El mayor miedo

En la misma dirección en la que llegaron se fueron, tras la cortina de agua que se abrió ante ellos, pero que no los llevó al túnel de la finca, sino a un lugar en medio de muchos árboles.

—¿Y ahora qué pasó? —preguntó Carmín tratando de ubicarse.

—Tomamos un atajo, si adivinas dónde estamos te ganas un premio.

—Ammm… pero dame una pista, ¿es otro país?

—No, es México, cerca de la casa.

—Si había un atajo cerca de la casa debimos irnos por aquí desde el principio.

—No, porque quería que conocieras la finca, además de haber entrado por aquí te hubieras desmayado. Pero, ¿no adivinas?

—Igual por allá me desmayé.  Es el cerro de la Sierra, ya vi la casa.

—Ay no seas mentirosa desde aquí no se alcanza a ver y además …

—¿Abue?

Un golpe se escuchó y don Leo cayó al suelo embestido por un jaguar que lo tenía completamente inmóvil. Al instante, aparecieron tres jaguares más, mostrando sus colmillos ferozmente y asechando a Carmín listos para ir sobre ella.

—¡No, abuelo! —gritó Carmín tomando una piedra de la tierra.

De pronto, otro jaguar se lanzó sobre el que estaba atacando y comenzaron a pelear con movimientos tan rápidos que no se podía distinguir cuál era cuál. Tras un zarpazo uno de ellos quiso huir y el otro lo alcanzó mordiendo su lomo haciendo que el primero rugiera, entonces una mano tocó el hombro de Carmín provocando que tropezara.

—¡Corre! Nosotros nos encargamos —le dijo una mujer joven que parecía una princesa prehispánica.

—Pero mi abuelo, no me iré sin él.

—Estará bien, confía en mí. Estás en peligro. ¡Corre! —le repitió dándole un empujón en dirección a una vereda.

Carmín corrió asustada dejando atrás la brutal pelea, pero después de unos pasos las piernas no le respondieron y cayó de rodillas. Los jaguares se convertían en humanos y siendo humanos les salían alas y peleaban usándolas como arma y como escudo.  Carmín tuvo tanto miedo por su abuelo y por ella que se abrazó de un árbol y pensó en lo horrible que sería perderlo.

Después de unos segundos ya estaba decidida a intervenir de cualquier forma, pero su abuelo apareció, caminando hacia ella como un guerrero victorioso. Al tenerla cerca la tomó del brazo y se apresuraron a atravesar a la vereda, recorriéndola hasta llegar a la zona donde había personas haciendo ejercicio y conviviendo sin darse cuenta de nada, lo que le dio a Carmín un poco de tranquilidad.   Salieron de ahí y caminaron de prisa a su casa, una vez en ella pudieron respirar aliviados.

—¡Cabrones! —exclamó don Leo revisando sus brazos que tenían rasguños y estaban llenos de tierra.

—¿Estás bien abue? —preguntó Carmín llorando.

—Sí hija estoy bien, ¿tú estás bien?

Carmín solo movió la cabeza para decir que sí y siguió llorando, entonces don Leo la abrazó y sobó su espalda para consolarla.

—Ya no quiero que nos persigan, pensé que te iban a comer. Me asusté en serio.

—No tengas miedo, no quieren comernos ni asesinarnos, te quieren a ti. Bueno eso no sonó mejor.

—Sí ya sé, es mi Tonalli, pero, ¿para qué lo quieren?

—Uno: para tener más poder, y dos: para que no desarrolles nunca el tuyo.  No debes permitir que te lo roben, eso sería el fin.

—¿El fin?

—Si vinieron hasta aquí a buscarte y te han perseguido tanto es porque tu Tonalli debe ser muy poderoso. Supongo que eso significa que eres especial.

—Bueno y a todo esto, ¿dónde están mis poderes?  Porque hasta ahora lo único que he podido hacer es tener sueños horribles y asustarme a cada rato.

—Debes aprender a buscarlos dentro de ti, además debes pasar algunas pruebas y probar que eres digna de pertenecer. Te asignarán un sinodal como guía en tu primer grado y así comenzarás un largo pero hermoso viaje de vida.

—¿Y si no quiero ese largo pero hermoso viaje de vida?

—Es tú decisión, sin embargo, dadas las circunstancias, no tienes muchas opciones.

—Abuelo es que apenas hace unas semanas todo estaba bien en mi vida, pero ahora mis amigas no me hablan, dices que soy poderosa pero no tengo poderes, me persiguen los leones o jaguares, da igual, sueño cosas feas y no tengo el amor del hombre que amo.

—Carmín tú estás muy chiquita para decir eso último.

—Ya no soy una niña, ya tengo catorce.

—Oye, no pasó nada en el campamento, ¿verdad? ¿No tengo nada de qué preocuparme?

—No abue, pero sabes qué sí pasó.

—¿Qué?

—Empezó a llover muy fuerte y no se veía nada, el agua estaba fría y empecé a correr, poco a poco fui sintiendo una cosa muy rara aquí en mi pecho, un calor que me hizo muy feliz, más feliz que cuando veo a Emanuel.

Un ruido se escuchó en la puerta de la casa haciendo que Carmín se levantara en automático.

—Chin, mi mamá —dijo secándose las lágrimas y limpiándose los mocos.

—Mejor no le decimos nada de esto todavía.

—Sí mejor —contestó ella subiendo la escalera mientras su mamá iba entrando.

—Hola pa, ya vine. Traje pan —lo saludó dándole un beso en la mejilla.

—Hola hija, ¿cómo te fue hoy?

—Bien, pero había un montón de tráfico y luego en la combi venía toda aplastada, ¿ustedes cómo están?

—Bien hija, allá arriba está la niña.

—Ma hola, ¿cómo te fue hoy? —preguntó Carmín con la pijama puesta cuando su mamá se asomó a la habitación.

—Bien, ¿y a ti? Le digo a tu abuelo que había mucho tráfico y una señora me aplastó en la combi.

—Pobrecita, si quieres te preparo un té.

—Bueno, mientras me voy a cambiar.

Carmín preparó el té y sacó una concha de la bolsa de pan. Se sentaron a cenar como si nada de lo que vivieron ese día hubiera pasado.

—¿Ya hiciste la tarea?

—No ma, aquí mi abuelito me estuvo distrayendo y no me dio tiempo. Pero ahorita me apuro, no te preocupes.

Carmín no hizo la tarea, lo que acontecía en su vida era mucho más importante que el teorema de Pitágoras. Esto sí era de vida o muerte, así que estuvo despierta casi toda la noche, tratando de procesar cada palabra que escuchó ese día. Era todo tan nuevo y tan increíble que aún seguía creyendo que se trataba de un largo sueño.

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