El día siguiente amaneció tan común como cualquier otro. Afuera, el cielo despejado dejaba entrar una luz suave que atravesaba las cortinas del living. Adentro, el tiempo parecía moverse más lento, como si el verano hubiera detenido el reloj solo para burlarse de mi aburrimiento.
Las vacaciones habían empezado hacía apenas dos días, pero yo me las había adelantado una semana con la excusa de adelantar trabajos para la universidad. En realidad, quería evitar a la gente. Las aulas, los pasillos, el estrés de fingir que tenía todo bajo control. Ahora, con tanto tiempo libre, me encontraba haciendo nada útil. Ni siquiera tenía un empleo. Mamá insiste en que me concentre en los estudios, aunque a veces sueño con tener mi plata, un poco de independencia.
—Ray —la voz de mamá me sacó de mis pensamientos. Estaba de pie en la entrada del living, con una expresión mezcla de entusiasmo y duda— ¿Te acordás que te mencioné lo del viaje de trabajo?
—Sí —respondí, más por cortesía que por memoria real.
—Bueno… surgió una gran oportunidad. Es un negocio importante —se sentó a mi lado en el sillón, tomándose un segundo para organizar sus palabras— Pero es fuera del pueblo. Y… por una semana.
—¿Y? No es la primera vez que me dejás solo en casa por unos días —dije, restándole importancia.
—No, pero si todo sale bien, vamos a tener que mudarnos —soltó, como quien lanza una bomba sin saber si va a explotar. Me incorporé de golpe.
—¿Mudarnos? ¿Y la universidad? No voy a viajar cuatro horas todos los días para cursar —crucé los brazos, frunciendo el ceño— Me costó adaptarme, mamá. No pienso empezar todo de nuevo.
—Donde vamos hay más oportunidades. Es una ciudad grande, con más opciones, más caminos...
—Tengo veinte años —la interrumpí— No voy a empezar otra carrera desde cero. Estoy bien acá, además, puedo buscar trabajo y mantenerme. ¿O no confiás en mí?
—No es eso —respondió, bajando un poco la mirada— Es solo que... no es tan fácil como parece. Estudiar y trabajar, no es como en las películas —se recostó en el sillón, mirando hacia algún punto invisible en el suelo— A veces se hace cuesta arriba.
Hubo un breve silencio. Me dolía un poco verla tan preocupada por algo que parecía no tener una solución simple.
—¿Cuándo te vas? —pregunté.
—Pasado mañana.
—Entonces tenemos un día entero y dos noches para pensarlo bien.
—Ray… no hay nada que pensar.
—Mamá, por favor. A este paso voy a independizarme a los treinta —dije medio en broma, medio en serio. Era cierto, ella estaba en todas, y yo… en ninguna.
Ella me miró con ternura y una sonrisa apenas dibujada.
—Sos mi único hijo. No me importaría —musitó.
—Mamá… —me quejé suavemente y ella rió bajito.
—Está bien, está bien… lo voy a pensar. Pero solo porque te amo —se inclinó para darme un beso en la frente y luego se levantó— Voy a dormir un rato. No hagas mucho ruido.
—Que descanses —dije, mientras ella desaparecía por el pasillo. Y así volví a mi soledad, igual que antes.
Entonces, como un rayo cruzándome la mente, recordé la caja. Esa caja con el nombre Victoria escrito a mano. Me había olvidado por completo de ella. Seguía ahí, abierta, en la oficina. Dudé. No era mía, y si los roles estuvieran invertidos, odiaría que alguien husmeara entre mis cosas sin permiso. Pero algo me llamaba, tal vez era el aburrimiento, o tal vez esa sensación inquietante que quedó desde que la encontré. Curioso, hace unos minutos ni me acordaba de su existencia, y ahora no podía dejar de pensar en qué contenía. Supongo que esto es lo que pasa cuando no tenés vida social: el lado chusma se intensifica sin control. Qué irritante, no soy así, o eso me gusta pensar. Yo respeto la privacidad, es un principio, una regla personal. Bueno... romperla una vez no me va a matar mamá está dormida, y no creo que haya nada traumático ahí dentro. ¿Qué podría haber? ¿Fotos de papá? ¿Un secreto familiar? ¿Un crimen?, aunque eso sería interesante. Capaz sea como una especie de Caja de Pandora, una vez abierta, nada vuelve a ser igual.
Me levanté del sillón y caminé en puntas de pie hacia la oficina. Cerré la puerta con suavidad tras entrar y mis ojos fueron directo a ella: seguía en el mismo lugar, como si me esperara. Me senté en el suelo, frente a la caja, y la abrí por completo. Dentro, encontré otra caja más pequeña, cuadernos, figuritas, algunos juguetes sueltos. No me detuve en los cuadernos, aunque sentí la tentación, en lugar de eso, abrí la caja más chica. Fotos, sueltas, desordenadas. Mi mamá en el colegio, su diploma, en algunas imágenes estaba sola o con amigas en otras, abrazada a un chico que supuse era mi padre. También aparecían mis abuelos, y la clásica foto grupal de compañeros de clase.
Me quedé mirando. No se parecía en nada a la adolescente que yo fui —digo, soy. En las fotos, ella se veía segura, extrovertida, siempre sonriendo. Agarré la foto grupal, la acerqué a mi rostro y empecé a buscarla entre todas esas caras... hasta que me detuve. Me congelé.
No puede ser.
Una chica, sentada justo al frente de mi madre, me miraba desde la imagen. Sonreía apenas, con una expresión serena, casi encantadora. Era ella. La chica de mis sueños.
Un escalofrío me recorrió la espalda. No podía apartar la mirada. Sus ojos —aunque estáticos en papel— parecían clavarse en los míos. No había forma de que esto fuera una coincidencia, era exactamente igual a la que aparecía en mis sueños, noche tras noche, y estoy seguro de que nunca vi esta foto antes. La recordaría. No había forma de olvidarla.
Saqué el celular con manos temblorosas y le tomé una foto, enfocándola solo a ella tal vez con la búsqueda inversa pudiera encontrar algo en internet. Me quedé un momento más mirándola hasta que reuní el valor para soltarla y volver todo a su lugar. Cerré la caja como si nada hubiera pasado, como si no acabara de descubrir algo imposible. Volví a mi cuarto, encendí la computadora y pasé la foto. Justo cuando estaba por buscarla, la puerta se abrió de golpe.
—Ray, hijo —entró mamá. Apagué el monitor instintivamente. ¿Va a aprender alguna vez a tocar la puerta? —No pude dormir por nuestra mini discusión —dijo con voz cansada— Así que lo estuve pensando mejor.
—¿Justo ahora querés hablar de eso? —murmuré, girándome hacia ella.
—Si la negociación sale bien, podés quedarte. Pero hay condiciones. No vas a trabajar, yo voy a mandarte plata todos los meses —declaró, como si fuera un trato entre ejecutivos.
—La idea era independizarme —repliqué.
—Shhh —me interrumpió, levantando un dedo— O eso, o te venís conmigo. Además, la universidad es cara. ¿De qué pensás trabajar, de camarero? No pagan bien en este pueblo, hijo— Suspiré. No tenía demasiadas opciones.
—Está bien. Acepto.
—También hay una condición más —añadió, y levanté una ceja— Tenés que llamarme al menos tres veces al día.
—¿Tres llamadas? ¿No podemos negociar una llamada y tres mensajes?
—Mínimo —dijo con seriedad. Asentí, rendido— Trato hecho— dijo, y sin previo aviso, me abrazó con fuerza.
—Ay, mamá… me vas a asfixiar.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 20 Episodes
Comments
Inirida Contreras
me gusta
2023-12-10
1