17.

Brianna velozmente enfundó su escopeta de cartuchos y junto a su marido se ocultó detrás de una de las múltiples estanterías metálicas que habían en el pequeño negocio de armamento. Esperaron resguardados, un tiempo en ese lugar, y los tiros no tardaron en alzarse nuevamente con su característico estruendo.

Por su sonido, Brianna asumió que se trataba de algún tipo de fusil de asalto, aunque no sabía realmente que pensar. Miró a su marido extrañada y le susurró:

—Creo que no nos están disparando a nosotros.

Jon asintió con la cabeza, de acuerdo con su esposa, y en un impulso valiente asomó su cabeza encima de la estantería para tratar de ver lo que estaba pasando en la calle.

Lo que vió lo dejó helado.

...(…)...

Un tiempo antes de lo sucedido

La chica atravesó todo el bosque corriendo, esquivando los árboles y los pedruscos que se interponían en su camino. Tenía los pies descalzos, por lo que a veces se hería con alguna rama puntiaguda, pero eso no le impedía seguir avanzando. Corría como si su vida dependiera de ello, que de hecho, era así.

Al salir de aquella cabaña en medio de la nada, en donde había vivido confinada gran parte de su vida, no pudo evitar reír como loca. Era pleno otoño, por lo que la temperatura disminuía con cada segundo que pasaba, pero eso no le impidió absolutamente nada. A pesar de estar casi desnuda, no desaprovechó la valiosa oportunidad que dios le había dado.

Se detuvo un segundo, detrás de un árbol frondoso de pino, y recuperó un poco el aire que le faltaba. No acostumbraba a hacer mucho ejercicio en aquel mugriento y mohoso sótano que se había convertido en su pequeña prisión los últimos 6 años de su vida. En dónde únicamente se limitaba a comer, dormir y esperar que el tiempo pasara.

Tenía solo 10 años cuando “El” la secuestró.

No sabía su verdadero nombre, pero con el tiempo se acostumbró a su presencia. Por un tiempo su vida diaria se limitó a simplemente vivir otro día más. Su secuestrador no la tocaba, ni siquiera la miraba. Ella múltiples veces le preguntaba porque le había hecho esto, pero el nunca le respondía. Hasta llegó a creer que tal vez, no podía hablar por algún tipo de discapacidad.

Sin embargo, todo cambió el día que cumplió los quince años, justo cuando su cuerpo comenzaba a desarrollarse, para convertirse en toda una mujer. Las miradas de deseo de parte de “El” comenzaron a ser más usuales, hasta que en una noche no dudó en obtener lo que creía que le pertenecía. La violó una y otra vez.

Pronto hasta perdió la cuenta de todas las veces que la había envuelto en ese infierno.

Con el recuerdo de su dolorosa primera vez, inspiró y exhaló, recuperando las fuerzas prácticamente de la nada y con la voluntad recuperada, empezó a correr nuevamente hasta por fin atravesar el umbral del bosque hacia la civilización. Pronto podría volver a ver a su madre y a su hermano mayor. No pudo evitar preguntarse cómo lucirán ahora.

Una sonrisa se vislumbró en sus labios carnosos con solo imaginarlo. Su largo y enredado cabello marrón oscuro caía suelto por su espalda sin control. Antiguamente tenía unos rizos preciosos muy bien definidos. Ahora solo la hacían parecer una loca grasienta.

Su piel del color del chocolate, se confundía fácilmente con la suciedad y la mugre en su camiseta Blanca y en sus pantis blancas, que era lo único que vestía en ese instante.

Ese jodido secuestrador al parecer tenía un extraño fetiche con su color de piel ya que siempre que tenía oportunidad, le lamia de arriba a abajo como si fuera el dulce más delicioso. Pero para ella, con solo ser tocada por él, era sumamente repugnante. Muchas veces, después de un encuentro sexual, no podía evitar vomitar toda la cena en algún rincón del sótano.

Incluso hasta tuvo el impulso de acabar con su vida. Pero con solo pensar en su querida madre y su hermano, cambiaba de opinión. Ellos eran su razón para seguir adelante y se encontraría con ellos sin importar qué. Su familia era pequeña, solo consistían en su hermano, su madre y ella misma. Luego de la difícil travesía en la que habían pasado desde Cuba para llegar finalmente a Estados Unidos, en verdad creyeron que sus vidas cambiarían para bien.

Su madre había conseguido un buen trabajo en tiempo récord y en unos meses lograron asentarse. Después de todo, los cubanos tenían más facilidad en cierta forma que el resto de los latinos inmigrantes. Cuando se mudaron de estado, a menudo eran objetos de desprecio a manos de otros latinos, los cuales la habían pasado mucho más mal que ellos para llegar al país.

Pero eso no les impidió seguir adelante. Ella no tardó en empezar a asistir a la escuela, pero jamás esperó que en su séptimo día de clases, sería secuestrada por un vil desconocido.

Rápidamente negó con la cabeza, intentando dejar de lado esos recuerdos que la corrompían.

Sin detenerse corrió hasta por fin perder de vista los árboles del bosque. Se adentró en alguna especie de pequeña ciudad. La sonrisa volvió a iluminar sus labios.

«Mamá, hermano… pronto me encontraré con ustedes» Pensó para sus adentros.

Atravesó la avenida principal de la ciudad, la cual estaba extrañamente desolada, pero eso no le impidió abrir la boca y gritar con todas sus fuerzas.

—¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude por favor!

Sin embargo, jamás recibió respuesta. Se detuvo bruscamente con el entrecejo fruncido. Desde su posición en medio de la calle, contempló que todas las casas y negocios a ambos lados de la avenida estaban vacíos. Las casas suburbanas tenían las puertas abiertas de par en par, como si sus dueños se hubieran retirado de su hogar con mucho apuro.

Había todo tipo de objetos desperdigados por toda la calle e incluso avistó un auto cuyo frente había chocado contra un poste de electricidad. Humo oscuro aún continuaba saliendo de su capó semi abierto.

—¿Dónde están todos? —se preguntó a si misma.

Continuó caminando sin un rumbo fijo, pero teniendo cuidado de no encontrarse con su secuestrador, hasta que repentinamente sus ojos se abrieron emocionados al encontrarse al doblar de la calle con una persona. Era una mujer que caminaba un tanto tambaleante por toda la avenida. En un principio tuvo un mal presentimiento, pero la alegría de por fin ver a otra persona la superó.

—¿Hola? ¿Señora? —gritó desde su posición, moviendo su brazo con emoción para intentar captar la atención de la mujer, la cual vestía con una falda larga plisada y un suéter azul claro. Parecía bastante normal a primera vista. Era imposible sospechar en un principio.

La señora se detuvo bruscamente al escuchar la voz de la joven.

—Por favor, necesito su ayuda. Fuí secuestrada y… —sus palabras fueron interrumpidas al ver que la mujer aún no reaccionaba ante su voz.

Eso la hizo fruncir el ceño.

Con cuidado se acercó a ella y la llamó nuevamente.

—¿Señora?

La susodicha encorvó aún más su espalda adotando una posición casi fetal. Extraños gruñidos se liberaban de ella erizando cada vello en la piel de la joven. Abrió la boca dispuesta a preguntarle si estaba bien pero de repente la señora se incorporó y dobló su espalda hacia atrás. Como si se tratara de una película de terror, con sus manos en el suelo avanzó hacia la joven de espalda, como un cangrejo.

Tenía la boca completamente ensangrentada y una gran parte de su mentón le faltaba, como si alguien se la hubiera arrancado.

La joven dió un grito y retrocedió aterrada al ver que la señora se dirigía a ella con rapidez. Sus pies tropezaron con el borde de la acera y cayó de nalgas en el suelo. La señora que parecía haber salido de una película de terror japonés hizo una extraña mueca con lo que que le quedaba de boca y cuando justo estuvo a punto de agarrar a la joven que no dejaba de gritar con el terror adornando cada rincón de su rostro, los disparos se alzaron perforando todo el cuerpo de la mujer.

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