4.

A las afueras de Seattle, 6:45 p.m.

El cuerpo de Brianna Farrel se impulsó bruscamente hacia adelante cuando la camioneta frenó repentinamente, despertándola inmediatamente del sueño que la atentaba.

De no haber sido por el cinturón de seguridad, de seguro su cuerpo fácilmente habría atravesado el parabrisas.

—Mierda —maldijo cuando sus gafas se resbalaron del puente de su nariz y cayeron en el suelo del auto, entre sus pies descalzos—, Jon, ¡qué diablos!

—Lo siento... —dijo su marido de inmediato con la vista fija hacia adelante y una gota gorda de sudor cayendo por el costado de su rostro—. Tuve que frenar, de lo contrario iba a chocar.

Cuando Bri logró agarrar sus gafas y volvió a levantar los ojos hacia la vista a través del parabrisas, se quedó totalmente paralizada por la impresión.

Jon abrió la puerta del auto y enseguida el ruido del exterior se adentró al auto como si fuese una película y alguien le hubiese dado play.

Era una liga de todo tipo de ruidos fuertes, desde el claxon de los autos, hasta el bullicio de la gente y la voz de alguien que parecía hablar por un megáfono o algo así.

Bri imitó a su esposo y también salió por la puerta del copiloto.

Ya estaba atardeciendo y el sol se ocultaba lentamente por el horizonte, pero, eso no le impidió contemplar lo que estaba pasando.

Una gran cola de autos se había formado en la autopista principal que entraba a la ciudad de Seattle, la cual se podía ver prácticamente en el horizonte con sus enormes edificios rozando el cielo. Lo cual le dijo enseguida que la cola de autos debía llevar seguramente unos buenos kilómetros de distancia.

Detrás de ella pudo notar que más autos se unían a la cola, los cuales enseguida se unieron también a los toques frenéticos de las bocinas.

Delante de su camioneta, de un Audi negro se bajaron una familia completa de los cuales el padre se subió al techo del auto, seguramente para ver qué era lo que les impedía el paso.

Bri no tardó en imitarlo. Primeramente se subió al capó de su camioneta para subir por el parabrisa hasta el techo.

Su entrecejo se arrugó notablemente con molestia al ver una gran cantidad de uniformados en los límites de la ciudad, resguardando el paso a la ciudad.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó un Jon intranquilo desde el costado de la camioneta.

—Los militares se encuentran en la entrada de la ciudad. Al parecer están haciendo pesquisa.

Jon maldijo por lo bajo y molesto golpeó con su puño el techo de la camioneta. Después de todo, esto los demorarían aún más.

Un minuto perdido es un minuto menos que tienen para estar con Zoe, en caso de que se encuentre en peligro o algo peor.

La gente en las primeras filas habían salido de sus autos y habían comenzado seguramente a discutir con los militares por lo que una gran fila de uniformados estaban formados justo enfrente de ellos, intentando mantenerlos bajo control.

Una decena de autos militares de color caqui se encontraban estacionados por toda la carretera impidiendo así el paso de las personas no autorizadas.

—Esta gente está loca —protestó Bri negando con la cabeza—. Lo único que van a lograr es que les metan un tiro.

—Tu también te molestarías en su situación —Espetó Jon.

—Una cosa es molestarse y otra cosa es ser imprudentemente estúpidos.

En ese mismo instante, desde el cowboy militar, un oficial, que parecía ser el líder, se subió encima de un Humer y a través del megáfono comenzó hablar pausadamente y con toda la paciencia del mundo.

—¡Gente, por favor, calmense! ¡Deben mantenerse dentro de sus autos y esperar a ser pesquisados para poder entrar en la ciudad! ¡No podemos permitirles el paso hasta que nos hayamos asegurado de que no tengan síntomas!

Sin embargo las personas estaban fuera de control y ya comenzaban a forcejear entre ellos para pasar primero, hasta que un fuerte estruendo que se alzó al cielo, calló enseguida los gritos y protestas de las personas.

Al escuchar el tiro proveniente del fusil de asalto del marine con el megáfono, todos los presentes se tiraron al suelo como si su vida dependiera de ello incluyendo a Jon y Bri la cual enseguida casi por instinto, se acostó bocabajo en el techo de la camioneta.

Gracias a eso, la gente dejó de protestar y levantar la voz.

El militar, un hombre alto y fornido de cabeza rapada y ojos marrones, sonrió complacido, bajó su fusil y declaró con un tono de voz menos amable.

—¡Obedecen o mueren! Ustedes deciden —bramó apuntando con su arma a la población asustada, la cual enseguida retrocedió atemorizada y entraron a sus respectivos medios de transporte.

El mundo se ha vuelto completamente loco.

(...)

Zoe intentó llamar varias veces a su madre, pero era inútil ya que las líneas continuaban saturadas y era prácticamente imposible comunicarse.

Tenía los nervios de punta y cada vez se sentía peor.

El ala del hospital en la que se encontraba estaba completamente desierta y pronto se dió cuenta de que no había nadie más aparte de ella.

Ni siquiera se había atrevido a abrir las puertas de las habitaciones y oficinas por miedo a lo que podría encontrarse dentro.

Se recostó en una pared del corredor y dejó que su espalda resbalara por toda la superficie hasta que su trasero tocó el suelo. Aún cargaba el fusil que había encontrado, el cual le proporcionaba algo de seguridad ante lo desconocido.

No sabía qué había pasado, pero presentía que los causantes de esta matanza seguían en alguna parte de este hospital y no podía permitir que la descubrieran.

Sea lo que sea...

Cerró los ojos y recostó la cabeza en la pared intentando pensar con claridad lo siguiente que iba a hacer, pero todo su cuerpo se tensó al escuchar el sonido de algo metálico cayéndose al piso, proveniente de alguna parte al final del corredor.

De inmediato se levantó como si tuviese un resorte en el trasero y con su arma apuntando hacia adelante rápidamente, pero con cuidado, caminó a la dirección de donde vino el ruido y cuando llegó al final del corredor, notó que este se dividió en dos corredores que iban a la izquierda y a la derecha respectivamente.

Le echó un vistazo al corredor de la izquierda, donde el camino estaba cerrado y solo había un armario en el fondo. Luego miró al pasillo de la derecha y avanzó unos metros más cuando de repente, una de las puertas del lateral se abrió y salió un individuo que al verla con el arma, enseguida levantó las manos por inercia y dejó caer el tubo de metal que tenía en las manos, causando un sonido sordo que resonó por todo el lugar.

Zoe paralizada lo observó de pies a cabeza. Su aspecto era el de todo un delincuente. Parecía joven pero tenía tatuajes cubriendo cada zona de la piel de sus brazos he incluso su cuello.

Tenía la cabeza totalmente rapada. Una camiseta blanca sobresalía de un pantalón, remangado en su cadera, de color naranja. Los ojos de Zoe se abrieron como platos al reconocer aquella vestimenta.

Maldición, era un maldito reo...

Cientos de historias posibles que explicaran lo sucedido, pasaron por su mente en aquel momento y la conclusión a la que llegó no era para nada buena, aunque el tipo parecía realmente sorprendido por la presencia de ella aquí.

¿El habrá sido el responsable de toda esta matanza sangrienta?

...(...)...

Un tiempo después, luego de una terrible y tediosa espera que parecía durar infinitamente, el vehículo de Jon logró llegar a la barricada de los militares donde se hacía la pesquisa para la entrada de las personas en la ciudad.

Al llegar, una joven soldado vestida de pies a cabeza con el uniforme de enmascaramiento color arena de la Armada, chocó sus nudillos en el cristal de la ventana y Jon enseguida bajó el parabrisas con la vista fija en el fusil de la militar.

—Bájense del vehículo —ordenó ella con cara de pocos amigos. Lucía joven y tenía el cabello recogido debajo de su casco en un moño bajo.

Enseguida ambos obedecieron, y Bri en especial no le quitaba la vista al soldado al otro lado del auto que sostenía un perro pastor alemán con una correa negra.

El animal miraba atentamente a Bri, pero no se movió hasta que su dueño se lo ordenó y empezó a olisquear debajo del auto y en el interior.

—Denme sus documentos de identidad —ordenó la soldado y Bri se acercó con el suyo, mostrando en el proceso su carnet de veterano de guerra.

La muchacha miró primero el de Jon y al ver los documentos de Bri, enseguida se paró en firme y la conmemoró con un saludo militar.

—Descanse sargento, ya estoy de licencia —dijo la rubia con falsa humildad y la sargento asintió con la cabeza—. ¿Puedes decirme qué está pasando? ¿Por qué tanto alboroto?

La Marine miró sus alrededores antes de hablar en voz un poco más baja.

—Es necesario señora, hemos recibido órdenes de resguardar todas las entradas y salidas de la ciudad y evitar el acceso de personas con síntomas de la enfermedad. Hemos tenido un reciente brote de rabia en el centro de la ciudad y aunque ya se haya controlado parcialmente, la alcaldesa no quiere arriesgarse a más bajas innecesarias.

—¿Un brote de rabia? —intervino Jon interesado, después de todo era médico. Él mejor que nadie conocía todo sobre enfermedades.

La sargento sacó un termómetro eléctrico con forma de pistola del bolsillo de su pantalón y apuntó a Bri para comprobar su temperatura. Al ver que ella estaba bien, apuntó a Jon y suspiró aliviada cuando los resultados fueron los mismos.

—Están bien —admitió la sargento—. La extrema baja temperatura también forma parte de los síntomas. Ustedes están bien, pero en lo personal les recomiendo que den la vuelta y se alejen de aquí lo más rápido posible.

—No podemos —refutó Bri—. Nuestra hija está ahí dentro.

La marine suspiró y encendió una pequeña linterna con la que revisó los orificios nasales y las bocas de ambos en busca de hemorragias. Asintió con la cabeza satisfecha con los resultados.

—Entonces les voy a aconsejar que se apresuren porque pronto empezarán a evacuar la ciudad y...

Las palabras de la marine fueron interrumpidas a medio camino cuando el perro que revisaba el auto empezó a ladrar y gruñir como loco y un grito se alzó de entre la multitud que cruzaba la autopista a pie a un lado de la carretera.

A unos metros más atrás, se encontraba una mujer arrodillada en el suelo gritando como loca, mientras dos tipos de aspecto desaliñado empezaban a morder cada parte de su cuerpo y arrancar pedazos de piel y carne.

Enseguida los soldados reaccionaron incluyendo a la sargento, la cual al ver aquella escena sangrienta levantó su fusil y empezó a disparar indiscriminadamente a los tipos sin importar los gritos de los civiles y mucho menos sin importar matar en el proceso a la mujer afectada por el salvaje ataque de esos dos individuos.

Enseguida el resto de los soldados se unieron al tiroteo y empezaron a disparar sin descanso hasta que las tres figuras fueron finalmente derribadas.

Jon enseguida le gritó a su mujer que entrara al auto inmediatamente y esta obedeció sin refutar.

Pisó el acelerador y atravesó la barricada de una sola vez, dejando atrás una gran carnicería que los había dejado totalmente anonadados.

—¿Qué diablos fue eso? —gritó Bri envuelta por el pánico, sin dejar de mirar hacia atrás.

—No lo sé, pero mientras más rápido encontremos a Zoe, mejor.

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