La mañana siguiente, la mamá de Carmín estaba en la cocina desde temprano haciendo los preparativos del paseo que ella y don Leo habían planeado.
Carmín se despertó con el ruido de los sartenes y trastes chocando, se giró y volvió a cerrar los ojos, pero siguió la licuadora y ese era el aviso de que no había más remedio que levantarse. No estaba nada entusiasmada con la idea de despertar temprano para ir al cerro y, además, tenía que guardarse su opinión porque si se lo decía a su mamá, la mujer haría un drama que duraría todo el fin de semana.
Ese cerró era una de las peculiaridades de Coacalco, un municipio en el Estado de México, al norte del Distrito Federal. Ahí había nacido Carmín, un 1 de diciembre cuando la luna estaba creciente y corrían los últimos minutos de uno de los días más fríos de aquel invierno.
Catorce años después, había más casas a las faldas de la Sierra de Guadalupe, todo por los alrededores había cambiado y aun así los cerros seguían verdes, dando vida al paisaje que Carmín ya no admiraba con el mismo entusiasmo que cuando era niña.
—¿Ya están listas Doeni? —preguntó don Leo que llevaba media hora esperándolas.
—Sí pa, nada más meto esto a la bolsa y voy por mi suéter. ¡Carmín! ¡Apúrate!
Carmín ya se había cambiado de ropa tres veces: primero se puso un vestido verde, pero se sintió incómoda con lo ajustado que le quedaba, después se puso su pantalón favorito que terminó por quitarse porque se le iba a ensuciar si se sentaba en el pasto. Al final se quedó con un pantalón que se le bajaba y que estaba tan viejo que se le veía flojo por todos lados; unos tenis cómodos y la sudadera gris de siempre.
—Carmín ya es tarde. ¡Apúrate! —insistió su mamá desde la escalera.
—¡Ya voy! —respondió mientras bajaba—. Abue mira a tu hija, son las nueve de la mañana y ya me está gritando.
—¡Ay! ¡Ya van a empezar!
Salieron de la casa y caminaron hacia el cerro durante quince minutos, antes Carmín tomaba de la mano a su abuelo cuando salían a pasear, pero ahora solo pensaba en el calor de la mano de Emanuel, se preguntaba si sería tan atento y cariñoso como decían los rumores; pensaba en cómo besarían esos labios carnosos y pálidos, y se imaginaba caminando por esas calles prendida de su brazo mientras todas las que los veían pasar se morían de envidia.
Al llegar al cerro, la mamá de Carmín y don Leo recordaron la primera vez que habían pisado esa vereda que seguía casi intacta. El cielo estaba despejado y había un ligero viento, el olor del pasto que seguía húmedo hacía que el ambiente se sintiera especial, mágico.
Se sentaron en una de las palapas y sacaron la comida que aún estaba tibia. Huevo a la mexicana, pan de dulce, fruta, leche y café fue lo que desayunaron plácidamente mientras el sol les calentaba la espalda.
—Con razón hiciste tanto ruido con los sartenes ma. Está rico, pero los huevos le quedan mejor a mi abue.
—Eso sí, pero no hables con la boca llena.
—Oye ma no creas que ya te perdoné por ponerme una torta de pellejos y a ti tampoco eh abue.
—Espero algún día poder ganar tu perdón —respondió Doeni con sarcasmo recargándose en el hombro de don Leo.
—Podrías empezar dándome media taza de café.
—Está muy cargado, te van a dar temblores.
—Pues le ponemos más agua y asunto arreglado.
—¿Y luego la leche?
—Que se la tome mi abue, yo ya no soy una niña y ya no me gusta la leche, ahora voy a tomar solo café.
—A mí la leche me hace daño, soy intolerante —protestó don Leo dando un sorbo a su café.
—Abuelito la intolerancia ya pasó de moda, los señores de tu edad deben tomar leche en la mañana y en la noche.
—No qué leche ni qué nada, mejor vamos a caminar.
—Si vayan, yo aquí los espero —dijo Doeni sacando su celular que ya había sonado varias veces.
Carmín y su abuelo siguieron el sendero en el que las mariposas y los colores de las flores adornaban su andar.
—La negra noche tendió su manto, surgió la niebla, murió la luz…
—Y en las tinieblas de mi alma triste como una estrella, brotaste tú…
—Qué bonito cantas Carmín, igual que el cenzontle.
—Ya me pegaste tu canción de película en blanco y negro.
—Esa sí era música no que…
—No abue, no me eches el sermón, mejor háblame del cenzontle.
Después de hablar sobre las famosas cuatrocientas voces del cenzontle, Carmín se distrajo con las formas de las hojas y luego se detuvo tras una corazonada, puso sus manos sobre un árbol y cerrando los ojos respiró suavemente. Inhaló, y al exhalar, los vellos de sus brazos se erizaron, abrió los ojos y un impulso de electricidad atravesó su espalda de abajo a arriba, haciendo que se encogiera de hombros mientras sentía sus latidos en la palma de sus manos, como si los compartiera con el árbol. Fue una sensación extraña, pero placentera, de pronto un colibrí apareció detrás del árbol y revoloteó cerca de Carmín por unos segundos, después se fue, dejando en ella un sentimiento de añoranza que no logró comprender del todo y que se disipó conforme avanzó la mañana.
No fue un día aburrido como había pensado, de hecho, le había gustado pasar el tiempo con su mamá y su abuelo sin dar mayor importancia al resto del mundo.
Al llegar a su casa Carmín lavó los trastes para que Doeni la dejara encerrarse en su cuarto el resto de la tarde viendo películas y escuchando música.
Se enteró de que Daniela estaba enferma del estómago y por eso no había ido a la escuela, Sara había pasado todo el sábado en su casa explicándole lo que habían visto en las clases del viernes y después de la plática de dos horas por teléfono, Carmín se quedó dormida con la ropa de calle puesta y la televisión prendida.
De repente, se encontraba parada en medio de la cocina con un vaso de leche en la mano, comenzó a beberla mientras miraba hacia la pared donde se suponía que colgaba el reloj, en su lugar, había un caracol de mar que le hizo darse cuenta de que el sabor en su boca no era solo el de la leche, miró el vaso y en el fondo había sangre. Tenía el sabor metálico del hierro en la lengua más que el de la leche, el asco fue tanto que soltó el vaso y éste se rompió haciendo que la leche y la sangre se regaran en el piso, dejando todo mojado y repleto de vidrios.
Despertó con el corazón exaltado, había sido solo un sueño, pero aun así estaba asustada y tenía ganas de llorar. No entendía esa sensación, miró su despertador y aún era de madrugada, movió su lengua por el paladar y no reconoció el sabor que se le había grabado a la perfección. Se preguntó si eso tendría algún significado importante o si tendría algo que ver con aquel sueño que tuvo días antes.
No le contó a nadie, pero después de haber despertado esa noche, Carmín se sentía distinta y eso la preocupaba, probablemente era una señal de algo que ocurría dentro de ella y que ahora tenía que descifrar.
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