Doce: Isabelle Martin

Sentado muy cómodo en uno de los sillones del patio trasero dándole la espalda a la casa y mirando la inmensa cosecha de trigo en la sombra de un árbol, aunque estaba fresco, podía pescar un resfrío bajo el sol. Dos sillones individuales, supongo que uno le pertenecía a la abuela y el otro al abuelo, eran de mimbre y tenían unos acolchonados almohadones que los hacía extra cómodos.

Al final, aquel tenebroso auto bordó, era de mi abuela, ambos iban a buscarme al motel porque mi madre le aviso que el auto estaba parado ahí. Me dijeron que me reconocieron por mi rojo cabello, les presenté a Elizabeth como una amiga y quedaron encantados, más mi abuela, le recordaba a alguien, era obvio, fue compañera de su hija.

Aunque el clima esté lindo, el sol brille, ni haya ruidos de coches alrededor sino de pájaros y del viento de jugando con el pasto, así tenga una vista de un amarillo trigo balanceándose tranquilamente, seguía alerta ¿Podrían rastrearnos ahora? No usamos ninguno de los autos a nombre de mi madre. Mi celular vibra, por fin había señal.

“¿Llegaste bien? Tu abuela me dijo que andabas con una amiguita”, mi mamá. No podía decirle quien era porque no me creería, ni tampoco podía mostrarle quien era porque vaya a saber cómo se lo tomaría, gracias abuela. “Sí, nos encontramos de casualidad en el mirador”, respondí, dudo que me crea, pero es un válido intento. “Claro, mi amor, y tu papá es La Roca”, ni tenía que especificar que era sarcasmo, “Acordate de mandarme una foto, te quiero, mi niño”, la foto la tomaría Elizabeth para que no salga en ella. “Sí, mamá, también te quiero”.

—Ray, mira lo que me regalo tu abuela— escuché a la rubia atrás mío, miré mi cabeza para mirarla y estaba modelando un vestido blanco de encaje y pollera suelta hasta por abajo de las rodillas con flores amarillas dispersas por toda la tela, dos tiras que lo sostenían de arriba. Ella parecía que brillaba, tenía una hermosa sonrisa dibujada en el rostro y su rubio pelo estaba suelto, parecía una estrella, de esas que brillan más que las otras en el cielo— Y no solo este— salí de mi trance cayendo en cuenta que estamos en pleno otoño y que hace bastante frío para que ande solo con ese vestido.

—Te queda increíble, pero hace frío como para que andes así— me levanté del sillón y me saqué la campera, por suerte tenía un buzo bajo esta— Aparte tenés el pelo húmedo, ¿Estás loca? —la ayudé a ponerse mi abrigo— Vas a resfriarte, o levantar fiebre, y eso es lo único que nos falta— le subí el cierre y la miré con el entrecejo fruncido.

—Sos muy tierno— soltó de la nada tomándome por sorpresa.

— ¿Perdón? —estaba bastante confundido, por triste que se vea, cosas así solo me lo dice mi madre.

—Que sos muy tierno— repite— Te haces el serio, pero sos un dulce de persona— agrega.

—Yo no lo creo así— me doy la vuelta y me vuelvo a sentar, ella se sienta en el sillón de al lado.

—Obvio no, te tenés a vos mismo como un chico rudo y malo— dijo las últimas palabras haciendo una voz “varonil”.

—No, soy más: aburrido y malhumorado— le dije sin tomarle mucha importancia.

— ¿Por qué pensás eso?

—Porque no tengo amigos, y el único que se autodenomina así lo trato mal— contesté refiriéndome a Charlie. No sé por qué soy así con él, aparte de que es sospechosamente alegre, nunca me hizo nada malo, eso sí, es muy intenso.

—Bueno, pero conmigo no sos así, y eso que quise fastidiarte todo el rato que estuvimos juntos— la miré, ella estaba oliendo el cuello de mi campera con la capucha puesta— Qué rico huele, ¿qué perfume usas? —la miro extrañado.

—No uso perfume, es el desodorante— deja de oler y me mira.

—Da igual que sea, huele bien— encojo los hombros y miro para al frente de nuevo.

Nos quedamos charlando un ratito más hasta que nos llamaron adentro para almorzar. Comimos entre charla, mientras que mi abuelo comentaba una que otra cosa, mi abuela no dejaba de hacer preguntas, me preguntaba a mí y a Elizabeth. Obvio la reconoció, pero la rubia se inventó que ella era la hija de Elizabeth y que murió en el parto, su nombre es a honor a ella y también por eso el gran parecido, se lo creyeron, del principio hasta el final por suerte.

Ayudé a levantar la mesa, Elizabeth se quedó lavando los platos con mi abuela y su marido se fue a ver sus cosechas, por mi parte me quedé pensando que íbamos a hacer. No podíamos estar escapando toda nuestra vida, tampoco estaba dispuesto a cambiarme el nombre y vivir en otro país, era poco lo que había logrado acá, pero recién tengo veinte. Podríamos entregar a Richard, ¿pero a quién?, hasta el gobierno debe de estar de su lado, o al menos eso considero, para tapar semejante cosa. La mamá de Elizabeth, Isabelle, era o es una mujer exitosa, según internet se conocieron en una de esas grandes galas donde solo gente con logros reconocidos y una gran cantidad de números en su banco asiste, si es que sigue viva podría ayudarnos, ¿no estaba en contra de todo esto?, después de todo declaró públicamente estar contra Richard, hasta lo acusó de maltrato y la desaparición de su propia hija. ¿Dónde podría estar Isabelle Martin?

Saqué mi celular y busqué su nombre por Google, no hay fecha de fallecimiento así que viva está, tampoco dice en que ciudad o país se encuentra. Es jueza retirada, podría ayudarnos, creo yo, tiene contactos supongo, solo espero que Elizabeth tenga alguna idea de donde esté o si no, en serio, estamos perdidos, no veo como ponerle fin a todo esto más que Isabelle y su relevancia en la justicia.

—Querida, sácate esa campera que es de hombre, yo tengo abrigos que eran de la mamá de Ray cuando más o menos tenía tu edad— mi abuela junto con la rubia apareció por la puerta de la cocina.

Algo de esperanza creció en mí, solo espero que sea de ayuda o ya me veo a más de tres metros bajo tierra.

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