Mantener un secreto

—¡Uff! —exclamó Arturo—.  Pensé que no lo iba a lograr.

—Yo hasta creí que ya se había muerto —dijo Carmín recordando los gritos de Mariano.

—Es que sí pudo morirse. Dicen que las alas duelen tanto que algunos no aguantan, por eso cuando empiezas el grado águila te preparan con muchos ejercicios de dominio, porque eso sí, te pueden empezar a brotar en cualquier momento, sin avisar.

—Ay no, qué miedo —dijo Alejandra encogiendo los hombros.

—A nosotros nos falta mucho para eso, ya les contaré lo que se siente cuando llegue ahí.

Al salir de la sala, Carmín vio a don Leo recargado en el talud del edificio de enfrente, estaba pensativo mirando al cielo, movía la mandíbula y se peinaba el bigote, cosa que hacía cuando estaba preocupado.

—¡Abue! —gritó Carmín desde el otro lado.

Bajó corriendo y a don Leo le cambió la cara, cruzó la calzada esperándola en el primer escalón.

—¿Qué haces?

—Esperando a Citli, ¿y tú? Me imagino que ya tienes tu placa, ¿ya aprendiste muchas cosas?

—Sí, acabo de ver cómo le salieron las alas a un chavo y Citli estaba ahí, además ya tengo un sinodal, se llama Arturo, él es el hermano de Alejandra que es nueva igual que yo ¿y adivina qué? Su abuela es Citli, los tres tenemos catorce y ellos también viven en Coacalco —le relató emocionada.

—Buenas tardes —saludaron Arturo y Alejandra acercándose a ellos.

—Buenas tardes muchachos, entonces, ¿ustedes son los nietos de Citli?

—Sí, oiga, ¿usted es el Xquenda del que siempre está hablando mi abuela?

Don Leo se puso nervioso y sonrió pensando qué decir, Carmín se sentía un tanto traicionada porque al parecer además de ella y su mamá, había alguien más en su corazón. De pronto, Citli apareció detrás de Arturo y Alejandra, abrazándolos y besándolos.

—Así que ya se conocen, seguro eres sinodal de las dos, ¿no?

—Sí abuela, ¿ya lo sabías?

—No era muy difícil de imaginar, que a las dos les haya despertado el Tonalli casi al mismo tiempo no es casualidad y me da gusto que trabajen juntos, no es un camino fácil y tener amigos es una inmensa ventaja.

—¿Y cómo está el muchacho? —preguntó don Leo.

—Va a tardar en recuperarse, su presión arterial se disparó, pero hubieras visto qué clase de alas, con las puntas blancas y alargadas, algunas plumas doradas y otras rojizas, bastante grandes. Me recordaron a las tuyas.

—No eran tan grandes como las tuyas Citli. Por cierto, Carmín no ha visto tus alas, ¿podrías mostrárselas?

—¿Quieres ver mis alas Carmín?

—Sí abuela, enséñaselas —insistió Alejandra al mismo tiempo que Carmín dijo que sí.

—Bueno —dijo dando un paso atrás—, aquí están.

Las alas de Citli hicieron que Carmín diera un salto. Eran más grandes que las de Mario, perfectamente simétricas y de una variedad de tonos cafés que se iban aclarando en la punta. Los bordes superiores eran blancos y los inferiores dorados, sus ojos también cambiaron a un tono avellana.

—Dolieron mucho, pero valió la pena.

—¿Y ya no te duelen abuela?

—No Ale, solo duelen la primera vez.

—Ah, menos mal.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo Citli mientras sus alas desaparecían—, es mejor que vayan a casa a descansar.  Los tres faltaron hoy a la escuela, deben ponerse al corriente y después se pondrán de acuerdo en los horarios. Por cierto, no olviden la regla más importante de los dorados, todo lo que pasa en la Unión debe permanecer aquí, es un secreto, no pueden mencionar nada allá afuera. Además, deben tener cuidado cuando salgan, sobre todo tú Carmín.

—Yo las cuido abuela no te preocupes.

Se despidieron de Citli y los cuatro salieron de la ciudad por el portal de la Sierra, Carmín se puso nerviosa y tuvo miedo de que los sorprendieran los jaguares, pero al llegar a donde estaba lleno de personas su corazón se tranquilizó.

—Los llevaré a su casa primero, ¿dónde viven?

—Por la prepa 33 don Leo.

—No está lejos, vamos.

Acompañaron a los hermanos a su casa y después Carmín y don Leo caminaron a la suya.

Cuando entraron, don Leo abrió las ventanas para dispersar el olor a encierro y después contestó el teléfono que rugía impaciente.

—Bueno…

Carmín subió a su cuarto y se acostó en su cama, sacó la placa de su bolsillo y calcó con sus dedos las letras de su nombre. Los hologramas habían desaparecido otra vez y la placa pesaba un poco más.

La guardó en el cajón donde estaban sus tesoros y se paró frente al espejo imaginado cómo serían sus alas cuando las tuviera.

—¡Carmín! —la llamó su abuelo desde la escalera mientras subía a toda prisa—, tu mamá está como loca, la llamaron de la secundaria y cree que te fuiste de pinta.

—¿Y qué le dijiste?

—Pues que no sabía nada, que llegaste en la tarde como si nada, debimos llamar y avisar que no irías.

—¡Ay no!

—Es que no supe qué decirle, me agarró de sorpresa y no se me ocurrió nada.

—¡Abue no manches! —se quejó tirándose en la cama con las manos en la cara.

—Le decimos que te fuiste con tus amigas al cine.

—¿Para que me ponga la regañiza de mi vida? No gracias. Mejor le voy a decir la verdad, que nos has estado ocultado algunas cosas de ti por años y que tienes una doble vida.

—No, yo no tengo una doble vida, y aún no es tiempo de contarle todo, necesitamos prepararla.

—¿Mi mamá no sabe nada? ¿Nada de nada?

—Su Tonalli despertó cuando tenía nueve años, era tan talentosa que subestimé que era solo una niña, no fui lo suficientemente cuidadoso y fue entonces que se lo robaron. Con el paso del tiempo comenzó a creer que todo había sido un sueño y jamás volví a mencionar nada de la Unión, no sé si haya olvidado todo, pero no quiero que pase lo mismo contigo, ahora que eres la única de nosotros que tiene poder.

—¿Crees que extrañe su Tonalli?

—Al principio seguro sí, ahora no lo creo.

—¿Tú lo extrañas mucho?

—Pues… no soy el mismo desde entonces.

—Me hubiera gustado verte volar.

Don Leo sonrió y sus ojos se humedecieron.

—A ver, enséñame tu placa —le dijo antes de que una lágrima rodara.

Carmín la sacó de su cajón y se la dio orgullosa, como si fuera una medalla.

—Me gusta mucho, parece de oro.

—Sí es de oro, no la vayas a perder.

Carmín volvió a guardar su placa y luego sacó el celular que se había quedado en su mochila junto con su vida de estudiante.

—Tengo veintisiete llamadas perdidas, ¿qué le vamos a decir?

—Yo me ocupo de eso, mientras tú ponte al corriente con la escuela.

—Sí, está bien abue.

Las cosas con sus amigas aún no estaban resueltas así que no podía saber lo que habían visto en las clases de ese día, entonces hizo la tarea que tenía pendiente del día anterior y luego buscó en sus libros lo relacionado a las pirámides, los poderes y los dorados, encontrando solamente datos que la confundieron más.

El regaño de la noche duró más de una hora, comenzó con la falta, pero siguió con las calificaciones, por más que don Leo trató de calmar a Doeni no hubo manera de evitar una pelea.  Le quitó el celular a Carmín y le dijo que si volvía a faltar a la escuela no habría otro campamento ni salidas a ningún lado.

Carmín lloró esa noche porque su madre estaba más lejos de su corazón que nunca, no podía contarle que se sentía maravillada al mismo tiempo que moría de miedo. Cuando la regañaba así parecía que no se imaginaba cuánto la necesitaba y cuánto la extrañaba todos los días.  Carmín tenía una madre solo de noche y fines de semana que no sabía quién era realmente su hija.

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