Tres: El misterio de los Nilsson

La noche había caído sin que me diera cuenta. Afuera, el silencio del pueblo era espeso, interrumpido solo por el lejano zumbido de algún auto que pasaba de largo. Mamá dormía. Y yo, en cambio, no podía dejar de pensar en esa imagen. La única luz en mi habitación era la del monitor de la computadora. Frente a mí, decenas de fotos llenaban la pantalla, todas de ella. Sonriente, elegante, etérea, parecía sacada de un comercial de perfume. Alta, delgada, con esa belleza hegemónica que roza lo irreal. Claro que era modelo, era evidente. Lo raro era que nunca la hubiera visto antes, hasta en mis sueños.

Abrí uno de los primeros resultados. Una nota de archivo, fechada en el año 2000. El título me erizó la piel:

“Joven modelo desaparece sin dejar rastro.”

Mi mamá tenía dieciocho en ese entonces, y si eran compañeras, Elizabeth también. Bajé el cursor con cuidado, como si cada palabra fuera más pesada que la anterior.

“Elizabeth Nilsson, una joven modelo en ascenso, desapareció sin dejar rastros. Los primeros sospechosos fueron sus padres…”

Elizabeth. El nombre le calzaba perfecto. Suena elegante, refinado. Como ella.

“Isabelle Martin, madre de la joven, asegura que la última persona que vio a su hija fue su padre, Richard Nilsson. También afirma que ambas fueron víctimas de maltrato físico y psicológico por parte de él…”

Tragué saliva. ¿Su propio padre la hizo desaparecer? Bueno, el mío se borró del mapa también, pero no es el mismo caso. Seguí leyendo.

“Richard Nilsson se negó a declarar y actualmente se encuentra escondido, protegido en una locación confidencial. A continuación, las duras palabras que Isabelle le dedicó públicamente a Richard:”

“Después de todo lo que le hiciste, ella iba a ser libre. Libre de tus garras, animal. Pero no la dejaste. ¿Qué tan miserable tenés que ser para no dejarla vivir? ¿Querés que viva para siempre? ¿Qué tenés en la cabeza? Devolveme a mi hija, a mi bebé… dámela, por lo que más quieras. No puedo seguir si sé que está con vos.”

Me quedé en silencio. Releí esa última parte una y otra vez. ¿“Vivir para siempre”...?

¿La asesinó? ¿La encerró? ¿Qué quiso decir con eso?

Cuanto más leía, menos entendía. Revisé otras páginas. Todos los artículos repetían lo mismo: la promesa, la belleza, la desaparición, el escándalo. Fotos de la vieja mansión Nilsson no faltaban. Incluso tenía dirección. Pensé, por un instante, en ir, ver con mis propios ojos. Buscar un diario, una carta, cualquier pista, pero, ¿realmente sería capaz? ¿Qué estaba buscando, exactamente?

Cerré todas las ventanas del navegador y apagué la computadora. Me tiré en la cama, con la cabeza llena de preguntas y los ojos clavados en el techo.

****Elizabeth****, su cara, su nombre, su historia. No podía dormir. Ella ya no era solo un sueño, era real. Y eso, en lugar de tranquilizarme, me inquietaba aún más.

Cuando por fin me rendí al sueño, debían ser casi las seis de la mañana. No supe en qué momento me venció el cansancio, solo que el nombre de Elizabeth se me quedó dando vueltas en la cabeza como un eco persistente.

—Ray, cariño…

Abrí los ojos a medias, solo para cerrarlos de inmediato por culpa de la luz que inundaba la habitación. Supuse que era el sol. Tenía tanto sueño que dolía.

—Levantate, vamos a desayunar afuera. Aprovechemos este día juntos, que mañana me voy —dijo mi mamá con un tono dulce, de esos que no permiten negarse.

Tanteé la mesita de noche con una mano hasta encontrar el celular. Entreabrí los ojos y leí la hora con dificultad. Las nueve de la mañana.

—Ay, mamá... ¿tan temprano? —murmuré, arrastrando las palabras.

—Cuando no esté vas a tener que levantarte todos los días a esta hora para ir a hacer las compras —respondió con una sonrisita— Siempre hay menos gente a esa hora. Dale, te espero en la sala.

Salió cerrando la puerta detrás de sí, dejándome con el alma en pena y el cuerpo negado a existir. Odiaba las despedidas, más aún si venían acompañadas de madrugar.

Me arreglé como pude y salimos. Mis ojeras eran imposibles de ocultar, lo confirmé en el reflejo de una vidriera. Pero ¿qué podía hacer? No tengo cremas ni correctores mágicos. Solo dignidad en piloto automático. Paramos en la nueva cafetería del pueblo, Nisenboim’s Sweet Creations, una franquicia famosa en todo el país, aunque recién llegada a este rincón olvidado del mundo.

—Ray, ¿no dormiste? Te estás quedando dormido con los ojos abiertos —me dijo mamá, notando mi estado zombi.

—Dormí tres horas, pero es culpa mía. No te preocupes —respondí, sabiendo que la verdad era otra, el caso de Elizabeth me había desvelado por completo. De hecho, ya me había olvidado por un momento. Hasta que la nombré en mi mente.

—Seguro fue con la computadora o el celular. Te vas a arruinar la vista, corazón.

Mejor eso que explicarte que estoy investigando a tu excompañera de secundaria porque aparece en mis sueños, pensé, mordiéndome la lengua.

—Ya sé, ya sé. No va a volver a pasar. Mejor hablemos de cómo la vamos a pasar hoy, ¿sí? —le sonreí. Mamá me devolvió una sonrisa cálida.

Nos tomaron el pedido y, cuando el desayuno llegó, el aroma era tan delicioso que sentí que estaba a punto de perdonarle al universo todas mis noches de insomnio. Las medialunas eran una obra de arte. El café con leche, celestial. Ya entendía por qué ese lugar tenía tanta fama, y por qué los precios daban miedo.

Mientras comíamos, mamá me dio toda su lista de consejos, cómo limpiar la casa, tips de cocina (aunque no es la reina de los fogones), y las clásicas advertencias sobre mantener puertas y ventanas bien cerradas en la noche. Lo básico, cosas que ya sabía, pero que igual me gustaba escuchar.

Después de comer hasta quedar a punto de estallar, decidimos quedarnos un rato más sentados. Yo miraba por la ventana, luchando por no dormirme con los ojos abiertos. El ir y venir de la gente me adormecía todavía más.

Hasta que la vi. Entre la multitud. Sonriendo. Elizabeth...

Estaba parada justo del otro lado del cristal, con esa sonrisa juguetona que me resultaba tan familiar. Me observaba como si supiera algo que yo no. Luego, sin decir una palabra, giró y empezó a alejarse, perdiéndose entre la gente al final del ventanal. Me quedé paralizado.

¿Era ella? ¿De verdad?

No, no puede ser. Capaz estaba alucinando. Sí, eso debía ser. Tres horas de sueño, demasiada cafeína, y una obsesión que crecía sin control. Esa combinación podía hacer ver cualquier cosa.

—Ray, no Seas maleducado —la voz de mi madre me sacó del trance. Giré para mirarla— Está medio dormido, pobrecito —agregó, señalando discretamente con la cabeza hacia un costado.

Seguí su indicación y vi a alguien parado junto a nuestra mesa. Llevaba delantal, un camarero. Levanté la vista.

—Charlie… —dije, sorprendido.

—Tanto tiempo, Ray. Ni un mensaje me mandás —respondió con una sonrisa. Yo también intenté sonreír, y fallé.

—¿Por qué lo haría? —dije, sin mucha convicción.

—¡Ray! —me reprendió mamá.

—¿Qué?

—No se preocupe, Victoria —dijo Charlie, bromeando— Sé que su hijo me quiere. Soy su único amigo, después de todo.

Suspiré, resignado. ¿Justo ahora tenía que aparecer?

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Inirida Contreras

Inirida Contreras

esta dramatica

2023-12-10

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