Después De Tanto Tiempo

Después De Tanto Tiempo

Uno: La caja

—Ray —escuché la voz de mi mamá justo antes de entreabrir la puerta de mi habitación— Me voy a hacer unas compras, levantate.

Respondí con un gruñido apagado, apenas un “mmm”, y me di la vuelta para seguir durmiendo.

—Ahora —repitió, esta vez con ese tono que no acepta réplica. Cerró la puerta, no de golpe, pero sí con firmeza.

Resoplé con fastidio y me senté en la cama, dejando que el silencio me despabilara poco a poco. Me estiré con desgano y bajé los pies a la alfombra. Me quedé un momento así, quieto, con la mirada perdida en la nada, antes de arrastrarme hasta el baño. Mientras me cepillaba los dientes, el recuerdo de un sueño volvió a mí, como un eco molesto: esa chica rubia de nuevo.

Era extraño. Siempre eran sueños breves, sin sentido, donde estábamos juntos... haciendo nada. Solo estábamos ahí, como si el aire que nos rodeaba ocultara algo oscuro. Una sensación densa, casi amenazante. Ya había leído que el cerebro suele recrear rostros de personas que vimos alguna vez, sin prestarles atención. Tal vez la vi en la calle. Tal vez me pareció linda y por eso se quedó. Tiene sentido, ¿no?

—¿Me estás escuchando? —parpadeé, confundido. Mi mamá estaba frente a mí, en la cocina. ¿Cuándo llegué acá?

—Perdón —respondí, sacudiendo la cabeza. Ella soltó una risa suave.

—Te decía que vas a estar solo la próxima semana.

—¿Trabajás durante las vacaciones? —pregunté, un poco molesto. Asintió sin decir nada— ¿O es que estás saliendo con alguien y no querés decirme hasta que sea oficial? —alcé una ceja, medio en broma.

Me miró, pensativa, como si considerara seriamente mi comentario.

—Esa es una pregunta muy específica, ¿no te parece? —respondió. Me encogí de hombros, indiferente —¿No será que vos te estás viendo con alguien? ¿Una chica, tal vez? —iba a contestar, pero me interrumpió— O un chico, yo no te juzgo. Sos mi hijo, y te amo como sea.

—Estoy bastante seguro de que soy heterosexual, pero gracias por tu apoyo —respondí con una sonrisa. Ella rió y retiró su mano de la mía.

—Antes de que me olvide: cuando termines de desayunar, ordená la oficina, ¿sí? —rodeó el desayunador, me dio un beso en la frente y tomó su bolso— Me voy. Desayuná bien.

La puerta se cerró detrás de ella y la casa quedó en silencio.

Agarro la bolsa de cereales y como directamente de ahí. ¿Platos? ¿Para qué? Me encierro en mi cuarto y me dejo caer en la silla del escritorio. Nadie va a venir, así que ¿para qué fingir otra cosa? Dejo el cereal a un lado, sacudo las manos para quitar las migas y agarro el libro que vengo sufriendo hace días. Una historia romántica... o al menos eso pretende. En realidad, es la enésima romantización de una relación tóxica disfrazada de amor: ella inocente, él un imbécil con problemas de ira que se aprovecha de su ingenuidad. Pero claro, él la “ama”, y eso lo justifica todo. Qué peligroso.

Podría estar buscando trabajo para aprovechar las vacaciones, pero ya empecé este libro y, como todo masoquista lector, siento que tengo que terminarlo. Por suerte, ya falta poco.

Una hora más tarde, lo cierro de golpe. Me froto los ojos, molesto, y presiono el puente de mi nariz. No entiendo cómo este tipo de historias siguen teniendo tanto público. No hay evolución, no hay consecuencias. Solo clichés envueltos en papel brillante.

—¡Llegué! —la voz de mi mamá me sobresalta y, con ella, el recuerdo de lo que debía hacer.

La oficina. Me quedo congelado.

—¿Ordenaste la oficina? —pregunta desde el pasillo.

—Eeh… no —respondo con culpa. Escucho sus pasos acercarse y me tenso. No es que me grite o me pegue, pero cuando se enoja, impone. A veces hasta lo hago A propósito, solo para verla frustrada. Es divertido, lo admito.

—Ray —aparece en el marco de la puerta, cruzada de brazos— La oficina la usamos los dos, así que ambos tenemos que hacernos cargo. Los dos —remarca esa última parte con tono pedagógico.

—Yo ordeno... ¿y vos?

—Yo pago la luz y el internet —me frunce el ceño. Y tiene razón. No le discuto —Esta es la parte en la que te levantás y vas a hacer lo que ya deberías haber hecho —dice, dándose media vuelta.

Contengo un suspiro y obedezco.

Una vez dentro de la oficina, cerré la puerta tras de mí. Me quedé un momento en silencio, con las manos apoyadas en las caderas, observando el caos. Nadie había tocado esa habitación desde que nos mudamos, y eso fue hace más de seis meses. Cajas apiladas, estanterías vacías, adornos envueltos en papel de diario… Un cuarto olvidado por la rutina. Suspiré. Bueno, no tenía nada mejor que hacer. Tal vez no fuera divertido, pero hurgar un poco entre cajas viejas podía ser interesante. Quién sabe, tal vez hasta encontrara algo raro, o vergonzoso, o ambas.

Empecé por lo básico. Acomodé los libros en las estanterías, separándolos por género, como si eso me diera puntos de organización. Coloqué la computadora en el escritorio y acerqué la silla, aunque dudo que alguien la use pronto. Los adornos de porcelana y algunos cuadros los dejé donde me pareció que se veían decentes, aunque tengo cero gusto para decorar. Los portafolios y papeles del trabajo de mi mamá los guardé en los cajones sin mirar demasiado. Y al final, solo quedó una caja. Estaba sellada con cinta marrón gruesa, y en uno de sus costados se leía un nombre escrito a mano con marcador negro: Victoria.

Me detuve.

Victoria, el nombre de mi madre. No decía “oficina” ni “archivos”, ni nada genérico, solo Victoria, como si esa caja contuviera algo muy personal. Mi curiosidad se encendió de inmediato. Mamá nunca hablaba mucho sobre su adolescencia, salvo por la historia ya repetida de que se enamoró del tipo equivocado y quedó embarazada “por error”. “Mi hermoso error”, como suele decir con una sonrisa de resignación.

No lo pensé demasiado. Tomé un cúter que había cerca y corté la cinta con cuidado, como si estuviera abriendo algo frágil. Mi corazón latía con una pizca de adrenalina. ¿Fotos? ¿Cartas? ¿Algo que nunca quiso contarme?

—Ray, a cenar —la voz de mi madre me hizo dar un pequeño brinco. Me giré. Estaba parada en el umbral.

Sus ojos bajaron a la caja abierta y su expresión cambió. El cansancio que arrastraba todo el día se transformó en una mezcla de sorpresa y nostalgia.

—No puede ser... ahí estaba mi caja —se acercó, y al ver que la había abierto, me lanzó una sonrisa entre divertida y acusadora—¡Chusma!

—Salí a mi madre —respondí con media sonrisa. Me dio un golpecito suave en el hombro, como si me estuviera regañando... aunque se le notaba que no estaba molesta.

—¿Qué hay adentro? —me levanté del piso, curioso.

—Tonterías de mi pasado. Vamos, a cenar —dijo, dándose media vuelta.

—Pero mamá…

—A cenar, dije —repitió sin volverse, y se fue pasillo afuera con la misma autoridad con la que me despertó esa mañana.

Me quedé mirando la caja unos segundos más. No sabía qué había exactamente ahí dentro, pero sí sabía que no eran simples tonterías.

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Alexa🍂Aleja

Alexa🍂Aleja

🤔😀

2023-08-27

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