LA UNIÓN DORADA

LA UNIÓN DORADA

La secundaria

Octubre, 2005

7:03 de la mañana, Rosita, la prefecta de la secundaria pública “Benito Juárez”, comenzaba a cerrar las puertas de la escuela lentamente, dando oportunidad de no quedarse afuera a los que corrían a toda velocidad por la calle todavía húmeda por la lluvia de la noche anterior.

—¡Ay Carmín! Siempre es lo mismo contigo, otra vez fuiste la última —dijo mientras terminaba de poner el candado a la puerta.

—No me regañes Rosita, ya voy a llegar temprano —contestó Carmín acomodándose el uniforme.

—¡Ajá! Ya córrele.

Era una mañana fría a mediados de octubre, Carmín se frotaba las manos mientras caminaba de prisa al salón de clases, apenas unos pasos adelante de la maestra de español, que tenía tan pocas ganas como ella de entrar a ese salón que era el más desordenado de la secundaria.

Ahí estaban esperándola Sara y Dani, sus únicas amigas desde primero de secundaria, aunque ellas eran mejores amigas desde mucho antes.

—Buenos días­ —saludó la maestra con una sonrisa forzada.

—Buenos días maestra —respondieron algunos.

—Perdón maestra Lore, buenos días —interrumpió Rosita —. Me llevo a Daniela y a Sara para que se despinten las uñas.

Las dos tenían las uñas pintadas de negro y usaban un peinado similar, se levantaron al mismo tiempo y salieron del salón tras Rosita, apurándose para que la maestra no las regañara también.

Cada vez que Carmín las escuchaba platicar o las miraba caminar una pegada a la otra con peinados idénticos y las uñas pintadas del mismo color, pensaba que estaban destinadas a ser inseparables de por vida y que ella era tan solo una adjunta. Aun así, las tres compartían el tiempo durante las clases y el receso, algunas veces también compartían la comida, y cuando podían trabajar en equipo no dudaban en estar juntas, tal como ese día, que pasarían a exponer sobre el Virreinato de la Nueva España.

A las tres les gustaba Said, ese tipo de chico que tenía todos los encantos posibles reunidos dentro y fuera de su ser, pero a Carmín quien más le gustaba era Emanuel, el chico que se sentaba en una de las bancas de atrás, junto con los que nunca ponían atención y solo leían cuando pasaban a exponer.  Era tan seguro de sí mismo que ni Dani, ni Sara, y mucho menos Carmín rechazaban la idea de tener una historia de amor con él.

­—A Ema le están creciendo los músculos —dijo Dani al terminar la clase de historia.

—Le está creciendo todo —respondió Sara entre risas.

—Pero ya no está tan guapo como antes —agregó Carmín después de echarle un vistazo de reojo.

No quería aceptar que suspiraba por él todos los días y que en su mente ya se habían casado mínimo cincuenta veces.  Pensar en él era uno de sus pasatiempos favoritos y sin duda, Emanuel y ella algún día lograrían estar juntos.

Mientras tanto, las clases pasaban una tras otra, la última era la de danza y Carmín la detestaba; le gustaba bailar, pero la maestra era una mujer con un carácter y una voz que daban miedo, nadie se atrevía a ser insolente en su clase porque si se enojaba parecía que los ojos se le iban a salir.  Ese día, al igual que los demás, el sol les daba de lleno en la cara y estaban practicando el mismo zapateado de tres sin lograr mejoría tras tanta práctica; a los chicos no se les daba ni un poco la coordinación y a las chicas les daba pena mover los hombros como la maestra quería.  Lo bueno era que por más eterno que pareciera el día, al sonar la chicharra Carmín era completamente libre.

Cuando llegó a su casa encontró a don Leo, su abuelo, cocinando. Después de saludarlo se fue a su cuarto a cambiarse el uniforme y se acostó en su cama mientras escuchaba el radio. En cuanto estuvo lista la comida, bajó a sentarse a la mesa sin tardarse, ya que para ese momento tenía más que despierto el apetito. Le gustaba tanto comer, que el mundo se le olvidaba al masticar los grandes bocados con los que devoraba la comida que le preparaba su abuelo, siempre empezaba al mismo tiempo que él y terminaba cuando él apenas iba a la mitad.

—Ya te gané abue —le decía como una forma de agradecimiento.

La mamá de Carmín llegaba regularmente antes de las ocho de la noche, pero ese día llegó después de las diez y como estaba de malas no cruzó palabra con su papá ni con su hija, lo que no molestó en lo absoluto a Carmín, así no tuvo que darle explicaciones de su cuarto desordenado o de la tarea que no había empezado.  Media hora después, se quedó dormida con el resumen de la evangelización colonial a medias y el resto de la tarea esperando en su mochila.

Antes de que amaneciera, Carmín estaba teniendo un sueño que parecía muy real, se despertó de golpe con el corazón acelerado y ya no pudo volver a dormir.

Llegó a las 6:50 a la escuela, siendo la tercera vez que no entraba corriendo desde que había empezado el año.

—Vaya, hasta que por fin llegas temprano —le dijo Sara recargándole el brazo en el hombro mientras caminaban hacia el salón.

—Sí, es que tuve un sueño feo y me desperté antes de que sonara la alarma —contestó con la mirada rodeada por sus ojeras.

—¿Y qué soñaste? —preguntó Sara dejando caer su mochila en la banca.

—Puras cosas raras. Oye, ¿y Dani?

—No la he visto, ya debería estar aquí.

La clase de educación física empezó y Dani no había llegado, Sara le contó a Carmín que cuando su tía y el papá de Dani se casaron, ellas se hicieron amigas, y como vivían a cinco cuadras de distancia pasaban algunas tardes juntas intercambiando ropa, pintándose las uñas y tomándose fotos. Carmín se preguntó si algún día ella podría tener una mejor amiga a quien contarle todos sus secretos. Suponía que las personas la encontraban poco interesante y malhumorada, por eso era una suerte que ese par de chicas la hubieran adoptado dentro de su mundo.

Sonó la chicharra del receso y Carmín suspiro aliviada porque ya tenía hambre.

—¿Qué trajiste de lunch? —le preguntó a Sara tratando de alcanzar la bolsa que estaba hasta el fondo de su mochila.

—Un yogurt y unas papas, ¿y tú?

—¿Un yogurt y unas papas? ¿No te quedas con hambre?

—No, en las mañanas lo único que tengo es mucho sueño —respondió Sara después de un bostezo.

Carmín miró dentro de su bolsa, tenía una torta que estaba aplastada, pero que olía tan rico que no importaba. Caminó junto con Sara a la banca donde siempre desayunaban y se sentaron a cumplir con la rutina: hablar un poco de los artistas, de chismes de sus compañeros, de música, cantar alguna canción de moda y después lo más importante: comer. Carmín ya tenía destapada su torta y ya había descubierto que era de pollo con mole, entonces le dio una gran mordida. Para su desgracia a la primera masticada sintió algo baboso en el paladar y después de hacer una cara de angustia lo revolvió un poco con su lengua para confirmar sus sospechas.

—¡Guácala! —se quejó después de escupir el pellejo de pollo junto con el mole y el pedazo de pan.

—No manches Carmín, no seas cochina —le dijo Sara sorprendida limpiándose el yogurt de los labios—. ¿Qué es eso?

Carmín no dijo nada y se puso a separar todo lo que había en la torta. Encontró varios pedazos de piel de pollo cubiertos de mole y prefirió juntar todo y echarlo de vuelta a la bolsa mientras Sara se ría a carcajadas del coraje que había puesto roja la cara de Carmín.

—Toma, come papitas —le dijo acercando la bolsa a sus manos.

Carmín tomó unas cuantas, luego fue a la cooperativa a comprar un sándwich de jamón, que era lo más barato, y se lo comió imaginando lo mucho que la debía odiar su mamá para ponerle una torta con pellejos. 

“Mejor me hubiera comprado una Maruchan” pensó cuando entró al salón y todavía tenía hambre.

Por la tarde, cuando Carmín ya estaba en su casa, una lluvia caía con gran fuerza y hacía un sonido constante en la ventana, por la que observaba mientras comía una paleta de dulce picoso. Tenía apenas catorce años, pero ya reconocía dentro de ella un sentimiento profundo que crecía cuando llovía.

—¡Carmín ven a comer! —gritó don Leo.

—¡Voy! —contestó Carmín envolviendo su paleta para terminarla después.

—¿Estabas comiendo dulces?

—Uno chiquito abue. ¿Qué vamos a comer?

—Enchiladas de mole, enmoladas —respondió sirviendo dos platos humeantes.

­—Hablando de eso, ¿tú le echaste el pollo con todo y pellejos al mole?

—Era para que agarrara más sabor, no me vayas a decir que ya no comes de todo como antes.

—Ay abue es que eso no se hace, pellejos solo los del pollo rostizado. No vomité nada más porque no tenía nada en la panza.

—¡Ah mira nomás! —contestó don Leo seguido de una carcajada—. Este pollo ya no tiene piel, tu mamá me llamó para reclamar lo mismo y ya se lo quité todo, para que estén contentas.

—¿Seguro?

—Sí, sí, seguro.

—Bueno, te voy a creer, pero solo por esta vez eh abuelito.

Carmín y don Leo comieron acompañados de los truenos que sonaban como si en el cielo hubiera una guerra. El sabor de la crema y el mole de las enchiladas era una de las combinaciones favoritas de Carmín, estaba dejando el plato limpio.

—Abue, ¿tú sientes algo cuando llueve? —preguntó Carmín al terminar.

—Sí, me hace sentir tranquilo, me relaja.

—Yo siento como si algo fuera a pasar.

—¿Algo como qué? ¿Bueno o malo?

—Bueno, o no sé… es difícil de explicar, pero ahorita lo que tengo es sueño. Creo que me dio el mal del puerco, me voy a dormir un ratito.

—Pero haz la tarea primero, si no ya ves que tu mamá se enoja y te regaña.

—Hoy es viernes abue, no se hace tarea hasta el domingo en la noche.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play