14.

(...)

Alex bebió el agua directamente desde el grifo del baño y luego la escupió, retirando los restos de vómito aún en su boca.

Levantó la cabeza y observó su reflejo en el espejo. Su rostro se notaba demacrado y pálido. Ojeras terribles adornaban sus ojos azules verdosos y su cabello negro se notaba desaliñado y largo, tan largo que casi cubría su ojo derecho, dándole un aspecto poco agraciado.

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y de él sacó una cuchilla de afeitar. La observó por unos segundos, contemplando el filo en sus bordes, luego la acercó con lentitud a su brazo izquierdo y sin siquiera pestañear o sentir molestia, lentamente enterró la cuchilla en la piel pálida de su brazo, donde otras cicatrices de cortadas adornaban la blancura de su piel.

La sangre goteó en el lavamanos, desapareciendo con el agua del grifo.

Siempre se cortaba cada vez que tenía mucho estrés o sentimientos negativos acumulados en su interior. Era su propia forma de desahogarse sin tener que hacerle daño a alguien más o drogarse.

Contempló la sangre burbujeante de la herida en su muñeca.

Cerró los ojos y un largo cabello negro le llegó a su mente. La calma le inundó y de pronto todas las cosas malas desaparecieron. Lo único que sentía era paz en su interior.

Zoe...

Sin embargo, su estado de relajación fué interrumpido abruptamente por unos golpes provenientes de la puerta delantera de la casa.

Abrió los ojos y gruñó enojado por ser.

Cerró la llave del grifo de mala gana y salió del baño echando humo por todos sus poros. Sea quien sea, lo iba a matar.

En la sala se encontraba Ben sentado en el sofá con sus piernas encogidas y la mirada perdida en la nada. Parecía triste y hasta incluso asustado.

Alex sabía que debía hablar con él pero ahora mismo no podía. El también estaba pasando por un mal momento y necesitaba arreglarse primero antes de poder arreglar a los demás.

Los golpes en la puerta continuaron y Alex reaccionó de sus pensamientos. Caminó hacia ella y la abrió bruscamente. Los soldados de negro entraron a la casa sin siquiera pedir permiso y comenzaron a revisar cada centímetro de su hogar sin emitir palabra alguna. Alex intentó detenerlos pero uno de ellos le apuntó con su fusil y no tuvo más remedio que quedarse quieto y callado.

Observó a través de la ventana de la sala que otras casas en el vecindario también estaban siendo revisadas por los militares. Contempló también como cubrían las ventanas y puertas de las casas con madera para evitar la vista al interior y el exterior.

Unos disparos provenientes de la casa de enfrente en la esquina lo alertaron de inmediato y seguidos de los gritos de una mujer. Observó impactado todo lo ocurrido desde la sala. ¿Le estarían disparando a algún infestado? No, eso no debía ser el caso ¿verdad?

—¡Despejado! —gritó uno de los soldados que parecía estar a cargo del grupo y con la misma todos se retiraron de la casa.

Ben suspiró aliviado y nuevamente se encogió de piernas en el sofá.

—¿Cuándo van a volver papá y mamá? —se preguntó. Su voz sonaba quebradiza y débil.

Alex observó a su hermano sin saber que decirle. Se sentó al lado de él en el sofá y acercó la mano para alborotarle el cabello como siempre hacía, pero Ben le dió un manotazo y se alejó más de el, sentándose al otro lado del diván.

Alex suspiró con cierto pesar en su interior. Extrañaba su vida cotidiana, extrañaba jugar con su hermanito pequeño como todas las mañanas hacía antes de ir al colegio. Añoraba las locuras de su madre, las salidas nocturnas secretas de su hermana y su amable padre el cual cocinaba como los dioses. ¿Cuándo fué que su vida se había vuelto tan insólita?

—Lo siento Ben... pero ahora mismo no puedo ser el hermano bueno.

Ben lo miró confundido y seguidamente Alex se levantó del sofá y subió las escaleras hasta el piso superior.

Debía encontrar una forma de salir de allí.

Cogió los prismáticos en la gaveta de su escritorio, abrió la ventana de su habitación y observó el paisaje que se mostraba a través del ventanal de su habitación. Contempló a los militares caminando por las calles, vigilando los movimientos de cada ciudadano dentro de sus casas. Varios camiones de contenedores pasaron en ese mismo instante y no dudó en seguirlos con la vista.

Por la dirección en la que iban, no tardó mucho en adivinar a dónde iban.

—¿La preparatoria? —inquirió confundido. Su antigua escuela estaba más activa de lo normal. Habían soldados y científicos por donde quiera y eso no le dió buena espina.

¿Será esa la base temporal de los militares?

(...)

Seattle, 10:30 a.m

Zoe despertó con una sonora exhalación y levantó su cabeza de la superficie metálica de la mesa de la cafetería. ¿Se había quedado dormida?

Miró confundida su alrededor y notó que estaba sola. Ni rastro de André por ninguna parte.

Observó a través de la ventana y notó que el cielo estaba bastante nublado. Como si una tormenta estuviese a punto de caer sobre todo.

—¿André? —llamó al reo con un poco de temblor en su voz y no se sorprendió al no escuchar respuesta. ¿Se encontrará en alguna habitación?

Se puso en pie y decidió caminar hacia la salida de la cafetería donde las puertas dobles se encontraban abiertas de par en par. Observó el corredor más allá y notó que estaba bastante sombrío. La única fuente de iluminación era una lámpara que no dejaba de parpadear cada segundo. Ya que el hospital funcionaba a duras penas por el generador de emergencia, algunos corredores no tenían ningún tipo de fuente de electricidad.

—¿André? —volvió a llamarlo, pero de nuevo no recibió respuesta alguna— ¿Donde se metió ese idiota?

Con paso apresurado se adentró al sombrío corredor del que ya se había acostumbrado a recorrer los últimos días. No tenía que temer ya que esta zona era segura, o al menos eso esperaba.

Llegó hasta secretaría donde se encontraban las computadoras destrozadas y desperdigadas por todas partes. Había basura y cartuchos de bala por todo el suelo y las paredes poseían múltiples agujeros pequeños en su superficie blanca. Al no encontrar a André por ninguna parte, se dirigió esta vez al bloque de habitaciones, de donde anteriormente Zoe había salido al despertar del coma inducido.

Como ya había notado en un principio, esa parte del lugar estaba incluso más destrozado que el resto del ala de cirugía. Había salpicaduras de sangre y restos de objetos medicinales desperdigados por todo el suelo pálido. Apartó una camilla ensangrentada en el medio del corredor para seguir avanzando pero se detuvo en seco al escuchar un extraño sonido proveniente de alguna parte.

Debido a lo desolado que estaba el lugar, era fácil crear ecos con cualquier sonido que se hacía, por lo que por un momento creyó que se trataba de algún ruido accidental.

Sin embargo, al escuchar nuevamente aquel sonido, se sintió palidecer. Y no era cualquier sonido... era una voz humana.

—¿Hola? —gritó Zoe con un tono de voz más alto.

Estuvo a punto de rendirse y continuar con su búsqueda pero justo cuando se daba la vuelta, lo escuchó claramente.

—¿Hola?

Oh dios...

Era una voz. La voz juvenil de una mujer. No dudó ni dos segundos y sus piernas reaccionaron de inmediato. Se movió casi corriendo con cierto cojeo que aún persistía debido al accidente.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —gritó emocionada— ¡Sigue hablando así puedo llegar hacia ti!

—¡Ah... si... estoy en la habitación número 50! —señaló en voz alta. Su voz era bastante aguda por lo que seguro debía ser una adolescente, al igual que Zoe.

La esperanza no tardó en inundar cada poro de la castaña y una sonrisa pequeña se formó en sus labios mullidos.

Era una persona, una persona normal...

A medida que avanzaba observaba los números en las puertas de las habitaciones que pasaba casi corriendo. La mayoría de las puertas estaban cerradas y el número 50 no fué la excepción. Al llegar se encontró con una puerta blanca e inmaculada. No había nada de raro en ella. No era muy diferente a las demás puertas.

—¡Ya estoy aquí! —bramó extasiada frente a la puerta. Apoyó su oído en la madera para poder captar mejor su voz— ¿Estas bien?

—Hay que alivio —refutó la muchacha al otro lado de la puerta— Recientemente me desperté del coma, pero la puerta está cerrada. ¿Puede ayudarme a salir?

—Por supuesto, enseguida —la emoción era más que notable en su voz. Intentó mover el picaporte de la puerta pero fué una tarea nada fácil. Estaba cerrada—. Voy a tener que buscar algo para golpear el picaporte.

—Claro, haz lo que tengas que hacer —indicó la desconocida— No te imaginas lo feliz que estoy de por fin escuchar una voz humana.

Zoe se alejó de la puerta y miró sus alrededores en busca de algo que la ayudara. Se encontró con un extintor de emergencias no muy lejos, el cual colgaba en una pared cercana justo al lado de una caja metálica que resguardaba una manguera de agua en caso de incendios repentinos. Agarró el extintor de un jalón y de inmediato volvió a la puerta número cincuenta.

Ya que aún tenía su brazo enyesado, con el otro levantó todo lo que pudo el pequeño extintor y golpeó con todas sus fuerzas el picaporte de la puerta el cual apenas se inmutó.

—Estás haciendo un gran trabajo, continúa —la incitó la joven al otro lado de la madera. Había cierto tono de desesperación en su voz pero Zoe lo dejó pasar y continuó golpeando con el extintor a todo lo que pudo— eres realmente buena, estás haciendo un gran trabajo.

—Tranquila —bramó Zoe, un tanto agitada por el esfuerzo. A penas podía sostener el extintor con una sola mano— te voy a sacar de ahí.

Alzó el extintor nuevamente y volvió a golpear el picaporte, provocando un fuerte sonido metálico que resonaba como un eco por todo el pasillo.

Esta vez logró mover un poco la cerradura de la puerta. Un golpe más y lograría desprenderlo totalmente.

—Lo sé Zoe, se que nunca me abandonarías...

Al escuchar aquello el brazo que se alzaba con el extintor se detuvo abruptamente y todo el cuerpo de Zoe se paralizó de pies a cabeza.

—¿Qué? —siseó.

—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha al otro lado de la puerta al notar que los golpes se habían detenido— Ya casi está, sigue golpeando.

Zoe retrocedió temerosa, dejando caer en el proceso el extintor en su mano. El fuerte sonido que provocó al impactar con el suelo rebotó por todas las paredes.

—¿Quién... —no podía decir algo coherente. Los latidos de su corazón aumentaron drásticamente— ¿Cómo demonios sabes mi nombre?

—Porque soy yo, Zoe. Soy tu amiga Cris. ¿Es que ya te olvidaste de mi?

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