Cuando la alarma sonó al siguiente día, Carmín se quedó mirando las manchas del techo mientras el tiempo corría, no quería salir de la cama, no quería ir a la escuela, no quería quedarse en su casa, no quería ser ella. Haciendo un gran esfuerzo se levantó y se preparó para ir a la secundaria, saliendo tarde como era su costumbre.
—¿Otra vez llegas al último Carmín?
—Perdón Rosita, ya voy a llegar temprano.
—Ajá. Ayer no te vi, ¿está todo bien?
—Sí Rosita, todo bien.
En la puerta del salón estaban Dani y Sara platicando con Said, Carmín entró sin hacer contacto visual con ninguna de las dos y se sentó en su lugar pensando en alguna forma de volver a hablar con ellas.
Al otro lado estaba Emanuel, más guapo que otros días, sonriendo y tapándose la cara avergonzado mientras escuchaba a Beto, que seguro estaba diciendo obscenidades.
Antes de lo que Carmín imaginó, Sara comenzó a acercarse apretando los labios y con las manos escondidas detrás del cuerpo.
—Oye, ¿por qué no viniste ayer? —le preguntó sentándose en la banca de adelante.
—Me sentía un poco mal —contestó Carmín alegrándose de volver a hablar con ella.
—¿Estás enferma?
—No, ya estoy bien.
—Oye, perdón por decir lo de los pellejos, la verdad es que a mí ni siquiera me ponen lunch… yo quisiera que me prepararan un desayuno también.
Carmín sonrió con alivio.
—Perdón por decir lo de los granos, a mi igual me salen, y aunque tengas barritos pienso que eres muy bonita.
Dani se acercó también y hablaron de lo aburrido que fueron las clases del día anterior, de que les harían un examen el viernes y quedaron en pasarle los apuntes y tareas más tarde.
Al menos una cosa estaba resuelta, ya no tenía que preocuparse de extrañar a sus amigas. Se moría de ganas de contarles sobre la Unión Dorada y sus nuevos amigos, lo cierto era que mantener el secreto se estaba convirtiendo en un reto.
Algunas cosas habían vuelto a la normalidad, como las risas durante el receso, las pláticas sobre chicos y las eternas y tediosas clases. Carmín volvió a su casa feliz, porque para su buena suerte, esa tarde se había encontrado con Emanuel en la papelería.
Cuando entró a su casa, Don Leo la esperaba en la cocina para decirle que debía cambiarse el uniforme y comer para después ir a casa de Arturo y Ale.
—¿Para qué vamos a ir?
—Esta vez irás sola, no te serviría de mucho, la Unión intervendrá de ser necesario y tu sinodal debe estar preparado, más le vale que te cuide bien.
Carmín hizo todo como su abuelo le dijo y salió de su casa una hora después de haber regresado. No recordaba bien la casa de los mellizos, por lo que tocó el timbre de tres casas antes de dar con la correcta, hubiera seguido equivocándose de no ser por la señora de la última casa, que le dijo dónde vivían después de sacarle un par de chismes a cambio.
—¡Hola Carmín! —la saludó Alejandra con la mirada iluminada.
—¡Hola Ale! —respondió Carmín con el mismo entusiasmo.
—Ven pasa.
La casa era más grande de lo que parecía desde afuera y estaba llena de antigüedades y fotografías. Ninguna de la Unión, ni de Mashonpe.
—¿Ellos son tus papás? —preguntó Carmín observando una foto de una pareja que parecía muy enamorada.
—Sí, ahí estaban en su luna de miel en Cancún.
—Órale, se ven muy felices. ¿Tu papá también está en la Unión?
—Mi papá no, pero mi mamá sí, era una dorada. Él sabía que mi mamá era muy poderosa igual que la abuela y sabe casi todo de la Unión, la verdad es muy chido para ser un hombre de Tonalli dormido. Mi mamá lo conoció dos días después de obtener el grado Caracol y él se enamoró perdidamente de ella, es que era muy guapa.
—Sí se ve que era muy guapa. ¿Y no la extrañas?
—Sí, pero no tanto como mi papá, a veces llora en las noches.
—¿Nunca se volvió a casar?
—No, dice que los tres ya somos una familia completa.
Cuando Arturo apareció, las encontró jugando con la colección de trompos viejos de su papá.
—Son unas niñas —les dijo haciendo un truco en el que el trompo pasó de la cuerda a su mano por arriba de su cabeza.
Carmín y Alejandra aplaudieron y luego los tres salieron de la casa. Durante su camino al cerro, platicaron de sus vidas y de lo sospechosos que eran sus abuelos cuando estaban juntos y justo antes de que llegaran al portal, sucedió lo que Carmín más temía. Dos mujeres y dos hombres los atacaron.
Los dos hombres se fueron tras Arturo y las dos mujeres tras Carmín y Alejandra.
La mujer que atacó a Carmín era la misma de su sueño, la miraba con furia, como si quisiera sacarle el alma de un solo tirón. La empujó dos veces con tal fuerza que Carmín se pegó de espalda en un árbol. No podía ni dar un golpe para defenderse, se quedó paralizada.
—Puedo sentir tu miedo, no creo que tengas el valor necesario para ser digna de este Tonalli —le dijo la mujer tomándola del cuello.
—Suéltame, por favor.
—¡Suéltala! —gritó Arturo tomando la alargada mano de la mujer y apartándola del cuello de Carmín.
Itzel apareció detrás de ellos analizando a los extraños, la mujer, al verla se convirtió en jaguar y se lanzó sobre ella después de golpear a Arturo. Itzel también se transformó en un jaguar y se la quitó de encima mordiéndola del lomo para someterla.
Carmín estaba en shock, miró a su alrededor y vio a Alejandra detrás de Mario, que acababa de derribar a la mujer que se arrastraba por el suelo.
Había otros cuatro jaguares luchando con los colmillos y el cuerpo llenos de sangre, chocando contra los árboles y rugiendo a cada movimiento. Era una pelea cruda y violenta.
Mario se acercó a Arturo y lo ayudó a ponerse en pie antes de que pudieran atacarlos de nuevo.
—¡Cuidado! —gritó Alejandra, advirtiendo que la mujer ya no estaba en el piso e iba tras ellos.
Mario sacó sus alas y las usó como escudo para proteger a Arturo antes de que la mujer llegara a ellos, pero no fue suficiente para detenerla y con una ferocidad implacable intentaba traspasar las plumas de sus poderosas alas.
Carmín pensó que lo peor estaba a punto de suceder y como un milagro apareció Citli, fijando la mirada en su objetivo. Era evidente su experiencia en peleas, no dudo un segundo y tomó a la mujer del cuello estrellándola contra un árbol.
Antes de que reaccionara, Citli puso sus dedos índice y medio en el centro de la clavícula de la mujer, y luego puso los dedos de la otra mano sobre el dije en su cuello, un Ópalo.
Carmín no pudo ni parpadear, la mujer lloraba mientras Citli y su Ópalo se iluminaban.
—Lo está haciendo —susurró Alejandra recuperando el aliento.
—¿Qué está haciendo? ¿La está matando? —preguntó Carmín sin poder contener el llanto.
—Le está robando el Tonalli.
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