Siete: Papá lo sabia

—La conozco, es Victoria— sin saber bien qué decir, me quedé en silencio en mi lugar— ¿Ella vive acá, acaso está ahora? —negué con la cabeza.

—Está de viaje— pude notar su desilusión— Acá te traje ropa, te va a entrar grande, pero es lo más chico que encontré— levanté las manos con la ropa mostrándola.

— ¿Y por qué no me llevas a casa? —se levantó del sillón y caminó hacia mí.

—No es seguro— agarró la ropa con una mano y con la otra sostuvo la colcha y me miró expectante al escuchar la respuesta.

— ¿Lo decís por mi papá? —su mirada en serio era intensa, capaz sean lo azules de sus ojos.

—En parte sí— contesté— Y si te bañas y comes te puedo responder todas tus preguntas sin problema— empecé a caminar para mostrarle el baño y ella me siguió.

— ¿Por qué no ahora?

—Porque estoy apurado y quiero que estés lista— la idea de que estén viniendo para mi casa me estaba comiendo por dentro, y no iba a escapar con Elizabeth así. Paré frente a la puesta del baño, la abrí y entré directo a la ducha para explicarle cómo funcionaba el agua caliente.

— ¿Lista para qué? —esto me está irritando.

—Mira, deja de hacer preguntas, báñate y te explico— me miró con una expresión seria unos segundos.

—Bien— aceptó.

Le mostré los productos que estaban sin usar, le expliqué cómo funcionaban las canillas y le señalé donde podía apoyar la ropa limpia y donde dejar la ropa sucia. Cuando salí del baño escuché el seguro de la puerta, bien, es casa ajena y no me conoce, tampoco es que iría a escapar, no hay ventanas, solo una pequeña ventilación.

Le preparé algo rápido: waffles. Le serví jugo de naranja y le dejé la miel a mano. Suspiré, miré la puerta principal con mi ansiedad creciendo dentro de mí, ¿Nos estarán buscando? Sentí un dolor en mi labio inferior, me había lastimado por morderme, ya me había quitado esa costumbre. De paso aproveché también a servir el agua de la pava, que aún estaba caliente, en la taza para poder tomar el té, busqué el diario de, creo, los científicos para tener una prueba. Saqué una banqueta debajo de la isla y me senté, no para relajarme, ahora ni con Clonazepam podría estarlo.

Elizabeth apareció en la puerta de la cocina mirando todo alrededor, su cabello estaba húmedo y la ropa grande y de colores oscuros la hacía ver más delgada. Me miró aún con desconfianza, bajó la vista al plato y se acercó.

—Con permiso— se sentó, agarró los cubiertos y empezó a comer con la misma desconfianza con la que me miraba. Se formó un silencio muy incómodo, podía oír cómo masticaba y los sorbos que le daba al té se escuchaban más que de lo normal— ¿Cómo te llamas? —preguntó de la nada. La miré.

—Ray White— le respondí y tomé un sorbo.

— ¿Sos el novio de Victoria? —casi escupo el té que tenía en la boca al oírla. Agarré un repasador y me limpié los labios.

—No, soy su hijo— frunció el entrecejo confundida.

—Imposible, ¿cuántos años tenés? —no sabía por dónde empezar a explicarle, pero supongo que iremos avanzando según ella pregunte.

—Veinte— me miró incrédula, sin creerme.

—Victoria se graduó conmigo hace meses, aunque tuvieras quince no podrías ser su hijo— tragué saliva— Tiene dieciocho, cariño— pinchó con el tenedor un pedazo del waffle y se lo llevó a la boca.

—Bueno, esto va a ser difícil de asimilar, pero…— arrastré el diario del laboratorio por arriba de la isla hasta ella— Lee eso y después pregunta— miró el diario y posteriormente a mí— No sé exactamente todo, pero capaz te ayude — dejó los cubiertos de lado para agarrarlo y abrirlo. Me dio una última mirada y empezó a leer.

Mientras iba avanzando se notaba más la confusión en sus ojos, parecía tener miedo. No hable, ni siquiera tomé el té que quedaba, no quería interrumpirla, ya parecía muy exaltada. No podía saber cómo se siente enterarse de algo como esto, ni siquiera lo creía posible, ¿Qué se supone que diría o haría? Solo me queda apoyarla en sentimiento y responder las preguntas que pueda.

— ¿Qué es esto? —me miró molesta— ¿De dónde lo sacaste?

—De tu casa…

— ¿Qué? ¿Cómo entraste, acaso me secuestraste? —abrí los ojos como plato.

—No, no— negué— Escucha, te congelaron, pasaron veintidós años, deberías tener cuarenta años, o al menos verte como una de esa edad— traté de explicarle. Ella se levantó y retrocedió asustada, yo también me levanté

— ¿Pensás que voy a creer eso, estás loco? — me miró con miedo y agarró el cuchillo con el que estaba comiendo amenazándome. Me asusté, pero traté de no mostrarlo.

—Tranquila, tengo pruebas. Yo también pensé que era una locura, pero es la verdad— saqué mi celular y busqué su nombre— Mira, esas son las noticias sobre tu desaparición en el 2000— con el cuchillo apuntándome, con un rápido movimiento, me arrebató el celular. Sus ojos se aguaron.

—No puede ser, ¡No es posible! — me tiró el celular de vuelta y logré atraparlo— ¿Dónde está mi mamá? Quiero a mi mamá— su voz empezó a quebrarse.

—Elizabeth, te saqué de ahí porque ibas a seguir congelada, vaya a saber cuándo…

— ¡No te creo! — sus lágrimas empezaron a caer sobre sus mejillas. Miró a su alrededor mientras retrocedía más.

— ¿Cuál es el último recuerdo que tenés? —se secó las lágrimas, pero seguían cayendo.

—Estaba en mi nuevo departamento, tomé agua y a los minutos ya estaba dormida— tomó aire— Después desperté, había gente con bata blanca rodeándome y me inyectaron algo… No puede ser— cayó de rodillas— Papá lo sabía, lo sabía todo— soltó el cuchillo y se tapó la cara con las manos llorando. Fruncí los labios con tristeza, parecía destruida.

Me senté en frente suya y le hice compañía. No soy una persona muy expresiva, y eso que me crio una mujer muy afectuosa, no sé cómo reaccionar en estas situaciones, si es que tengo que estar o me tengo que ir, pero siempre se me dijo que, cuando una persona expresa sus emociones abiertamente, hay que dejarlos que se descarguen, que sientan, porque está bien sentirse mal, está bien sentir.

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Comments

Scarlet Ojeda

Scarlet Ojeda

Va muy buena la historia 😊

2023-12-01

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