Un sinodal, una nueva amiga

Tan solo pudo dormir un poco, afortunadamente sin sueños ni sobresaltos. Carmín pensó que quizá aún era tiempo de que su vida volviera a la normalidad y se levantó cuando la alarma sonó, se bañó con agua casi hirviendo, se arregló y preparó su mochila junto con una buena excusa para que la dejaran entregar después la tarea que no había hecho.

—¿A dónde vas? —le preguntó don Leo cuando se estaba colgando la mochila.

—Pues a la escuela abue, ni modo que a dónde.

—No irás a la secundaria hoy.

—¿En serio? Vaya, hasta que me das una buena noticia.

—Desayunamos y nos vamos.

—¿A dónde?

—Pues a Mashonpe ni modo que a dónde.

Carmín no estaba muy segura de querer seguir con eso de los poderes, en realidad, el recuerdo de los jaguares le había dejado más estragos de los que don Leo se imaginaba.  Desayunaron y salieron hacia el cerro un poco más tarde, cuando el sol ya estaba comenzando a calentar la mañana.

—Grábate bien el camino, después entrarás y saldrás tú sola. Si los jaguares aparecen debes correr, no te preocupes por mí.

Carmín escuchaba a su abuelo mientras se acercaban al lugar de la pelea, apretaba la mano del hombre que había enfrentado valientemente a un trío de jaguares a sus 70 años y se sentía orgullosa de él, esperando poder igualar su coraje en los momentos que fuera necesario.

—Es aquí —dijo don Leo observando si no había algo sospechoso alrededor—.  Mira bien estos dos árboles, si pones atención, encontrarás que son diferentes, especialmente porque sus hojas son de un verde más brillante. Ah, y ese pájaro que está allá, el cardenal, es el guardián del portal. Ven pon tu mano junto a la mía aquí en el tronco.

Carmín colocó la palma de su mano sobre el árbol igual que su abuelo, el cardenal comenzó a cantar y la cortina de agua apareció. Don Leo hizo el mismo movimiento de manos que había hecho Citli en el túnel y el agua se abrió.

Al entrar a la ciudad, Carmín se emocionó al comprobar una vez más que había un lugar mágico al cual estaba a punto de pertenecer.

Se dirigieron directamente a una de las salas que estaba a dos edificios del mesón. Antes de entrar, algunas personas saludaron con cariño a don Leo y Carmín se alegró de que al menos alguien de la familia fuera popular.

—Leo, Carmín. Buenos días —se escuchó detrás de ellos.

—Citli, pensaba ir a buscarte después de ver a Itzel. 

—Leo vayamos al consejo, necesito hablar contigo sobre algunos asuntos importantes —dijo Citli en un tono impaciente.

—Está bien, vamos. Carmín espera en la sala hasta que te llamen.

Citli y don Leo se fueron antes de que Carmín pudiera preguntar quién la iba a llamar y para qué.  Entró a la sala despacio, como cuando le tocaba pasar con el dentista.  Adentro había algunos muebles lujosos y sillones acolchonados, una enorme pantalla en uno de los costados y en el fondo una puerta doble con las manijas doradas.

“Órale, aquí sí hay presupuesto” pensó Carmín al recordar que en su escuela a veces no había ni agua en los baños.

Se dio una vuelta por la sala y luego se sentó en uno de los sillones probando que eran demasiado cómodos.

—Escuché que te andan persiguiendo unos jaguares —le dijo un chico que apareció de la nada.

—Sí —contestó Carmín sorprendida.

—¿Tienes miedo?

Carmín bajó la mirada y no contestó.

—Yo también tuve miedo cuando entré a la Unión Dorada, recuerdo muy bien los primeros días. Pero tranquila, no es tan difícil, mi hermana es nueva también. Oh, justo ahí viene.

Carmín miró hacia la entrada y una chica se acercaba abriéndose paso como si fuera la reina del lugar. Parecía una de esas adolescentes maduras que saben todo de la vida y que siempre hacen todo bien. Robusta y de cara redonda, y una postura tan elegante como la de Citli, a su lado seguro Carmín hasta se vería encorvada.

—Hola chicos, qué bueno que ya están aquí —dijo una mujer que sorpresivamente salió de la puerta doble del fondo—. Carmín ¿Me recuerdas? Nos conocimos ayer en el portal de Coacalco.

Carmín recordó que era la mujer que le había tocado el hombro el día anterior pidiéndole que corriera cuando los atacaron y asintió sin decir nada.

—Vengan, conozcan mi pequeño templo —indicó abriendo por completo la puerta.

—Yo ya lo conozco —fanfarroneó el chico cruzando los brazos.

—¿Quieres ser el próximo sacrificado Arturo? —lo amenazó la mujer.

—Ese mi hermano —susurró la chica con una dulce voz, justo como Carmín la imaginaba—, se cree mucho porque será sinodal y ni quién lo aguante. Ojalá no nos pongan juntos.

Arturo caminó detrás de ellas y los tres se sentaron en el sillón que estaba enfrente de un escritorio lleno de cosas que parecían artesanías. Obsidiana, cerámica, jade, oro, todo era como sacado de un museo.

—Bueno pues antes que nada sean bienvenidas a la Unión Dorada, mi nombre es Itzel y soy la tlatoani de Mashonpe.  Supongo que tendrán muchas dudas y preguntas de todo lo que significa este mundo que recién han descubierto, y es labor de su sinodal enseñarles todo lo necesario para que ahora que son doradas, logren conseguir el grado uno de poder, el Ópalo de fuego.

—¿Seré el sinodal de las dos? —preguntó él levantándose del sillón.

—Sí Arturo, los tres viven en Coacalco, así será más fácil para todos. Además, has estado presumiendo mucho tu poder, no me vayas a decir que no puedes con esta prueba.

—Claro que puedo, serán las dos mejores Ópalo que haya habido, después de mí, obvio.

—Eso quiero verlo. Por ahora me conformo con que te presentes con ellas, no importa que Alejandra sea tu hermana, hazlo formalmente.

Arturo se subió un poco las mangas de la sudadera y se aclaró la garganta, miró a Itzel y comenzó diciendo:

—Mi nombre es Arturo Martínez Puc, pertenezco a la Unión Dorada y estoy en el grado Metl, que es el segundo grado después de Ópalo de fuego, seré su sinodal, responsable de su aprendizaje. ¿Tienen alguna duda?

—¿Cuántos años tienes? —le preguntó Carmín mirándolo con incredulidad.

—Catorce, ¿y tú?

—También.

—Yo también tengo catorce —añadió Alejandra.

—¿Los dos tienen catorce?

—Alejandra y Arturo son mellizos —aclaró Itzel—, pero el Tonalli de él despertó antes que el de ella y ésta es una de sus pruebas del segundo grado.  Si alguna de ustedes dos no lograra obtener el Ópalo, Arturo no podría obtener el Metl.

Arturo tragó saliva y se sentó otra vez en el sillón mientras Itzel buscaba algo en un cajón.

—Tendrás mucho trabajo, empieza con esto —agregó Itzel poniendo sobre el escritorio dos pequeñas placas doradas.

Arturo las tomó y leyó los nombres en cada una:

—Alejandra Martínez Puc y Carmín Díaz Vilchis.

—Sí profesor, ¿ahora qué? —se burló Alejandra.

—Vamos a la Plaza de la Luna, si tenemos suerte quizá podamos ver un sacrificio en vivo— contestó Arturo adelantándose a abrir la puerta—. Pero antes de eso, ¿quieren ir por unos tacos?

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