—Éxitos. Van a cerrar esa negociación, estoy seguro —le dije, intentando sonar más confiado de lo que me sentía.
Estábamos en el aeropuerto. Mamá estaba a punto de abordar el avión y, por más que dijera que era solo una semana, la idea de quedarme solo me caía como un peso raro, entre la emoción y el vacío.
—Gracias, mi amor —me abrazó con fuerza, y yo le devolví el gesto sin decir nada— Cualquier cosa, me llamás, ¿sí? — asentí. Se separó apenas para pararse de puntitas y dejar un beso cálido en mi frente— Bye bye, cariño. Mamá te ama.
—Y yo a vos —le respondí, levantando una mano para despedirme.
La vi avanzar entre la multitud, con paso apurado pero firme, hasta perderse en la fila de embarque. No me moví hasta que la vi desaparecer dentro del avión. Solo entonces respiré hondo y me di vuelta, sintiendo que algo en mí se aflojaba.
Estaba oficialmente solo por una semana. Para muchos eso significaría fiestas, descontrol, libertad. Para mí, significaba otra cosa: investigación.
Después de tanto pensar en Elizabeth —de soñar con ella, de encontrarla en fotos, de escuchar lo poco que mi madre sabía— había tomado una decisión. Iba a investigar más a fondo. Ya no podía ignorar esa inquietud, esa sensación de que todo esto no era una simple coincidencia. Y eso implicaba ir al único lugar que podría darme alguna pista. La antigua mansión Nilsson.
Primero pasé por casa para prepararme. Agarré una linterna por si acaso, el celular bien cargado, una navaja y un rociador de gas pimienta. Uno nunca sabe. Con la dirección de la mansión anotada, salí sin dudar. ¿Estaba nervioso? sí, pero no lo suficiente como para echarme atrás. No creía que alguien viviera ahí, desde afuera se veía abandonada, descuidada, como un cascarón vacío.
Al llegar, no estacioné justo al frente, como la mansión quedaba en una esquina, dejé el auto en la calle lateral. Bajé con el bolso colgado del hombro derecho. Uno de los portones de hierro estaba entreabierto, oxidado y desalineado. Entrar fue demasiado fácil. ¿Estoy cometiendo allanamiento en plena luz del día definitivamente, pero ya estaba ahí.
Crucé el amplio jardín, donde el pasto me llegaba a la cintura —y eso que mido 1,84—. Las paredes estaban cubiertas de enredaderas, igual que la fuente central, cuyas aguas estancadas olían a abandono. Alguna vez esta debió haber sido una residencia hermosa, ahora, parecía un escenario perfecto para una pesadilla. No me gustaría estar aquí de noche.
Entré por una puerta lateral. Adentro, el silencio era espeso. La única iluminación venía de las ventanas sucias, por donde se colaban rayos tenues de luz natural. El aire estaba cargado de polvo y humedad. ¿Por dónde empezar? Si Elizabeth había tenido un diario, probablemente estaría en su habitación, aunque, con el tipo de padre que tenía, eso era mucho suponer.
De pronto, un zumbido leve se hizo presente, constante, persistente. Fruncí el ceño y agucé el oído, venía de más adentro. Avancé con pasos lentos por un pasillo largo. A medida que me acercaba, el zumbido se volvía más fuerte. Me detuve frente a una puerta de madera entreabierta. Estaba hinchada por la humedad y se mantenía torcida en los goznes. Tuve que empujar con algo de fuerza para abrirla del todo. Detrás, unas escaleras descendían a lo que parecía un sótano. Desde abajo, una luz blanca y fría se filtraba, interrumpiendo la penumbra.
Tragué saliva. Apreté la correa del bolso y empecé a bajar. Cada peldaño de madera crujía bajo mi peso, y por un momento temí que alguno cediera. Al llegar al final, me encontré en una sala grande, el zumbido era insoportable. El lugar estaba lleno de máquinas que parecían de uso médico. Avancé despacio, con la mirada dando vueltas en todas direcciones.
Una cápsula blanca ocupaba el centro de la sala. Varias máquinas estaban conectadas a ella. Me acerqué, confundido. ¿Qué hacían estos equipos funcionando todavía?
Me incliné hacia uno de los monitores. Un medidor de frecuencia cardíaca... Estaba activo, estaba marcando signos vitales. Dí un paso atrás, con el corazón acelerado. ¿Hay algo vivo ahí dentro? ¿Un animal, quizás? Tenía que ser eso.
Retrocedí y choqué contra una mesa de metal. Giré de golpe. Encima, había papeles esparcidos y un cuaderno negro, justo en el centro. Encendí la lámpara de escritorio y observé. Los papeles estaban llenos de datos, aunque eran difíciles de leer. La letra era la clásica letra ilegible de médico.
Tomé el cuaderno. La tapa estaba gastada, pero igual lo abrí, con una mezcla de miedo y ansiedad.
...----------------...
“Proyecto: Vivir por siempre
Sujeto: Elizabeth Nilsson
23/07/2000 – 09:12 A.M: El resultado tuvo éxito. El sujeto permanece dormido y es preparado para encapsular.
23/07/2000 – 10:58 A.M: Tras algunas dificultades, el sujeto es dormido nuevamente y ya está listo para el proceso.
23/07/2000 – 11:08 A.M: El sujeto es encapsulado y conectado exitosamente.
23/07/2000 – 17:44 P.M: Los signos vitales del sujeto permanecen normales.”
...----------------...
Cerré el cuaderno de golpe.
¿Qué carajo es esto?, ¿Elizabeth fue usada en un experimento?, ¿está viva, ahí dentro?
Giré lentamente hacia la cápsula, sin poder creer lo que acababa de leer. Me acerqué con pasos temblorosos y pasé la mano por el vidrio sucio y empañado. Entonces la vi.
Elizabeth.
La mismísima Elizabeth Nilsson. Dormida. Encerrada.
Su rostro estaba ahí, idéntico al de las fotos… al de mis sueños. Y yo estaba frente a ella.
Un frío me recorrió desde la nuca hasta los pies. Sentí que el alma se me caía al suelo.
—Mierda… —susurré.
Reaccioné por impulso y me acerqué al panel de control.
Tenía que sacarla de ahí. No sabía qué clase de experimento era este, ni qué riesgos implicaba, pero sí sabía una cosa: Elizabeth estaba viva. El monitor lo confirmaba, y verla ahí, atrapada, era suficiente para no quedarme de brazos cruzados.
Mis ojos recorrieron el tablero. Botones grandes, pequeños, naranjas, rojos, verdes… ¿¡Con cuál se abre esta maldita cápsula!? Intenté calmarme, pero mis manos temblaban. ¿Cómo no estar nervioso? La chica que el mundo creía muerta estaba ahí, congelada en un sótano olvidado.
Busqué a mi alrededor, esperando encontrar un manual, una instrucción, una pista. Nada. No había tiempo.
Respiré hondo y confié en mi instinto. Apreté el último botón naranja. Un sonido gaseoso me hizo dar un salto, la cápsula se abrió apenas, un siseo sutil liberó una neblina blanca y fría que se desparramó en el aire como humo de hielo seco. Con las manos aún temblorosas, empujé la compuerta hacia atrás.
Ahí estaba ella. Parecía simplemente dormida. Su respiración era tan leve que apenas podía notarse. Vestía un conjunto ajustado, del color exacto de su piel, como una segunda capa. El cabello rubio caía suelto sobre sus hombros, con ondas suaves que hacían que se viera casi irreal. Una muñeca, una Barbie atrapada en una caja.
Vivir por siempre. Eso había escrito Richard, esto era lo que quiso decir. Usó a su hija para un experimento que rozaba lo inhumano.
De repente, escuché pasos arriba.
El corazón me dio un vuelco. No estoy solo. Claro que no no podían haber dejado esto sin vigilancia. Richard no hizo esto solo. ¿Cuánta gente más está metida?
Sin pensarlo, abrí el bolso, saqué la navaja y corté las correas que sujetaban el cuerpo de Elizabeth. Cayó sobre mí con un peso inesperado, pero manejable. La acomodé sobre mi hombro derecho. No era tan liviana como parecía, pero tampoco tan pesada como creí. Alta y delgada, era más fácil de mover de lo que imaginaba.
Con el corazón bombeando como una alarma, busqué una salida alternativa. Una puerta al fondo del sótano, vieja y reforzada. Corrí hacia ella, pero apenas la toqué, noté que estaba bloqueada.
Cadenas. Un candado grueso. Sin llave.
Maldije por lo bajo.
Los pasos sobre mi cabeza se acercaban, y yo tenía a Elizabeth inconsciente sobre el hombro, sin salida.
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Updated 20 Episodes
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Inirida Contreras
misteriosa
2023-12-10
1