Sentada en el balcón donde siempre almorzaba con el joven duque, Nereida miraba de vez en cuando a la puerta, esperando que Fran apareciera por ella.
En su pequeño encuentro con él en la mañana, este le había dicho que no llegaría a almorzar, sin embargo, cuando el almuerzo le fue servido, le dijeron que el duque llegaría si su reunión no se prolongaba demasiado.
Con un largo suspiro, y con la mirada aún fija en la puerta, la chica bajó su tenedor a su plato, pero por más que intentara trinchar algo, nada se quedaba fijo, y al bajar la vista, noto que su plato ya estaba vacío.
– no tiene que seguir esperando.
Dijo una voz a su espalda, y la jefa Mirta apareció para ordenar la mesa.
– hoy tenía una reunión con los señores locales, y si todo marcha bien, esas reuniones suelen durar horas, y si surge un problema, nadie sale de esa habitación hasta ya muy entrada la noche.
– el primer día en que llegué, el me pidió permiso para almorzar juntos todos los días…
Respondió la chica incapaz de entender porque le causaba tanto pesar, había ocasiones en las que su padre también tenía que romper sus compromisos por estar ocupado con sus obligaciones, y ella podía entenderlo perfectamente. Su padre era un general, un hombre muy importante y ocupado, es por eso qué constantemente le surgían emergencias que debían ser atendidas en el acto, sin embargo, que el duque haya faltado a su palabra, le producía un dolor en el pecho que no sabía explicar.
Incapaz de comprender a la chica, que en primer momento había dicho que esperaría a que el duque llegará para empezar a comer, y que había vaciado todos los platos a su alrededor de todas formas. La jefa Mirta se limitó a disculparse por el muchacho.
– el joven duque vive una vida ocupada, que Lumiere sea un ducado pequeño, no significa que sea fácil de administrar, y mi muchacho tiene una extraña manía de querer hacerlo todo él mismo
Mirando a los platos vacíos que la anciana recogía, Nereida se enojó por su nulo autocontrol. Había dicho que esperaría al duque, pero al mirar la comida delante suya, se dijo que daría un pequeño bocado, solo uno pequeñito, y cuando se dio cuenta, la mesa había quedado vacía.
Con la cara roja, recordó un regañó habitual de su madre, está le decía que si la dejaban sola en una mesa con comida, era perfectamente capaz de comerse hasta el mantel si nadie le decía que pare. Estando en casa, siempre había dicho que su madre exageraba, pero al notar que lo único que había hecho desde que llegó a Lumiere era comer, Nereida se sintió bastante apenada.
– debo aumentar mi rutina de las mañanas…
Declaró la chica para sí misma, mientras la anciana Mirta, la mirada como quién mira a un complicado problema matemático.
Con el sonido de la puerta, Nereida levantó la vista al momento, pero quién entró, fue una de las sirvientas.
– señorita Hammer, me disculpo por la intromisión, pero tengo un mensaje del duque.
Levemente decepcionada, Nereida asintió, y le indicó a la chica que podía hablar.
– el duque se lamenta una vez más por no haber podido llegar al almuerzo, pero le pregunta si desea acompañarlo durante la cena.
Sin siquiera pensarlo, Nereida respondió.
– dígale al señor que aprecio su petición, pero tengo que rechazarla.
Asintiendo, la sirvienta hizo una reverencia y salió para comunicar la respuesta.
Habiéndose quedado otra vez solas la jefe Mirta y Nereida, un poco confundida, la primera, hizo una pregunta.
– pareces algo turbada por no haber podido almorzar con el joven duque. ¿Por qué rechazaste su invitación a cenar?
Con perfecta calma, la chica respondió.
– me encantaría acompañarlo a la cena, pero es lunes, en mi familia es tradición apenas caer el sol, hacer voto de silencio y no tocar alimentos hasta que el sol haya regresando.
– ¿y el duque sabe?
Preguntó la anciana, previendo lo que iba a responder.
– lo dudo, nunca se lo he dicho, y es una antigua tradición de la religión de mi madre que mi padre adoptó. En este reino no se practica el Zenitt, fuera de los miembros de mi casa al menos.
Suspirando con fastidio, la anciana hizo énfasis en algo obvio.
– ¿y no crees que el duque puede sentirse afligido de que hayas rechazado su invitación?
– ¿por qué habría de sentirse mal por las tradiciones de mi familia?
Respondió la chica sin entender la pregunta.
– repasa nuestra conversación hasta que veas el problema.
Ladeando un poco la cabeza, Nereida se puso a pensar…
...****************...
Sentada frente al duque, había una joven…
Su cabello castaño estaba amarrado en trenzas, su cara estaba salpicada de pecas, su piel tenía el tono del melocotón al madurar y pequeñas esmeraldas brillaban en sus ojos.
– entonces señorita…
Empezó a decir Fran, a lo que la joven continuó.
– Neza, Neza Weints, segunda hija del barón Weints…
Con leve desconfianza, todavía temiendo que estuviera ante una posible estafa, el joven sacó la carta que le había enviado el barón, y la dejó en la mesa.
– bien señorita Weints, sabrá entender, pero en su carta, el barón decía que vendría personalmente...
– mi padre sufrió un pequeño accidente, por lo que no pudo venir, pero yo soy su asistente y su aprendiz, es por eso que me encargó que me presentará en su nombre, todo está explicado en esta carta.
De un pequeño cofre que la chica había traído consigo, sacó un sobre sellado con cera y se lo entregó al duque.
Rompiendo el sello, Fran sacó un par de hojas dónde el barón explicaba que se había caído mientras montaba a caballo, y se había fracturado una pierna, a la vez que se disculpaba por no haber podido llegar a la reunión, y recomendaba a su hija para llevar a cabo todas las negociaciones.
Después de haber leído la carta dos veces, se dio cuenta que la segunda carta tenía una letra diferente, pero como nota al final de la misma, dejaba claro que la carta era un dictado, tomado en cuenta ese hecho, centró su atención en la firma, y la comparó con la que había en su primera carta. Ambas cartas fueron selladas con el mismo sello, sin embargo, había algo ligeramente diferente en la segunda firma. Fran no era un experto, y él mismo era incapaz de hacer dos firmas exactamente iguales.
Sopesando el contenido de la carta, está hacía mucho énfasis en qué el barón había sufrido varios moretones, y pequeñas heridas de diversas indoles además de su pierna rota. Era lógico, con su brazo dolorido e inflamado, el barón no podía escribir, y por lo tanto la firma era ligeramente diferente, una situación sin nada extraño, ya que de todos modos el sello en ambas cartas era el mismo. Sin embargo, Fran tenía un extraño presentimiento que no se podía quitar de la cabeza.
Incapaz de comprobar nada en este momento, guardó ambas cartas, y miró a la chica que le observaba en silencio.
– perdón por desconfiar de usted, pero tenía que comprobar que todo estuviera en orden. Ahora, ¿podemos comenzar? ¿Cuál es ese maravilloso cultivo del que el barón me habló en sus cartas?
Asintiendo, la joven empujó el cofrecito que llevaba consigo en la dirección de duque, y este sin más lo abrió.
Dentro del mismo, vio varias "verduras" extrañas, eran de un color blanco amarillento, con muchas manchas negro verdosas por todos lados, tenían una forma semi ovalada, y daba la impresión de ser una especie de tubérculo similar a los nabos. Solo que en su casó, carecían de un talló donde sujetarse y sus formas eran demasiado amorfas a la par que distintas.
Observando el interés que demostraba el muchacho, la chica empezó a explicar.
– en la tierra natal de mi padre, a estos tubérculos se les llama manzanas de tierra, como indica el nombre, crecen bajo tierra como las zanahorias y los nabos, sin embargo, debido a las confusiones que el nombre traía, en parte por una dura crítica que nos hizo una condesa de que con ese nombre no llegaríamos a ningún lado, al traerlos a este Reino, le cambiamos el nombre a patatas.
Mientras seguía examinando las dichosas "patatas" Fran prestó atención a la frase "la tierra natal de mi padre". Él no tenía noción de que el barón Weints fuera extranjero, sin embargo, nunca había escuchado el apellido, hasta que un conocido suyo se lo recomendó.
Sumido en sus pensamientos, en ese momento tocaron la puerta, y después de dar permiso, varias sirvientas entraron con bandejas.
– perdón el atrevimiento mi señor.
Se disculpó la joven.
– sin embargo, nunca conocerá lo maravillosas que son las patatas hasta que no las pruebe, y me tomé prestada una esquina de su cocina en el tiempo que esperaba.
Mirando de frente a una de sus sirvientas, ésta asintió e indicó que no noto nada peligroso. El olor que desprendían las charolas era agradable, y aunque el instinto del muchacho le indicaba ser más precavido, las sonrisas del resto de las sirvientas le dieron a entender que ya habían probado la comida y daban su visto bueno.
Mientras las primeras sirvientas servían la mesa, una sirvienta más pidió permiso para entrar. Acercándose al duque, le susurró al oído que la señorita Hammer había rechazado su invitación, cosa que mató parte del ánimo del muchacho.
Con la mesa servida, al menos una docena de platos podían ser vistos, nada parecía especialmente elaborado, y no era capaz de decir sí parecían o no apetitosos.
– pido disculpas por la simpleza de los platos, sin embargo, quería resaltar la variedad de formas en la que las patatas podían ser preparadas, a la vez de su bajo costo y simpleza. Tengo entendido que gracias a su mina, la sal es bastante barata en Lumiere, y por lo mismo, la sal es el único condimento en la mayoría.
Mirando de nuevo a las sirvientas, estás daban sonrisas y gestos de asentimiento, le era fácil imaginar que el grupo se había dejándo sobornar con una multitud de platós que nunca habían visto, he ahí, que sean tan cooperativas cuando no habían recibido dicha orden.
Suspirando, el estómago de Fran volvió a quejarse, el chico llevaba todo el día sin probar bocado, y quizás de no ser por este hecho, las inconsistencias y cosas extrañas que el muchacho habían encontrado durante su conversación, le hubieran hecho rechazar la comida, y más que probablemente cualquier negocio con el barón Weints o su hija Neza.
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