callado un momento.
– Me han ordenado que la cuide y…
– Entonces no hay razón para tenerla en la mansión. Cédale la propiedad de la finca del lago, y que viva ahí. No puede abandonar el ducado, pero solo la enviaron como una candidata a matrimonio en vista de que tardabas tanto en casarte. Tampoco estás obligado a hacerlo. Y mientras esté feliz, su padre tampoco tendrá motivos para decirte algo.
Desviando la mirada en dirección a la ciudad, Fran no sabía qué hacer.
– ¿La finca está en buenas condiciones?
Preguntó después de un largo silencio.
– Usted no pretendía volver nunca, y a mí tampoco me gusta esa vieja finca. Debo admitir con cierta vergüenza que obtenía cierta satisfacción al ver ese lugar deteriorarse, así que no, nadie le ha dado mantenimiento en años.
– Pida que la arreglen, cuando esté lista hablaré con la señorita Hammer si prefiere mudarse ahí. Está cerca de la ciudad, y la vista es hermosa, no creo que me diga que no.
Asintiendo, la anciana aceptó el pedido, pero luego preguntó.
– ¿Y el asunto de su esposa? ¿Crees acaso que te voy a permitir seguir aplazándolo?
Con gesto resignado, el muchacho recordó algo que había escuchado hace unos días.
– El conde Nord me dijo que su primera hija rompió su compromiso, quizás...
– Por supuesto, te libras del doble cara de Callahan para caer en las garras de Maximilian. No ganas nada cambiando a una rata por una serpiente.
– ¿Entonces qué me recomiendas hacer, nana? Verá que tampoco tengo demasiadas opciones.
Asintiendo, la anciana suspiró y empezó a organizar los platos de la mesa.
– Ya veré qué hago, he de decir que nunca pensé que me vería en la necesidad de buscarle una esposa, pero viendo la situación a la que yo le permití llegar, creo que lo mejor será que me haga cargo.
Corrigiendo su postura, Fran se disponía a salir para ir a su encuentro con la encargada enviada por la familia Enix. Eso era lo único que debía ser Colette para él, y no tenía intenciones de que fuera algo más, pero con la mano en la perilla de la puerta, su nana le detuvo.
– Una cosa más, para no tenerme haciendo un trabajo potencialmente inútil, ¿estás seguro de que no consideras esposar a la señorita Hammer? ¿Para qué habrías de salir a buscar algo que tienes en tu propia casa? O mejor dicho, tenerme a mí buscando.
Con la mano en la puerta, Fran dio un largo suspiro, y cerrando los ojos respondió.
– Esa debe ser decisión suya, tengo entendido que tampoco había mostrado muchas intenciones de casarse en el pasado, no la conozco mucho, pero creo que será más feliz viviendo en la finca junto al lago.
Con esas palabras, Fran cruzó la puerta y salió de la habitación.
Observando al muchacho alejarse, la anciana mujer terminó de organizar los platos y declaró a la nada:
- Al menos deberías preguntarle... pero ya que... tendré que hacerlo yo.
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