12.

(...)

Alex se apresuró todo lo que pudo y guardó latas de comida y algo de ropa en dos mochilas de campaña enormes. Se movía de un lado a otro tomando todo lo necesario para el viaje.

Ben salió  de su habitación al escuchar el ajetreo y bajó las escaleras dudoso. Aún vestía su pijama azul de figuritas y en sus brazos llevaba una figura de acción del capitán América.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó alarmado a su hermano mientras este abría el armario en la encimera de la cocina y sacaba la comida enlatada y varios paquetes de cereales o lo que sea se viera comestible.

Alex le respondió sin mirarlo o dejar de moverse de un lado a otro.

—¡Ve a tu habitación y empaca sólo lo necesario! Nos vamos.

Ben frunció el ceño ante la respuesta de su hermano. Parado aún en el umbral de la cocina se pasó la mano por su cabellera cobriza, más que nervioso.

—No podemos irnos. Papá, mamá y Zoe aún no han llegado.

—No tenemos más opción Ben. Luego contactaremos con ellos, ahora mismo debemos salir de esta puñetera ciudad.

Los ojos hinchados de tanto llorar de Ben se humedecieron nuevamente, amenazando con llorar en cualquier segundo. Antes nunca había sido tan miedoso, de hecho, siempre se había orgullecido por su madurez muy poco propia para su edad. Pero en ese instante se sentía más pequeño e indefenso de lo que realmente era. Tenía miedo de todo, y sobre todo de su hermano mayor, el cual había matado una persona justo frente a sus ojos. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Pero... ¿Pero por qué? —gimoteó tembloroso, apretando entre sus brazos la figurilla del Capitán América como si fuese su único consuelo.

Alex lo fulminó con la mirada, y con la frustración reflejada en sus ojos. Sus puños temblaron y dejándose llevar por el enojo, golpeó con fuerza  el borde de la encimera de la cocina, sobresaltando al más pequeño de la casa, el cual nunca antes había visto tan enojado a su hermano mayor.

—¡Cállate y simplemente haz lo que digo por una vez en tu vida Ben! ¡Me estoy cansando ya de tus niñeces!

Ben lo miró adolorido y a la misma vez sorprendido. El nunca le había gritado de esa manera en toda su vida y mucho menos golpeado.

—¡Te odio! —le gritó con todas sus fuerzas y subió las escaleras corriendo hasta su habitación, con sus mejillas sonrosadas por la ira, surcadas de lágrimas saladas que no dejaban de caer.

El rostro severo y enojado de Alex se ablandó un poco al darse cuenta de lo que había hecho. Se agarró del cabello con las dos manos con fuerza y gritó liberando la frustración y la ira contenida en su interior.

Él era consciente de lo que había hecho, pero ahora mismo no había tiempo para pedirle perdón o tener una conversación de hermanos.

Debía pensar en protegerlo, incluso si tuviera que ser el malo de la película para él.

Cuando terminó de prepararlo todo, ambos hermanos salieron juntos de la casa. Ben obviamente iba en contra de su voluntad. El quería quedarse y esperar por sus padres y su hermana, pero Alex no se lo permitió. Prácticamente lo llevaba a rastras, agarrando con fuerza su muñeca para que no se desprendiera.

Al parecer, Alex no era el único que había pensado en irse de la comunidad. Los vecinos de enfrente también habían pensado lo mismo.

Alex veía como rápidamente guardaban sus cosas en la minivan y montaban a sus hijos en el asiento trasero.

Un auto familiar pasó a una gran velocidad justo frente a la casa de Alex en dirección a los soldados al final de la calle, que colocaban cercos de contención. Al ver el auto, los militares de negro rápidamente se pusieron en posición y sin decir absolutamente nada empezaron a disparar hacia el auto, destrozando el cristal parabrisas y el capó. El auto perdió el control y se estrelló contra un poste de electricidad, haciendo que la madera se tambaleara y el poste cayó justo encima del auto destrozando el techo en el proceso y safando los cables de electricidad sin corriente.

Todos los vecinos de la comunidad salieron de sus casas, guiados por los disparos repentinos. Al ver lo ocurrido no pudieron evitar sentirse horrorizados.

La sangre comenzó a desbordarse del auto, sobre el asfalto. Desde la distancia en la que se encontraba, Alex vió claramente a dos niños en el asiento trasero y la bilis no tardó en querer subir por su garganta.

Se cubrió la boca, se apartó de su hermano y vomitó sobre las flores marchitas en el descuidado jardín de su madre.

Ben también lo había visto y no dejaba de llorar como el niño que realmente era.

El miedo tiñó las miradas de cada uno de los vecinos y muchos desistieron de intentar huir. Esas paredes que estaban construyendo no eran para protegerlos como dijo el líder de los soldados, si no para encerrarlos como ratas de laboratorio. Muy pronto se darían cuenta de ese hecho.

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