Nueve: El auto de mamá

Me vi obligado a parar en una gasolinera para que la princesa pueda desayunar, mientras que ella pidió un desayuno vegetariano, yo solo pedí un café, sentados frente a frente sin decir una sola palabra. Había pasado una hora desde que salimos, con Elizabeth queriendo parar a cada rato, el viaje se iba a alargar a seis horas, lo sentía como un castigo por no ir a trabajar y poder comprarme lo que quiera sin pedirle plata a mi mamá.

Mi celular empezó a sonar indicando que me estaban llamando, miro la pantalla, era mi madre.

—Hola, mamá— la saludo algo nervioso.

—Ray, ¿Se puede saber dónde estás? —se oía algo alterada— Me llegó una notificación que hace rato que mi auto no está en Willesden— sí, estaba alterada, enojada, mejor dicho.

—Tranquila, mamá…

—Nada de “tranquila, mamá”, quiero una explicación, ¿acaso me robaron? —me interrumpió, hablar con ella en estas situaciones siempre era lo mismo, no te deja hablar y saca conclusiones sola.

—No, mamá, no te robaron, pero si me dejas hablar —esperé a que respondiera.

—Y bueno, hablá —me dio la palabra.

—Como te fuiste y yo no tenía nada que hacer, decidí ir a visitar a los abuelos…

— ¿Por qué con mi auto? —volvió a interrumpirme. Puse los ojos en blanco y noté que la rubia me miraba y escuchaba mientras comía tranquilamente. Me comporté.

—A eso iba. El mío se quedó sin nafta y me dio pereza cargarlo, así que agarré tu auto que sí estaba lleno y salí —le expliqué. Solo había una muy chiquita mentira, mi coche si estaba cargado, pero también rastreado por gente peligrosa.

— ¿Y por qué no me avisaste?

—No sabía qué te iba a importar tanto.

—Sabes que activo la alarma del celular cuando me voy de viaje y no lo llevo — eso era verdad, un dato que se me había pasado.

—Bien, la próxima vez te aviso, perdón —me disculpé, la mirada de la chica que tenía al frente me incomodaba.

—Bueno, cariño, te tengo que dejar, envíame fotos cuando estés con tus abus, te amo — se despidió con un tono completamente diferente del que tenía al comienzo de la llamada.

—Sí, yo también —cortó la llamada.

Elizabeth no preguntó ni dijo nada, simplemente se llevó el tenedor con un pedazo de lechuga a la boca y bajó la mirada. Siento como si estuviera planeando algo, como si ocultara algo, solo es un presentimiento, pero que me hace desconfiar igual.

Terminé mi café y lo único que podía hacer era esperar a que ella se digne a comer lo que le quedaba en el plato, obviamente se tomaba su tiempo y empiezo a sospechar que lo hace a propósito, ¿Qué tanto podía mirar por la ventana? Al otro lado de la calle se encontraba un bosque donde no había más que árboles y más árboles. Rodé los ojos, miré la puerta cuando sonó la campanita avisando que alguien había entrado y vi a los mismos hombres de negro con las gafas oscuras del estacionamiento cuando salimos, quedé estático en mi lugar sin saber qué hacer, por mi mente no pasa nada, estaba en blanco.

— ¿Ray? —Elizabeth pasa una mano frente de mi cara sacando del trance. La miro— ¿Qué pasa? Estás blanco— se burló. Cuando iba a girar su cabeza al punto donde yo estaba mirando, me apuro a tomarla de la mandíbula obligándola a mirarme— ¿Qué? —frunce el entrecejo.

—Creo que los hombres que trabajan para tu padre están acá— le susurro mirándola a los ojos.

—Primero, quita tu mano— me di cuenta de que la seguía sosteniendo, saco mi mano algo avergonzado— Y segundo, no te escuche nada— no puede ser.

—No hay tiempo que perder, tenemos que irnos— los hombres buscaron en las mesas en dirección contraria de nosotros para nuestra suerte. Yo me levanto y obligo a Elizabeth a pararse también.

—Todavía no terminé— se quejó.

—Camina atrás mío para que no te reconozcan— le indiqué y me miró confundida.

— ¿Quiénes?

—Hombres que probablemente trabajan para tu papá— repetí. Alzó las cejas sorprendida y, sin más preguntas, caminó en silencio hacia mi espalda.

Caminamos, ella pegada a mi espalda, me hacía algo de cosquillas, pero en esta situación no podía hacer más que aguantarlas. Cuando salimos por la puerta y estaba por caminar al auto, otros dos hombres lo estaban custodiando. «Mierda», un escalofrío pasó por todo mi cuerpo cuando uno de ellos me miró, di la vuelta y, por los hombros, la hice girar a ella, la llevé atrás del local y entramos al baño, cerré la puerta.

— ¿Qué?, ¿qué pasó?, ¿por qué no fuimos al auto? —me empezó a cuestionar. Uno de ellos sabe que estamos acá, es muy seguro que me conozcan o que vengan para acá porque actúa muy fuera de lo normal, pero, ¿qué iba a hacer? Estaban, literalmente, en las puertas del auto, mirando para todas partes— Ay, Ray, cuando te pones así irritas un poco— se escucharon pasos afuera.

—Cállate— le ordené, la empujé a uno de los cubículos y nos encerré con la traba— Saben que estamos acá— le susurré, y esta vez sí me habrá escuchado porque estábamos demasiado cerca. Se escuchó la puerta abrirse.

—Hay que fingir que tenemos relaciones— antes que pudiera responder, soltó un gemido, tapé su boca con mi mano y la miré molesto negando con la cabeza ante su ocurrencia. Los pasos se detuvieron y tocaron la puerta, nuestra puerta.

—Ocupado— mi voz salió algo agitada por el miedo y los nervios que sentía en esos momentos, a Elizabeth se le escapó una risita, ¿no se tomaba nada en serio?

Los pasos se alejaron y se volvió a escuchar la puerta, solté un suspiro sintiendo como mi cuerpo se relajaba. La rubia quitó mi mano que estaba sobre su boca y me miró con picardía.

— ¿Qué? —pregunté molesto ante su expresión.

—Nada— respondió sin borrar su sonrisa, quitó la traba y salió.

¿Y ahora qué?, ¿esperamos a que se vayan?, si los hombres están bien pagados no se van a ir hasta que aparezca la hija. ¿En qué me metí?, peor, ¿qué le iba a decir a mi mamá sobre su auto? Pensemos positivos, no creo que lo secuestren, capaz lo dejen donde está si nos vamos sin él.

— ¿Querés privacidad? —salí del cubículo directo a mojarme la cara— Ya se van a ir, no te estreses, nene— me sobó la espalda. No sé si me está tomando el pelo o lo dice en serio. Traté de secarme la cara con las mangas de mi campera y la miré.

—Vamos a tener que ir caminando.

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